Entramos en un nuevo texto.
Capítulo 9
Decía Rogers que una siguiente fase se daba cuando el orientador acepta y reconoce los sentimientos positivos expresados, de la misma manera que aceptó y reconoció los negativos. Esto está bien ya que en realidad lo que vamos haciendo es contribuir a que la relación y por lo tanto, la comunicación que se establece entre el paciente y nosotros vaya transcurriendo con mayor normalidad. Ahora bien, al aceptar los negativos y los positivos en realidad lo que estamos haciendo es que el lazo de unión entre nosotros se vaya enriqueciendo. Con todo, convendría saber cuáles son los mecanismos fundamentales de comunicación ya que al conocerlos dispondremos de mayor margen de actuación, cómo establecemos este baile comunicativo y cómo interactuábamos en esta situación.
Comunicación.
Hemos dicho en capítulos anteriores que el sujeto está ubicado en una matriz de relaciones con los demás de forma que lo podríamos considerar como el punto nodal en el que se cruzan o se activan las líneas de comunicación, lo que tendremos que considerar qué son estas comunicaciones. Si en este plano consideramos los mecanismos de defensa no sólo como sistemas por los que tratamos de aminorar la ansiedad que se nos activa en el contacto con algún elemento interno o externo que percibimos como amenazante. Tal consideración supone el reconocimiento de que en tanto que utilizamos cualquiera de ellos emitimos el mensaje de que algo del objeto con el que establecemos el contacto lo vivimos como amenazante Diversos son los mecanismos que desde bebés utilizamos habitualmente. Comentaré los más relevantes:
· Escisión. Es un sistema que elimina de la información que recibimos aquella parte no agradable. De esta forma lo percibido sólo contiene elementos soportables para el Yo. al decir que “elimina” me refiero exactamente a eso: no existe rastro alguno de la existencia de eso que he eliminado ya que dicha acción se realiza en el mismo momento de la percepción que sólo registra el aspecto soportable de la misma. Gracias a ella el bebé puede sobrevivir ya que su Yo es tan precario que si recogiera los aspectos desagradables de toda percepción no lo podría resistir y se detendría su desarrollo.
· Identificación. Es un mecanismo necesario para poder constituirnos como sujetos. Gracias a él nos hacemos a partir de las cosas que percibimos del otro, es decir, estamos hechos con cachitos de los demás. Es un sistema de comunicación porque gracias a él me asemejo al otro en algunos (o muchos) aspectos y ese otro puede percibirlo. Lo podemos contemplar en toda su magnitud en los procesos de enamoramiento, por ejemplo. Pero también en los asistenciales.
· Disociación. Es otro mecanismo más evolucionado que el primero de todos. Gracias a él puedo discernir los aspectos buenos de los malos que tiene toda experiencia relacional, y al discernirlos, al separarlos, puedo seguir trabajando con uno de ellos aun sabiendo de la existencia del otro. La gran diferencia con la escisión es que en este caso soy consciente de las dos caras de la moneda, sólo que para poder seguir relacionándome primo una de las dos caras.
· Proyección. Es un mecanismo que localiza fácilmente en los demás aspectos que no tolero en mí, o que me resultan desagradables para mí. En el lenguaje corriente es la capacidad de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Localizarlos en el otro significa que ese otro posiblemente tenga dicho aspecto que le atribuyo; lo que no significa que la dimensión que percibo sea la misma que percibe él de ese mismo aspecto.
· Identificación proyectiva. Es un mecanismo más elaborado y pernicioso ya que participa de dos anteriores, el de la proyección y el de la identificación. En primer lugar atribuyo al otro aquellos aspectos que no tolero en mí (proyección) pero, a continuación, al ver que me identifico con esos que no puedo tolerar, reacciono contra el otro como forma de apartarlo de mi campo perceptivo. Sucede con frecuencia y es motivo de tensiones en muchas relaciones. La idea es “no tolero a esa persona, me pone de los nervios”. En realidad lo que “no tolero” es eso que “no tolero en mí y que, al relacionarme con esa persona vivo como si los estuviera haciendo míos.
· Identificación introyectiva. Este caso no es muy diferente al anterior sólo que aquí lo que no tolero es que me atribuya una característica que para mí es odiosa. Es decir, me identifico (hago mía) una característica que el otro me está indicando que tengo y, en consecuencia, reacciono con toda intensidad.
· Racionalización. Es un mecanismo frecuente en muchas personas que prefieren abundar en las razones y sinrazones de los hechos antes que vivirlos. Es una forma de tratar de evitar que me afecten las emociones vinculadas a los hechos y a las relaciones con las personas. Ante este hecho, soy capaz de elaborar grandes y profundos discursos repletos de razones y sinrazones para evitar así, sentirme salpicado por emociones que no puedo tolerar.
· Sublimación. Es un mecanismo por el que damos la vuelta a la tortilla de nuestro malestar. En realidad lo que hacemos es aceptarlo y convertirlo en algo útil para uno mismo o para los demás. Se suele considerar como la salida más madura ya que conecta con las emociones, acepta las limitaciones del ser humano y coloca todo ello al servicio de los demás y de uno mismo.
Pues bien, con estos mecanismos (y otros muchos que no vienen al caso por la limitación que tengo en explicároslos) establecemos líneas de interrelación con los demás de forma permanente. Estas líneas marcan las interdependencias vinculantes cuya trama constituye lo que llamamos matriz.
La comunicación como interacción dinámica.
En algún momento anterior hablábamos de que en la conversación que se establece con el paciente no había un guión previo. Y nos preguntábamos sobre la conveniencia de guiar o no la conversación. De hecho una de las razones que existen para evitar ser quien guía una conversación estriba en que el profesional está al servicio del paciente, y por lo tanto, no estar preocupado por traer ideas o temas de conversación para tener una especie de guión sobre el que hablar es la forma de no estar más anclado en nuestras propias necesidades que en las del paciente. Entiendo que es difícil explicar este extremo. Pero parece muy evidente que, por ejemplo, ante el silencio del paciente la propuesta de un tema de conversación es una de las formas que disponemos para aliviar lo que este silencio representa o puede representar. Dicho de otra forma, somos unos profesionales que observamos varias cosas:
· qué es lo que le sucede a la persona o personas que acuden a nuestras consultas.
· conocerles lo más objetivamente posible lo que nos obliga a evitar aquellos elementos que pudieran contaminar dicha observación. Para ello evitamos introducir elementos personales que pudieran interferir en esa observación; pero no estamos exentos de las emociones que se nos suscitan y de los significados que se instalan en la relación con el paciente y que pueden colocarnos en situaciones un poco raras, artificiales.
· Ver qué nos pasa ante lo que estamos viviendo.
· Ver que nos está pasando durante las sesiones. Ello supone entender algo de la relación que se establece, sus límites, sus condicionamientos, sus frenos.
Pero todo esto es bastante más complejo. Porque si bien es cierto que no debo iniciar una conversación también lo es el que, como orientador, debo utilizar todos los registros y recursos que están a mi alcance con el fin de ser un facilitador de dicha conversación; sin que dicha facilitación represente una respuesta a mis ansiedades o a mis preocupaciones. Ello introduce una complejidad importante a nuestras intervenciones, complejidad que marca una diferencia de aquellas otras que, enmarcadas en un tratamiento de más largo plazo y desde otros planteamientos, pueden permitir y posibilitar un ritmo más adecuado al del paciente que lo que nos podemos otorgar en nuestro marco de trabajo.
Junto a la idea de no guiar también está la de no influir, o de influir lo menos posible en el otro; para ello, por ejemplo, nos mostramos un tanto opacos respecto las opiniones personales con el fin de posibilitar que lo que el paciente aporte provenga más de lo que a él le suceda y no de los aspectos introducidos por el profesional. Pero señalaba también, como indica Coderch, J. (1987) que esta idea de no influir representa más un ideal que un hecho real; ideal al que debiéramos ir dirigidos sabiendo que su alcance resultaba difícil o imposible. De hecho la opacidad total es prácticamente imposible ya que, por mucho que nos esforcemos, la capacidad de investigación que tiene cualquier paciente sobre nosotros es mayor de la que suponemos, pudiendo leer datos que derivan de los más insignificantes detalles: la experiencia demuestra que los pacientes, si quieren, acaban sabiendo hasta nuestro DNI. Y si la situación “ideal”, la que nos coloca fuera del alcance de la mirada ya es de por sí compleja, en nuestro caso se complica ya que el intercambio de la mirada le aporta información más que suficiente sobre nuestras propias características de la misma forma que le da información nuestra forma de movernos, de vestir, de hablar… Por esta razón abogo más por una opacidad adaptativa debiendo desarrollar la habilidad de utilizar nuestra capacidad de comunicación para, sin abrirnos en exceso, posibilitar que el paciente inicie su propio desarrollo.
Por otro lado el paciente nos ve, nos vigila, nos estudia. No dejamos de ser un referente para él. Nuestros movimientos aportan información de nuestro estado de ánimo, de nuestras opiniones o reacciones frente a lo que dice o hace. Pero de la misma forma que le damos información también nos la da. Es decir, sus aspectos no verbales, sus elementos aparentemente menos reglados como pueden ser la forma de hablar, la de vestir, de andar, lo que hace en nuestra consulta o en la sala de espera, todo esto es material rico que nos da pistas sobre sus características personales. Todo ello se instala en la relación que se establece entre el otro y yo, y entre yo y el otro. Con lo que hay tres aspectos que enmarcan la interrelación dinámica y que en principio debemos tener en nuestra mente: el del uso del material que proviene del lenguaje no verbal; la opacidad adaptativa de nuestra forma de ser y de pensar; y la de no disponer de guiones previos.
Esto nos lleva a un aspecto que nos puede resultar importante: dado que estamos al alcance de su mirada y de su interés, dado que no podemos permanecer ocultos, ¿cómo utilizarnos a nosotros mismos como instrumento de comunicación? Es decir, cómo nos proponemos en la relación, qué aspecto de nuestra persona ofrecemos al otro para que nos vea cercanos y nos pueda utilizar para que, a través de este uso, se vayan abriendo vías de acceso a su persona y preocupación y, de esta manera, se puedan visualizar las características del otro; pero hacerlo de manera que nuestra presencia no capitalice la relación. Esto es lo que pudiéramos llamar opacidad adaptativa. Pero junto a ello, también nos puede venir bien desarrollar conscientemente una capacidad complementaria particular: la de estar al tiempo en la relación y fuera de ella. Esta posibilidad, que ya la propusiera Foulkes al hablar de las intervenciones y la actitud del conductor de grupos, es la que a mi entender nos puede brindar la posibilidad de entender lo que sucede (al alejarnos de la situación) y, al tiempo, ser partícipes activos de la misma (cuando estamos dentro de ella). Es decir, se trata de desarrollar conscientemente la habilidad de desplazarnos en el pensamiento de manera que, al tiempo que estamos en la relación, en una cercanía con el otro, podamos establecer una visualización de la propia relación. Este aspecto no es nuevo. De hecho, nosotros mismos disponemos, de forma enteramente natural, la capacidad de disponer de los objetos y al tiempo poder visualizar la relación que tenemos con ellos. Ya que cuando las personas establecemos relaciones con no importa qué objetos podemos “representarnos” esta relación, tratar de “reproducirla al tiempo que se da” de manera que podemos visualizarla como si a través de un vídeo se tratara. Esta habilidad supone, como podéis ver, la de estar vinculados y al tiempo distantes de la relación. En tanto que estamos vinculados vivimos los aspectos de la misma; pero cuando nos desvinculamos, para poder pensar sobre lo que está sucediendo en este lugar temporoespacial, en esta relación, lo que hacemos es introducir una distancia entre la situación y nosotros que nos posibilita pensarla. La aplicación de esta habilidad natural se va perfeccionando con el tiempo y la práctica asistencial.
Situados ante una o varias personas, ¿qué es lo que debo hacer?
Uso de recursos de la comunicación no verbal
Si atendemos al primer aspecto, es decir, a establecer una relación de forma que podamos utilizarla como instrumento de comunicación y acceso al otro, creo que uno de los aspectos que debemos atender es el de la comunicación no verbal. Ésta, al no estar codificada, nos permite percibir elementos que, de entrada el o los pacientes no manejan con soltura; a excepción de que nos encontrásemos con perfectos actores, en cuyo caso nos encontraríamos ya con una patología particular: la del que viene tratando de engañarnos desde el principio. Lo normal es que quien acude no maneje con soltura la comunicación no verbal y por lo tanto el material al que se accede es muy elemental y fresco. Es decir, accedemos a material sin tanta elaboración, podríamos decir que más transparente, que nos acerca a las esencias más genuinas del otro.
El uso de la opacidad adaptativa como facilitador simbólico.
Junto a esta idea de utilizar los elementos no verbales, tenemos la de la opacidad adaptativa, es decir, la de poder realizar intervenciones que, sin desvelar aspectos muy personales, sí posibilitan acercamientos que se perciben dificultosos. Evidentemente los profesionales tenemos una vida personal, privada. Hay muchos aspectos de esta zona personal que fácilmente quedan al descubierto: la misma forma cómo decoramos el lugar de trabajo ya habla de nosotros. Nuestra forma de vestir, nuestra forma de hablar, de gesticular, etc. Igualmente, y dado que vivimos en una comunidad, es muy posible que en ocasiones nos encontremos a las personas a quienes atendemos en el mercado, en el cine… Pretender que uno no va nunca al cine o que no hace nada más que trabajar en la consulta, o ir “ojo avizor” tratando de esquivar al paciente que camina por la misma acera, es una pretensión enfermiza, y falsa, y fóbica. Por esto la utilización de elementos que están al alcance de todos y que evidentemente dejan ver aspectos personales nuestros, es una forma de entrar en el otro de forma fácil y al tiempo cómoda.
La ausencia de guión previo como instrumento exploratorio.
Finalmente tenemos la idea de la no existencia de un guión previo sino que el guión se va construyendo a medida que avanza la relación y a lo largo de cada charla, cada entrevista, cada sesión. Esto hace que en realidad, la sesión de Orientación se convierta en un espacio de encuentro libre con el otro. En este punto de unión con el otro, en este grupo que se instaura a través de la convergencia de intereses, se ponen en relación dos mundos, dos concepciones de las cosas, dos planteamientos complejos de la vida; y que, en la parte que nos corresponde como profesionales, ha jugado y juega permanentemente un rol importante toda nuestra biografía interna, nuestros grupos de pertenencia, nuestras aficiones e ilusiones, nuestros conceptos éticos, políticos, sociales del ser humano y de nosotros mismos. En este punto en el que se articula nuestra galaxia interna con la del otro, aparecen varios fenómenos. En los comienzos de nuestra vida profesional, sobre todo en estos momentos pero también en otras ocasiones y en especial ante problemáticas muy intensas, uno se siente como absorbido por la energía que proviene de los agujeros negros que aparecen en la otra galaxia y que constituyen parte de su problemática. En cuanto nos ponemos en contacto con el otro, en cuanto comenzamos a establecer una relación en la que se abordan temas personales, comienza a aparecer un elemento que crea un grado de incertidumbre: los aspectos dicotómicos de la propia realidad expuestos en una relación alternativa, o su realidad o la mía, emergen con fuerza; pero pueden ser utilizados en el ámbito de la Orientación. Y si bien al comienzo de la vida profesional uno tiene una cierta tendencia a solidarizarse con el sufriente, a establecer una serie de alianzas, de complicidades que parecen querer confirmar que sus vivencias son realmente así de ciertas, que podríamos visualizar como si ese agujero negro del otro me atrapase, el tiempo y la práctica profesional nos van ayudando a aprender a relativizar esas experiencias, a introducir un cierto grado de duda razonable. Duda que nos permite comenzar a ver las cosas en relación con su propio opuesto. Comenzamos a percibir que lo que se nos muestra como bueno, igual no lo es tanto; que lo que parece blanco nuclear igual sólo lo es con relación al negro azabache. En este sentido la utilización de las dicotomías podría ser uno de los primeros pasos para poder introducir otros elementos de la realidad que se nos antoja, en los primeros momentos de nuestro desarrollo profesional, como indiscutible. Ese pensamiento nos puede ayudar a recuperar el statu quo de nuestra propia galaxia.
Las dicotomías en la interrelación dinámica.
Hay un muy sugerente trabajo de Fernández Ríos (1994) que me parece esboza bien buena parte de las dicotomías ante las que nos movemos en tanto profesionales. Sin embargo ante ellas quisiera introducir un elemento que no aparece y que me parece necesario: la idea guestáltica en la que figura y fondo coparticipan en la creación de una realidad percibida.
Desde el planteamiento grupoanalítico uno de los componentes que acude a nuestra ayuda en la comprensión de los fenómenos y de los sucesos del grupo o de los individuos que lo integramos es la visualización de las cosas con relación al contexto en el que suceden. En este sentido la idea guestàltica de Figura / Fondo es útil por cuanto nos permite considerar que las cosas aparentan ser en función del trasfondo que las encuadra. Pero esta relación es dinámica. Es decir, la interacción que aparece entre ambas componentes tiene carácter dinámico en el que permanentemente figura y fondo se intercalan, interactúan, se intercondicionan de manera que no podemos aislar uno del otro. No se trataría, pues, de encontrar un supuesto punto medio que equilibra la situación, sino de ver la interdependencia que se establece entre estos dos elementos pudiendo ser nosotros mismos los representantes de una de las polaridades. En esta relación dialéctica, dinámica, cada uno de los aspectos condiciona la significación del otro posibilitándonos así una comprensión más compleja y completa de las cosas que nos suceden. Y es en este orden de cosas desde el que creo habría que considerar los planteamientos de Fernández Ríos (1994)
En efecto, las diversas dicotomías que plantea ( Filogenia, Ontogenia; Herencia, Ambiente; Continuidad, discontinuidad del desarrollo; Experiencias tempranas, experiencias tardías; Enfermedad sí, enfermedad no; Etiquetado sí, etiquetado no; Desinstitucionalización sí, Desinstitucionalización, no; Victimización sí, Victimización no; Individuos patológicos, Sociedad enferma; Persona, Situación; Causación social, Selección Social; Investigación cuantitativa, Investigación o cualitativa; Investigación Básica o aplicada, Salud Física, Salud Mental; Teorías científicas, o teorías profanas; Profesionales o paraprofesionales) pueden leerse como dos verdades separadas entre sí, o como dos polos de un continuo en el que nos movemos constantemente los profesionales. Posiblemente sería más adecuado ubicarse en una posición; sin embargo dicha posición existe en tanto que existe la opuesta. Siendo las dos igualmente ciertas. Es decir, una alude a la otra y establece con su contraria o alterna una relación dinámica constante. Y cuando digo dinámica me refiero a algo que está permanentemente en movimiento y por lo tanto en cuestionamiento.
A todas estas dicotomías seguramente le podríamos añadir un sinfín de otras más. Por ejemplo, en la dualidad paciente- profesional (y cuando digo paciente entiéndase no solamente en el sentido de la patología individual, podemos estar hablado de la misma forma si pienso en una familia o un grupo o institución) parece claro que el segundo ayuda a la existencia del primero. Es como decir que no hay alumnos sin profesor, ni profesor sin alumnos: los unos hacen al otro y viceversa. Ahora bien esta claridad se nos desvanece constantemente en la practica diaria en la que percibimos cómo en muchas ocasiones uno va resolviendo o tratando de resolver aspectos de sí mismo a través de lo que oye del otro, o le dice. Es más, como otros han señalado anteriormente, si a lo largo de su proceso profesional, si a lo largo de todos y cada uno de las intervenciones profesionales no se aprenden cosas, no descubrimos nuevos elementos, entonces comencemos a preguntarnos cuál es el sentido de nuestro trabajo y si éste se realiza convenientemente. Porque de alguna forma, cuando estamos ante una situación clínica, por ejemplo, se nos actualizan elementos personales que obligan, al profesional, a trabajar no sólo con lo que tiene ante sus ojos, sino con lo que tiene tras ellos y que se refiere, inevitablemente, a sus situaciones personales.
Las cosas, como podemos comenzar a ver, también pueden entenderse en una multiplicidad de figuras / fondos que, a modo de caleidoscopio van configurando estructuras Gestálticas que tienen su o sus correlatos. La dinámica entre ellos nos presenta, en la práctica asistencial, un elemento más activo, interactivo, introducido en la ecuación que configura los diferentes cortes de la realidad individual. En este sentido la aportación de Nitsum, M. (1998), según la que las estructuras productivas, organizativas, asistenciales se organizan de forma que podemos ver cómo los distintos niveles o planos que aparecen reflejan las características de los contiguos, me permite sugerir la existencia de diversos espejos en los que se reflejan elementos diversos de nuestra realidad. De tal suerte que en una misma persona podemos ver la conjunción de ellos: los aspectos biológicos, fisiológicos, psicológicos, sociales, políticos, religiosos y culturales en los que está imbuido.
La interrelación como proceso de elaboración.
Las dicotomías, leídas como los aspectos de un continuo figura – fondo, nos sirven o pueden servir como dos puntos de referencia opuestos entre los que transitamos. Ese deambular entre uno y otro polo es realizable a partir de la primera experiencia relacional en la que nos proponemos pensar sobre los hechos de la vida. Ese deliberar contiene un ingrediente, la propia elaboración, consistente en poder ir desmenuzando los componentes que se proponen como argumento de relación, entenderlos y poderlos hacer de nuevo propios. Si seguimos por esta senda, pensemos en la relación más conocida en principio por Uds. de profesor alumno. O en el propio proceso de lectura de estos textos. ¿Quién enseña a quien? Entiendo que la responsabilidad del profesor, mía, por ejemplo, es la de enseñar; pero ¿es posible que les pueda enseñar algo sin aprender de Uds.? Entendiendo por enseñar aquella actividad por la que mostramos, descubrimos cosas desde diversas perspectivas con el fin de recrear el pensamiento (y por lo tanto la cultura) y posibilitar una recreación de las cosas que enseñamos. O si lo ubico en este proceso de lectura: ciertamente medida que escribo estas líneas me veo obligado a re-pensar, a recrear el pensamiento en torno a determinados puntos, y escribirlo de forma que me parezca más inteligible. Y en este proceso, en el de escribir o en el de enseñar, pero también en el proceso terapéutico de Orientar se articula directamente con algo que creo haber señalado en otra ocasión: la capacidad de aprender de la experiencia. Esta frase, que es muy sugerente, no es mía. Es el título que Bion le da a uno de sus libros. En concreto en la edición de 1987 que ya fue utilizado por nosotros para hablar de la idea de función, introduce otra que clarifica mucho los procesos mentales: Una experiencia emocional que ocurra durante el sueño (…) no difiere de una experiencia emocional que ocurra durante el estado de vigilia, en la que las percepciones de la experiencia emocional tienen en ambos casos que ser elaboradas por la función –alfa antes de que puedan ser usadas para los pensamientos oníricos. Y añade:
(…) La función –alfa opera sobre las impresiones sensoriales, cualesquiera que sean, y las emociones, cualesquiera sean las que el paciente acepta. Mientras la función – alfa opere con éxito, se producirán elementos – alfa y estos elementos resultarán adecuados para ser almacenados y satisfacer requisitos de los pensamientos oníricos. Si la función – alfa es perturbada, y por lo tanto resulta inoperante, las impresiones sensoriales que el paciente capta y las emociones que a la vez está experimentando permanecen inmodificadas. Los llamaré elementos – beta. En contraste con los elementos – alfa, los elementos – beta no son sentidos como si se tratara de fenómenos, sino como las cosas en sí mismas (…) (: 25). Para acabar indicando que: los elementos-beta se almacenan, pero difieren de los elementos alfa que no son tanto recuerdos como hechos no digeridos, mientras que los elementos-alfa han sido digeridos por la función- alfa y por lo tanto ser convierten en disponibles para el pensamiento (: 26)
Es decir, en el proceso de enseñanza, de forma similar a cómo sucede en los procesos de Orientación y Psicoterapéuticos, se da una metamorfosis de los procesos sensitivos y afectivos que proviene precisamente de la conversión de los elementos –beta en elementos-alfa, susceptibles de convertirse en elementos para pensar. En este sentido cuando entre los estudiantes y el profesor se establece un diálogo, una interacción a través de los temas de estudio, lo que está sucediendo en realidad es una metabolización de los conocimientos que pasan de ser elementos beta a ser elementos alfa; y por lo tanto aptos para su uso como pensamiento. De hecho, fígense bien, es la diferencia que Uds. aprecian entre aprender una cosa de memoria o entenderla. Cuando algo se entiende significa que uno a podido procesar la información que se convierte, entonces, en un conjunto de elementos disponibles para su uso; mientras que los meramente memorísticos no se utilizan para ello.
Este proceso es el que se da entre vosotros y yo; y el que se da entre el paciente y el profesional. Ambos están incluidos en la función que posibilita que, en cada uno se den una serie de transformaciones que enriquecen la experiencia y les son útiles para las modificaciones en la vida cotidiana. En el caso anterior, el profesional había posibilitado un ambiente, un espacio en el que la mujer podía explicarle al marido lo que ella sentía cuando se encontraba en aquellas circunstancias; a su vez, los pacientes escenificaban un aspecto de la escena que el propio profesional vivía en casa. Unos y otros estaban procesando información, información vivencial, no intelectual. Y de forma similar, en la supervisión tuve que recurrir al mismo sistema: posibilitar, mediante el paseo mental por otras zonas, el acto de procesar la información que había recogido. Los elementos beta, pasaban a ser elementos alfa.
El proceso de metabolización se da gracias a que los elementos que se van modificando, elaborando, van perfilándose con relación al contexto en el que se presentan. Para ello es importante un aspecto de nuestra intervención. Metafóricamente podemos decir que el Orientador se convierte en una especie de aparato psíquico auxiliar ocasional o provisional que el paciente utiliza (por esto viene) para metabolizar una serie de aspectos que habían quedado bloqueados. En este proceso de metabolización, la habilidad del profesional en poder descentrarse de cualesquiera de los planos en los que el paciente le ubica y de introducir elementos del pensamiento que le vinculen con los diversos planos de su realidad psíquica, física, social, política, económica…, es fundamental. Por esto la capacidad de ver los diferentes aspectos atómico, biológico, fisiológico, psicológico, sociológico, político, religioso y cultural que constituyen el ser humano y la de poder pasearnos por ellos en no importa que orden ni ritmo, resultaran elementos eficaces en una orientación psicológica.
Por ejemplo, si una persona habla de su deseo de cambio, de cambio de estilo de vida, de cambio de costumbres, lo hace no sólo como expresión de su deseo de cambio sino que éste ha de realizarse en relación con un no cambio que aparece de trasfondo. La comprensión de la complejidad de los cambios puesta de manifiesto a través de metáforas de origen político, social, religioso, o incluso fisiológico, posibilitan no sólo una comprensión mayor de las cosas sino el unificar los diversos aspectos constitutivos del ser humano. Y va aclarando qué representa la idea de cambio, y por qué ese cambio y no otro, y por qué en este momento y no en otro diferente. Todo el proceso mental y relacional que se da en torno a este aspecto supone una elaboración de una idea primera de “cambio” que se va perfilando a una idea de “cambio” más concreta. Este es el proceso del que habla, también Bion. Lo que sucede es que en este caso se da la participación del profesional quien, a su vez, también va elaborando elementos que configuran la idea de cambio; y por lo tanto también en él se da ese proceso metabolizador que hemos comentado. Y en ocasiones le generan cambio
Son los textos de la revisión total de los que fueron publicados en 2004. Muchos de ellos todavía no han pasado la revisión estilística, pero en cuanto sean revisados los modificaré.