Cambio de atmósfera

Dr. J.M. Sunyer

 

Bueno, ¿Qué les pareció hoy? Observé una atmósfera diferente. Las relaciones que se daban tenían un carácter diferente. Una forma de decirse las cosas, una facilidad en la exposición de pensamientos que se me antojó diferente a la de otros días. De entrada, no supe con qué relacionarlo. Si nos ponemos a reflexionar sobre las últimas semanas, a partir del famoso primer día de huelga solidaria se inicia una modificación en nuestro ritmo de trabajo que, si le añadimos las fiestas y puentes, le dan a nuestro proceso un impacto particular. Estas interrupciones siempre generan problemas en el ritmo de trabajo no sólo a nivel académico sino también a nivel asistencial. Y, además, resulta que estamos acercándonos al período de vacaciones navideñas con lo que el ritmo acaba siendo totalmente alterado. Por lo general se considera que es mejor iniciar cualquier tratamiento cuando haya un tiempo sin fiestas ni interrupciones, que cuando las hay. Es como los aviones: precisan de una pista de despegue.

 

Y, por si era poco, mañana (hoy en cuanto lo leáis) estaréis entregando vuestro segundo y último trabajo con lo que es inevitable que se empiece a pensar en que se nos acerca el final de nuestra experiencia.

En este período nos han pasado muchas cosas. Hemos tenido alguna sesión movida en la que también me he visto resbalando en algún momento. Y, quizás este hecho —que sé que les ha enfadado y sorprendido—, también haya marcado un punto de inflexión: la constatación de que también a mí me pueden pasar cosas es algo que, en ocasiones, olvidamos. Como si, tras los normales procesos de idealización, descubrir que uno también es mortal fuese algo sorprendente. Siempre he sostenido que ante un grupo grande no hay hombre grande. Todos somos igualitos. Todos sometidos a los mismos vaivenes emocionales. Con lo que, seguramente, en este proceso de desidealización del profesor o, incluso, de la asignatura, se encuentre en el meollo de la modificación de la atmósfera que hoy pude percibir.

Los procesos de idealización son absolutamente normales y, al tiempo, defensivos. Tenemos tendencia y necesidad de considerar a las personas que se nos presentan como líderes, como organizadores o convocadores de determinados procesos, como seres superiores. Sucede en la vida cotidiana y en los contextos sociales y políticos. En esto consiste el proceso de idealización: les otorgamos —atribuimos— una serie de características que no suelen corresponder a la realidad. Nos sucede con los cantantes, actores o actrices, políticos, etc. Estas características, bien miradas, aún poseyéndolas no tienen la intensidad y el valor que se les atribuye. Es decir, uno considera que esa persona posee esos dones o atributos. ¿Los posee realmente? Posiblemente, sí; pero no en la intensidad o en las dimensiones que le atribuimos.

Este es un proceso natural que aparece desde nuestra más tierna infancia: los padres son vistos como «seres superiores». Por lo que hacen, dicen o cómo se comportan nos parecen seres excepcionales. Luego, poco a poco, vamos viendo que no es oro todo lo que reluce. Con los años, vamos apreciando sus pros y contras acercándonos a una valoración real. Forma parte de nuestro proceso de maduración.

 

¿Cómo es posible que el profesor tuviese aquella salida tan autoritaria, si siempre se le había visto de otra forma? ¿Cómo es posible que mi padre, mi madre…? Y el susto nos lleva a una reacción curiosa: o los descalificamos para siempre (con lo que nos hacemos daño), o comenzamos a considerar y a relativizar algunas de nuestras idealizaciones. Si esto segundo ocurre, empezamos a acercarnos a nuestra esencia humana.

Sucede exactamente igual en los tratamientos psicológicos. En un primer contacto, hay una tendencia a idealizar al profesional —lo que es lógico ya que colocamos en él todas nuestras expectativas—. Con el tiempo vamos viendo que el proceso psicoterapéutico es más largo y penoso de lo que imaginábamos. Incluso dudamos de si ese profesional realmente nos va a ayudar. Finalmente, uno ha cambiado cosas, muchas, y puede apreciar el acompañamiento y la seguridad que le dio el profesional, valorándolo de otra manera.

En la sesión de hoy iniciamos un texto que nos acercó dos mundos que estábamos empeñados en separar: el clínico y el de las organizaciones. Me pareció que los de este segundo mundo participaban más —lo empezaron a hacer el día pasado a raíz del caso clínico—. Y me pareció que los del mundo de la clínica también podían seguir ese lenguaje. De forma que, al hablar de las estructuras latentes y manifiestas podíamos comenzar a pensar juntos en un mismo hecho: el de la existencia de lo consciente y lo inconsciente, que en otros términos sería, lo conocido y presente, y lo desconocido o no presente. Y también podíamos empezar a pensar en el grupo clase, en el grupo grande. Y descubríamos la función de «radio macuto» como una buena metáfora de la explicitación de la estructura latente.

 

Tras ello nos pusimos a pensar sobre la estructura de la clase y también otras estructuras (las familiares, por ejemplo). Pensamos cómo una estructura se articulaba con otra. Cómo lo individual se trenzaba con lo grupal. El sujeto con la estructura. Y también de la paralización de nuestra capacidad de pensar, y de la función de los directivos de una organización y los mandos intermedios. Y se llegó a formular la idea de aparato psíquico en terminología grupal y organizativa. Y finalmente, se pensó sobre la idea de red, lugar en el que se supuso residía el aparato mental de nuestro grupo.

Nuestro grupo se ha ido tejiendo podo a poco. Comenzamos tímidamente, protegidos por los textos que eran una buena excusa para hablar sin vernos desnudos. Y le dábamos vueltas a lo teórico y nos lanzábamos a la piscina de nuestras asociaciones grupales protegidos por estos textos. Y así, nos pusimos a pensar sobre lo que estábamos haciendo. De tal suerte que, casi sin darnos cuenta, fuimos definiendo lo que era eso de «Orientación psicológica», y trabajábamos algunas diferencias con la psicoterapia. Abordamos también aspectos éticos, así como algunos planteamientos teóricos que nos posibilitaban pensar sobre lo que hacíamos y sobre lo que nos pasaba.

Más tarde, vinieron situaciones más vivas, más participativas en las que los textos éramos precisamente nosotros. Nosotros como sujetos y nosotros como grupo. Y esto sucedía paralelamente a la obtención de los primeros resultados de nuestros ejercicios teóricos. Y de que viésemos cómo el profesor evaluaba, nos evaluaba. Y en estos momentos comenzaron a aparecer cosas nuevas. Y empezamos a pasarlo peor. Nos sentimos violentados en nuestra intimidad, cuestionados en aspectos algo íntimos, nuestra intimidad era motivo de atención y esto era mal interpretado. No podíamos diferenciar lo personal de lo íntimo. Nos sentíamos violentados en algunos ejercicios y algunas propuestas. Y aparecía lo lúdico y nos defendíamos de algo que no era «estrictamente académico».

Y aparecieron enfados, actuaciones entre nosotros, reacciones agresivas y agresoras, tonos fuera de partitura, tensiones entre muchos de nosotros incluido el profesor; y todos estos elementos nos hecho sentir algo desnudos, fuera de lo que estábamos acostumbrados. Tensiones de otros lugares (o asignaturas) se desplazaban sobre nuestra aula, etc.

 

Ahora estamos en otro momento. Posiblemente comencemos a recoger algunos de los frutos que esta experiencia democrática nos ha proporcionado. Sólo algunos porque muchos otros los recogeremos años más tarde cuando estemos en otros contextos. Y he dicho experiencia democrática porque esto es lo que precisamente ha sido. Y no una experiencia de laisser-faire, como algunos sugieren. No. No ha sido un «dejar hacer». En esta aula hay normas muy precisas. Una dirección atenta, unos compromisos claros, unas obligaciones determinadas y seguidas por todos. Si hubiese sido ese dejar hacer hubiera resultado peligroso para todos y dañino para muchos. La nuestra ha sido y es una experiencia para adultos. No un juego de niños. Ha consistido en construir un trabajo todos juntos. En el que todos hemos podido participar desde nuestras diferencias y posibilidades. Y esto es precisamente, el cómo entiendo la Orientación Psicológica. Y creo que la mayor parte de nuestras intervenciones como profesionales.

Entiendo que debemos propiciar espacios en el que se va construyendo un pensamiento que facilite una mayor comprensión de las personas involucradas y de las problemáticas que les traen. Tanto individuos como organizaciones. Y esta construcción del pensamiento nos ha permitido comenzar a entender un poco el significado de la psicopatología, tanto individual como organizativa. Creo que hemos podido comenzar a ver que eso que denominamos «enfermedad mental» no es otra cosa que la construcción de una determinada estructura que se manifiesta mediante síntomas y que representa la estructura manifiesta. Y que, por debajo de ella, aparece otra, la latente, formada por una gran cantidad de cosas no dichas, bloqueadas por diversas circunstancias y que al no poder salir, acaba alterando y dañando la estructura manifiesta y las conexiones con otras estructuras; personas u organizaciones.

 

Y para poder abordarlo, debemos darnos tiempo. Poner oído. Escuchar atentamente todos los sonidos, todos los mensajes que dicho organismos emite.

 

Un saludo.

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