Colofón
A principios del siglo pasado, como en el primer tercio, un médico llamado Kurt Goldstein señaló que el ser humano es una unidad. Que tal característica hace que sea más que la suma de las partes de que se compone: es decir, que no somos una suma de órganos sino que la suma de esos órganos genera una entidad diferente que lo que es cada una de las partes. Pero señaló algo más, que todo lo que hace el organismo está en continua relación con los demás organismos y con todo lo que le rodea. Goldstein estaba muy influido por la escuela de Fráncfort que en aquellos momentos supuso una ruptura con la idea anterior que trataba de explicar la conducta humana como la consecuencia de cosas innatas de cada organismo. Esta escuela puso el acento en los estudios de la percepción y nos ayudó a comprender que lo que cada uno percibe del entorno y de sí mismo es un condicionante de su comportamiento. Y que eso que percibe es algo que destaca de un fondo que, de algina manera, lo determina. Figura y fondo son pues dos aspectos de la realidad individual y colectiva en constante interacción. Esta idea hace también referencia a lo que pensamos, a lo que nuestra mente produce.
Quizás una de las cosas que más sorprenda es la idea de que todos formamos una unidad y que lo que uno piensa no es solo producto de su experiencia personal sino que lo es en relación a la experiencia que está teniendo con las personas con las que está. Nadie piensa realmente por sí solo. Pensamos gracias a una continua interacción con los demás. Este intercambio genera pensamientos, ideas, matices y nos permite ir visualizando aspectos que de forma individual difícilmente podríamos haber pensado o visto. Es más, cuando “pienso” en realidad expreso lo que proviene de un diálogo conmigo mismo. Yo y yo mismo hablamos y en este diálogo salen ideas y otras muchas cosas. Pero ese “Yo” que habla con “mí mismo” en realidad nace de la experiencia de estar en medio de los demás. Podríamos decir, que gracias a que el bebé se relaciona con su madre (la madre siempre es un punto fundamental en el desarrollo de todo individuo) y a la forma cómo se relaciona con ella, gracias a eso el bebé va interiorizando ese diálogo y va pudiendo pensar.
Si lo pensamos desde otro ángulo, un grupo es eso: un conjunto de personas que, mediante la relación que se establece entre ellas, vamos creando un pensamiento sobre las cosas que nos suceden. Ello conlleva algo que se podría considerar como democratización del pensamiento (lo que no significa que el pensamiento sea democrático, que eso no existe). Esa democratización del pensamiento exige poder transitar permanentemente por dos zonas complicadas: una zona a la que podemos llamar de simetría total, en la que todo vale igual, nada es más ni menos que otra cosa. Todo tiene el mismo valor, el mismo significado. Es el lenguaje propio de los sueños. Y la otra es una zona más asimétrica. Ahí hay orden, categorías, clasificaciones. Pues bien, esas dos zonas están presentes permanentemente en nuestro pensamiento y cuando hay problemas en una zona debemos poder pasar a la otra. Pero de eso ya hablaremos otro día.
Dado que hablamos de lo grupal, del trabajo grupal, podemos entender nuestra posición en este punto de varias formas. Una es la que considera que “el grupo” lo forman las personas con las que nos encontramos y que nosotros, especialistas en el tema, nos mantenemos algo alejados de ellas. Esta posición o esta idea de lo grupal nos llevaría a que nosotros nos comunicamos con ellos como si ellos fuesen una unidad: Yo, el profesional, me comunico con vosotros, el grupo. Esta idea exige que cuando el grupo me habla entienda que eso que se me dice es como si fuese una idea que “el grupo” me transmite y ante la que reaccionaré o contestaré o…
Por ejemplo, viene una familia a la que he convocado. Puedo pensar desde este ángulo, que esa familia es como un bloque, como una unidad y que todo lo que me dicen en realidad es lo que ese bloque me dice. ¿Se entiende?
Esta posición tan legítima como cualquier posición que consideremos, puede ser útil en algunos momentos. Estaba pensando en esta situaciones en las que uno debe comunicar a la familia que debe realizar algunas cosas como rellenar una solicitud de ayuda. En estos casos me dirijo a la familia como si fuese una unidad. Y en cierto modo esta posición exige o conlleva una cierta autoridad sobre ese grupo: yo soy el profesional que desde mi autoridad le digo a la familia lo que debe hacer. También hay que indicar que esa actitud tiene una serie de elementos que la hacen más compleja: yo soy el profesional que trabaja desde esta institución lo que hace que yo sea también esa institución. Y esto introduce algunas dificultades en la comunicación ya que no se me ve a mí como fulanito de tal sino como “ese del ayuntamiento” y por lo tanto, vinculado a los vaivenes y características que tiene esa Entidad.
La otra es considerar que estas personas y nosotros somos el grupo. Es decir, que siendo el profesional mi posición es diferente a la anterior. Si en la primera posición tendemos a verticalizar la relación, la segunda tiende a horizontalizarla. Lo que no necesariamente es mejor o más cómodo. Cada uno sabe en qué posición se encuentra mejor en base a qué tipo de trabajo quiere realizar. Porque si lo que quiero es que los que acudan a mí realicen sí o sí determinadas cosas lo esperable es que me coloque en una posición más vertical; mientras que si lo que quiero es que vayan realizando un proceso que les permita realizar esas cosas por sí mismas, entonces la opción más horizontal parece la correcta. Estas dos posturas en realidad son los extremos de una línea en la que en un lugar se ubicaría una opción y en la otra, la otra. Esta concepción más dinámica de la postura del profesional nos permite que ante personas con menos capacidades de comprensión o ante situaciones que conlleven llevar a cabo actos muy concretos, el profesional tienda a colocarse en un extremo más resolutivo que en el caso contrario.
Ahora bien, en ambas situaciones se da siempre una situación de comunicación. Y ¿qué entiendo por comunicar? Eso es algo más complejo: Comunicar no es decir cosas. Bueno, sí lo es pero no es solo eso. En realidad cuando nos comunicamos ponemos en común (comunicar) algo de nuestro pensamiento, algo de nuestra experiencia vital, algo de lo que sentimos, algo de lo que tememos o anhelamos. Es decir, cuando decimos “buenos días” a alguien estamos expresándole nuestro deseo de que tenga unos “buenos días”, es decir, que tenga una buena experiencia vital durante los días venideros. Si digo “me duele la cabeza” expreso, comunico, un dolor que tengo para que esa otra persona haga algo con eso y para compartir (com-partir) una experiencia personal. Siempre hablamos desde nosotros mismos, no somos portavoces de nada más que de nuestra propia experiencia personal. Por esto, incluso cuando hablamos de un tercero, estamos hablando de nosotros mismos. “Quan Pau parla de Pere parla més de Pau que de Pere”, fue una frase que un paciente me comentó un día en un grupo y que me pareció genial. Es decir, que cuando hablamos de un tercero también hablamos de nosotros mismos.
También cuando estamos en un grupo. Esto nos obliga a considerar que en toda situación grupal, en cualesquiera de las posiciones que ocupemos ante las personas convocadas hay algo que parece que no deberíamos pasar por alto: todos, absolutamente todos experimentamos un aumento de la ansiedad cuando nos encontramos junto a otras personas desconocidas con las que debemos interaccionar y relacionarnos. Considerar que existe esa ansiedad (que muy posiblemente también tengamos nosotros) nos ayuda a entender que los procesos que se dan ahí son complejos y requiere una cierta templanza en su desarrollo.
La ansiedad que sentimos todos suele tener que ver con la dificultad de estar juntos. Y como por lo general estamos juntos por una razón concreta, las dificultades que encontramos en alcanzar los objetivos que nos habíamos marcados surgen precisamente de esas ansiedades. Estas hacen que tácitamente se consideren tres opciones, tres formas de alcanzar los objetivos. A estas tres opciones les llamamos “supuestos básicos”.
Tres son esos supuestos. El primero al que llamaremos de Dependencia, considera, supone que la mejor forma de alcanzar esos objetivos es mostrarnos dependientes del conductor. O de alguien que tome la batuta. Eso se puede entender sobre todo al principio pero si se instala la posición más infantil de esperar que otro tome las decisiones… entenderéis que es un problema. Evidentemente cuando detectamos esta posición algo debemos hacer para salir de ella pero no suele ser fácil ya que depender de otro es lo más fácil. Se ve en los centros de trabajo, en las familias, en los grupos: todos esperamos que otro tome las determinaciones, diga lo que hay que hacer y… ya está.
Os decía que otra forma de alcanzar lo inalcanzable es que, al ver las dificultades que tenemos para ello consideremos que esas surgen por culpa de alguien. Buscamos un culpable. Puede ser un miembro del grupo, una parte del mismo, el profesional que lo conduce… o incluso el grupo en su conjunto (menos quien lo señala, claro). Eso se traduce en un ataque. No es nada infrecuente que en un grupo humano, cuando no podemos pensar sobre las responsabilidades y las limitaciones que tenemos como algo real de la vida misma, atribuyamos las razones de nuestros males a lo que está fuera del grupo; o a una parte del mismo. Esto conlleva tensión, discusiones más o menos tensas en las que la capacidad de pensar se va reduciendo. Y llegado el momento, el grupo puede fragmentarse; con lo que perdemos todos.
Finalmente otra forma de alcanzar los objetivos es considerarnos como el mejor grupo de cuantos hay en el mundo. Eso lo emplean con frecuencia algunas empresas y muchos gobiernos: al considerarnos los mejores del mundo conseguimos varias cosas. Por un lado generamos una ilusión, un pensamiento ajeno a la realidad humana, por el que ese grupo, las personas que lo constituyen son de una calidad, de una naturaleza que no hay comparación. En segundo lugar, y para potenciar eso que he dicho, se busca demonizar lo que está fuera, lo que no pertenece al grupo, con lo que el propio grupo queda todavía más ensalzado. Al ilusionarnos, al considerar que “lo que vamos a conseguir va a ser fantástico” se tapan todas las tensiones reales que tenemos, nos olvidamos de los problemas que nos rodean y, creando esa ilusión, ese mundo idealizado, nos ponemos a trabajar. Pero eso tiene, como siempre, fecha de caducidad y pronto el grupo se sumerge en cualquiera de los dos anteriores procedimientos para obtener los objetivos para los que nos hemos reunido.
Esas tres formas son las que permanentemente enmarcan el trabajo de un grupo y de nuestra habilidad para sortear las dificultades que ello conlleva y de la aceptación de que somos parte de un grupo y del que entre todos debemos tratar de solventar la problemática, depende el desarrollo del mismo y que alcancemos determinadas metas.
Bueno, lo dejo por hoy.
Nos veremos el martes.