EL GRUPO SEMINARIO I

Reflexiones en torno a un espacio singular: el grupo seminario. (Primera parte)
Dr. Sunyer.
Junio 2001

 

Introducción.

 

A raíz del habitual especio de reflexión que se realiza en la Facultad al acabar cada año académico, he tenido la oportunidad de ponerme a pensar sobre un espacio lectivo que se denomina “Seminario”. Pero como también tengo la suerte de participar en otros espacios formativos similares, me he encontrado con que en diversos contextos se organizan espacios similares con el mismo nombre: seminario. También aparece en otros programas, por lo general vinculados con la Universidad, pero se pueden encontrar en otros contextos formativos tanto dirigidos a las profesionales del mundo empresarial como del mundo asistencial. Todos tienen el mismo común denominador: el de combinar tanto los aspectos teóricos implicados en el “motivo del seminario” con aquellos otros de índole personal y que se englobarían en lo que pudiéramos calificar de “orientación personal y profesional”. Pero es que, además, otro elemento que iguala los denominadores de estos espacios es el de su pertenencia a una estructura administrativa que en unos casos propone el espacio y pone a disposición la estructura administrativa y en otros les da apoyo, pero que en todo caso, los condiciona. Ante ello, me propongo compartir con Ud., amable lector, las reflexiones que surgen de estas diversas experiencias, moviéndome por el abanico de ellas que la vida profesional me ha ido facilitando. En este primer trabajo me centraré en los aspectos grupales, dejando para un segundo escrito los aspectos de su vinculación con la Institución.

 

Antes de seguir, avanzaré una definición, sin que ella quiera ser la que adoptemos al final del trabajo. Lo hago a título esclarecedor. Denominaremos seminario aquel espacio formativo en el que un grupo reducido de estudiantes o profesionales profundizan sobre aspectos concretos de su labor profesional, intercambiando con el que coordina dicho espacio, experiencias profesionales, personales aderezadas por los aspectos teóricos que el coordinador aporta y que son los que dan apellido al seminario.

 

Inicio el trabajo a partir de la experiencia universitaria compartiendo la opinión de quien la define como “uno de los elementos más significativos de nuestra Facultad”. Por “sus características – trabajo en grupo reducido, elevado dinamismo y obligado consenso entre el profesorado- lo hacen merecedor de una atención constante”. Cierto. Es un “elemento significativo” porque conlleva una relación diferente de la que se produce en otros contextos como los del aula . Sin embargo no sólo depende de estas características sino de otras que se dan al tiempo que las primeras; o deben darse para un aprovechamiento máximo de este “espacio singular”.

 

Pero antes deberemos tratar de definir, primero, qué es lo que entenderemos por Grupo Seminario. Posteriormente, tratar de definir algunas de sus características para pasar a considerar qué aspectos deberían ser tenido en cuenta para el aprovechamiento máximo deseado.

 

Buscando una definición.

 

La idea de seminario no es original. Por lo general se trata de reuniones periódicas de un grupo de miembros con fines formativos. En unos casos el concepto de seminario se aplica a bloques de sesiones formativas en un corto período de tiempo; pero también a aquellos espacios en los que un número relativamente reducido de miembros se reúne para profundizar en aspectos concretos de la teoría o de la práctica profesional con la reflexión de cómo estos espacios afectan al sujeto, a sus vivencias; o cómo éstas afectan a la teoría o práctica profesional. Nosotros preferimos considerar como seminario este último formato denominando cursos de formación o talleres formativos a la primera, en la que en bloques de varias horas o días se agrupa a un número determinado de profesionales con un fin similar .

 

Así pues, consideraremos seminario aquel espacio en el que un conjunto relativamente reducido de miembros, es decir, de entre unos ocho o diez hasta la veintena, que trata de profundizar sobre aspectos de su trabajo o formación desde una perspectiva individual o colectiva; y distinguiéndose de aquellas otros en los que la problemática principal es el sujeto y sus relaciones con los demás (p. ej., la psicoterapia de grupo), o aquellos en las que un profesional especialista imparte un tema de interés (p. ej., la clase magistral).

 

Estos espacios los podemos encontrar en contextos educativos, organizativos y asistenciales. El objetivo es el desarrollar un trabajo en torno a una serie de temas muy específicos aprovechando las condiciones que el discreto número de participantes facilita per se. En efecto, si el número de participantes es pequeño tenemos la posibilidad de ir pautando no sólo el ritmo de progreso intelectual sino el permitir que los componentes del seminario participen de forma activa en su propio desarrollo y en el del conocimiento interpersonal. El coordinador de la experiencia adquiere un conocimiento más preciso de los intereses y particularidades de los miembros y éstos se benefician no sólo de las interacciones que enriquecen cualquier experiencia formativa, sino que pueden establecer con el coordinador una relación más próxima; lo que va en beneficio de los conocimientos que se organizan y comparten. Conocimientos que provienen de la lectura de textos, organización de pequeños trabajos y práctica profesionales, discusiones de aspectos laborales comunes a los componentes del grupo o que pueden ser de interés y que aparecen en el seno del propio desarrollo de la atmósfera de trabajo.

 

Ahora bien, desde Lewin sabemos que en todo contexto en el que aparecen diversos objetos, se da un determinado tipo de relaciones que crean unas fuerzas de campo que alteran las propiedades individuales de sus componentes. Es la idea guestáltica de que “el todo es más que la suma de las partes” Kohler, W; Koffka, K; Sander, F, 1973) . Es decir, que se dan unas circunstancias que modifican la relación individual que se da entre el sujeto y el objeto de estudio. En la medida en que varias personas se reúnen en torno a un objeto de estudio aparecen unas circunstancias que lo modifican, tornándolo más complejo y más rico. Complejidad y riqueza que deriva, precisamente, del hecho de ser varias las personas que se reúnen en torno a él. Este aspecto permite pensar que la transmisión y el compartir conocimientos y experiencias que se da en el espacio viene condicionada por las relaciones que se dan entre los miembros que lo configuran. Y las relaciones que se dan entran de lleno en el capítulo de los aspectos afectivos. Por lo que su consideración redundará en beneficio de la tarea que se ejecuta.

 

En este orden de cosas cabe señalar que la experiencia demuestra que cuando un grupo de personas discute de forma libre sobre un texto, sus intervenciones no se limitan al mismo; sino que la discusión del texto viene sazonada de aspectos personales de cada miembro del grupo y de aquellos que se articulan directamente con las producciones inconscientes de los miembros en tanto componentes de un grupo. Ello, claro está, partiendo de la condición de que la discusión se dé en un régimen de libertad suficiente que permita la fluctuación del pensamiento entre los componentes. Es decir, la creación de una atmósfera de trabajo en la que los miembros del grupo se sientan con la libertad suficiente como para expresar lo que piensan y sienten en relación, por ejemplo, los aspectos del texto que aparece ante sus ojos. Esa condición es el equivalente grupal de la asociación libre del psicoanálisis.

 

Siguiendo esta experiencia, en nuestra opinión, el seminario debe incluir en su propio proceso los aspectos afectivos subyacentes a la tarea, de tal suerte que posibilite a sus componentes una percepción más exacta de sí mismos, subrayando los aspectos grupales inherentes al espacio y atendiendo no sólo a las motivaciones conscientes sino también a las inconscientes que condicionan su tarea profesional. Ello viene bien avalado por los trabajos de Bion, en especial el de 1956 en donde nos propone contemplar la existencia de dos niveles grupales, el del grupo de trabajo, que afecta a la realidad que todo grupo afronta ante su convocatoria, y el nivel de supuestos básicos, que atañe a los movimientos inconscientes que se dan en toda dinámica grupal. Dichos supuestos no dejan de ser la particular estructura que toma un grupo como modelo de defensa ante la ansiedad que el estar en el grupo suscita a sus componentes.

 

Similar planteamiento aparece en Foulkes (1984) cuando por ejemplo habla de los objetivos de la intervención grupal en el que el primero de ellos es el desvelar los aspectos conscientes e inconscientes de la comunicación y de la relación. En su aportación introduce una clasificación de los diversos niveles que nos parece interesante destacar: un primer nivel que incluye los aspectos de relación normal en el que el grupo se vive como representando la comunidad, la opinión pública etc., y el conductor representaría el líder o la autoridad; un segundo nivel en el que aparecerían los elementos de la transferencia; un tercer nivel, el proyectivo, en el que se visualizan, mediante la proyección, los objetos internos y en general la dinámica de las relaciones objetales. Y finalmente un cuarto nivel, el primordial, en el que se visualizan los aspectos formulados por Jung en relación con el inconsciente colectivo.

 

Estos niveles, que aparecen de forma clara y manifiesta en los espacios tipo psicoterapia en los que no existe una tarea asignada previa, también aparecen en aquellos otros en los que existe una tarea definida; sólo que en estos casos, al quedar ocultos tras la tarea, son algo más difíciles de detectar; aunque una vez detectados muestran no sólo la complejidad de los elementos transferidos y proyectados sino que también se perciben, y de forma muy manifiesta, aquellos que guardan relación directa con la estructura en las que los seminarios se ubica.

 

Ahora bien todo ello lo venimos diciendo bajo el supuesto de que un seminario es un grupo; pero ¿lo es? Y si lo es, ¿en qué contexto se ubica?

 

Cinco condiciones necesarias y suficientes.

 

En los contextos formativos, productivos y asistenciales aparecen diversas constelaciones de personas que podrían ser consideradas como grupos. Así, en todos los contextos educativos encontramos diversas agrupaciones de alumnos y profesores que reciben el nombre de grupo. Las clases, seminarios; pero también pueden considerarse grupos los claustros de profesores, las reuniones de departamento, los encuentros con los padres en, por ejemplo, las escuelas de padres. Incluso los diversos niveles administrativos o de mantenimiento. En fin, que existe un sinnúmero de situaciones en las que uno puede percibir la dimensión grupal.

 

En el terreno asistencial encontramos no sólo los espacios específicos de grupo que se puedan organizar, tanto terapéuticos como psicopedagógicos, sino los seminarios formativos, las sesiones clínicas, las reuniones de staff; pero también, los diversos departamentos, secciones y unidades de un centro asistencial así como otras subdivisiones que implican a números diversos de personas, son espacios de grupo. Y los diversos pabellones o plantas de especialidades. Al igual que pueden ser considerados como grupo las diversas agrupaciones de profesionales, sindicales o de estamentos que participan en la actividad asistencial. En los centros productivos, desde las reuniones de los diversos departamentos y divisiones con los que cuenta una Empresa, las reuniones de la dirección, las juntas de accionistas, los diversos equipos humanos de trabajadores, los comités de empresa, etc, todo ello contiene un elemento grupal fundamental.

 

Es decir, en la totalidad o mayoría de los ámbitos de la vida se organizan espacios diversos con números de participantes que oscilan entre los 3 ó 4 miembros hasta los 50, 100 o más. La cuestión es si se puede o no considerar como grupo tales agrupaciones .

 

Todos sabemos que cuando un conjunto de personas coparticipa de algún tipo de espacio común, aparecen una serie de fenómenos que son ajenos a los comportamientos individuales. Por ejemplo aspectos de liderazgo, de líder alternativo, chivo expiatorio, los derivados de las fuerzas atractivas y repulsivas del grupo, los aspectos de feedback y otros sistemas de control y otros muchos que han sido estudiados profusamente por numerosos psicólogos sociales . Pero también desde la psicología se han podido aportar conceptualizaciones teóricas sobre el hecho grupal, y más concretamente desde el pensamientos psicoanalítico. Pero antes debemos poder pensar si, necesariamente, toda agrupación es un grupo o no. Por ejemplo, una clase podría ser considerada como grupo; aunque no necesariamente. Y lo mismo una institución. Nosotros no somos partidarios de aplicar la calificación de grupo a todo agrupamiento humano. De hecho, ya el mismo Freud (1922) proponía la necesidad de que exista algún tipo de vinculación con el líder como para que la idea de grupo se pudiese materializar. De hecho, su ausencia favorecía las luchas entre los componentes debido a las tensiones, las rivalidades, las envidias y sentimientos similares que afloraban ante la ausencia del líder. Y en este mismo trabajo menciona a Mc Dougall quien en un trabajo anterior señalaba cinco condiciones principales necesarias para elevar el nivel de la vida psíquica de la multitud:

 

1. Cierta medida de continuidad en la existencia de la masa.
2. Que cada uno de los individuos de la masa se haya formado una determinada idea de la naturaleza, la función, la actividad y las aspiraciones de la misma.
3. Que la masa se halle en relación con otras formaciones colectivas análogas.
4. Que la masa posea tradiciones, usos e instituciones propios, y
5. Que posea una organización que se manifieste en la especialización y diferenciación de las actividades de sus miembros. (Freud, 1922: 2574)

 

O sea, que el hecho de que varias personas estén juntas no les conferiría necesariamente la cualidad “psíquica” que les permitiese considerarse grupo. ¿Qué aspectos podrían favorecer tal consideración? Porque si la condición de reunirse en un lugar fuera el requisito básico nos encontraríamos que por ejemplo, una Institución, en sí, al no reunirse no podría ser considerada como tal. Evidentemente una Institución no se reúne. Está, se ubica en un lugar en el que las personas trabajan, estudian, conviven. Aparece incluso en el membrete de los papeles o de las facturas que expide. Y si bien no se reúne en el sentido estricto de lo que hace un grupo menor de personas, sí la podemos ubicar físicamente. Incluso podríamos considerarla virtual, como sucede en los casos de los centros on-line. Algo debe poder aparecer en esta comunidad para que nos permita poderla considerar grupo y diferenciarla de las que no lo son. Esto no sucede en los grupos habituales, a los que ya de entrada los denominamos grupos. Posiblemente porque el hecho físico de encontrarse en una habitación ya nos posibilita tal consideración. Nos la posibilita pero al tiempo nos la distorsiona; porque no necesariamente por estar reunidos en un mismo espacio hace que las personas reunidas constituyan un grupo, o se consideren como tal.

 

Tampoco podríamos considerar que los aspectos de la frecuencia de encuentros, la existencia de unas normas y del surgimiento de una cultura particular e incluso diferenciada con otros agrupamientos, sean elementos constitutivos per se. Es cierto que estos elementos ayudan a la constitución de un grupo y surgen de él: por ejemplo, la presencia de aspectos relacionales, de elementos en relación con los objetivos y la forma de alcanzarlos, y de otros de índole administrativa. De hecho muchos de estos elementos son constitutivos de lo que algunos autores (Moos, 1974 , Sánchez de Vega , 1990) y yo mismo (1990) , denominamos atmósfera. Pero si bien surgen y nacen de las relaciones que establecen los miembros de un colectivo que se encuentran en un determinado espacio y a lo largo de un tiempo dado, no necesariamente son los constitutivos de lo que, al menos para nosotros, es un grupo. Por ejemplo, en cuántas oficinas de trabajo se encuentran varias personas, generándose una buena atmósfera de trabajo entre ellas, habiéndose establecido unas pautas de comportamiento aceptadas por todos, pudiéndose diferenciar de las pautas que aparecen en otras oficinas u departamentos de la misma entidad e incluso con una cultura, un modus operandi particular y, no por ello, necesariamente constituyen un grupo. ¿Qué elementos son los que considero mínimos para poder calificar a un determinado número de personas, grupo?

 

Decía en un trabajo reciente que para constituir un grupo se precisaban al menos cinco condiciones mínimas: un convocador, la presencia estable de unas personas, normas mínimas higienizadoras, el uso de la palabra y un referente teórico. Ampliaré un poco más algunos de los aspectos que ahí trato, pero añadiendo un elemento cualitativo: la idea de función, es decir, de la del conjunto de operaciones mentales que deben estar presentes en la constitución y mantenimiento de un grupo. En este sentido tengo presente la idea de función de Bion. En la aplicación al grupo, las condiciones necesarias deben convertirse en funciones. Es decir, deben ser un conjunto de operaciones mentales permanentes que confieren a tales condiciones la cualidad de función mental. Estas funciones son necesarias y suficientes.

 

1. La función convocante. Evidentemente este concepto es complejo. Y lo es porque entre otras cosas presenta dos caras: la convocante y la de ser convocado. Lo que conlleva que cada uno de estos aspectos reside, se ubica en lugares diferentes. Así que mientras que la función convocante reside, en principio, en el convocador de la reunión y por lo tanto su conductor, la función de ser convocado reside en la persona que va a este espacio grupal. No siempre es así. En ocasiones existe una apreciable distancia entre la persona responsable del grupo o en la persona que asiste a él y el lugar en donde se ubica la función convocante y convocada.

 

Supone también que alguien asuma unas subfunciones determinadas:

1.1 Unas de ellas son de carácter administrativo. Por ejemplo, la determinación de cuanta gente formará el grupo; si el grupo es abierto, cerrado, o lentamente abierto; si el grupo pone su acento en lo pedagógico, en lo terapéutico o en lo productivo. Este aspecto reside en el convocador

1.2 Otras son de proceso. Aquí encontramos la de establecer los objetivos del grupo, es decir, las metas que nos fijaremos los reunidos más allá de las responsabilidades individuales que cada miembro pueda adquirir pero que van en la misma dirección de los objetivos del grupo: y cómo se van alcanzando estas metas. Este aspecto reside en el convocador y el convocado

1.3 Un tercer tipo atañe a la función grupal. Es decir la función como proceso psicológico, mental, que determina la posibilidad de que el grupo se constituya como tal. Esta función reside originariamente en el convocador quien debe ser capaz de imaginar, en el sentido en el que Bion recoge el término de Rêverie, es decir en el de poder proyectar un deseo, de fantasear lo que desea que el grupo sea. Algunos de los términos que configuran esta función (como si de un lenguaje matemático se tratara), atañen a la consideración de las relaciones interpersonales que se establecen entre los miembros del grupo y que condicionan y son condicionadas, a su vez, no sólo las características personales de los componentes del grupo, sino por las derivadas de la propia tarea. Otro de los términos de esta función grupal es la conductriz. Dicho aspecto de la función grupal es la responsable de la articulación creativa de las fuerzas progrupales y las antigrupales, entendidas éstas como aquellas que articulan los aspectos destructivos del grupo y tratan de destruir su proceso creativo. Esta subfunción reside originariamente en el convocador y se desplaza, posteriormente a los convocados en tanto que son miembros del grupo.

2 La función presencial. Esta sería otra de las condiciones que desde la más pura lógica se precisa para la configuración de un grupo: la presencia estable de los componentes. Ello conlleva la presencia activa de sus miembros de forma que todos puedan reconocer a un miembro cualquiera como parte integrante del mismo. Es lo que nos permite considerar que la falta, la ausencia de uno o varios de sus miembros, altera la constitución del propio grupo. Dicha presencia, que en ocasiones podría ser virtual, conlleva que, aun no estando físicamente presente, se haga lo suficientemente presente como para poder ser considerado por los demás como miembro del grupo. Ahora bien, a diferencia de lo que sucede en los grupos que se reúnen en un espacio muy delimitado (por ejemplo, o una clase) en el que los miembros del grupo se conocen normalmente o mayoritariamente entre sí, existe otro tipo de grupos como puede ser la Institución (independientemente si ésta es productiva, formativa, asistencial o educativa) en la que el grupo está formado por un número tal de personas y se ubica en un espacio tan grande que hace que muchas de las personas que lo constituyen no se conozcan entre sí. Acaso cuando se cruzan por los pasillos, algunos pueden intuir que aquella persona pertenece a la institución; pero no siempre. Tal es el caso de aquellas en las que alumnos y profesores se mezclan, perteneciendo todos a la institución. O una empresa en la que los trabajadores precisan de uniformes para poder ser identificados como miembros de la misma. En estas situaciones el reconocimiento de que el otro pertenece al mismo grupo al que pertenezco yo ( en este caso es a la misma institución) es ya un aspecto de esta función presencial que se modifica en base el tamaño del grupo.

 

Por otro lado, estas personas disponen unos mínimos niveles de compromiso entre ellos y con el conjunto de la institución, del grupo, que posibilitan la comprensión y la búsqueda de significados a los sucesos cotidianos, a las relaciones que ahí surgen, e incluso, a algunos comportamientos o respuestas individuales. Por ejemplo, en una institución de tipo productivo, los lazos entre los miembros se concretan a través de los contratos laborales o de colaboración, o los propios contratos comerciales con los clientes o suministradores. Y los trabajadores de dicha empresa saben de los entresijos por los que determinadas cosas salen de una forma y no de otra. Y todas estas situaciones, en el marco de la temporalidad que permite ubicar un antes y un después en los sucesos, en la evolución de las normas, en la determinación de las pautas de relación, en los objetivos, etc. Todo ello es indicativo de la importancia de la función presencial ya que sin ella ni la comprensión ni el establecimiento de significados compartidos es posible. Esta función reside en convocador y convocado

 

3 La función higienizante. Afecta a la concreción de algunos comportamientos, la existencia de horarios, de articulación de reuniones, del establecimiento de los cuadros de organización, la articulación entre los diversos grupos y subgrupos que configuran todo el entramado institucional. También afecta a los niveles de fiabilidad de las relaciones, a la confidencialidad de algunas de ellas. Esta función reside en el convocador y en los convocados

 

En este sentido, por ejemplo, un grupo pequeño debería disponer de algunas normas o pautas por el que regirse; pero, y en el caso de que existan otros grupos debe haber algún tipo de articulación para que entre ellos se vaya estableciendo la red de relaciones que configurarán la matriz total del grupo de grupos o Institución.

4 La función verbalizante, como medio para incrementar la comprensión de los fenómenos que se dan, y para articularlos. Es decir, la palabra, y en ocasiones el lenguaje no verbal, articula las relaciones que se dan entre los miembros de un colectivo. Pero la verbalización del lenguaje no verbal posibilita el que éste adquiera una dimensión más elaborada, más articulada con el inconsciente colectivo. Esta función reside, originariamente en el convocador y, posteriormente, también en los convocados.
5 La función teorizante. Dicho referente debe ubicarse en algún lugar de la estructura en el que el grupo se ubique. Y en último término debe estar en lamente del convocador. Es imprescindible para que el convocador y en ocasiones los convocados puedan articular los fenómenos que se dan en el grupo, independientemente de su tamaño. Este referente no es la ideología del grupo, no es la filosofía que inspira los idearios de algunas instituciones ni las directrices que aparecen en las memorias de las instituciones y empresas, o los objetivos que se definen en los estatutos. El referente teórico es el articulador que posibilita la comprensión de los fenómenos psicológicos que surgen de las relaciones entre las personas que constituyen los diversos niveles grupales que intervienen en una institución; es decir, el marco de pensamiento psicológico que nos permita una mejor comprensión de los fenómenos, de las comunicaciones, de las relaciones que se dan entre las personas que configuran los diversos grupos, articulando sus diversos tamaños y sus diversificadas funciones. Esta función reside en el convocador.

 

Volviendo a nuestro tema.

 

Llegados a este punto creo que estamos en condiciones de poder comenzar a reflexionar sobre si los diversos espacios en los que varias personas se encuentran, pueden o no ser considerados grupo. Y más concretamente, podemos pensar si una clase o un seminario pueden o no ser considerados grupo.

 

De entrada consideraremos como seminario aquel grupo de personas relativamente reducido que se articula en torno a un tema con el deseo de compartir las experiencias personales y profesionales que aparezcan en torno al tema que les reúne. Dicho grupo dispone de un convocador que asume sus funciones en tanto que el grupo como tal, asume las propias.

 

Si repasamos las diversas funciones necesarias y suficientes par ala constitución de un grupo, podremos ver si un grupo seminario puede ser considerado grupo o no.

 

Podemos comenzar pensando en la figura del convocador y su función convocante. En un principio parece que podría ser el propio tutor del seminario; sin embargo, en algunas ocasiones la función convocante no parece residir en esta persona ya que por la estructura en que se articula el espacio, su existencia y convocatoria proviene más del programa o de la planificación de la Institución que de la persona que asume su convocatoria. Ello plantea, de entrada, el análisis de la relaciones existentes entre la persona que asume la función convocante y el lugar de residencia del deseo convocante. Parece lógico que el que asume esta función asuma también el deseo convocante. Pero en ocasiones este deseo queda distorsionado porque las subfunciones de tipo administrativo o las del propio proceso nacen, se originan, en otros espacios o personas.

 

Otro tanto podríamos decir de la subfunción grupal tal y como ha sido definida anteriormente. Pero ésta está vinculada a la posesión del deseo convocante a partir del cual es más factible que emerjan la capacidad de imaginar el grupo, de proyectar en él un deseo determinado. Pero en ocasiones esta función presenta dificultades al no asumir plenamente, quien convoca, la función convocante. Esto lo podemos ver en numerosos contextos.

 

Ejemplo 1:
En un seminario sobre “Las relaciones en el seno de una empresa”, en el que se realizaba una reflexión sobre las relaciones entre los trabajadores en una empresa de productos de la madera, conocí que, en un momento dado, la dirección había decidido que por razones estratégicas debían organizarse unos seminarios entre los vendedores con el fin de mejorar sus capacidades de ventas y su organización interna. El encargado de reunirlos fue un profesional de la empresa perteneciente al equipo de gestión, en quien la dirección delegó dada su idoneidad, tal responsabilidad. La idoneidad se basaba en que había participado en un seminario sobre marketing y era considerada persona dócil a las propuestas de la dirección.

 

El grupo tuvo serias dificultades en constituirse, ya que, a pesar de haber sido convocadas numerosas personas mediante una citación personal, aparecían numerosas faltas de asistencia debida a la propia organización del trabajo. Y cuando se reunían los que había podido organizarse para asistir, los silencios que se producían en los espacios eran numerosos, y el encargado no podía dar crédito a las dificultades que observaba y que atribuía a as características personales de los vendedores.

 

En el análisis de la situación se pudo ver que quien recibió el encargo no se sintió vinculado al mismo ya que desde su perspectiva, debían ser otras las fórmulas que tenían que implantarse. Pero al parecer la misma idea era sostenida por los convocados quienes no se veían involucrados en la tarea y se percibía más como una actividad más que como algo que les beneficiase explícitamente a su desarrollo profesional.

 

Como consecuencia de la forma cómo se había organizado el seminario, el profesional tuvo serias dificultades para asumir la convocatoria como propia lo que repercutió, durante un período de tiempo muy prolongado, en los resultados que se habían esperado.

 

Ejemplo 2
Grupo E. Grupo de apoyo en una sala psiquiátrica (Extracto)

(…) El grupo del equipo asistencial tuvo lugar en una sala de admisión de agudos de un Hospital Psiquiátrico. En la motivación para organizar el grupo proviene de dos veteranos miembros del equipo, el psiquiatra “consultor” y la jefa de enfermeras de la sala que creyeron que el grupo podía beneficiarse de la facilitación grupal. El equipo estaba formado principalmente por médicos y enfermeras psiquiátricas con la presencia ocasional de profesionales paramédicos. El problema, tal y como fue presentado por el “consultor” y la jefa de sala, fue que en el equipo había una falta de cohesión: había una marcada distancia entre enfermeras y médicos, en particular las enfermeras jóvenes percibían a los médicos como superiores y distantes. Ello era sentido especialmente en relación con el jefe de psiquiatría, quien era visto a veces, como benevolente, y otras veces como despótico líder del equipo.
Aparecieron dos aspectos importantes de la organización del grupo. Uno es que la mayoría del equipo no fue consultado sobre si formar parte o no del grupo. El segundo era que el objetivo del grupo no fue totalmente claro desde el inicio, tan sólo la vaga idea de que proporcionando cohesión se mejoraría el equipo de trabajo.

 

Un problema posterior tiene que ver con la elección del facilitador del grupo. El jefe de psiquiatría tomó la iniciativa invitando al facilitador, una psicoterapeuta individual que en su tiempo fue colega suyo y de quien tiene una opinión muy favorable. La facilitadora había tenido poco contacto con las salas psiquiátricas y tuvo sus dudas en si asumir o no la tarea. Ella sabía que sus contactos previos con el consultor del servicio podían ser un factor de complicación. Sin embargo, muy animada por el consultor, aceptó conducir el grupo.

 

El grupo tuvo un comienzo difícil. Las irregulares asistencias y ausencias rotatorias hacían que el grupo nunca fuese el mismo de semana tras semana, creando una discontinuidad básica que hizo imposible establecer un sentido de grupo como un todo.

 

(…) El Psiquiatra consultor, percibiendo la dificultad de la terapeuta en el grupo, desarrolló un intento de ir en su ayuda. Quiso hablar en su nombre, explicando sus intervenciones y expresando, en ocasiones, su exasperación por la resistencia a la aproximación analítica. Ello perpetuó en la mente de los miembros del equipo la relación de pareja entre el jefe y la facilitadora con la casi secreta sospecha de que entre ellos había alguna forma de acuerdo secreto. Lo que amplió la distancia entre el jefe y el equipo, y entre la facilitadora y el equipo. Y ello pareció también alienar al jefe administrativo quien había sostenido inicialmente la responsabilidad o garantía.

 

(…)

 

En este punto la facilitadora, que se sintió progresivamente exasperada por el grupo, decidió que ya había tenido bastante. Anunció al grupo que dejaba el grupo en los próximos quince días, no dando prácticamente tiempo al grupo para reconducir la reciente escalada de problemas ni a facilitar la finalización del grupo. El grupo acabó con un grado de insatisfacción alto, con la comprobación de las peores fantasías y temores sobre el grupo – esto es que se puede llegar al conflicto destructivo y desintegrarse el proceso grupal -. Muchos miembros del equipo decidieron continuar encontrándose por su cuenta, pero la aventura pronto se fue apagando.

Como puede percibirse, la función convocante adolece de no poderse ubicar en alguien de forma asumida plenamente por él (ella en este caso), y de la aceptación del aspecto convocado.

 

Si pasamos a la valoración de la función presencial, nos encontramos con que en algunos espacios la asistencia de sus miembros no se considera necesaria; o al menos su necesidad no se contempla con todo su rigor. En algunas ocasiones porque la idea que se tiene es que “se es libre para acudir o no”. Ello, si bien tiene un cierto grado de verdad no deja de ser una hábil artimaña que sirve para eludir el compromiso que supone la participación en un trabajo colectivo. Cierto que uno es libre o no de acudir a un espacio compartido. Pero sigue siendo cierto que se deja de lado el daño que se ocasione cuando esta asistencia no se da. Lo que sucede es que la función presencial reside básicamente en el convocador, y por lo tanto es a él a quien le compete el señalamiento de tal requisito; y el primero que debe asumirla. En dicha función va implícita la puntualidad y el respeto a los límites temporales. Y el convocar los espacios en horas comunes a los miembros que componen el grupo.

 

Ejemplo 3.
En la revisión de una situación profesional de miembros de un centro de asistencia técnica, el convocador de las reuniones periódicas de los lunes observa que los miembros que constituyen el grupo comienzan a fluctuar en su asistencia. En principio se aducen razones laborales, dado que deben atender a varias sucursales de la empresa y la adscripción a dichas unidades es variable. Posteriormente se señalan cuestiones de oportunidad horaria. Todos los intentos por reconducir la asistencia mediante búsqueda de nuevas horas de reunión, cambios de día, etc., resultan infructuosos ya que si bien son aceptados por todos, al poco las dificultades tornan a reaparecer.

 

Finalmente se puede abordar una situación que había quedado silenciada por todos los componentes del equipo. El director del equipo, persona de alto desarrollo profesional y con numerosos compromisos institucionales y políticos, en un momento determinado del proceso de este grupo, comienza a adoptar una actitud diferente frente al equipo y a los espacios de estudio y reflexión. Básicamente comienza a presentar ausencias ocasionales, o a acudir a los encuentros participando de forma un tanto censurante respecto los comentarios de sus trabajadores al tiempo que cumplimentaba hojas de pedido o revisaba balances. Incluso en alguna ocasión se había traído su propia fiambrera para aprovechar el tiempo y comer… La situación comenzó a enrarecerse, sobre todo, porque cuando el convocador de tales reuniones se encuentra ante la dificultad de poder explicitar tal hecho ya que ello podía dañar la imagen del director del equipo. El resto del grupo comenzó a presentar cada vez más ausencias al espacio convenido, previamente, por todos.

 

Otro de los aspectos es el de la función higienizante, es decir, aquella que procura por el bienestar de los componentes del grupo y por la seguridad del espacio. Este sólo es viable en tanto que existan unas normas, más o menos mínimas, conocidas y compartidas y, en último término, asumidas por los integrantes de un grupo. En ocasiones este punto no es asumido totalmente por el convocador. Aparece la idea que lo democrático es consensuar las cosas; lo que sucede es que en muchas ocasiones ese deseo, loable, de llegar a consensos oculta la dificultad de asumir la función higienizante del grupo. Esta función, como las otras, reside, genuinamente, en el convocador; posteriormente, en el curso del propio proceso del grupo, el centro gravitatorio de tal función se desplaza para instalarse en el propio grupo.

 

Ejemplo 4.
En el desarrollo de un espacio formativo teórico, el convocante, novato él, consideró que lo más adecuado era que el propio grupo dictaminase las normas con las que se iba a regir y los temas sobre los que se quería hablar. Esta premisa fue tan absoluta que incluso se abstuvo de enunciar este propósito, esperando que fuese el propio grupo el que ante la necesidad de normas, estableciese las que considerase oportunas. Incluso llegó al extremo de no presentarse como coordinador del grupo, habiéndose limitado a saludar sólo a los asistentes a su entrada en el espacio grupal. El pasar de las horas no facilitaba tal organización sino que poco a poco el grupo fue entrando en confusión, bloqueo y comienzan a aparecer actuaciones en el seno del propio grupo ya que, ante tal horizontabilidad, nadie parece ser el que convoca tal reunión.

 

El grupo decide, no por consenso, sino abandono, el que ahí se puede hacer de todo. Las sesiones tienen lugar en un ambiente de humo, sin respeto alguno a las mínimas normas de higiene del lugar y con una variabilidad horaria al tiempo que los contenidos eran cada vez más dispersos sin posibilidad alguna de centrarlos en el común denominador de todos. Todo ello no hace sino incrementar los aspectos agresivos de sus componentes y las dificultades en el control de esta misma agresividad. Los elementos agresivos comenzaron a aparecer con toda su violencia y el grupo acabó desmembrándose. El profesional, en vista de su “fracaso”, abandonó la profesión.

 

La cuarta función a revisar es la verbalizante. Aparentemente es la más presente. Sin embargo en ocasiones el convocador del grupo acaba ciñéndose sólo a la verbalización de aspectos colaterales a la propia constitución del grupo. Al centrar la temática discursiva en los temas a tratar, en el orden del día, se corre el riesgo de no percibir aspectos que están presentes y que inciden claramente en la dinámica del grupo. Por ello es importante incluir todos los aspectos que están presentes en la dinámica del grupo, tanto los internos al grupo como los externos. Y ello porque al incorporarlos se permite su inclusión en el proceso de pensamiento colectivo, enriqueciendo, incluso, la problemática centrada en el orden del día.

 

Ejemplo 5.
En una sesión de un seminario formativo de profesionales en “Técnicas de relajación” en el que el autor participó allá a finales de los 70, el coordinador del curso centraba sus esfuerzos en conseguir que los miembros del colectivo se centrasen en el grado de tensión de los diversos fragmentos en los que podemos dividir el cuerpo humano. El problema que aparecía era que, mientras que insistía con su suave voz en una de las fases de relajación, se oían los pelotazos con los que la policía disolvía una manifestación que se producía justo delante de los locales en los que nos encontrábamos los alumnos de aquellas técnicas de relajación.

 

Posiblemente si a lo largo de la sesión, se hubiese podido introducir, en el discurso, la situación real que sucedía n las afueras del edificio, los integrantes del grupo hubiésemos podido abstraernos de la realidad exterior y concentrarnos en el ejercicio que nos había reunido.

 

Finalmente, la función teorizante. Es en cualquier caso la más compleja y delicada. Por lo general se supone que quien convoca un espacio tiene una idea no sólo de lo que desea sino de cómo cree que debe abordar la dinámica del grupo para alcanzar las metas que se propone. Pero en la mayoría de las circunstancias quien convoca un espacio no dispone de conocimientos para poder pensar lo que sucede en él. Básicamente nos regimos por la intuición. Por los conocimientos que a lo largo de nuestras propias experiencias grupales hemos ido adquiriendo. Aquel profesor que tuve, aquella reunión a la que asistí, las actividades que en aquel congreso se organizaron para dinamizar al grupo… y en su defecto, y ello ya supone un paso avanzado, tratando de aplicar las nociones que algunos libros de autoayuda nos han facilitado par afrontar una reunión o una discusión.

 

Ejemplo 6.
En una reunión con un empresario, en la fase de contacto preparatoria de un Seminario dirigido a los técnicos de la empresa entre los que se encontraban algunos miembros de Recursos Humanos, éste me explicaba más o menos como sigue cómo organizaba él las reuniones del consejo directivo. “De entrada mi posición está clara: por encima de los demás. Para ello, mi butaca se encuentra sobre una pequeña tarima que me permite ver a todos los miembros del consejo, y al tiempo les obligo a verme de abajo a arriba, con lo que se robustece el principio de autoridad. En segundo lugar, el puesto que ocupan entorno a la mesa lo decido en función la productividad de cada una de las áreas, de forma que la más productiva, la que mejor rendimiento obtiene se sitúa cerca de mi lugar y el más alejado es aquel cuya área ha dado mayores problemas. En tercer lugar no admito ningún tipo de tensión. Si alguno pretende atacar a alguno de sus compañeros le señalo que, aquí, las pistolas se dejan fuera. Y si insiste en mostrarse agresivo con algún compañero, le indico que abandone la reunión. De esta forma, tengo garantizada la formalidad de las reuniones y un buen clima de trabajo. Lo aprendí de mi padre”.

 

Parece claro que, en todo caso, la función teorizante queda muy relegada. En su lugar lo que está presente es una tradición familiar en la conducción de las reuniones; y lo que queda totalmente fuera de toda comprensión son las dificultades que esta empresa presenta en el momento de articular los diversos departamentos.

 

A modo de cierre.

 

En cualquier caso, con el presente trabajo se han puesto sobre la mesa algunos de los aspectos que enmarcan estos espacios formativos en los que sus miembros en compañía del coordinador del mismo tratan de establecer una relación que permita profundizar en aspectos de la tarea profesional e intelectual compaginándolos con aquellos otros que nacen de la propia tarea. En este sentido parece evidente que la consideración de los aspectos afectivos, es decir, aquellos que derivan de las relaciones que se establecen en el seno del espacio grupal puede beneficiar en la comprensión de los aspectos que suponen el objetivo formativo del grupo. Y en segundo lugar, creemos que la consideración de las cinco condiciones necesarias y suficientes puede facilitar la consideración del grupo como tal. Y servirnos como una guía evaluadora de aquellas actividades que uno puede coordinar y que, en ocasiones, la propia tarea se encarga de oscurecer, olvidándonos de que tras nuestra labor como coordinadores de un grupo aparece otra: la de coordinadores de la vinculación entre las personas que trabajan juntas y la tarea que les reunió.

 

Soy consciente de que las cosas no acaban ahí. Aparecen otros elementos que tienen que ver con el marco en el que tiene lugar estos espacios. Me parece inevitable el olvidar este aspecto. En una próxima ocasión abordaremos la inclusión del grupo en el seno de la institución, aspecto éste que hace más compleja la relación de los elementos señalados hasta este punto.