La realidad

Estuvimos hablando del caso que os presenté. La verdad es que no me resultó muy cómodo hacerlo ya que, al ser un caso que he llevado personalmente y que las dudas se me presentaron a mí, esto pudiera dar pie a fantasías de tipo persecutorio por mi parte: las que nacerían de vuestras opiniones críticas, por ejemplo. Pero claro, si os pido que habléis en primera persona y no intelectualicemos demasiado, el primero que lo tendrá que hacer seré yo, ¿no? Como habéis podido comprobar este criterio lo he seguido siempre, y no me arrepiento; a pesar de las críticas que seguramente he levantado y levantaré.

Creo que hablar en primera persona es delicado, pero también necesario. Nos resulta difícil hablar desde la experiencia personal. Como si pretendiéramos mantener una postura que no se corresponde con la realidad de cada uno. Y en muchas ocasiones, el mundo universitario peca de este lado: con frecuencia vendemos productos en los que no creemos; o sólo aquellos que son políticamente correctos. Entonces ¿cómo podemos sostener cosas como las que decía Rogers, por ejemplo? (No siendo devoto de él).

Ayer en nuestro espacio os vi especialmente francos. Y os lo agradezco. Alguno de vosotros dijo cosas que no son «políticamente correctas», pero que eran absolutamente ciertas; o al menos comparto el pensamiento. El tema de la violencia no es un tema de género: sólo es un tema de género humano. Los hombres, que es la forma de hablar de ambos sexos, somos agresivos y violentos. Y sólo no lo somos cuando las condiciones no nos aprietan. La agresividad es algo inherente a nuestra naturaleza, a nuestro aspecto animal. Sin esa agresividad no sobreviviríamos. Pero también es verdad que debemos aprender a mantenerla en unos determinados límites: evitar el daño a un tercero en la medida que se pueda.

Nosotros, que estamos en contacto con personas de todo tipo y condición, debemos hacer un esfuerzo personal importante para no dejarnos llevar por ese aspecto. Y cuando vemos las limitaciones que nosotros mismos nos hemos impuesto por respeto a «la vida del otro», entonces nos sentimos impotentes. Y la impotencia se lleva mal. Sentir que la realidad es la que es y que en muchas ocasiones es cruel con personas indefensas, nos hace sentir muy mal. Me siento muy mal en estas situaciones. Y en el caso que os presenté me siento mal. Pero no puedo hacer más que ceñirme a mi terreno de juego. Y este hecho, ver que me tengo que ceñir a mi terreno de juego, que no puedo ir y hacer un informe duro en contra de quien considero está vulnerando los derechos mínimos de otra persona, ver que la realidad judicial es la realidad judicial y no la que yo desearía, etc., en esto me llevan los demonios.

Y también percibí que os llevaban a muchos de vosotros. Y lo entiendo. Pero tenemos que aprender a mantenernos en nuestro terreno de juego, y tratar de comprender el sufrimiento de una persona a quien le envía un mensaje su hija de 11 años en el que le dice: «Papá, no me llames, hoy no puedo hablar contigo. Por favor no me llames, mañana te llamaré yo, en cuanto no me vea mamá». Y ver que no se puede hacer nada; nada que no sea acompañar en este recorrido a esta persona que lo está pasando fatal. Lo fácil sería actuar, denunciar, pasar a la acción. Pero este no es nuestro terreno. Y en este contener nuestra rabia, nuestra agresividad, está nuestro proceso madurativo personal y profesional. Así de duro y así de claro.

Pero no creáis que esto es sólo arena de los psicólogos clínicos. También de los de organizaciones. Veréis muchas situaciones en las que os quedaréis atrapados. Atrapados, por ejemplo, entre quien os paga y los trabajadores. Entre la estructura y los que en ella trabajan. Entre intereses que nada tienen que ver con la empresa…. me viene el recuerdo de una reunión Internacional a la que fui invitado. Se trataba de un encuentro en el que participaban representantes de grupos humanos de todas los pueblos, especialmente hispanohablantes. En ella se organizaron unos grupos de trabajo que iban a liderar determinados cambios sociales. Los que me acompañaban en esa tarea profesional y yo, trabajamos duro por facilitar que estas personas diseñaran programas de intervención, y determinaran quienes podían liderarlos… hasta que llegaron los intereses de los organizadores. Ellos dictaminaron quienes debían liderarlos. Eran intereses políticos, no humanos. ¿Y los profesionales qué? Fue duro; se nos despertaban numerosas cuestiones éticas. Y tuvimos que aprender a ir aceptando que estábamos en el mudo real, no en el teórico, no en el imaginado. Pues bien, como en esta ocasión, otras muchas os iréis encontrando similares.

Y es que topamos con un aspecto duro: la realidad. En nuestro desarrollo aprendimos muchas cosas. Una de las primeras fue que cuando la realidad nos resultaba intolerable, la escindíamos. Lo bueno y lo malo. Lo agradable y lo desagradable. Y con esta acción típica de la naturaleza humana creíamos que dominábamos la realidad exterior. Creíamos que podíamos con ella ya que éramos capaces de disociar y escindir tanto los hechos que quedábamos a salvo. Y este hecho nos hacía creernos muy poderosos; nos lo hace creer todavía. En muchas ocasiones la complejidad de la realidad en la que vivimos la resolvemos con una simple división. Es el «divide y vencerás» que siempre hemos oído. Y con ello mantenemos, lógicamente ya que no podía ser de otra forma, un cierto dominio. El poderío se torna prepotencia. Yo podré con la realidad. «Iré al Juez y le contaré…» «Vendrá el paciente y le curaré…» Esta prepotencia que se corresponde a un pensamiento de tipo omnipotente se nos viene a bajo en cuanto topamos la realidad profesional. Y el dolor que deriva de este choque nos lleva a posiciones más realistas y más depresivas también. Depresivas en tanto que percibimos más realmente nuestro tamaño real.

De joven, cuando hubo el terremoto del México allá por el año 1970, estuve casi a punto de embarcarme para «salvar el país» Posiblemente hubiera sido una buena cosa. Pero en muchas ocasiones «salvar el país» es una forma de evitar «salvarme a mí mismo», un escapar de la realidad en la que uno vive. Otra vez la omnipotencia tapa lo depresivo.

Cambio de tema. Delante tengo vuestros trabajos. Ya he podido corregir la mayoría de ellos. Y… a ver. Algo no debo saber transmitir del todo, aunque muchos lo habéis comprendido bien. Hay una pequeña confusión: un trabajo no es una redacción. Un trabajo no es un artículo de prensa. Un trabajo es el resultado de un esfuerzo complejo: pensar el tema, documentarme un poco, recoger aquellas ideas de otros autores que me sirven para argumentar lo que quiero decir, indicar de qué autores y en dónde están estas ideas, pensar sobre ellas y añadir mi propia aportación, hacerlo legible, y presentarlo de forma adecuada. Muchos lo habéis entendido bien. Unos lo habéis desarrollado con más tino, más gracia que otros, pero bien en general. Pero siempre hay unos cuantos que, me duele decirlo, parece que no han comprendido bien la idea. Pedía y pido un trabajo publicable; pero no una redacción. La redacción es para el bachillerato, no para vuestro nivel de trabajo universitario. Creo que lo digo bien en el dossier, pero está claro que no suficientemente bien. ¡es tan difícil a veces, transmitir algo!

Bien, sé que no pasa nada. Que es una baja nota; pero que ello no es más que eso. Que hay otras oportunidades para remontar. Pero me duele. Quizás es la parte de realidad que debo aceptar. Y quizás es la parte que también debéis aceptar.

Un abrazo

 

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