LA FUNCIÓN TEORIZANTE

Función teorizante.

 

Ya vimos el día pasado unas cuantas cosas respecto al concepto de grupo, a la etimología de la palabra y, en el escrito que os proporcioné, también hice hincapié en las cinco funciones que a mi entender enmarcan nuestro trabajo grupal. Quisiera centrarme en la quinta, la teorizante, ya que es la que nos va a permitir una determinada lectura de los procesos y fenómenos que se dan en eso que llamamos grupo. Esa teorización hunde sus raíces en terrenos en cuya composición encontramos al menos tres ingredientes básicos:

 

a) Ingredientes provenientes de la psicología de la forma y en particular la escuela de Frankfurt.

 

Voy a comenzar por la percepción. La podemos considerar como Pinillos (1978) la aprehensión de la realidad a través de los sentidos (:153). Se trata de un proceso sensocognitivo en el que las cosas se hacen manifiestas como tales en un acto de experiencia (:153). No se trata de un proceso pasivo, una captación meramente de la figura que es captada por los sentidos sino que exige un cierto saber acerca de las cosas percibidas y sus relaciones. Es decir, la percepción es la unidad psicológica básica del conocimiento sensible (:153), que proviene de lo que sería un análisis sensorial de la realidad y que culmina, a nivel de experiencia, en una unidad perceptiva que manifiesta al sujeto algo diferente de un mosaico de impresiones sensoriales inconexas (:153). Me ha parecido importante esta entrada ya que clarificar y subrayar la importancia de ese proceso nos va a permitir comprender algo que va más allá de la mera suma de elementos o de relaciones que se dan en el seno del grupo.

 

El proceso perceptivo se inicia a partir del contacto con la realidad tanto exterior como interior gracias a la atención. Todos sabemos que constantemente estamos sometidos a miles de estímulos. De hecho, si realizamos el ejercicio de prestar atención a uno de los sentidos, el auditivo, por ejemplo, y durante un espacio de tiempo determinado prestamos atención a todos los estímulos que recogen nuestros oídos, constatamos la cantidad de sonidos procedentes tanto de lo que podemos llamar mundo externo como del interno. Dado que no podemos estar atentos a todos ellos, realizamos una selección de los mismos, centramos nuestra atención en unos cuantos que serán a los que atenderemos, es decir, a los que tenderemos. De ahí viene la palabra atención, del latín tendere ad, tender hacia. Eso hace que lo que percibimos dependa de aquello a lo que atendemos, es decir, de aquellos estímulos a los que prestamos atención. En este punto juega un papel importante no sólo nuestra disposición o predisposición a recibir un determinado estímulo sino a las consecuencias de determinados factores intrínsecos o subjetivos entre los que las expectativas juegan un papel primordial.

 

No es aquí el lugar para hacer un desarrollo profundo de todo lo que acompaña a la noción de la atención sino sólo para ir introduciéndonos en este mundo que posiblemente sea bastante más apasionante de lo que mis conocimientos me permiten visualizar. Sí, empero, creo que es necesario recordar los cinco atributos básicos de la atención:

 

1. La actividad: es decir, la atención no es una forma pasiva de recepción de estímulos, sino una actividad alertadora del sistema nervioso por el que nos abrimos al conocimiento sensible e incrementa los niveles de vigilancia. Trasladado a nuestra actividad grupal, la atención es una forma activa de captación de los estímulos que proviene del objeto que miramos. En función de lo que miremos veremos unas cosas u otras.

 

2. La amplitud: nuestra capacidad informativa es limitada lo que nos lleva a considerar la cantidad de información a la que somos capaces de atender. Dadas nuestras limitaciones esta característica nos informa acerca de un determinado campo en el que sí percibimos y otras áreas del campo que no percibiremos.

 

3. La selectividad: es casi una consecuencia de la anterior propiedad. Esa limitación que tenemos nos obliga a seleccionar los estímulos mediante prioridades rigurosas. Esto significa que en base a una serie de valoraciones percibiremos unas y no otras cosas en base a la importancia que le demos.

 

4. La organización: para conseguir una mayor información tendemos a organizar los estímulos de forma que queden integrados en una Gestalten, es decir, en una configuración prioritaria en la que la figura resalta sobre el fondo. Es la actividad por la que resaltamos unas y no otras características del objeto de nuestra atención con el fin de organizar esa información de una determinada y personal manera organizativa.

 

5. La Directividad: que es una nota por la que la sensibilidad adquiere una intencionalidad primaria. Dadas las características anteriores y sobre ellas prima una intencionalidad personal primaria que es la que acaba de determinar la organización, la selectividad y otros aspectos de la percepción.

 

Tras estas consideraciones acerca de la atención, vayamos hacia la comprensión del fenómeno perceptivo que, como hemos señalado anteriormente la unidad psicológica básica del conocimiento sensible.

 

Un primer punto es considerar que existen estímulos que proceden de la realidad (externa, interna) que a su vez la definen y que precisan de un organismo sintiente que los detecte. Estos estímulos que proceden de esa realidad no se muestran de forma inconexa sino que muestran una determinada organización, una Gestalt. Es decir, los estímulos vienen organizados de forma temporoespacial que hace que sean percibidos con una duración y una distribución espacial determinada. Y es cierto que estos estímulos pueden activar diversos sentidos, diversos puntos a través de los que apercibimos lo que nos rodea; sin embargo los estímulos en sí no informan sino que tal información proviene de cómo procesamos la información que los estímulos nos estimulan. Dicho de otra forma, quien siente es el sujeto, no el sentido y menos el objeto que hace sentir. Y eso que siente es diferente al sentir: el sujeto siente las cosas, los procesos y su propia interacción con ellos. Ello nos lleva con Pinillos a decir que el proceso de la estimulación no se completa perceptualmente hasta que las señales nerviosas son descodificadas por el córtex y originan la correspondiente vivencia, esto es, hasta que el sujeto, ve, oye o siente de alguna manera el objeto o proceso originador de las señales (:174). Este componente es importante ya que coloca la experiencia perceptiva en el centro de los procesos mediante los que nos vamos haciendo al mundo en el que estamos.

 

Es decir, lo percibido es en realidad una respuesta con una entidad psicológica igual o mayor a la respuesta muscular que pueda generar. Dicho de otro modo, el acto perceptivo culmina en la experiencia cognoscitiva sin la que nuestra conducta es absolutamente inviable. En esta respuesta cognoscitiva van asociados los procesos afectivos inherentes al acto cognisciente y, lógicamente, al comportamiento relacional mediante el que el sujeto está vinculado al mundo en el que vive. Ello nos lleva a dos aspectos del acto perceptivo: el de la organización figuracional y al propio proceso del percibir.

 

En el primer punto cobran su importancia los psicólogos de la forma (Escuela de Frankfurt) quienes demostraron con claridad que la percepción es una experiencia organizada. Es decir, que no se perciben elementos de forma parcial de manera que la suma de ellos constituye la experiencia perceptiva sino que ésta se organiza de forma global en la que el todo es más que la suma de las partes. Esta idea viene acompañada por las numerosas experiencias conocidas por todos nosotros en las que diversos puntos o líneas adquieren en su conjunto una entidad diferente al ser percibido que hacen que lo que se ve vaya más allá de la suma de los componentes individuales. Por ejemplo

 

Como podemos ver, en la percepción de todas y cada una de estas imágenes, tenemos tendencia a subrayar unos aspectos u otros, a agrupar unas líneas y no otras, etc., en base a procesos perceptivos que agrupan y destacan determinadas figuras respecto a un fondo. Junto a la organización que se da de forma automática hablamos del flujo o corriente de conciencia. Si trasladamos esta consideración a nuestra práctica profesional podremos entender que en el acto de percepción de un miembro del grupo o de cualquier otro elemento, lo que hacemos es organizar lo percibido en base a una serie de parámetros cuya directriz viene determinada por nuestros propios intereses y formación. Esta percepción es diferente para cada uno de los que percibimos ese mismo objeto por lo que la interpretación que individualmente realizamos de los hechos viene determinada por esos aspectos perceptivos.

 

Vayamos al flujo. Por tal concepto se subraya que junto al campo organizado que hemos visto en líneas anteriores, la experiencia perceptiva se nos manifiesta como un devenir incesante, es decir, a modo de flujo continuo. Este flujo, cambiante a lo largo del tiempo, no presenta fisuras, rupturas, sino que (y aún habiéndolas en determinados momentos de patología) siempre acaba primando una conciencia de unidad temporal perceptiva. Pero en este fluir también hay que incluir nuestro propio devenir, nuestras propias modificaciones que son producto de nuestro propio fluir. Esto me parece importante por cuanto que queda subrayada la continuidad de la vida psíquica tanto del paciente como la nuestra propia. Si trasladásemos esto a lo que estamos estudiando, la percepción de los elementos es cambiante y siempre viene condicionada por las experiencias previas que dicho objeto u otros semejantes han ido aportándonos. Dado que en este fluir fluimos, la comprensión dinámica de los hechos deviene un pilar fundamental en el momento de comprender no sólo lo que percibimos del otro sino de nuestra propia percepción.

 

Podría seguir caminando por este sendero, pero posiblemente deba contestar a una pregunta que sin duda está en la mente de muchos de vosotros: ¿y todo esto a qué viene si lo que estamos es hablando de lo grupal?

 

Las aportaciones de la psicología de la percepción nos conducen a entender que la forma cómo un sujeto ha ido organizando su experiencia vital viene condicionada y determinada por la forma cómo el contexto en el que uno está instalado propicia una y no otra organización perceptiva. Los elementos afectivos que provienen de las experiencias relacionales con los miembros del grupo familiar, por ejemplo, son determinantes en la organización cognoscitiva de la experiencia vital de forma que heredamos una particular manera de procesar basada en las formas de procesamiento con las que los miembros del grupo familiar procesan ellos también los estímulos que reciben de las relaciones entre ellos y con el mundo. Dicho de otra forma, si bien es cierto que cada uno de nosotros posee y ha acabado formando una particular manera de organizar la percepción de los numerosos estímulos entre los que vive, esa particular organización no es independiente de las formas que tienen las personas de las que ha dependido y depende, estableciéndose de esta forma una cierta continuidad entre las secuencias organizativas de lo que perciben y percibo.

 

b) Elementos provenientes de la sociología figuracional: Norbert Elias

 

No recuerdo si comenté o no que la escuela de Frankfurt mantenía contacto intenso con el Departamento de Sociología de la Universidad de dicha ciudad puesto que, entre otras cosas, compartían espacios. Eso hizo que las relaciones entre figuras como Mannheim, Adorno, Horkheimer, Pollock, Fromm y Löwenthal fuesen muy ricas y favoreció que Norbert Elias, un sociólogo que estudió con profundidad el pensamiento de Marx, Simmer y Weber, estableciera con dichos compañeros de área una importante relación que le posibilitó una lectura diferente de lo que es el hecho social. Es decir, Elias es un rupturista de las corrientes al uso (al uso incluso hoy en día). Creo que podemos afirmar que su planteamiento es ver la humanidad como un todo, como un objeto que a lo largo de los siglos ha ido configurándose de formas diversas. Es así como aborda su principal obra, el proceso de la civilización. En ella estudia la forma cómo nos hemos ido configurando como humanos. Esto, y lo adelanto ya, supone una concepción muy rica: no sólo la humanidad es un objeto de estudio en movimiento, evolución y transformación constantes, sino que también los individuos que la constituyen. Y, dado que existe una relación dinámica entre el todo y las partes, entre la figura y el fondo, comienza a poner el acento en el estudio del proceso de aprendizaje de la humanidad y no en el de una persona en concreto. Es decir, toma en consideración el flujo del proceso perceptivo y cómo a lo largo de los siglos, la humanidad va evolucionando de forma que lo que hoy podemos decir de nosotros tenga una relación directa con lo que a lo largo del proceso civilizatorio se ha ido labrando: somos expresión de la propia evolución de la especie humana en un proceso continuo que se inició en un momento dado y que no parece tener fin. Por ejemplo, cuando el hombre occidental “inventa” el orinal, éste es un objeto preciado que se coloca en la sala para exhibirlo. Y esto no hace muchos años, el primer tercio del siglo XVIII. Esto nos puede sorprender a quienes estamos habituados a ir al cuarto de baño, pero a poco que pensemos y averigüemos descubriremos que no hace muchos años (e incluso hoy en día) no era raro que en la mesita de noche hubiera el orinal de turno. ¿Y qué hacían los ciudadanos antes? Orinar en el suelo de sus propias casas. A lo sumo, levantando la trampilla que daba al estercolero que se situaba en los bajos de la vivienda (¡y esto era un gran avance!). ¿Que nos dice eso? Que el proceso civilizatorio aquel mediante el cual los humanos vamos dotándonos de normas tanto de higiene como de convivencia, es un proceso lento que se va instalando poco a poco. Lo mismo pasa con los saberes, con las normas morales, las costumbres y, cómo no, la percepción de los fenómenos que nos rodean.

 

Posiblemente una de las ideas que nos sean más útiles sea la de interdependencia. SI los humanos dejamos de considerarnos como individuos y nos pensamos como miembros de un colectivo descubrimos que entre todos existen unos lazos que determinan o pautan formas de interdependencia, es decir, dependencia mutua. Nunca nada de lo que hace nadie es independiente de lo que el otro hace o deja de hacer. Cada punto de ese conjunto de puntos que representaría la humanidad está relacionado con los demás de forma que quedan establecidos unos lazos de interdependencia. Figura y fondo comienzan a tener presencia en la visión de la humanidad desde esta perspectiva.

 

La idea de la interdependencia llevada a su extremo, es decir, vista desde la radicalidad que conlleva, nos plantea la modificación inmediata de nuestra concepción del ser humano. Si desde el Renacimiento hasta nuestros días la visión principal giraba en torno a la idea de la individualidad y la importancia del desarrollo de la persona, la propuesta de Elias nos conduce a considerar al ser humano no como un Homo Clausus, sino un Homines Aperti. Nótese el singular y lo plural de dichos vocablos. En efecto, la idea del ser humano como algo que no queda aislado y encerrado en su propia piel sino como alguien en contacto y conexión con los demás nos abre perspectivas muy novedosas en la concepción del grupo, que es en el fondo, el punto de interés de este escrito. Visualizarnos, percibirnos como seres en constante interacción con los demás, con las diversas configuraciones de los demás, y estableciéndose entre nosotros líneas de interdependencia nos conduce a considerar el grupo, sus integrantes y lo que ahí sucede como algo que va más allá de lo que individualmente podemos ver.

 

La idea procesual, la idea de que somos algo que venimos de lejos y que nuestras aportaciones son en realidad la expresión de lo que ese grupo social, la humanidad, va posibilitando, nos permite considerar hasta qué punto los procesos patogénicos y patológicos van más allá de la visión individualizada a la que estamos habituados y cuánto de ello habrá que son la expresión de procesos que se iniciaron tiempo atrás y de los que somos parte de su expresión. Sin embargo, la visión no tiene la pinta fatalista que ello parece concebirle ya que en realidad ello también se articularía con otra idea que aporta Elias: el poder. En efecto, el poder, entendido como la manifestación humana de lo que se cuece en las interdependencias, posiblemente esté en la base de muchas de las conductas; independientemente de que éstas sean patogénicas o no. El poder entendido como la expresión psíquica de lo que en física es la gravedad, o las fuerzas centrífugas o centrípetas: la fuerza que un cuerpo ejerce sobre otro y el otro sobre uno.

 

Como podemos ir viendo, la complejidad de todo este campo en el que desde los trabajos de la escuela de Frankfurt hasta las aportaciones de Elias van tejiendo una urdimbre que compromete y condiciona nuestra visión de lo grupal. Sin embargo, antes de entrar en quien es el personaje central de esta función teorizante, no quisiera dejar de mencionar a Kurt Goldstein. Este médico nacido en Kattowicz, ciudad de la antigua Prusia, inició sus estudios en Breslau pero al poco se muda para seguirlos en Heidelberg. En 1903 se traslada a Frankfurt lo que le permite estar en contacto con la Escuela de Frankfurt de la que ya hemos hablado. Goldstein destaca por su noción del organismo humano como una unidad en constante contacto con todo lo que le rodea. Sobre todo destaca por su oposición a considerarlo como la suma de partes. Os transcribo un fragmento suyo que nos aporta Pintos un órgano particular no es un sistema dotado de funciones particulares,[sino que] es únicamente una parte artificialmente extraída del todo del organismo y sobre la que estudiamos las operaciones del organismo (1934:5) (2010:10). Como vamos viendo van apareciendo voces que claman y reclaman por una visión más unitaria y global, considerando que figura y fondo son parte de una misma unidad perceptiva y por lo tanto, todo lo que nos sucede a las personas no puede ser comprendido sino es en relación a una totalidad de factores que son los que nos constituyen como a tales personas. Y en esta idea de pensamiento aparece también la figura de Foulkes, Fuchs en la época de la Escuela de Frankfurt.

 

c) El psicoanálsis.

 

S.H. Foulkes constituye otro pilar de nuestra conceptualización grupal, sin embargo no podemos estudiar a Foulkes sin hacer referencia a su pilar fundamental: el psicoanálisis. De Foulkes tenéis una importante biografía publicada en Teoría y práctica grupoanalítica que os recomendamos. En ella se ve cómo en su desarrollo profesional la práctica psicoanalítica constituyó un eje fundamental en su pensamiento; al menos en los inicios de su pensamiento grupal.

 

No es este el lugar para hacer una descripción de la teoría psicoanalítica ya que todos tenéis acceso a numerosa bibliografía con la que podéis obtener una idea mucha más clara y de forma bastante más fiel a la obra de Freud. A modo de gruesos brochazos podemos decir que:

 

1. Es un desarrollo teórico muy profundo y elaborado de eso que se viene denominando aparato psíquico. Su iniciador fue Freud y a partir de él se han venido realizando no sólo profundizaciones de sus propuestas sino que también han ido apareciendo corrientes que en unos casos se apartan de la teoría central y en otros tratan de complementarla. Ahora bien, ¿es realmente el estudio de un “aparato” o en realidad supone un sistema que nos permite pensar sobre nosotros mismos, sobre el ser humano en general? En mi opinión se trata de eso último. Quienes quieren ver en la teoría psicoanalítica un sistema organizado y cerrado de elementos que permiten describir al ser humano topan con la realidad de mismo sistema que pretenden ver: el psicoanálisis no es una religión ni es un sistema científico al uso sino que nos sirve para describir el “organismo humano”. Es un marco de referencia que nos posibilita pensar sobre lo humano del ser humano, nos abre la posibilidad de acercarnos un poco a la comprensión del vivir y del sufrimiento subsiguiente.

 

2. En la descripción de ese “aparato psíquico” que en cierto modo aparece, hay tres acercamientos progresivos de lo que se denominan las “tópicas”, es decir, esquemas de lo que podría ser el territorio psíquico a partir de los que podemos “pensar lo humano” . La primera es la más conocida y señala la existencia del inconsciente. Es decir, consciente e inconsciente serían los dos grandes territorios de la mente humana, incluso concediéndole un tercer espacio, el preconsciente, que sería una zona intermedia entre uno y otro. Quizás debiéramos ser más explícitos y decir que describe lo consciente de lo inconsciente humano. Es decir, el hombre es un ser que asoma de un océano de elementos desconocidos para él y que constituyen eso llamado inconsciente. En ese asomarse, la parte que puede ver es la que llamamos consciente y que es una zona gobernada en cierto modo por lo que llamamos la razón, la voluntad, la inteligencia…, es decir aquellos aspectos de los que tenemos clara consciencia, claro conocimiento. Lo demás, el inmenso océano que supone la esencia humana, es desconocido, es inconsciente. La segunda tópica es también conocida y, sin descartar la anterior e incluso potenciándola, divide esa mente humana, esa psique, en tres zonas, la del Yo (que es quien rige algo de los comportamientos y decisiones más o menos racionales, se sostiene en la memoria y en la percepción consciente, y desarrolla patrones de conducta, patrones cognitivos…), la del Ello (que es el representante más claro de lo que podríamos llamar de forma amplia y generalizada, aspectos instintivos, aspectos vinculados con la naturaleza biológica o cósmica…) y el Superyó (que es representante más evidente de los contenidos normativos de lo social). Pero esa segunda tópica no habría que entenderla como si de tres componentes objetivables se tratare. Son sencillamente tres regiones del inconsciente de las que conocemos algunas zonas (por esto podemos deducir su “composición”). Y lo que sería la tercera tópica que no es de Freud sino de Lacan quien propone una visión complementaria, la de lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real, entendidas también como “zonas” de esa cosa denominada psique.

 

3. La estructura edípica. Es un aspecto a mi modo de ver central en cuanto representa el pasaje que va a posibilitar el acceso a lo simbólico. Cierto que nos podemos instalar en la conceptualización popular y casi anecdótica en torno al mito de Edipo y frente al que hay que elevar la contrarréplica del complejo de Electra. No creo que vaya por ahí. Lo que se narra a través del mito griego es el dramático pasaje por el que el hombre se convierte en sujeto: sujeto deseante, sujeto pensante, sujeto responsable de su propio destino. Lo que sucede mediante el pasaje edípico es, en mi opinión, que el individuo adquiere estructura como sujeto. Es el pasaje de la zona caótica y desordenada a la estructura que da acceso al orden psíquico. ¿Y cómo sucede eso? Porque a través de ese pasaje los humanos topamos con dos ejes clave en el proceso civilizatorio: la prohibición del incesto (esto es, no retornarás al vientre materno) y la culpa por el “asesinato del padre”. Ese no retorno al vientre materno nos lleva a concebir la emancipación, a “salir del nido”, que es el destino de todo ser humano. La culpa conlleva la responsabilidad de nuestros actos al tiempo que queda inscrito la rebelión contra la autoridad. Junto a este elemento articulador, Klein, que fue otra de las grandes impulsoras del psicoanálisis, plantea lo que sucede antes de ese pasaje: aquí emerge la imagen persecutoria en la figura materna que se convierte, al mismo tiempo, en el eje principal del desarrollo afectivo. Es Melanie Klein quien introduce la idea de “relación de objeto”, en todo un desarrollo conceptual que nos permite ir comprendiendo la formación del yo y de las instancias que le acompañan. Tenemos pues dos alternativas, la visión más castigadora y castrante en la figura paterna, y la persecutoria y reconciliadora en la figura materna. La primera posición la ocupan los denominados freudianos, mientras que la segunda lo harán los kleinianos. Por su parte Kohut plantea otro aspecto del desarrollo psíquico: la formación del self como respuesta a la carencia formativa de todo ser, y es en este punto, en el de la necesidad del establecimiento del Yo como eje fortalecido a través de la relación como aparece lo que se denominará la psicología del self.

 

4. Eros y tanatos. Son como dos polos energéticos si bien en ocasiones se indica que uno aparece cuando el otro no está. En cualquier caso esos dos polos articulan algo que guarda relación con el “empuje que lleva a un organismo a buscar una determinada satisfacción, o a satisfacer una determinada necesidad”. A ese empuje se le llama pulsión y en realidad obedecería a algo que de tener origen orgánico acaba teniendo un componente psíquico. El primero, el eros, busca el desarrollo, la creatividad, el crecimiento y el contacto con los demás seres en tanto que el segundo parece que iría en dirección opuesta; lo cual no es cierto del todo porque en algunas ocasiones el primero puede tener connotación destructiva y el segundo carácter constructivo. Pero en cualquier caso estamos hablando de la idea de cargas energéticas que nos conducen a actuar de una determinada forma. Eso lleva en parte a considerar la necesidad de posibilitar tal descarga energética o no. En algunos momentos del desarrollo de la teoría e incluso práctica psicoanalítica se ha puesto acento a la facilitación de tales descargas. En parte porque se ha considerado que parte de los traumas o déficits que aparecen en algunos desarrollos patológicos parecen tener que ver con la inhibición en la expresión o salida de tales impulsos, por ejemplo, el sexual. Lo que llevó a una primera consideración en la que el hombre era un ser en busca de la satisfacción instintiva para luego pasar a otra consideración que era la búsqueda de la relación con el otro. Algo así como si hubiera un monto de energía a liberar por lo que el objetivo debiera ser su vaciado. Claro, si esto lo ponemos en el terreno de la sexualidad (entendida no como algo vital y genérico sino como algo concreto y genitalizado) la idea de la seducción, del seductor y seducido está servida. Pero el tiempo ayudó a ver que no se precisa tal situación real ya que basta la presencia de intensas fantasías al respecto como para que el sujeto se sienta traumatizado por ello. ¿Pasará lo mismo con lo tanático?

 

5. Ansiedad y mecanismos de defensa. Evidentemente el concepto de ansiedad tiene muchos matices lo que contribuye a que la interpretación de la misma sea muy variada e incluso contradictoria. Aquí no hablamos de la ansiedad en el sentido clínico sino en el de la tensión que todo organismo siente frente a toda aquella situación a la que tiene que hacer frente y adecuarse. Eso significa que el hombre es un ser que con mayor frecuencia de la que nos hacemos cargo percibe niveles de ansiedad que no siempre cataloga como tal ya que el mismo hecho de vivir conlleva esa misma carga. En general podríamos decir, saliéndonos un poco del ámbito psicoanalítico de Freud, que cinco son las respuestas que la humanidad tiene frente a esa ansiedad. La más común y por ende la que es considerada casi como inexistente y desde luego alejada del concepto de patología, es aquella por la que las incomodidades y tensiones del vivir las barremos de un plumazo considerándolas como situaciones normales. Eso significa que no les damos valor y aplicamos medidas “terapéuticas” corrientes: si el niño es hipercinético lo llevamos a hacer deporte, si ando tenso me voy al acupuntor o me voy al cine, de copas o de ligoteo, si la tensión familiar no la resisto me pongo a trabajar hasta las cejas, o ¡me tomo una medicación y listo!… Es decir, de forma legítima tratamos de capear las tensiones diarias sin pensar que esas mismas tensiones nos están generando niveles de ansiedad. AL ser la mayoría de la población nadie considera que ahí haya nada que mirar, nada que pensar, nada que hacer. Un segundo grupo lo constituimos aquellos a los que esas mismas ansiedades tratamos de encararlas de alguna manera. Esa manera de hacerles frente en la que nos empeñamos desembocan en lo que clásicamente se consideran cuadros neuróticos o psicóticos: todos ellos son formas en las que los individuos tratamos de resolver algo con mayor o menor acierto. Un tercer grupo resolvería tales ansiedades desplazándolas al terreno corporal dando lugar a todo el abanico de enfermedades del organismo y que incluyen las que habitualmente denominamos somatizaciones. Pero a cuya lista habría que añadir numerosos cuadros clínicos de diversa nosología y que aparentemente están totalmente alejados de la consideración psicosomática: cánceres, alergias, trastornos gástricos, hepáticos, respiratorios… en todos estos casos el cuerpo habla, expresa un dolor que siempre acaba pudiéndose vincular con momentos o períodos de sufrimiento psíquico importantes. Un cuarto grupo lo tenemos en aquellas personas que para paliar el nivel de ansiedad que sienten desplazan la forma de encararla a sus estructuras de la personalidad resultando patologías que están también clasificadas como trastornos psiquiátricos. Y finalmente aparece un quinto grupo cuyos niveles de ansiedad les ha llevado a corporeizar dicho sufrimiento y su combate se desplaza a la actividad deportiva, laboral… Pues bien, estos cinco grupos en realidad son expresiones de la lucha del individuo para amortiguar de alguna forma grados diversos de ansiedad. Y todos ellos manejan mecanismos psíquicos de atenuación de esa tensión y que son los denominados mecanismos de defensa. Esos mecanismos de los que ya habrá momento de abordar, son medidas que utiliza el hombre desde que es cachorro hasta su último momento de la existencia para paliar el sufrimiento que proviene del contacto con el otro, con lo que le rodea y consigo mismo.

 

6. Transferencia y contratransferencia. Es otro de los ejes fundamentales de la teorización psicoanalítica y fácilmente se le suele confundir con un mero cuadro de comportamiento cuando en realidad es, al menos desde mi propia concepción, un complejo sistema de relación en el que el aquí y ahora se confunde con el allí y entonces. En síntesis la transferencia consiste en trasladar la estructura relacional y, por lo tanto, imaginaria y simbólica que en su momento se desarrolló con personas significativas al aquí y ahora de la relación con personas o situaciones que son significativas también. En esta transferencia, en este pasar del allí y entonces al aquí y ahora, las personas con las que nos relacionamos se ven compelidas a actuar de la forma y manera que aquellas personas actuaron con nosotros lo que provoca una reacción a la que se le denomina contratransferencia.

 

Pinillos, J.L. (1978). Principios de psicología. Madrid: Alianza Universidad

Pintos, Mª L. (2010). Kurt Goldstein: Nuevas bases para una nueva neuropsiquiatría. Teoría y práctica grupoanalítica. 1(0):9-30

Sunyer, J.M. (2010). Autores de referencia: S.H. Fuchs. Teoría y práctica grupoanalítica. 1(0)159-65

Los textos que aparecen en este apartado son los utilizados por los alumnos del Máster de grupos y tienen marcado acento grupoanalítico.