Libros que ayudan a pensar
MIGUEL PÉREZ SILVA
Coderch, J. (2010). La práctica de la psicoterapia relacio- nal. El modelo interactivo en el campo del psicoanálisis. Madrid: Ágora Relacional
El presente texto del Dr. Joan Coderch es un soplo de aire fresco den- tro del psicoanálisis, y digo aire fresco porque, como reconoce el propio Coderch en una reciente entrevista (Revista Catalana de Psicoanálisis, vol. XXVIII/1, 2011), en la actualidad el psicoanálisis es percibido como una institución cerrada, alejada de la realidad, con unas actitudes de autosufi- ciencia basadas en la creencia de que quienes lo ejercen son poseedores de una ciencia especial, la ciencia de lo intrapsíquico y que, por lo tanto, no ne- cesita de las demás ciencias y no admite nada que no provenga de la co- munidad psicoanalítica. Eso no quiere decir que en su seno no se produzcan disensiones y que a lo largo de la historia del psicoanálisis hayan sido mu- chos los grupos de analistas que, apartándose de la corriente principal o clá- sica del psicoanálisis, se hayan agrupado en diferentes escuelas u orientaciones. En opinión de Coderch, en la actualidad el psicoanálisis está dividido en dos grandes bloques: por un lado el tradicional, con las escue- las que siguen con la teoría de las pulsiones y las fantasías endógenas, los kleinianos, la psicología del yo, la escuela francesa y los freudianos orto- doxos, y en un segundo bloque estarían la psicología del self, el intersubje- tivismo, la teoría de la interacción, el Grupo de Boston y el psicoanálisis relacional.
El texto es la cristalización del pensamiento del Dr. Coderch, de su evo- lución como analista tanto en la teoría como en la práctica (término que pre- fiere al de técnica) clínica, pasando de la ortodoxia freudiana a situarse dentro de una de las corrientes del psicoanálisis más emergentes en el pen- samiento psicoanalítico actual, el psicoanálisis relacional.
Una de las ideas fundamentales de esta orientación es que, frente a la importancia del conflicto pulsional en la teoría clásica, ahora el énfasis se pone en cómo nuestras tempranas relaciones marcan nuestra manera de vivir, de relacionarnos con los otros y, por tanto, nuestra manera de sufrir emocionalmente y enfermar psicológicamente. Se sustituye lo institintivo
Libros que ayudan a pensar. (2012). Teoría y práctica grupoanalítica, 2(1):200-6 200
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por lo relacional. Lo fundamental es la relación y, por tanto, la interacción está siempre presente en la situación terapéutica, bien a través de la comu- nicación verbal o bien de la no verbal. Esta es, en mi opinión, una idea fun- damental que recorre todo el libro.
En esta línea de superación de la teoría clásica, ya en el prólogo del libro, el Dr. Alejandro Ávila nos señala que “el psicoanálisis contemporá- neo ha dejado atrás ya la metapsicología, con el concepto freudiano de pul- sión y la teoría de la libido, la función de la sexualidad infantil como eje estructurador del desarrollo, la teoría estructural, la centralidad del com- plejo de Edipo en la explicación del conflicto psíquico y la teoría freudiana del género… propuestas que han sido substituidas por la teoría de la sub- jetividad, los principios organizadores inconscientes, la matriz relacional y el conflicto relacional, la teoría de los sistemas motivacionales y la rele- vancia central de lo traumático y deficitario en la configuración y des- arrollo de la subjetividad” (:16-7).
A lo largo de los siete capítulos en los que está estructurado el libro1, el autor, con el rigor y la claridad expositiva a que nos tiene acostumbrados en todas sus obras, analiza las aportaciones de la neurociencia, la influencia que tienen estas aportaciones en la evolución del pensamiento psicoanalítico que van a dar lugar al surgimiento de las diversas escuelas citadas al inicio y que van a posibilitar la transformación del psicoanálisis en un modelo re- lacional. Desde este modelo, el autor analiza los elementos y los agentes te- rapéuticos que intervienen en el proceso psicoanalítico.
El psicoanálisis, nos dice el autor en la introducción, a pesar de las pe- culiares características de terapéutica analítica, debe estar abierto a las apor- taciones de otras ramas del saber y hacer un esfuerzo para integrarlas. El autor nos habla de las aportaciones de las neurociencias, la psicología cog- nitiva, la filosofía del lenguaje, la lingüística, la teoría de la comunicación y la sociología.
El psicoanálisis relacional, en el que se sitúa Coderch, asimila las apor- taciones de estas disciplinas y dedica el primer capítulo del libro, Psicoa- nálisis relacional y neurociencia, a revisar las vinculaciones entre psicoanálisis y neurociencia, y a la necesidad de un diálogo permanente entre las diferentes disciplinas.
1 La revista Online Clínica e Investigación Reacional ha publicado algunos fragmentos de varios capítu- los de esta obra que estamos comentando. Pueden consultarse en Portal de Psicoterapia Relacional
Las principales aportaciones de la neurociencia son, a su juicio: el des- arrollo de la configuración cerebral y el fenómeno de la plasticidad cere- bral; las investigaciones sobre la memoria, el descubrimiento de las neuronas espejo, la validación de la psicoterapia a través de las técnicas de imagen, los estudios sobre el self y la self representación, y los puntos de contacto con la investigación del yo. Las investigaciones en estos campos y los descubrimientos hallados vienen a reforzar los presupuestos teóricos del psicoanálisis relacional mostrando el papel fundamental que las rela- ciones entre los seres humanos tienen para el desarrollo del cerebro humano y para el funcionamiento mental de su actividad.
En el segundo capítulo, Diálogo, interacción y adaptación en el proceso psicoanalítico, el autor nos habla de las leyes básicas que rigen la comuni- cación y el diálogo, protagonistas fundamentales en el proceso terapéutico. Está dividido en tres apartados: diálogo, interacción y adaptación.
Coderch, a la pregunta de cómo tiene que ser el diálogo en el proceso terapéutico, nos dice que ha de ser espontáneo y natural, lejos del forma- lismo académico, un juego del lenguaje. Desde el modelo relacional, el pro- ceso terapéutico no tiene que ser un monólogo del paciente en el que el analista se limita a escuchar y responder sino que debe ser un diálogo en el sentido apuntado.
Uno de los puntos más relevantes, frente a la teoría clásica, es que en el diálogo analítico se produce el encuentro de dos psicologías. El analista aporta continuamente su propia subjetividad en la misma medida que el pa- ciente. Hay una dialéctica constante entre las dos psicologías. El analista neutro, pantalla en blanco, del modelo clásico queda lejos. El diálogo psi- coanalítico sostiene el modelo relacional, es una continua interacción en la que dos personas se comunican, se influyen y condicionan sus respuestas. El analista, sostiene Coderch, deja de ser un observador “objetivo” (las cur- sivas son mías) para ser un partícipe en la construcción y percepción del proceso terapéutico.
Otro aspecto importante frente al modelo clásico, es que la adaptación al modelo relacional, junto a la regulación del afecto, es la motivación bá- sica, y no las pulsiones como propone la teoría clásica.
Al inicio del tercer capítulo, La necesidad del modelo relacional, el autor nos dice que el psicoanálisis, sin dejar de lado la investigación de la mente humana, ha de situar en primer plano su carácter terapéutico. A lo largo del capítulo y partiendo de las obras de autores como H. S. Sullivan, S. Ferenczi y, sobre todo, R. Fairbairn, que han tenido un influencia fun- damental en la creación del modelo relacional del psicoanálisis, Coderch va mostrando las discrepancias entre el modelo relacional y la teoría clá- sica. Así, sitúa el concepto de déficit frente al conflicto intrapsíquico y el modelo pulsional y da por refutada la teoría de las pulsiones con las apor- taciones de la neurociencia.
El concepto de transferencia, desde la perspectiva del psicoanálisis re- lacional, también es revisado por Coderch, siendo para él, más que una re- petición del pasado, una manera de organizar el presente y dotarlo de sentido.
Cabría pensar si todas estas diferencias del modelo relacional respecto de la teoría clásica no suponen una ruptura total. Coderch nos dice que no, que el modelo relacional es heredero de la técnica de Freud porque el psi- quiatra vienés escribía lo que mejor le parecía para el prestigio científico del psicoanálisis, pero su comportamiento con los pacientes difería bastante de sus propios consejos y su práctica analítica estaba más próxima a algu- nos presupuestos del modelo relacional que a la ortodoxia mantenida por sus seguidores.
Coderch describe todas las características diferenciales del psicoanáli- sis relacional y la aplicación a la clínica. Algunas de las aportaciones de este modelo, en mi opinión, están muy próximas al grupoanálisis. Foulkes tam- bién propuso una visión revolucionaria de la teoría psicoanalítica clásica. El modelo relacional habla del abandono de la mente aislada, de las subjetivi- dades del paciente y del analista y Foulkes “nos propone la supresión de la dicotomía entre individuo y sociedad, para que sea pensado como una ma- triz en interrelación dinámica con procesos multipersonales, multiindivi- duales” (Sunyer, 2008:245). “[…] la mente sería más una creación continúa a partir de las relaciones que estamos estableciendo permanentemente que un componente estático, unipersonal” (Íbidem) en la posición del conduc- tor, ya que el grupoanálisis es una forma de psicoterapia por el grupo, del grupo incluyendo a su conductor.
La creación el espacio terapéutico y la autoridad del psicoanalista son los contenidos del siguiente capítulo. Coderch se va ocupando de diferen- tes elementos: el número de sesiones, el encuadre, la utilización del diván, la autoridad del analista y la procedencia de esa autoridad que, en opinión del autor, emana de “las cualidades de modestia, flexibilidad, sensibilidad, apertura a los múltiples significados de la experiencia, la disponibilidad para aceptar los puntos de vista del paciente y el planteamiento de una relación igualitaria” (:157).
El quinto capítulo es intenso ya que aborda algunas de las reglas clási- cas del psicoanálisis: el anonimato, la abstinencia y la neutralidad del analista como participante observador. Teniendo en cuenta lo expresado en la interacción, el objeto de análisis es la relación paciente-analista como en- cuentro de dos subjetividades que mutuamente se influyen y cómo, a la luz de lo expuesto, quedan estos principios terapéuticos que rigen el proceso terapéutico.
Estas reglas, que en su origen eran flexibles y moderadas, según hemos visto en el capítulo anterior cuando se dice que el modelo relacional es he- redero de la técnica de Freud, se han convertido en rígidas e inamovibles y cada vez que son abordadas despiertan la susceptibilidad de la ortodoxia freudiana. La posición de Coderch está claramente alejada del comporta- miento frío, distante, anónimo y apartado de todas las expresiones de afecto y simpatía, que por otra parte provoca tantas fantasías como cualquier otro.
En relación a la abstinencia, es decir, a la ausencia de cualquier gratifi- cación que pudiera obtener el paciente de su relación con el analista, Co- derch recoge el pensamiento de Winnicott y lo llama “la sintonización de dos mentes”. Afirma que la vivencia del analista como alguien que propor- ciona un entorno acogedor es gratificante para el paciente.
La posición clásica sobre la neutralidad como reserva y distancia ana- lítica le aparece al autor una ingenuidad, ya que lleva al analista a inhibirse de todo, intentando que el paciente no pueda leer entre líneas lo que el te- rapeuta piensa u opina (p. 183). Esta posición del analista como una panta- lla en blanco es, en opinión de Coderch, una teoría del desarrollo ya superada.
Para el modelo relacional, el analista es una persona profundamente im- plicada con el paciente y con el proceso psicoanalítico. No existe neutrali- dad en las relaciones humanas.
Tres cuestiones esenciales de la práctica relacional: Enactment, auto- rrevelación y metas del psicoanálisis, son analizadas en el capítulo sexto.
En realidad, estos tres conceptos están enlazados con los tratados en el capítulo anterior. Las aportaciones de las diversas disciplinas apuntadas en el primer capítulo, así como los trabajos fruto de las experiencias acumula- das de muchos psicoanalistas, nos muestran que hoy en día no puede soste- nerse la idea de la ausencia de interacción entre paciente y analista. El concepto de enactament viene a recoger todas estas aportaciones y da ar- gumentos a los analistas relacionales para ver aceptadas sus tesis.
La revelación y autorrevelación, como hemos apuntando anteriormente, está entrelazada con todo lo abordado sobre la abstinencia, la neutralidad y la observación participante. Nos describe Coderch la ingente cantidad de trabajos que en la actualidad se han ocupado del tema, así como los autores que no están a favor de la revelación y los que sí se muestran favorables.
Coderch nos dice que se ha de distinguir entre revelación y lo que es una autorrevelación. Confiesa que no es muy partidario de la autorrevelación, utilizándola en contadas ocasiones y tan solo cuando le puede ser útil al pa- ciente y pueda entenderse a través del efecto que provoca en él.
La posición de Coderch en relación a las metas del psicoanálisis, en- tendiendo por metas “aquello que se aspira a lograr con el análisis, en el sentido de cambios y modificaciones en la mente del paciente”, es clara. Es y debe ser terapéutica (p. 236). Los resultados serían lo observable, aquello que el paciente puede observar y, por ende, los cambios que puede detectar en su relación con el entorno. Los procesos son los diferentes medios que emplean las diferentes escuelas a lo largo del tratamiento.
Concluye este capítulo poniendo énfasis en lo que viene reiterándose a lo largo de los anteriores: que “la interacción y la relación son los medios esenciales en los que se basa la práctica del modelo relacional” y que “toda interpretación es un acto relacional y toda relación se sostiene sobre la mutua interpretación entre paciente y terapeuta” (:237).
En el último capítulo, La relación paciente-analista como agente tera- péutico, se recapitula y se ordena toda la información que se ha tratado an- teriormente. Es el capítulo que contiene más ilustraciones clínicas y podemos deducir, a través de ellas, cómo trabaja el autor desde el modelo relacional.
Se resalta la importancia de aquellos que han contribuido a poner de relieve el significado terapéutico de la relación: la psicología del self (Kohut), el intersubjetivismo (Stolorow y colaboradores), la teoría de la interacción (Miller y Dorpat), el Grupo de Boston (Stern, Lyons-Ruth y otros) y el psicoanálisis relacional (Mitchell). Para Coderch, el psicoanáli- sis relacional es, dentro de todos estos movimientos, aquel que “ofrece una perspectiva más amplia dentro de la que pueden incluirse las otras orienta- ciones sin perder sus rasgos peculiares” (:240). Así, sea cual sea la escuela o modelo, si concede importancia a la interacción, a la influencia entre pa- ciente y terapeuta y contempla la relación como agente terapéutico, puede acogerse bajo el nombre de psicoanálisis relacional.
Coderch se reafirma en la importancia de la relación en el proceso te- rapéutico ya que, por sí misma, constituye una fuerza suficiente para pro- ducir modificaciones psíquicas. La personalidad del terapeuta es fundamental porque, para que se produzcan estas modificaciones, el tera- peuta debe ser percibido como objeto bueno, un objeto bueno con unas de terminadas formas de funcionamiento mental, que Coderch describe a lo largo del capítulo.
Se pregunta Coderch qué es lo que hace que un analista sea un objeto bueno y la respuesta es que ha de ser “un analista sencillo, que se comporta dentro de los parámetros habituales en el seno de cada contexto sociocultu- ral, y no distante sino muy al alcance del paciente” (:251).
Las ilustraciones clínicas nos van mostrando cada uno de estos aspec- tos que conforman al analista como objeto bueno. Desde el psicoanálisis re- lacional se entiende que en la naturaleza humana viene inscrita esa necesidad de dar y recibir amor, de unas necesidades afectivas que deben ser satisfechas, y eso es lo que se percibe leyendo cada una de las ilustraciones clínicas del autor. Un verdadero compromiso con todo aquel que sufre y que podemos ver en aquellos autores que Coderch reconoce como sus refe- rentes y también en la forma de trabajar del autor de este espléndido texto, de gran utilidad para psicoterapeutas y psicoanalistas.
En suma y para terminar, es un libro rico, estimulante, que nos ayuda a pensar y a revisar nuestra práctica clínica, ya sea la individual o la grupal, ya que el grupoanálisis es una forma de psicoterapia abierta a incorporar aquellas aportaciones que puedan enriquecer la comprensión del ser humano.