EL GRUPO COMO ESPACIO MENTAL DE ELABORACIÓN DE LOS ELEMENTOS HUMANOS

Este es un texto que ofrecí en Mallorca hace bastante tiempo. Posiblemente es un poco espeso de leer lo que seguramente habla de las espesuras desde las que fue escrito. Pero es un texto del que estoy satisfecho.


EL GRUPO: ESPACIO MENTAL DE ELABORACIÓN DE LOS PROCESOS DE INTEGRACIÓN Y DIFERENCIACIÓN DE LOS ASPECTOS BIOPSICOSOCIALES DEL SER HUMANO.[1]

 

Sunyer Martín, J. M. (2002): El grupo: espacio mental de elaboración de los procesos de integración y diferenciación de los aspectos biopsicosociales del ser humano. Boletín 26: 13-23.

 

Reproducido con la autorización de la revista.

 

Introducción.

 

Una de las cuestiones que aparecen sobre la mesa cuando nos interrogamos sobre cuál es la función del grupo que contribuye a la mejoría es el papel que tiene el juego en el arte de la psicoterapia. A mediados de los setenta se organizaron en el Servicio de Psiquiatría del Hospital de Basurto (Bilbao) unos espacios lúdicos dirigidos a la población infantil con problemas psiquiátricos. En ellos se utilizaba el dibujo, el modelado de barro y una gran variedad de juegos como forma de posibilitar la mejoría en la patología que presentaban aquellos niños. Se trabaja bien en individual como en grupo, y la experiencia fue lo suficientemente gratificante como para trasladar al Hospital de día que posteriormente se creó parte de esta actividad.

 

Otra situación era la de los espacios formativos con Pacho O’Donnell que se organizaron por aquel entonces también en Bilbao. En ellos los juegos psicodramáticos aportaban una nueva dimensión a la concepción del juego y del jugar. Y de la psicoterapia grupal, que por aquellos momentos empezaba a tomar forma y que posteriormente acabó en la actual formación en Psicoterapia de Grupo (Guimón, 2001: 230-240)[2]. En efecto, lo que aprendí ( y aprendimos muchos de nosotros) de Pacho O’Donnell era que el espacio psicoterapéutico grupal debía poder repensarse desde una perspectiva en la que lo imaginativo, lo creativo y lúdico entrasen a formar parte de la ecuación. Muchas de sus opiniones las podemos leer en su texto de 1974. Dice en su libro “la psicoterapia de grupo supone, para el terapeuta, la necesidad de desestructurar mucho de lo aprendido y la reestructuración de un aparato conceptual que ni siquiera está suficiente o adecuadamente definido” (1974: 15)[3].

 

Han pasado 27 años. Quizás sea momento de reivindicar la creatividad y el placer de saborear las experiencias grupales con fines terapéuticos. Sin embargo ¿cómo establecer el itinerario desde lo individual a lo social? Y ¿cómo una vez establecido, podemos entender lo que sucede en el terreno de las relaciones grupales? Con este deseo, voy a tratar de establecer un itinerario, breve, sin profundizar en los diversos vericuetos que aparecen por doquier y que pueden desviar nuestra atención.

 

Para empezar traigo el principio de la Introducción que Freud hace a su trabajo de 1921 “Psicología de las masas y análisis del yo”. Lo hago porque es un texto, todo el artículo, que me gusta mucho. Comienza diciendo:

 

La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a un detenido examen. La psicología individual se concreta, ciertamente, al hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus instintos, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en su sentido amplio, pero plenamente justificado. (1974:2563)

 

Desde la frase de Freud parece que podemos pensar en que no existe una línea divisoria entre una psicología y la otra; aunque en ocasiones es difícil decirlo ya que permanentemente estamos sometidos a una presión continua que parece empeñada en demostrar la existencia de tal línea. La realidad indica que cuando uno se encuentra en el contexto de un grupo pequeño esta diferencia se borra, ya que los procesos individuales se encuentran tan involucrados en los grupales que resulta difícil el delimitar hasta dónde lo que uno cuenta es algo que se circunscribe sólo a sus procesos mentales en tanto individuo y hasta dónde deriva de la dinámica establecida entre los miembros del grupo. Pero lo mismo sucede en contextos grandes. Ahí, la articulación individuo, grupo pequeño y grupo grande queda tan articulada e imbricada, que resulta difícil saber dónde ubicar esta línea separadora que algunos ven con tanta claridad. Como ejemplo, la archisabida discusión entre qué es lo que se puede traer o no en el grupo grande.

 

Siguiendo con el tema me topé con un trabajo muy interesante y que no había tenido ocasión de leer, a pesar de tenerlo en mi biblioteca desde hace tiempo. Se trata de un trabajo de M. Klein de 1959. Me causó gran sorpresa porque en él aparece una alusión a lo grupal. Dice así:

 

Para examinar la conducta humana en su contexto social desde el punto de vista psicoanalítico, es necesario investigar la forma en que el individuo evoluciona desde la infancia hasta la madurez. El grupo –sea grande o pequeño- consiste en individuos mutuamente relacionados; por consiguiente, la comprensión de la personalidad es básica para la comprensión de la vida social (1988: 251)[4]

 

La verdad es que me quedé sorprendido ya que no conocía esta cita. Según entiendo, la comprensión de la personalidad es básica para la comprensión de la vida social. Entiendo lo que dice, pero me parece que también lo podríamos enunciar a la inversa: la comprensión de la vida social es básica para la de la personalidad. Es decir, que la personalidad que “afecta” a la vida de los miembros en la comunidad también viene afectada por ésta misma. En este sentido lo genético y lo social ocuparían dos polos opuestos de un continuo en el que el grupo ocupa un puesto intermedio entre lo individual y lo social. Por un lado, recibe los elementos transferidos desde el sujeto y por otro, los elementos transferidos por lo social y que Pat de Maré denomina, creo, transposición. Pero no corramos. Volvamos a M. Klein.

 

Este trabajo me parece muy sugerente. Alude a la aparición de las ansiedades persecutorias en el bebé así como de la estrecha relación que mantiene con la madre, fuente de la variedad de sentimientos tanto de amor como de frustración y molestia. “En las primeras etapas – dice – el amor y la comprensión se expresan a través del manejo del niño por la madre y llevan a una cierta unicidad inconsciente, basada en el hecho de que el inconsciente de la madre y el del niño están en estrecha interrelación” (1988: 252). O sea, que desde esta óptica se nos recuerda que entre la madre y el bebé y viceversa se establece una relación de suficiente entidad como para imaginarla como un todo. Esa entidad madre-hijo me hace pensar que es esta unidad psíquica la que posibilita el que el ser humano se incardine con el mundo social y viceversa. Es decir, aparece el puente que establece la vinculación del bebé con el entorno social inmediato, la familia. Seguramente, en la medida que esta madre y la familia mantengan también una unidad con el entorno social se le facilita la incardinación con la sociedad.

 

Aquí podemos acudir al concepto de “Grupo Madre” que aparece por primera vez en un texto de Scheidlinger, S. (1974)[5]. No es lugar para realizar una descripción del trabajo que, a su vez, recoge otros anteriores en los que aparece el grupo como símbolo paternal (Money-Kyrle, 1950; Schindler, 1951; Slavson ,1964; Grotjahn ,1972; Ruiz 1972; y, finalmente Gibbard y Hartman, 1973), trabajos todos ellos mencionados en este de Scheidlinger. Siguiendo este concepto, cada miembro del grupo establecería con el grupo como globalidad, una relación que guarda importantes paralelismos con la relación materna. Es decir, el grupo como contenedor de ansiedades, como refugio y como prodigador de cuidados y lugar de elaboración de lo que a uno le preocupa.

 

Esta visión está acorde con la visión de Bion en tanto que el grupo es visto como un todo que establece con el conductor y con los miembros una relación en la que trata de satisfacer demandas primitivas y ansiedades que tienen sus raíces en la prehistoria del sujeto. Según este autor, la forma de superar estas ansiedades sería la búsqueda de una organización grupal en torno a lo que denomina supuestos básicos y que, a nivel social vendrían representados por instituciones como la familiar, la eclesial y la del ejército. Ello aparece en sus trabajos de 1948, 1951 y 1952[6]. Esta idea parece similar a la de supuesto básico de Meltzer (Sánchez de Vega, 2001) [7]

 

Y nos lo recuerda Sandner quien señala que: Bion intenta recordar en forma muy regresiva la temprana relación hijo- madre, y describir y explicar en función de esta relación la constelación y procesos del grupo (1979: 11)[8] . Es decir, nos remarcan la vinculación del individuo con el grupo y su similitud a la relación con la madre. Pero es precisamente en este trabajo el que nos permite introducir también la aportación de Schindler (1980) con su planteamiento familiar y que nos facilita seguir el eslabón entre el bebé- la madre – el grupo familiar y el grupo social. En el primer trabajo que aparece en esta recopilación de Sandner, entresaco el siguiente párrafo de Schindler:

 

Cada familia es un grupo y cada grupo está formado según el modelo familiar. Los grupos terapéuticos repiten inevitablemente la muestra de las relaciones familiares. En este grupo los miembros del grupo son los hermanos, el director del grupo en tanto en cuanto sea un hombre es el padre, y el grupo como totalidad parece jugar el rol de la madre.

 

Y añade

 

En mi opinión, al menos en nuestra cultura la Sociedad asume el rol de madre. Ella presenta una imago de madre, por lo cual reemplaza la imagen de la verdadera madre. La cooperación, que es una conducta que juega un gran papel en nuestra sociedad se basa en el patrón que tengamos de su primera aparición –es decir en la cooperación entre la madre y el bebé- Se puede decir que el individuo vive a través de la madre-sociedad (1980: 23)

 

Con lo dicho hasta ahora, hemos podido establecer la línea que enlazaría el individuo con la sociedad. Ahí, sin embargo, aparece un pequeño quiebro en la formulación teórica. Hasta ahora son aportaciones de tipo lineal, en donde cada entidad u organización superior enlaza con la precedente y posterior. Sin embargo, con la aportación de Foulkes, se rompería esta relación más lineal para hacerla más compleja y más acorde, curiosamente, al pensamiento postmodernista. Tres son las aportaciones que me parecen fundamentales: la primera la visión del hombre como punto nodal de una red de interacciones conscientes e inconscientes. La segunda, la idea de matriz grupal[9]; y posteriormente, vinculando estas dos aportaciones, la idea de mente.

 

La conceptualización del hombre como punto nodal de una hipotética red de comunicaciones conscientes e inconscientes, nos aleja, automáticamente de la visión lineal, estableciendo una lectura en la que la combinación figura fondo siempre está presente. Por otro lado, la Matriz básica, es decir, aquella estructura que los miembros de un grupo aportamos y que proviene de la articulación primaria de los aspectos biológicos, los procesos fisiológicos y los aspectos conductuales, relacionales y afectivos adquiridos a través de nuestras experiencias con el grupo familiar primario, mantiene la teorización Kleiniana de los objetos internos, aunque dándole una estructura y un potencial estructurante; y la Matriz dinámica, es decir, la que se desarrolla en el grupo partiendo de las Matrices básicas y gracias a las interacciones de sus miembros, ofrece una visión del grupo como algo que conforma y es conformado por sus miembros. Es decir, la matriz es el conjunto de aspectos bio – fisio – psico – sociales del grupo y sus miembros que interactúan dinámicamente condicionando la vida de sus componentes.

 

Pero la aportación de Foulkes conlleva también otro elemento relevante: un cambio en la concepción de la mente del individuo. Éste, considerado como punto nodal de una red de comunicaciones, ya no es sólo el poseedor y el fabricador de pensamientos e imágenes sino que éstas también proceden del exterior y que penetran en él como penetran los rayos X. La mente, pues, no sería algo fabricado en el interior de nuestra cabeza cuanto un fenómeno transpersonal. De esta forma, nuestros pensamientos no son sino pasajeras expresiones de la comunicación consciente e inconsciente en una red mental universal que se personifican en cuanto los expresamos pero que siguen fluyendo a través de las mentes de las demás personas que están en contacto con nosotros.

 

Estas dos ideas, la de la mente entendida como proceso interactivo transpersonal o como fenómeno multipersonal y la idea de matriz dinámica, son las que precisamente nos aclaran las vías de penetración en el grupo de los aspectos sociales. Este aspecto nos permite contemplar el espacio grupal no sólo como la pantalla proyectiva que desde el psicoanálisis se indica, sino como el lugar en el que interrelacionan todos los aspectos del ser humano, tanto individuales como colectivos. Esto se ve más claramente al aumentar el tamaño del grupo y hacerlo grande. Es decir, que el grupo, y en especial y de forma más manifiesta los grupos grandes, muestra la activación de elementos que, en su origen, son más sociales que personales; sin que desaparezcan estos últimos, por supuesto.

 

Todos estos aspectos vienen avalados no sólo por las experiencias que tenemos en grupos grandes sino por las aportaciones de otros investigadores. Así, por ejemplo, encontramos quienes relatan las problemáticas de origen individual en contextos grandes (Main, T.[10]; Turquet, P.[11]), o quienes se ciñen a los aspectos más sociales que aparecen en este tipo de grupos ( Pat de Maré [12], Hopper, E, Weyman, A[13]) y otros que se encontrarían en una zona yuxtapuesta (Anzieu, 1978)[14] y que teorizan sobre los aspectos del inconsciente grupal. Efectivamente, las experiencias que hemos ido acumulando de grupo grande indican que en estos contextos existe una penetración de dinámicas ajenas al individuo y que guardan relación directa con la vida institucional y social. En ellos, y en la medida en que los componentes han adquirido la confianza mínima como para poder abordar diversos temas, aparecen los conflictos de idioma, religión, política, emigración, terrorismo; también elementos generacionales, partidistas y sectarios, raciales, bélicos. Los que se derivan del calendario, de las diversas fiestas populares. En fin, toda la gama de elementos que configuran la vida social y que se hacen presentes en el grupo. Si no estoy equivocado, Pat de Maré denomina Transposición al fenómeno por el que los aspectos sociales se introducen en la vida del grupo e impregnan su dinámica[15]. Dicha penetración tiene el poder de activar y condicionar las relaciones sociales entre los sujetos siguiendo las pautas institucionales y sociales que enmarcan el grupo de psicoterapia. Este aspecto, que desde otra óptica Nitsum señala bajo la noción de espejo organizativo, enmarca la otra realidad de lo grupal: la realidad social.

 

Ahora bien estos fenómenos que se visualizan con bastante claridad en el grupo grande también se perciben en el grupo pequeño. Y así el sujeto, transferencia mediante, actualiza en el grupo las relaciones consigo mismo, con su cuerpo y su fisiología; y también la constelación relacional que ha ido condicionando su vida, y por lo tanto sus relaciones emocionales con los miembros de su grupo familiar; y al tiempo lo social se introduce en el grupo activando las mismas estructuras y preocupaciones sociales que le son propias de la misma forma que se activa la reproducción de las problemáticas institucionales del contexto en el que el grupo se realiza. De esta forma, los miembros del grupo se encuentran ante la gran posibilidad de revisar toda la complejidad de aspectos que atañen a su ser humanos: desde los afectivos a los del pensamiento. Como dice Pat de Maré [16] Mientras que el problema de la gente en los grupos pequeños es cómo sentir espontáneamente, los problemas en el grupo grande son cómo pensar (1975: 152).

 

Hasta aquí, lo que hemos visto es que entre el individuo y la sociedad se establece una vinculación que indistintamente pasa del individuo a la sociedad. Ahora bien, ¿cómo aparece esta vinculación?

 

Volvamos a Klein. Su trabajo sigue aportando varias ideas sobre el sí mismo, la proyección, la introyección y nos indica algo que me parece también muy sugerente; hablando de estos mecanismos, dice:

 

Sin embargo, la introyección y la proyección, aunque arraigadas en la infancia, no son procesos exclusivamente infantiles. Forman parte de las fantasías del niño, que, según mi criterio, también actúan desde el comienzo y ayudan a moldear su expresión del mundo circundante; y, por introyección, ese cuadro modificado del mundo externo influye sobre lo que ocurre en su mente. Así se constituye un mundo interno que es, en parte, un reflejo del externo. Es decir, el doble proceso de introyección y proyección contribuyen a la interacción de los factores externos e internos, la cual continúa a través de todas las etapas de la vida. Del mismo modo, la introyección y la proyección persisten durante toda la vida y se modifican en el curso de la maduración, pero nunca pierden su importancia en la relación del individuo con el mundo circundante. (1988: 254)

 

Es decir, introduce la idea de una interrelación permanente entre el sujeto y el mundo externo a partir de los mecanismos de introyección y proyección. Estos procesos se dan en el seno del grupo de psicoterapia; pero con una pequeña variación respecto el resto de grupos. En los de psicoterapia son la expresión de las características individuales que nos permiten la comprensión de la personalidad de cada miembro en la medida que coloca en el grupo sus aspectos personales. Pero también porque el grupo en sí, representa y es a la vez representación del complejo mundo de objetos parciales y totales a partir de los que cada sujeto constituimos nuestro mundo interno. Estos objetos parciales y totales son aquellos que guardan relación con los biológicos, fisiológicos, psíquicos y sociales del ser humano. Es decir, incluyen toda la gama de aspectos constitutivos del hombre desde los más íntimos y personales a los más sociales, culturales, religiosos y políticos de su existencia.

 

Si consideramos que el proceso terapéutico grupal surge de la revisión de las relaciones que el yo establece con todos y cada uno de los objetos que conforman su mundo interno, es decir, de la reevaluación y reconsideración de los afectos, de los significados y de las fantasías que giran en torno a estos objetos internalizados; y también de las relaciones que el yo establece con estos aspectos de su mundo interno expresadas en las relaciones que el individuo establece con cada una de las partes del grupo en el que se encuentra, entonces podremos pensar en la psicoterapia de grupo como el espacio mental en el que se da este proceso.

 

O lo que es lo mismo, el miembro del grupo se ve abocado a verse ante una serie de personas que acaban siendo una reproducción parcial de su mundo interno. Ante ellas tiene que buscar formas de relación diferentes lo que le supone revisar sus relaciones familiares y sus relaciones sociales así como sus relaciones consigo mismo. Todo ello, se aprende y se practica en el propio grupo, siendo así un espacio de experimentación y reaprendizaje[17]; y al tiempo, de revisión de formas ancladas en su biografía y que le han ido impidiendo una adaptación más adecuada al entorno familiar y social.

 

Pero sabemos que esto no es fácil. Que en el grupo se activan mecanismos complejos que paralizan el ritmo grupal, enlentecen los procesos de pensamiento, se activan y se expresan emociones que corresponderán no sólo a los aspectos internos que se reviven sino a otros que tienen que ver con el aquí y ahora del grupo. En muchos momentos, la dificultad de comprensión es suficientemente elevada como para poder activar los mecanismos pensantes que permitirían una mayor comprensión y la activación de los recursos yoicos. El sujeto con frecuencia señala que no puede entender tal o cual situación, es decir, que no encuentra la forma de incorporarla a su mundo interno.

 

Dado que la ansiedad, derivada de la dificultad de comprensión y de la aparición de emociones, es elevada, el sujeto pierde, incluso, los mecanismos yoicos necesarios para una adaptación más ajustada a la realidad. Y los que el grupo le puede ofrecer son, en ocasiones, difícilmente asumibles por el sujeto que ha perdido, en estos momentos, el control sobre sí mismo. El mecanismo de proyección está muy activado dado que el sujeto no puede más que “expulsar de sí” aquella situación que percibe como intolerable; intolerable porque no sólo expulsa de sí lo que no puede tolerar, sino que además, se identifica con lo expulsado. Se ha activado el proceso de identificación proyectiva.

 

En estas ocasiones el sujeto ha perdido una de sus capacidades innatas y que le permitirían sobrevivir a la experiencia afectiva de la misma forma como en otras ocasiones quizás pudo hacerlo: la capacidad de diferenciación. El yo no puede discriminar en estos momentos la cantidad de aspectos que percibe, no puede comparar, diferenciar y delimitar los componentes expulsados, por lo que no puede diferenciar ni diferenciarse de los mismos. El mundo así, es un caos; el grupo también. ¿Cómo se llega a este punto?

 

La Dra. Torras de Beà, me aportó las siguientes ideas que aparecen en uno de sus trabajos:

 

Se han descrito dos funciones principales de la identificación proyectiva: la comunicativa y la defensiva. La diferenciación es, desde el nacimiento, el elemento esencial de la identificación proyectiva comunicativa, en donde se mantiene el contacto con los objetos “proyectados”La disociación (o splitting) es el mecanismo fundamental de la identificación proyectiva defensiva, en la que las partes están divididas y aisladas

 

La diferenciación es una capacidad que el bebé normal ejerce desde el nacimiento, si bien de una manera rudimentaria, aunque recurra a la disociación cuando la diferenciación fracasa debido a la ansiedad demasiado intensa. La disociación puede ser el principal mecanismo utilizado desde el nacimiento cuando el bebé está demasiado ansioso por razones internas o externas traumáticas. (1989:1)[18]

 

Siguiéndolas, parece que con la activación del mecanismo disociativo el yo pierde la capacidad de establecer una relación con el otro que le resulte estructurante. Es decir, ha perdido la posibilidad de articular los diversos objetos parciales o totales, y ordenarlos de forma que aquellos que le posibilitan una articulación creadora se mantengan a salvo de aquellos que parecen encarnar la posibilidad confusionante y destructiva. Sabemos que la pérdida de dicha capacidad se debe a la vivencia amenazante de los aspectos destructivos que activan vivencias de caos y desestructuración habidos a lo largo de su vida y que se actualizan en el grupo.

 

En ocasiones el grupo, como buen representante materno, no se ve con la capacidad de restablecer el proceso mental. Por lo general es debido a que todos los miembros se ven atrapados por el conjunto de elementos que han aparecido en la sesión, o por los afectos que de ellos se deriva. Es función del conductor facilitar la conversión de esta situación en una estructurante; siempre y cuando se mantenga libre del mismo sentimiento de estar atrapado y que indicaría que también él, en su mundo interno se ha activado el mismo proceso y es lo que le permite señalar a Torras de Beà que:

 

La calidad de la interacción paciente-analista depende primeramente de la relación que el analista tiene con los objetos internos y las relaciones de objeto que el paciente ha activado en él (1989:3)

 

Sugerente me parece la idea de estar atrapado que ha aparecido en el texto. Evidentemente, cuando me quedo “atrapado” (en las experiencias de grupo grande es frecuente oír la frase “me quedé enganchado a la idea de…”) no me es posible diferenciar ni diferenciarme del objeto que me atrapa. No puedo ejercer una función mental que me posibilite el reubicar mi relación con aquel objeto parcial. He perdido mi capacidad de pensar y de pensarme en relación con este aspecto que aparece ante mi percepción o en mi pensamiento. Podríamos decir que no existe un espacio entre yo y el objeto que me posibilite “objetivarlo”. Aparece la sensación de estar fundido en él y, por lo tanto, la idea de confusión emerge ante nosotros. En estas situaciones es difícil expresar lo que se siente, al tiempo que también resulta difícil poder pensar.

 

Quisiera en estos momentos que acudiésemos a Winnicott. Es uno de los autores que más ha influido en mi pensamiento y en especial su concepción del juego. Para él es uno de los elementos clave en los procesos psicoterapéuticos. Dice:

 

La psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta. Está relacionada con dos personas que juegan juntas. El corolario de ello es que cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta se orienta a llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar a uno en que le es posible hacerlo ( 1979: 61)[19].

 

Es decir, para dicho autor el juego es uno de los elementos clave en el proceso terapéutico. Nos recuerda, en otro momento, que:

 

Para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no sólo pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer. (1979: 64)

 

Y más tarde:

 

Para asignar un lugar al juego postulé la existencia de un espacio potencial entre el bebé y la madre. Varía en gran medida según las experiencias vitales de aquel en relación con ésta o con la figura materna, y yo lo enfrento a) al mundo interior (que se relaciona con la asociación psicosomática) y b) a la realidad exterior ( que tiene sus propias realidades, que se puede estudiar en forma objetiva y, por mucho que parezca variar según el estado del individuo que la observa, el rigor se mantiene constante).

 

Ahora puedo reformular lo que quiero transmitir. Deseo desviar la atención de la secuencia psicoanálisis, psicoterapia, material de juego, acción de jugar, y darla vuelta. En otras palabras, lo universal es el juego, y corresponde a la salud: facilita el crecimiento y por lo tanto esta última; conduce a relaciones de grupo; puede ser una forma de comunicación en psicoterapia y, por último, el psicoanálisis se ha convertido en una forma muy especializada de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás (1979: 65)

 

Si consideramos estos aspectos podemos comenzar a pensar el grupo, la psicoterapia de grupo, como el lugar en el que sus componentes se dan la posibilidad de restablecer un espacio potencial entre el grupo, sus componentes, el conductor y las diversas constelaciones que se pueden configurar, y el sujeto. El círculo que aparece en la circunferencia formada por los miembros del grupo sería la representación espacial del espacio lúdico que existe entre el bebé y su madre. Este espacio es el equivalente al espacio mental necesario para poder diferenciar y diferenciarse entre uno y los objetos con los que se relaciona y evitar el quedarse atrapado por ellos. Es decir, cuando señalábamos que el sujeto quedaba atrapado por, o que no existía un espacio que le permitiese ver el objeto que se le aparecía y que, por lo tanto, quedaba fundido, confundido en él, lo que decíamos es que se había perdido el espacio potencial que posibilita el juego. El juego con el objeto, total o parcial. Y en este estado el paciente no puede pensar; e incluso, en ocasiones, no puede ni sentir.

 

Winnicott plantea que este espacio potencial es el que existe o debe existir entre la madre y el bebé. Es el espacio que le posibilita una mejor comprensión de lo que le acontece. Para ello, la madre desde su sensibilidad posibilita la adecuación a las necesidades del bebé, y por lo tanto, da pie a que el bebé vaya desarrollando los recursos yoicos necesarios para adecuarse al mundo. Esta progresiva adecuación a las necesidades del bebé supone también su progresivo alejamiento en la medida en que el bebé va pudiendo asumir cada vez mayores cotas de autonomía. Esta adecuación inteligente es la que Winnicott indica con la noción de “madre suficientemente buena”. Esta madre “es la que lleva a cabo la adaptación activa a las necesidades de este y que la disminuye poco a poco, según la creciente capacidad del niño para hacer frente al fracaso en materia de adaptación y para tolerar los resultados de la frustración”(1979:27)[20] y que parafraseándolo nos hace pensar en el grupo suficientemente bueno.

 

Si hacemos un paralelismo entre esta noción y el trabajo grupal, podemos pensar que el grupo, sus componentes y el conductor, deben adecuarse a las necesidades de sus miembros básicamente para poder establecer y mantener ese espacio potencial entre el sujeto y sus objetos, con el fin de que en este espacio se inserte la capacidad de juego y de crear y recrear las relaciones entre el yo y los objetos internalizados. De hecho Winnicott nos habla de “la zona intermedia(…) es la que se ofrece al bebé entre la creatividad primaria y la percepción objetiva basada en la prueba de la realidad” (1979: 29).

 

En efecto, toda relación psicoterapéutica debe permitir el establecimiento de este espacio en el que, de la misma forma que cuando éramos bebés, podamos crear y recrear las relaciones con aspectos parciales y totales de los objetos a nuestro alcance. Es decir, jugar supone aquí, poder manipular las cosas, los conceptos, las ideas, los sentimientos más allá de la función operativa para los que fueron creados o activados. En este sentido, el grupo lo podemos entender como el lugar que posibilita la creación del espacio lúdico necesario para que sus componentes ideen sobre sus relaciones con su mundo y el de los demás. Puedan recrear las situaciones vividas no tanto como lugar de catarsis sino como espacio creativo que posibilita otras alternativas de comprensión a sus relaciones pasadas, presentes o futuras. Y por lo tanto reinterpretar sus relaciones con los aspectos biológicos o constitutivos de su ser; los vinculados con los procesos fisiológicos en tanto productores de mecanismos de adaptación, crecimiento y vida; los relativos a sus relaciones consigo mismo, su forma de ser, estar y sentir, así como aquellos que conciernen a sus relaciones sociales, íntimas, personales y comunitarias. Y finalmente, la reinterpretación de los aspectos culturales, políticos, éticos, religiosos y metafísicos de su existencia.

 

Cuando en la relación terapéutica el sujeto puede reencontrar ese espacio entre él y los diversos sucesos de la vida, las diversas personas, relaciones, sentimientos y afectos que establece, puede comenzar a restablecer también el espacio que le aleja de la fusión, y por lo tanto de la confusión. Y puede, en consecuencia, recrear el mundo interno incorporándole aquellos otros aspectos que, debido a los estados de fusión que se le activaban, había disociado y por lo tanto, apartado de su mente, o negándoles existencia psíquica. Y en esta recreación aprende a diferenciar la realidad interna, psíquica, de la realidad exterior.

 

Es precisamente en la recuperación del espacio entre el yo y el objeto que el sujeto puede iniciar la comparación de los objetos, la de las relaciones que establece con ellos y las que existen o pueden existir entre sí. De suerte que puede establecer nuevas relaciones en la medida en que aparece una mayor comprensión de la complejidad del mundo interno. Esta mayor comprensión se da en el espacio grupal que es el representante del espacio interno existente entre el yo y los objetos internalizados.

 

El grupo, pues, se convierte en el representante del espacio mental que posibilita la diferenciación de los diversos elementos que aparecen a lo largo de la vida del grupo. La diferenciación de estos elementos nos da pié el encontrar la forma de articularlos, y por lo tanto, de integrarlos en la experiencia. Este, en síntesis es el trabajo del análisis. En efecto, a lo largo de nuestra experiencia vital, y en especial la de nuestras relaciones con el entorno, hemos ido eliminando de nuestra vida psíquica aquellos aspectos parciales de la experiencia que, debido al monto de angustia que nos generaban, no podíamos integrar fácilmente. La angustia nos había aportado una experiencia fusionante, y por lo tanto, amenazadora en tanto que no podíamos diferenciar el yo del no-yo. La disociación, la negación de la existencia psíquica a aquellos aspectos parciales o totales supone una fragmentación el inicio de procesos tendentes al aislamiento y al autismo psíquico. La realidad fragmentada se torna a su vez, amenazante para el sujeto y por consiguiente, la vida también; y en particular sus componentes. En esta situación, el grupo como articulador de un espacio en el que individuos relacionados establecen las condiciones para reeditar sus relaciones internas, supone y posibilita la generación de un espacio mental de elaboración de los mundos internos de sus componentes. Y la de la reconsideración de los mecanismos disociativos. De esta forma, nos damos una nueva oportunidad para reencontrar los aspectos escindidos y disociados, e incorporarlos a nuestro mundo psíquico. Esta incosporación y gracias a la actividad lúdica que se desarrolla en la relación terapéutica posibilita una integración más armónica de nuestro mundi interno y su correlato en el mundo real. Esta elaboración conlleva tanto el establecimiento de los procesos de diferenciación como los de integración.

 

[1] Agradezco a F. Moneo, J. Sánchez de Vega y a E. Torras de Beà, sus aportaciones y comentarios a este artículo.

[2] Guimón, J. (2001). Introduction aux thérapies de groupe. Masson

[3] O’Donnell, P. Teoría y técnica de la Psicoterapia Grupal. Amorrortu

[4] Klein, M. (1988) Envidia y gratitud y otros trabajos. Paidós

[5] Scheidlinger, S. (1974) On the concept of the “Mother Group”. International Journal of Group Psychotherapy 24 417-428. Este artículo aparece en castellano en Kissen, M (1979): Dinámica de grupo y Psicoanálisis de grupo Limusa

[6] Bion, W.R. (1980) Experiencias en grupos. Paidós. (Este volumen reúne los trabajos citados en el texto)

[7] Sánchez de Vega. (2001) Comunicación personal. Me indica: “Meltzer describe en el individuo (en la personalidad individual) un nivel de funcionamiento de Supuesto básico, que como herencia de la especia le lleva a agruparse con otros individuos y compartir con ellos dicho funcionamiento “amental” y primitivo”.

[8] Sandner, D. (1979) Introducción. En Schindler, W. (1980) La terapia de grupo analítica según el modelo familiar. Ernst Reinhardt.

[9] Resulta interesante el ttrabajo de mi compañero O. Martínez, en Martinez, O (1990): El concepto de matriz en grupoanálisis. Clínica y Análisis grupal 12 (3) 407-424.

[10] Main, T. (1975) Some psychodynamics of large groups, en Kreeger, L. (1975) The Large Group Constable. 57-86.

[11] Turquet, P. (1975) Threats to identity in the large group. En Kreeger, L. (1975) The Large Group. Constable. 87-144

[12] De Maré, P. (1975)The politics of the large group. En Kreeger, L. (1975) The Large Group Constable. 145-158.

[13] Hopper, E, Weyman, A. (1975) A sociological view of large groups. En En Kreeger, L. (1975) The Large Group Constable. 159 –189.

[14] Anzieu, D. (1978) El grupo y el inconsciente. Biblioteca Nueva.

[15] Martínez, O. (1975) Glosario terminológico. En II Congreso nacional de la A.P.A.G. señala que “ la transposición es una palabra que cubre el hecho de que, en contraste con la transferencia, hay un rasgo muy específico de los grupos medianos por el que se transponen situaciones enteras ya sea del pasado o que preveen el futuro”. Y en Martínez, O. (1975) Introducción terminológica a la conceptualización de Patrick de Maré, en II Congreso Nacional de la A.P.A.G., señala: Transposición: es un concepto desarrollado tras observar que en el aquí y ahora del grupo grande aparecen fenómenos de escisión, proyección y desplazamiento como resultado de haber trasladado ahí contextos, posiciones y encuadres globales aprendidos como mundos totales, de forma diferente al modelo transferencial de las relaciones desarrolladas en el contexto. En 1975 lo explicaba como una repetición – compulsión de modelos conductuales aprendidos para recrear un molde familiar”

[16] De Maré, P. (1975)The politics of the large group. En Kreeger, L. (1975) The Large Group Constable. ( 145-158.

[17] Es interesante recordar aquí la aportación que desde una perspectiva nada psicoanalítica nos hace Yalom, I. (1986) Teoría y práctica de la psicoterapia de grupo. Fondo de cultura económica.; en particular los factores de “Recapitulación correctiva del grupo familiar primario” el “Desarrollo de las técnicas de socialización” y el “Aprendizaje interpersonal”.

[18] Torras de Beà, E. (1989) Identificación proyectiva y diferenciación. International Journal of Psychoanalysis. 70. 2.

[19] Winnicott, D.W. (1979) Realidad y Juego. Gedisa.

[20] Winnicott, D. W. Realidad y juego Gedisa. (Publicado en (1953) International Journal of psychoanalisis (34)

Este es un artículo que pongo a vuestra disposición.