Contrato previo

Dr. J.M. Sunyer

 

 

De entrada, hola.

A pesar de ser un 3 de Julio del 2000 y estar a casi tres meses del inicio de las clases, me he propuesto iniciar el curso. Es decir, iniciar el proceso que de forma real comenzaremos a finales de septiembre o primeros de octubre. Si las cosas no cambian —eso espero—, nos veremos un martes a primera hora (cuando todavía están poniendo las calles) y un jueves a hora más católica.

Se preguntarán el por qué de esta carta. En realidad siéndolo, no lo es. Este escrito y todos los demás, son una reflexión escrita que realizo ante la tarea que desarrollo. En estos momento, ante el inicio del curso. Sé que no es habitual que se inicie de esta forma. Pero es como lo he venido haciendo los dos últimos años y, por lo que me han dicho, se agradece. Deseo que Uds. también lo puedan agradecer.

Antes de proseguir, unas cuestiones previas. Una relativa al idioma, y la otra, al trato. He elegido espontáneamente el castellano que es el idioma más cercano a mi corazón. Debe ser por esto que le llaman lenguaje materno. Era el de mis padres,  abuelos y bisabuelos. Pero ello no obsta para que utilicemos también el catalán; que me entusiasma, lo aprecio y, en algunos momentos, fue más cercano a mi corazón —es un tema interesantísimo el estudio de los aspectos afectivos del lenguaje; cómo para unas cosas uno puede sentirse más cercano con un idioma y en otras con otro: eso a mí me sucede también con el francés y con el inglés—. Creo que es bueno que hablemos el idioma con el que nos sentimos cómodos que, por lo general, es el de nuestros padres. Seguramente entran en ello procesos de identificación que facilitan esas cercanías. Por supuesto que Uds. pueden hacer lo que crean más conveniente. Sé que estamos en un contexto en el que el Catalán es el idioma «vehicular». La verdad es que no entiendo que se tenga que señalar así. Sé que es bueno mantener aquellos elementos que forman nuestro bagaje cultural, a pesar de los vientos que pueden correr en contra; pero debería ser un tema personal, de elección personal. No legislativo. Las imposiciones nunca son buenas consejeras. Conservar los elementos de una cultura —la española está repleta de acentos— es una responsabilidad individual. Para mí, el respeto a la persona está por encima de las consideraciones más globales; si no respetamos a cada ser en su individualidad difícilmente podremos respetar lo que estos seres crean conjuntamente, eso es: la cultura.

En relación a este tema, en una muy reciente experiencia con un grupo numeroso de profesionales, apareció también este tema: el del idioma. Pero hay idioma y lenguaje. ¿Saben cuál es la diferencia? Averígüenla. Creo que es sustancial. Creo que cada uno posee, además, su propia forma de expresión. De hecho, hay tantos lenguajes, tantas lenguas, como personas estamos aquí. Y deberemos encontrar la forma común, el lenguaje común (no el idioma común, que es otra cosa). Quiero decir, por si no ha quedado muy claro, que deberemos encontrar la forma de entendernos entre nosotros. Si los que conformamos este grupo (llamado clase), somos capaces de desarrollar un lenguaje común, habremos sido capaces de algo que no es fácil: el entendernos un poco.

El otro tema, es el del trato. Les propongo que, en la medida que podamos, usemos el Ud. Al menos en lo que se refiere a las comunicaciones «formales», las que se establecen entre profesor y alumno. Sé, y esto ya no lo pretendo, que el ambiente que se genere en la clase hará poco más que imposible que el trato sea ese; pero, al menos en lo que a mí atañe, les trataré de Ud. en las relaciones formales. Y si nos apeamos del trato, que lo sea por consentimiento, por común acuerdo, no por automatismo. Como sucede en las consultas: uno trata de Ud. a los pacientes, a menos que éstos propongan un trato más cercano; que sucede a veces.

Pasemos a otro tema. La asignatura se llama «Orientación Psicológica u Orientació Psicològica», como prefieran. Con este tema, les propongo un ejercicio complejo, rico, apasionante y laborioso. Sobre todo laborioso. En un artículo reciente, Scanlon, C. (2000[1]) se recogen dos conceptos de Schön (1987): el de «reflection in action» y el de «refletion on action». La verdad es que cuando los leí pude enlazar lo que he venido haciendo en este espacio a lo largo de los últimos años, en relación con lo que les propongo: hacer de este espacio un lugar para pensar sobre lo que es esto de «Orientació Psicològica» y sobre cómo se lleva a cabo, al tiempo que lo vayamos haciendo. Es decir, les propongo que realicemos una «Orientació Psicològica» aquí, en el aula, en estas tres horas semanales de trabajo, y entre todos.

Sólo requerimos dos cosas: que los que conformemos el grupo queramos, y que dediquemos tiempo y esfuerzo personal para comprender las dificultades que irán apareciendo para poderlas superar. Es decir, estoy invitando a quienes no estén con el ánimo de participar de una experiencia lectiva colectiva (curiosa coincidencia que no había apreciado hasta ahora), opten por otros espacios académicos. Y soy consciente de que esto suena raro; incluso que suena un poco mal. Pero les voy a explicar una muy reciente experiencia clínica. Duró escasamente hora y media.

Acude a mi consulta una pareja de mediana edad. Dicen venir porque «otro paciente suyo nos ha hablado muy bien de Ud., y queremos saber si lo nuestro tiene o no arreglo». Como pueden ver, se trata de una solicitud típica de Orientación. Ella me explica su versión de las tensiones que aparecen y él la suya. Ella se reconoce muy nerviosa y que chilla con facilidad pero que, tras explotar, puede hacer una vida normal; mientras que él dice no poder soportar el más mínimo chillido y que cuando ella le increpa algo, acaba metiéndose en cama «hasta dos o tres días». A lo largo de la entrevista va apareciendo progresivamente el deseo de que me defina, de que les diga si «tiene arreglo o no». Y, tras mis intentos infructuosos para que me indiquen lo que ellos creen que se podría hacer, les planteo la posibilidad de algunos encuentros más para poder ver realmente de qué van los conflictos de los que se quejan. Ella parece dispuesta; es más, creo que está dispuesta; a él le veo totalmente reticente, no definiéndose por nada, lo que me lleva a preguntarle, de forma directa y tras señalar que «para cualquier intervención, como no soy un mago, preciso de la voluntad de los que vienen», le pregunto: «Ud. quiere seguir con la relación». Él dice: No. Evidentemente mi sorpresa es aguda, ya que ambos han venido y él me pidió la entrevista. Noté en este momento el dolor de ella, y la agresividad pasiva de él, y así se lo hice saber. Pero la cosa estaba clara: nada podíamos hacer en aquel momento.

Corolario: sin la voluntad de los dos contrayentes, aquí no hay matrimonio. Y, poco podremos hacer en nuestro espacio, si los que se quedan no quieren que haya matrimonio. Por esto les invito a que reflexionen; y tan amigos como siempre.

A partir de ahí, podemos comenzar. Y, de momento, el debate en el que me encuentro es si repasar o no lo que sucedió el año pasado. Por un lado pienso que puede ser bueno; pero por otro creo que puede ser un error. Cada paciente, cada grupo, cada situación, la debemos tomar como nueva. Aprender de la experiencia, reflexionar, pero no comparar. Ello, y sobre todo al principio, puede ser un estorbo para el desarrollo de este espacio. Sucede como con los hijos. Cuando comenzamos a compararlos, dejamos muchas veces de ver lo genuino de cada cual. Voy a optar por esta postura. Y les sugiero que hagan lo propio.

Aquí aparece un tema. ¿Por qué, dos meses antes de empezar la asignatura, este señor se pone a escribir y a pensar en nosotros? No nos conoce. No sabe cuántos habremos elegido su espacio. Podemos ser diez, cien… ¿Qué hay detrás de todo ello?. Esta es una buena pregunta. Les voy a decir algo que quizás les sorprenda: cualquier entrevista se inicia antes de cualquier contacto físico con los que la solicitan. Tanto por parte del profesional como del paciente. Y de la misma forma, cualquier espacio lectivo se inicia antes de que exista un contacto real con los alumnos, por ejemplo. El proceso es algo similar al de una madre, unos padres, cuando comienzan a concebir, mentalmente, un hijo. No es lo mismo un hijo que surge de una preconcepción mental de aquel que nace sin que los padres lo hayan podido concebir mentalmente. La ventaja que tiene el que el embarazo dure 9 meses, es que durante ellos, los padres pueden permitirse el placer (y la obligación) de que su hijo «crezca» en su cabeza, al tiempo que en el vientre.

Ponerme a pensar en Uds., a quienes no conozco, por supuesto, supone que vuelva a recrear la asignatura pensando en quienes, de forma anónima, todavía no se han puesto en contacto conmigo. Pero es algo similar a lo que he visto en mi casa: se hace la canastilla del bebé. Se le prepara toda la ropa inimaginable, la habitación, el moisés. Se piensa en el nombre. Se sueña con el futuro ser. En definitiva, se crea un espacio, mental, físico, para que el que venga sea bien recibido, acogido, tenga su lugar. Y más cosas. Se piensa en cómo irá el embarazo. Aparecen los temores. ¿Cómo me llevaré con él? Y volviendo al curso, ¿Seremos capaces de entendernos? ¿Qué haremos con los diversos momentos de tensión por los que transitaremos? ¿Cómo nos integraremos los de Clínica con los de Industrial? ¿Podremos organizar un pensamiento común siendo tan distintos? Y un largo etcétera. Estos son pensamientos persecutorios, claro; sanamente persecutorios. Lo que se denomina «sana paranoia anticipadora» hace que nos anticipemos a lo que pudiera suceder y nos predispone a afrontar el toro tal cual venga.

Así pues, y con el deseo que la faena que realicemos sea agradable y provechosa para todos, reciban un cordial saludo

Un abrazo

 

[1] Scanlon, C. (2000). The Place of Clinical Supervision in the Training of Group Analytic Psychotherapists: Towards a Group Dinamic Model for ∏rofessional Education? Group Analysis (33) 193-207

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