Resumen: A raíz de un caso clínico planteado en la sesión, se organiza una escultura y tras ella se activa todo un diálogo. Este diálogo nos lleva a pensar en la función del conductor, las normas, la visión del grupo como espacio de elaboración mental, y demás. Y como es el final de un recorrido de tres años en Fuenlabrada, me despido de todos.

Voy a tomar la foto que le hice a la escultura que construimos a partir del caso del grupo de J. Creo que habla bastante de cosas que aparecieron en el día de hoy y que guardan un gran paralelismo con los fenómenos grupales. Posiblemente una de las claves se sitúe en saber cuál es el papel o el lugar del conductor de un grupo.

Palabras clave: tiempo de sesión, resistencias, identificación proyectiva, elaboración mental, la función del conductor, normas

El inicio de la sesión

 

Tras el silencio inicial y la resistencia evidente a aportar un caso clínico  (¿qué tememos?),  J., se anima y nos trae el caso del “chico del pantalón roto”. No voy a narrarlo porque creo que todos lo tenemos en la cabeza y porque lo más interesante no estaba en el caso sino en otro lugar.

 

Habíamos hablado anteriormente de muchas cosas. Una de ellas provenía de la observación que indicaba que era al final de la sesión cuando aparecían más temas y más participación; y que, justamente en estos momentos, el conductor daba por terminada la sesión. Eso me indujo a comentar cómo esta reacción es un fenómeno universal y que es una de las razones por la que la duración de los grupos conducidos bajo premisas psicodinámicas y en particular grupoanalíticas no debiera ser menor de los 75 minutos con un tope de 90. Lo normal es que se presenten serias resistencias al abordaje de “lo que tenemos que hablar” frase que no deja de aludir a algo que siempre está presente pero que nunca nadie sabe qué es. En el fondo, eso de lo que “tenemos que hablar” es de lo que se habla en estos últimos veinte minutos de todas las sesiones grupales. Tiene que ver con las propias y naturales resistencias.

 

Tras colocar un primer punto de inicio para la escultura (mi libreta con la funda de mis gafas sobre ella) nos fuimos animando a colocar más y más cosas en ella. De entrada y de forma prioritaria las íbamos colocando en ese punto inicial en el que convergían muchas cosas. Desde mi perspectiva en ese converger se manifestaba lo que desde un punto de vista coloquial hay quien lo llama “identificación”; pero que me parece que es más exacto decir procesos de identificación proyectiva. Ahí, en ese punto de anclaje era el que posibilitaba que cada uno colocara algo (en la proyección colocamos algo) con lo que nos identificamos.

 

A mi modo de ver muchos os podíais identificar con ese chaval que “se rebelaba en contra del señor de 50” (el de la historia que nos habían contado), o “generaba envidia”, o tenía “una madre fantástica” o… Y desde este punto de “identificación” lo que aparecía eran respuestas que en cierto modo venían a aplaudir calladamente su comportamiento, su actitud, su ponerse en su lugar. Pero eso que muchos veíais en realidad era lo que poníamos ahí ya que el muchacho no estaba ahí y todo lo que poníamos era de nuestra propia cosecha. Lo que no quita que puedan coincidir las cosechas.

 

La operación mental que se activó consistía en un proceso mediante el que cada uno de nosotros “veía” cosas en esa actitud del chaval que aparecía en la historia e, identificándonos con esa cosa que veníamos, nos animábamos a colocar símbolos que venían a “animar al chaval”, a “admirar a su madre”, a “rechazar la actitud del señor”, etc. Al identificarnos colectivamente con el muchacho no podíamos ver que el caso del que había hablado J., había más personajes en acción: solo veíamos un fragmento que era con el que nos identificábamos proyectivamente. Eso me llevó a incluir otro punto representado por el cartel. Y eso nos permitió comenzar a ver otros aspectos que estaban ocultos en lo que J., había traído. Pero de nuevo la identificación proyectiva seguía activando sus poderes. Y ya no solo nos centrábamos en el señor en cuestión sino en las diversas cosas que iban apareciendo en él o en la relación que había entre ellos dos. Y gracias precisamente a esas aportaciones el grupo, como si de una gran mente se tratase, pudo ir aportando más y más detalles que percibíamos vía identificaciones, proyecciones, y demás mecanismos mentales de comunicación.

 

Ese mecanismo de identificación proyectiva era muy semejante al que había aparecido en la relación entre ese señor de cincuenta y el muchacho. Y en las dos direcciones. ¿Será que tácitamente acabamos actuando con los mismos mecanismos que se explicitan en la narración de un caso clínico? Esa pregunta la dejaremos sin contestar.

 

En un momento y casi de forma mágica (lo estaba pensando hacía rato), V., (¿fue ella, verdad?) introdujo a J., en la misma escultura. Y eso asustó. Distorsionaba la escultura; pero representaba de forma magistral la realidad de nuestra tarea: estamos involucrados en todas nuestras escenas. Esa figura fue sustituida para facilitar la tarea por un casco integral de motorista y dos guantes. ¡Bonita imagen del conductor! Pero en el fondo la pregunta que introdujo fue ¿cuál es la función, el lugar del conductor?

La función del conductor

 

Cuando estamos conduciendo un grupo y vemos que nos identificamos con las situaciones que se plantean, podríamos hacernos esa pregunta ¿qué me pasa o qué me está pasando? Es cierto que a lo largo de todo el día estuvimos hablando de algo que estaba ahí y que se visualizaba en las relaciones entre el muchacho y las figuras paternas, que no necesariamente paternales. Los límites, el “a mí mi madre no me lo hubiera permitido” habla también de la norma, la convención y el cuidado. Y no siempre nuestras relaciones con la norma, la convención y el cuidado son “normales”; me refiero a que cuando tenemos individual o colectivamente un problema con la norma, convención y cuidado nos perdemos. Parece como si viejos fantasmas o aspectos no digeridos de cada uno de nosotros nos lleva a ver más la parte limitante (y necesaria de la norma) que la posibilitadora. Pero este es otro problema.

 

Si recordamos cómo nos lo contó J., “el señor dijo: voy a meterme contigo” y, a continuación, le dijo lo que le dijo. Y al parecer sin acritud, sin ganas de dañar; pero el joven así se lo tomó. Y apareció la tensión en el grupo. Parece que ese joven adulto todavía no tenía muy engrasadas las bisagras que nos juntan con la norma, la convención y el cuidado.

 

Estoy convencido de que buena parte de la situación profesional y social que vivimos en Madrid y en España en general, tiene que ver con eso y es consecuencia de las heridas que derivan de un conflicto civil que nadie de los presentes ha vivido. Cierto que muchos hemos vivido sus consecuencias; pero nuestra realidad ya es otra y la vida sigue hacia delante, no mirando atrás. Es cierto que de aquella contienda y de la forma particular que tiene nuestra cultura peninsular y mediterránea en cocinar sus frustraciones y sus debilidades, se han ido fabricando pequeños dictadores, pequeños jefes de manada con las mismas características dictatoriales de aquellas que se vivieron. A lo que hay que añadir las particularidades psicopatológicas de muchos de los que nos lideran (suele ser así). Y posiblemente esa sea una de las razones por las que cuando aparece un señor (que podría ser el padre del otro) y le dice al muchacho (que podría ser su hijo) lo que le dice, nuestra tendencia y reacción fue hacer piña con adulto joven.

 

Pero ¿es esa nuestra función profesionalmente hablando? ¿Nuestra función no será la de crear espacios para que los pacientes con los que nos juntamos o encontramos puedan realizar (como nosotros) procesos de elaboración (algunos los llaman mentalización) mediante los que el Yo integra aquellos objetos del self  y del sí mismo que no ha acabado de hacer suyos?

 

Los aspectos que podemos llamar normativos, los elementos externos de lo que denominamos superyó, provienen de la sociedad y se expresan o se nos presentan a partir de las relaciones que establecemos con las demás personas. Esas personas no es que “conscientemente” sean representantes de la sociedad, pero están construidas a partir de esas cosas de la sociedad. De toda sociedad. Eso que posee la “sociedad” y que constituye el denominado superyó, surge de la experiencia compartida que va destilando pautas, normas, sugerencias, prohibiciones, así como sentimientos de vergüenza y temor, de afecto, cuidado y cariño. No pueden no existir. Y es cierto que no son aspectos fijos sino que se van adecuando con el paso de los años a las diversas realidades externas e internas por las que transitamos. Y el Yo, ese aspecto de uno que es el que gobierna nuestro caminar por la vida siente que debe incorporar necesariamente una serie de pautas; y en ese deber se percibe el componente impositivo exterior contra el que reaccionamos.

 

Y es verdad que hay muchos aspectos cuestionables pero… ¿llevaré los pantalones rotos solo por cuestión de moda o por ser una forma de rebelarme contra algo? Si es por lo primero, hoy los podría llevar así y mañana podría ir de esmoquin. Si es por lo segundo… nunca podría llevar esmoquin porque eso, para mí, va en contra del mensaje que quiero transmitir con los vaqueros roídos. Entonces ya estamos hablando de otra cosa. Si como profesional me identifico con la segunda parte, aplaudiré que lleve los pantalones hechos trizas pero no me permitirá pensar más allá que en eso.

 

En el conflicto que presentó J., como motivo de reflexión grupal, una de las partes del mismo tenía que ver con las relaciones paterno filiales. O filio paternas. Y eso que se le presentaba a J., en el grupo que nos describió, es algo de J., algo del adulto joven con su padre, algo de ese señor de cincuenta con ese hijo adulto, y algo de nosotros con la figura de la autoridad (y viceversa).

 

Pero algo debió entender el muchacho (y el señor) cuando dejó de vestir de aquella manera (o el señor cuando le pide disculpas). Quizás el primero pudo entender que algo del enfrentamiento no tenía lugar, mientras que el segundo entendió que pudo haber sido violento. Ambas comprensiones suponen que uno y otro han podido elaborar algún aspecto más de los implicados en la relación padre-hijo; e hijo- padre. Esa comprensión no es solo intelectual sino que viene marcada por una relación y unas vivencias que son las que acompañan al proceso de integración de las que estoy hablando.

La norma y la función del conductor

 

Cuando en el entorno o en las relaciones que mantenemos con los que nos rodean prima la ausencia de la norma, entra el caos. Esta situación supone un incremento de las aportaciones emocionales sobre las racionales que colocan al Yo en situación de fragilidad. Y ante ella, las capacidades de pensar disminuyen o dicho de otra forma, los procesos de elaboración de lo que se vive tienden a disminuir o a desaparecer. Y ese fenómeno nos conduce a procesos primarios de pensamiento en los que las cosas van desdibujándose, perdiendo sus límites, su configuración: los procesos de psicotización están plagados de esa pérdida de referencias. Son lo que llamaría Matte Blanco, procesos de pensamiento simétrico. En estos papá es mamá, mamá es papá. Lo alto es bajo y al tiempo lo bajo es alto. Todo se torna relativo. Los procesos oníricos vienen gobernados por el pensamiento simétrico.

 

Los procesos de duelo activan muchas veces esos momentos. Los cambios que se dan a lo largo de la vida también los activan. Una mudanza, la pérdida de un trabajo, una separación, una enfermedad… nos desmontan, nos acaban confundiendo; y solo la capacidad de restablecimiento del pensamiento asimétrico, más “racional”, va pudiendo restablecer la estabilidad psíquica. Y ello requiere la presencia de un punto de anclaje en torno al que edificar, reedificar la estructura individual, familiar, grupal, social. El Yo del paciente se edifica a partir del Yo del profesional que le atiende. Y en el grupo el conductor representa ese punto de anclaje en torno al que los diversos Yoes van tejiendo y retejiendo las relaciones con los aspectos parciales que van emergiendo en el grupo. El grupo es, desde esta perspectiva, el espacio de elaboración mental en el que los pacientes pueden reelaborar sus relaciones con los aspectos parciales depositados en los demás.

 

La función del conductor se adapta a las necesidades del grupo que conduce. En los primeros momentos de la vida del grupo no actúa ni está ubicado en la misma posición que la que ocupa cuando ese grupo se ha afianzado en el trabajo que realiza. Y de forma similar a lo que sucede en la relación entre padres e hijos, su posición también se adapta a sus necesidades y realidades.

Echando una vista atrás

 

Solo unas pocas palabras más. Si miro el recorrido a lo largo de estos tres años debo decir que ha sido una de las experiencias más gratas de mi vida profesional. Desde la revolución del Selene hasta el chico de los pantalones raídos hay un largo trecho. Y creo que es de justicia reivindicar todo este proceso por el esfuerzo que (C., dixit) no es tanto el producto de la suerte cuanto el resultado de un trabajo colectivo en el que ha habido de todo. Y lo curioso es que sean los fuerabradas quienes nos ayuden precisamente a valorar eso: los humanos necesitamos de las marcas tras la puerta de la habitación para saber que estamos creciendo.

 

Agradezco la experiencia que me habéis propiciado tener y espero poder seguir aprendiendo de lo que deseéis enseñarme.

 

Buen verano,

Junio 2013