25)¿PODRÍAS EXPLICAR LOS FACTORES ESPECÍFICAMENTE TERAPÉUTICOS?

25) Has hablado de varios factores que a tu criterio son los específicamente psicoterapéuticos, ¿podrías explicármelos un poco más?

 

Lo intentaré. De hecho son una serie de aspectos que a lo largo de mi experiencia son los que considero que marcan diferencias respecto a los factores terapéuticos señalados por estos autores y a los que llamo factores psicoterapéuticos.

 

Como te señalaba antes, Lola, un primer factor psicoterapéutico proviene de la activación de elementos regresivos. El hecho de estar entre una serie de personas sin un tema concreto del que hablar, facilita le emergencia de conductas, actitudes, pensamientos que denominamos regresivos por corresponderse más a fases anteriores de nuestra evolución psíquica. En este punto juegan un papel fundamental básicamente cuatro aspectos: la no existencia de una tarea concreta, la actitud del conductor, el tamaño del grupo y la frecuencia de las sesiones. En efecto, la no tarea concreta nos deja sin un elemento que se interponga entre las personas del grupo y nos remite de forma rotunda a tener que considerar que ese elemento al que hay que atender somos nosotros mismos y la relación que establecemos y mantenemos entre nosotros. Este aspecto regresivo –que en mi comprensión grupoanalítica no debiera potenciarse excesivamente –coloca al individuo en una situación de mayor indefensión y ante la que reacciona de diversas maneras. Pero en último término –en muy último término –hacen referencia a nuestras primeras relaciones con el entorno familiar y en concreto con los padres (o personas de especial significación).

 

Cierto que dependiendo del nivel de patología con la que me encuentro como conductor e incluso también la capacidad simbólica de las personas con las que estoy en el grupo podrá tomarse la decisión técnica de ubicar o no una tarea intermedia o aconsejarme una mayor o menor intervención. En realidad es parte de un proceso en el que la presencia activa del conductor va dejando de estar tan presente para que quede delegada en el resto del grupo. Yalom, I, (1983), por ejemplo, al referirse a pacientes ingresados los divide entre aquellos que tienen capacidad verbal y los que no la tienen, proponiendo para este segundo grupo la introducción de un elemento intermediario que posibilite la actividad psicoterapéutica. Y es que en algunas ocasiones, sobre todo cuando la capacidad del paciente para simbolizar es relativamente poca, cuando los niveles de ansiedad como consecuencia de procesos de despersonalización, confusión, y similares es muy elevado, es beneficiosa la presencia de un objeto intermediario; como lo es la utilización de algunas técnicas expresivas que faciliten el mantenimiento de unos mínimos recursos Yoicos. Siempre y cuando no acabemos considerando al objeto intermediario el centro de nuestra atención. Pero en otras ocasiones es justamente importante el no disponer de tal elemento. Su ausencia nos lleva a tener que relacionarnos con el otro desde uno mismo, lo que eleva los niveles de ansiedad y activa los mecanismos regresivos.

 

En segundo lugar y dentro de este mismo apartado, juega un papel determinante la actitud del conductor del grupo. En realidad estamos ante el mismo problema: como es lógico y natural, en función de los niveles de ansiedad y de los estados de claridad mental, el profesional estará más o menos presente. Esta presencia le convertirá en muchas ocasiones en el objeto intermediario del que hablábamos antes, en cuyo caso el profesional debe tener claro que no puede convertirse en el objeto a tratar ni el que “sólo sabe” relacionarse con el objeto. De todas formas este extremo que ya planteara en su momento y desde una perspectiva individual Ferenczi (Wyss, 1975), creo que depende mucho de la identidad del psicoterapeuta (Kennard y cols, 1993) y de los deseos de activar más o menos mecanismos regresivos: a más participación menos ansiedad y por lo tanto menos elementos regresivos; pero puede aumentar la dependencia lo que, como conducta regresiva operativa también puede ser un problema. Schlapoversky señala que el conductor actúa no solo como conductor sino como administrador del mismo y –lo que me parece más relevante aquí –como iniciador (y mantenedor diría yo) de una conversación basada en una libre asociación. (2016).

 

Otro aspecto es el tamaño del grupo. Cuanto mayor es el número de personas que se juntan, el número de imágenes que provienen de los demás, la cantidad de aspectos que cada miembro tiene que elaborar, aumenta. Esto facilita el incremento de las ansiedades de despersonalización y pérdida de identidad, los niveles de ansiedad y el grado de paranoia de los integrantes. Esto guarda mucha relación con la imagen especular. El grupo, como metafóricamente se suele considerar, es similar a una sala de espejos en la que cada miembro se ve, se percibe a sí mismo reflejado de forma muy diferente en base a quien es la persona (el espejo) ante la que se mira. Esta proliferación de imágenes transmite una vivencia de fragmentación que no es fácilmente asimilable. En esto la función del conductor es importante en tanto figura tranquilizadora –sobre todo al inicio del grupo.

 

Y finalmente, la frecuencia. En este sentido no es habitual que se convoque a los pacientes dos veces por semana, pero mi enriquecedora experiencia en ello me indica que los procesos que se dan ahí son mucho más intensos, mucho más beneficiosos que aquellos que se dan con frecuencias menores. Así podemos indicar que frecuencias menores a la semanal van en detrimento del trabajo psicoterapéutico. Cuando en determinados contextos asistenciales no puede organizarse un grupo más que con frecuencia quincenal, hay que tener muy en cuenta que esa baja frecuencia va en dirección contraria a los beneficios que en principio queremos obtener en psicoterapia grupal grupoanalítica.

 

Un segundo factor de lo que considero factores psicoterapéuticos, proviene de las relaciones que se dan entre los miembros del grupo que vienen condicionadas, al menos, por dos elementos: la reproducción de estructuras relacionales y de elementos simbólicos que se desarrollaron a lo largo de los primeros años de nuestra vida con personas significativas y que denominamos elementos transferenciales, y la actualización de estructuras grupales (familiares, sociales) en el seno del grupo y que denominamos transposición. Y eso porque parte del conflicto está vinculado a las relaciones que se han establecido con las personas más significativas de nuestro grupo familiar así como de muchas otras. Dado que con ellas hemos ido estableciendo una estructura particular de relación que es con la que vamos habitualmente por la vida, esta estructura se actualiza, transferencia mediante, en el grupo, que en cierta forma es vivido como una reproducción del grupo familiar. Estos elementos transferenciales que propiamente llamaremos situaciones t, o situaciones transferenciales, no implican de forma exclusiva a la figura del conductor o al grupo como totalidad: en un grupo muchas son las configuraciones de personas –y sus representantes simbólicos –que se organizan en torno a cada tema, a cada situación y en cada momento del grupo. Cada miembro –e incluso subgrupo de personas –reacciona de forma particular cuando se activan o actualizan situaciones pasadas.

 

Pero esta misma estructura también tiene una connotación social y que viene determinada por el contexto en el que estamos. Pues bien, como ya señaló en su momento Pat de Maré, esta estructura se introduce en el grupo en lo que se denomina Transposición: en efecto, las diversas situaciones sociales, los elementos que emergen desde los medios de comunicación, las actitudes de nuestros líderes políticos y sindicales, y un largo etc., no deja de reproducir o ser elementos de referencia las mismas estructuras con las que nos hemos ido encontrando a lo largo de nuestra historia. La validación de estos elementos facilitan una comprensión de lo íntimo y lo social que unifica al individuo.

 

En tercer lugar, la estimulación permanente de los procesos de pensar y que a consecuencia de la interpretación que se da en estos grupos, les confiere un carácter específico. En efecto, una de las tareas de la conducción del grupo consiste en estimular los procesos de reflexión a partir de las vivencias que se activan en el grupo. Siendo el sentimiento el elemento básico, sobre él deberá organizarse una tarea de comprensión, una elaboración de los procesos que se dan en el grupo y una interpretación de los hechos, aportándoles su componente simbólica. Esa activación del proceso de pensar que deberá ajustarse a las características, posibilidades y estado psíquico de las personas con las que formamos el grupo permite entender las cosas desde otra perspectiva, desde otra óptica y, en consecuencia, posibilitará la modificación de las estructuras psíquicas de los que integramos el grupo. La interpretación, pues, adquiere el doble matiz que tan certeramente nos indica Coderch, que es que habría una primera función interpretativa que consiste en informar al paciente acerca de sí mismo, y una segunda función que es la de hacerle conocedor de la actitud de disponibilidad del terapeuta hacia él y de las relaciones profundas que entre ambos se establecen (2001:111). Este es el tercer factor psicoterapéutico.

 

En cuarto lugar y vinculándolo con el anterior, la revalorización de los significados de nuestros actos, nuestras omisiones, pensamientos y sentimientos, entroncándolos con la realidad social en la que nos ubicamos y posibilitando, mediante este proceso, una reestructuración de la matriz de relaciones simbólicas tanto individuales como colectivas. Este aspecto está íntimamente unido a la realidad psíquica del ser humano que es el propio lenguaje y constituye el cuanto factor psicoterapéutico. En efecto, nuestra estructura mental está articulada como lo está el lenguaje, mediante símbolos, cargas afectivas asociados a los mismos, significados que se intercambian y mutan en función de las vivencias y de los intereses particulares y ocasionales (o no) del sujeto en un momento dado, con el fin de asegurarse su vinculación con el otro; independientemente del tipo de vinculación que busca alcanzar.

 

En quinto lugar, el trabajo sobre las resistencias que presentamos los sujetos frente a cualquier cambio, intromisión, acto de comunicación y expresión afectiva. Y es que el ser humano, aún buscando la unión y vinculación con el otro (Bowlby), presenta serias dificultades ante las fantasías de pérdida de la identidad personal, disolución de lo que podríamos denominar fronteras psíquicas que nos mantienen en la creencia que mediante esta separación, mantendremos nuestra propia identidad. En este sentido, a los esfuerzos por mantenernos  en nuestras posiciones enrocadas, por mucho sufrimiento que ello conlleve, se nos ofrece la posibilidad de cambio. La resistencia emerge ahí: ante los temores que ese cambio supone, ante el vacío y soledad que se me antoja que voy a tener ante mí y frente a lo que me opongo con todas mis fuerzas, Lola, evitando así una modificación de estructuras que precisamente, me llevarían a una vida mejor. El trabajo sobre las resistencias constituiría el quinto factor psicoterapéutico.

 

Y finalmente, la vinculación de todo lo que sucede estableciendo un continuo simbólico entre nuestros aspectos fisiológicos y culturales, entre los más individuales y los más colectivos con el fin de dar una unicidad a la vida y al ser humano. En este sentido, la realidad de la unicidad de nuestro ser (Goldstein) es algo a lo que social e individualmente nos oponemos. Comprender que cualquiera de nuestras manifestaciones somáticas, motoras, afectivas fisiológicas y psicológicas mantienen una unidad con el grupo en el que estamos, con la sociedad en la que vivimos y con todas las manifestaciones que esa sociedad y su cultura han ido enmarcándonos, es algo que parece atentar con una ingenua visión del ser humano, ingenua y narcisista. Ante ello preferimos fragmentar, desmenuzar nuestra existencia en partes que puedan ser estudiadas independientemente con lo que las alejamos de las posibles corresponsabilidades de la totalidad de nuestro vivir. Este sexto factor psicoterapéutico es el que busca reforzar los lazos con el grupo social al que indefectiblemente pertenecemos.