Experiencias que marcan terreno

Hola. Hace días que no os escribo nada, y de veras que lo siento. No era mi intención inicial, pero en este periodo algo me está ocurriendo que no dispongo del tiempo suficiente como para ponerme ante el ordenador, organizar mis ideas y mi tiempo interno, y escribiros mis reflexiones al hilo de los acontecimientos diarios. Hoy viernes parece que he encontrado un rato y, como os lo debo, ahí está.

Han sido dos semanas complejas. Tras la castañada, nos encontramos en una sesión en la que tuvimos la noticia de que vendrían dos personas: un compañero, profesor de la UAB, y un paciente. El primero venía a conocer este sistema de trabajo ya que hace algo similar. El segundo venía a explicaros su experiencia de vida, su sufrimiento, al hilo de lo que le fueseis preguntando. Creo recordar que una de vuestras preocupaciones era encontrar el sentido a la entrevista, qué valor podría tener para él. Y reflexionamos sobre varias posibilidades que podrían darse. Estas escenas que nos imaginábamos son lo que se denominan «escenas temidas». Es decir, situaciones en las que nos podemos encontrar y que tememos. Al principio había una cierta timidez en verbalizarlas. Más tarde, os fuisteis animando, lo que aporto una riqueza impresionante a vuestra capacidad asociativa e imaginativa. ¡Ojalá os animaseis a hacerlo siempre igual! No os imagináis lo que seríais capaces de aprender de vosotros. Pero ya llegará el momento en vuestra vida en la que os animaréis a hacerlo.

Luego vino el día D.

Os había visto muy entusiasmados y expectantes ante la entrevista. A penas oí ninguna duda, ninguna sospecha tranquilizadora. Y esto me hizo poner en alerta. Me dije:

—«como se encuentren con la verdad tal cual es, se van a enfadar mucho contigo, Miquel, ¡cuídalos!»

Así que opté por pedirle a vuestro compañero, que era ajeno a todo lo que se cocía en mi mente, que dijese que el paciente no se había presentado. Fue un intento por mi parte de rebajar un poco la situación, de poneros en una situación algo más real. Traté de cuidaros.

Y luego se presentó ante vosotros J.B.C.

Paciente del que no os voy a hablar ya que bastante habló y bastante duro os lo hizo pasar. Fue una entrevista ágil. A penas aparecieron silencios ni nada por el estilo. Las preguntas iban apareciendo aquí y allí de forma bastante «ordenada», dadas las circunstancias. Y trascurrida la entrevista, hablamos un poco de cómo había ido.

Recuerdo la palabra «asco»; no sé si fue la pronunciada por uno de vosotros o no; pero en todo caso era una similar y hablaba del rechazo que generaba el paciente. Quien la dijo parecía dudar de si podía decirla o no. Le animé a hacerlo, porque, efectivamente, este es uno de los sentimientos que despierta. Y todo lo que dijisteis aquel día, tras la entrevista, era absolutamente cierto: es lo que provoca. Y cuando sintáis estas y otras cosas, no las rechacéis. Apuntadlas, tomad nota. Son aspectos muy importantes que provienen de la relación que esta persona (y todas con las que trabajéis) provoca. Todos generamos cosas en los demás. En muchas ocasiones, de eso que provocamos no tenemos conciencia, y achacamos a los otros sus malas reacciones sin pensar en qué hemos generado. Por esto, captar todo ello es muy importante; porque os servirá, a lo largo de la intervención, para poder ir entendiendo por qué le pasa lo que le pasa.

Tras este día, al siguiente lo empleamos para reflexionar sobre la experiencia con un poco más de distancia. Y claro, como es lógico y natural, aparecen otras variables cuando los ánimos se han calmado un poco. Y hablasteis de vuestro enfado conmigo. Enfado que entiendo y respeto, y que proviene de la frustración que genera ver las expectativas que no se cumplen. Vuestro deseo era que viniera un paciente «de verdad» y no que fuera yo quien lo representara.

El enfado venía mezclado con otros ingredientes; y quizás un poco de agradecimiento también. No suele ser frecuente que nos pongamos en la situación en la que se colocó vuestro profesor. Y más allá de los lógicos ingredientes exhibicionistas que pudieran colarse, lo que había (y hay) es el deseo de transmitiros lo más fielmente posible lo que veréis en la práctica profesional. Los pacientes de diseño no aparecen en las consultas de psicología ni de psiquiatría. Los casos perfectos, los que hacen las delicias de cualquiera, no frecuentan. Por lo general nos encontramos con personas cuyo nivel de sufrimiento les lleva a funcionar como funcionó J.B.C. en clase. Y vuestra contribución para poder entenderle también le sirvió a vuestro profesor, no lo dudéis. Esta también es una forma de supervisar los casos, aunque apenas se emplee.

Pero este día también hablamos de otras cosas. Y entiendo que en ocasiones quizás os escandalice. No es mi deseo, claro. Pero, comentando hoy cuando venía en avión con un compañero a quien le explicaba la sesión, emergió una idea desde él: «Es aire fresco. Aire que proviene de tu experiencia diaria». Y me alegró oírle decir eso. Y me acordaba de una pregunta que me hicisteis de si al inicio de mi desarrollo profesional podía hacer esto.

Y os dije que no.

Es la verdad. Estaba tan asustado que tenía que ceñirme a las pautas que me daban las diversas escuelas con las que me encontré en mi camino; pautas que si bien me permitían sentirme más tranquilo, me mantuvieron tan distante de los pacientes que en vez de ver a personas veía etiquetas diagnósticas. Nunca nadie me había explicado que los pacientes eran, sobre todo, personas que sufrían. Y que los equipos con los que trabajé, eran grupos de personas que tenían dificultades en ponerse de acuerdo. Tardé muchos años en ir comprendiendo que ante todo estaba ante personas sufrientes, y que desde el sufrimiento se dicen o hacen cosas que posiblemente en otras circunstancias no se dirían o harían. Y que toda la patología que veía no era una «entidad autónoma» del sujeto, sino que era el sujeto mismo que expresaba así su dolor, confusión, pánico o enfado. Y ese aprendizaje es el que os brindo.

Al menos ganaréis algunos años.

También esbozasteis «títulos de película», una forma simpática y cómoda de resumir el caso que visteis. Porque esos títulos se correspondían a una serie de rasgos que habíais detectado en él. Son otra buena guía de conocimiento. Y una forma de ponerle oxígeno a la experiencia profesional.

Me llamó la atención, y os lo quería decir, el cuidado que han tenido de vosotros otras promociones anteriores. Y esto es un valor que he descubierto este año. Todos o casi todos, hemos tenido hermanos mayores. O lo hemos sido. Y un día apareció en nuestra casa la idea de los Reyes Magos. O el de la Cigüeña. O el del Ratón Pérez. U otros personajes que en la vida del niño le permiten ilusionarse con las cosas, y abrigar la posibilidad de la existencia de ese ser mágico que nos regala algo. Y si somos capaces de mantener la ilusión es porque durante décadas, los que sabíamos del secreto, no lo desvelábamos: sabedores de la importancia que tiene en esta vida, mantener la ilusión. Y aquí, vuestros «hermanos mayores», es decir, otras promociones, han mantenido el secreto.

Aquí hay una función social importantísima. Y es que el grupo de nuestra clase, funciona igualito a cómo funciona la sociedad. Y cuando hay un hermano «enfadado con los padres» o con «ganas de fastidiarle al hermano», ¿qué hace? Trata de dañarlo «contándole el secreto» y originando en él un lío tremendo. Y es cierto que cada cual cocina sus cosas como puede. Pero por lo que voy detectando, hasta la fecha, cada promoción ha sabido mantener la complicidad suficiente como para cuidaros, y para desearos que tengáis la experiencia enriquecedora que también ellos tuvieron. Desde aquí, gracias.

Finalmente, la ultima sesión. La de la ética. Caso clínico complicado. Preguntas numerosas, planteamientos de todo tipo. Discusión en los grupos pequeños. Planteamientos serios en el grupo grande. Toda una obra de arte para quien quiera ver a un grupo de cuarenta personas hablando sobre un tema. Una lección de democracia para quien quiera verla.

Gracias a vosotros.

Un abrazo

 

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