Resumen. En este escrito me detengo en revisar un poco el concepto de mecanismos de defensa y a explicar un poco algunos de ellos como la introyección, la proyección, la identificación, la escisión y disociación, y la identificación proyectiva. Posteriormente me introduzco en dos sentimientos básicos: la envidia y los celos.

Palabras clave: Mecanismos de defensa, proyección, identificación, introyección, escisión, disociación, identificación proyectiva, celos, envidia, grupo.

Introducción

 

Creo recordar que ya hemos hablado de la matriz, de este elemento intangible que emerge de y es constituido por las relaciones que se dan entre las personas, y a través del cual nos constituimos como individuos. También hemos hablado de la conversación que se da entre los miembros del grupo. Y en algún momento señalé que la urdimbre de lazos que se da entre las personas a través de las cosas que se dicen. Vamos a adentrarnos un poco en cómo se van entrelazando estos aspectos en la psique.

Los mecanismos de comunicación y defensa

 

Habitualmente los llamamos de defensa porque no habíamos observado el segundo componente inherente al primero que es el de comunicación. Y probablemente también porque la idea de comunicar parecería que va emparejada con una cierta voluntad de transmisión de información; pero como comprenderéis no siempre es así, es decir, aunque hay una voluntad más o menos consciente de comunicarle al otro algo, hay otros elementos, inconscientes, que se cuelan en toda conversación. Y siendo importante lo que decimos en una conversación también lo es saber de qué hablamos ya que ahí se cuelan nuestros miedos, nuestros temores y nuestros fantasmas.

 

Cuando comenzaron a percibirse una serie de operaciones mentales mediante las que el sujeto trataba y trata de zafarse o evitar un incremento de las dosis de ansiedad que puede tolerar, a esas operaciones las denominaron mecanismos de defensa. El calificativo proviene de constatar que con su uso el sujeto consigue disminuir la ansiedad que le genera el contacto con algo que es lo que le agobia. En ocasiones el término defensa es entendido como si tuviera un carácter peyorativo, como si fuese malo el utilizar esos mecanismos. Pero comprenderemos que es un error conceptual que posiblemente deriva de una visión un tanto romántica o idealizada del ser humano. Es decir, como si lo malo fuera defenderse de aquello que nos genera ansiedad ya que se parte de la idea romántica de que ese ser es tan, tan poderoso y fuerte que no precisará de defensa alguna.

 

Eso me lleva a las épocas de la adolescencia. Son momentos del desarrollo individual en el que en ocasiones el adolescente se cree superior a las fuerzas que le rodean. Y así puede andar por la calle calándose en un día de lluvia “porque uno está por encima de esa inclemencia del tiempo”. Y como esta muchas otras anécdotas que seguro que todos tenemos de nuestra adolescencia. Al hilo de esta anécdota deberíamos considerar que si utilizamos un paraguas cuando llueve podría ser interpretado como una debilidad por parte del sujeto y, en consecuencia, que su uso es negativo. Aunque lo estúpido sería mojarse para que los demás no piensen que a mí no me gusta que la lluvia me empape la ropa y me cale hasta los huesos. Aquí el paraguas es un mecanismo de defensa cuya función es protegerme de las inclemencias de la lluvia. En cualquier caso sí diríamos que no parece correcto su uso si no llueve: si a pleno sol (y no para protegerse de él) viésemos a una persona andar con el paraguas abierto diríamos que anda algo mal. Lo mismo diríamos si uso una escafandra para pasear por la ciudad. Dicho de otra manera más seria: el uso de los mecanismos de defensa sólo puede considerarse como erróneo cuando no viene justificada su utilización. Y si vemos que alguien lo usa a “destiempo”, habrá que considerar de qué se está protegiendo en vez de criticarlo.

 

Varias son las técnicas que utilizamos los humanos para disminuir la intensidad de la tensión. Voy a exponer unos pocos mecanismos para vuestra información:

 

Uno de los elementos más arcaicos es el de la introyección por el que adquiero elementos del mundo exterior que son con los que me voy constituyendo. Esa idea puede parecer extraña ya que solemos tender a considerar que el bebé, al nacer, ya posee una bastante completa idea de lo que es el mundo. Pero esto no es así ya que el bebé precisa de toda la información posible para irse haciendo al mundo; para lo que debe “alimentarse” psíquicamente de todo lo que pueda del entorno y, en particular, de las características de esas personas que le rodean. Por esto, en la medida que me “alimento” de estas cosas no sólo voy disponiendo de recursos sino que me hago un poco más igual a este entorno que me rodea. Me hago algo más afín a esos humanos entre los que estoy, y el entorno, los padres fundamentalmente, van percibiendo que algo de ellos también está en ese hijo.

 

La proyección es el mecanismo opuesto. Mediante él de entrada expulso aquellas percepciones o aquellos aspectos de las percepciones que no me son gratos. Atribuyo al exterior la razón de mi malestar de manera que me quedo sólo con los aspectos agradables de la experiencia relacional. Es un mecanismo que utilizamos con frecuencia. Los políticos, en especial. Pero no solo ellos: si uno tiene un percance automovilístico, la tendencia es acusar al otro de no haber visto un ceda el paso, o de conducir de forma irresponsable; con ello nos quitamos la posibilidad de pensar que igual hemos sido nosotros los que hemos generado el accidente. O sea, proyectamos sobre el otro algo que es nuestro. Pero en este punto, lo que percibe quien se ha convertido en pantalla de nuestras acusaciones, es que él es el malo de la película y, por consiguiente, el rechazado. Queda establecida una fina línea divisoria mediante la que uno queda limpio de lo desagradable y el otro, el objeto quien asume la parte desagradable.

 

La identificación. Es otro de los mecanismos que posee niveles de maduración psíquica superiores a la introyección. Aquí ya se percibe el rol que representa el objeto con el que me identifico. Consiste en que me sigo construyendo con aspectos del otro que tienen para mí un determinado valor. Pero de la misma manera que en los mecanismos anteriores, cada uno de los extremos del hilo, del lazo que une a las personas, en la que un extremo de ese vínculo tiene una cierta conciencia de “el otro se identifica con eso mío”, mientras que la otra parte tiene una cierta idea de que “me identifico con eso tuyo”.

 

Otro mecanismo frecuente es el de la escisión. Mediante él separo de la percepción que tengo de un hecho, de una vivencia, de un sentimiento, aquellos aspectos nocivos que siempre tienen y, al hacerlo, dejo de considerar que estos aspectos nocivos hayan existido jamás. Es decir, en la escisión separo aquello que no puedo tolerar y lo que elimino de mi conciencia es precisamente esa parte que no puedo tolerar para quedarme sólo con la otra. Independientemente de que aquella con la que me quedo sea la supuestamente agradable o no. Es como si nos volviéramos ciegos, o sordos ante un aspecto de la experiencia relacional. Lo que sucede, y ya por entrar en la otra parte de la idea, es que al escindir de la realidad una parte de la misma, mi contacto con ella queda mermado. Si eso que escindo tiene que ver con las personas con las que me relaciono, estas perciben claramente que no quiero ver eso que todo el mundo ve. O lo que para ellos es evidente.

 

La identificación proyectiva. Es un mecanismo algo más complejo porque en él participan dos mecanismos anteriores. Hemos dicho que proyección es la colocación en el otro de lo que no puedo aceptar, de lo que no puedo asumir como propio. Y también hemos dicho que Identificación es un proceso por el que hago mío aquellas cosas del otro que me parecen especialmente significativas o enriquecedoras: es una forma de hacerme un poco a la imagen del otro. Cuando empleo ese mecanismo de identificación proyectiva lo que sucede es que por describirlo por tiempos (aunque esto es instantáneo) percibo en el otro algo con lo que me identifico (lo hago mío) y que al mismo tiempo no puedo tolerar: la consecuencia es que agredo al otro (verbal o incluso físicamente) como una forma de destruir aquello con lo que no podría identificarme. Esto significa que yo ya poseo previamente eso que rechazo, pero esta posesión me produce tal dolor que no puedo aceptarla y por esto la adjudico al otro. Se corresponde a aquello de ver a paja en el ojo del otro y no ver la viga en el propio. Evidentemente el vínculo está establecido y el otro se siente rechazado y reacciona a este rechazo de la manera que puede o sabe. Pero en cualquier caso, el vínculo está establecido y con una intensidad importante.

 

Estos mecanismos descritos se estructuran de forma espontánea aunque creo que algo de ello también se transmite. La función principal es la disminución de la ansiedad que supone el contacto con algo que aparece en la relación pero al mismo tiempo comunica algo al otro: que niego algo de él, que se lo adjudico, que no tolero ese aspecto porque también es mío… vamos, una infinidad de cosas. Pero esto tiene un valor añadido: a través del interjuego que representa o activa cada uno de los mecanismos de defensa y de comunicación, se establece un ligamen, una interdependencia que atrapa al otro en un tipo u otro de relación. Como resulta que los lazos que nos conectan son infinitos y variados (ya que los diversos mecanismos de defensa y comunicación se establecen, mantienen y evolucionan de forma permanente), esos lazos son los responsables de la creación de una matriz por la que configuro al otro y me configuro. En tanto que el otro hace lo mismo conmigo. Estos dos seres interconectados mediante interdependencias vinculantes son dos entidades abiertas en el sentido que siempre están en permanente modificación. Esos seres somos los humanos, entidades en continuo cambio, permanentes procesos de adaptación y reequilibrio a través de nuestras relaciones con los demás.

Un mundo de sentimientos

 

Es complejo y enórmemente variado. Posiblemente, más allá de las clasificaciones que seguro las hay, los dos polos entorno los que anidan son los clásicos de amor y odio. Los primeros parecen tender a unirse al objeto amado mientras que los segundos nos alejan de él. Pero ello no es necesariamente bueno o malo ya que una unión excesiva puede también ser peligrosa. Quizá la dirección que podría señalar la bondad o maldad de un sentimiento guarda relación a si con él nos desarrollamos de forma autónoma y respetuosa para con los demás y uno mismo, o no.

De entre los que parecen más destructivos destacan dos: Envidia y Celos.

Envidia

 

La Academia de la lengua define envidia, del lat. Invidĭa, como 1. f. Tristeza o pesar del bien ajeno. Y 2. f. Emulación, deseo de algo que no se posee. Si nos fijamos un poco no involucra a las personas sino a las cosas que tienen o pueden tener. Y que no necesariamente son objetos materiales ya que se puede sentir envidia por un logro, un atributo, una habilidad, etc. Es decir el sujeto siente un malestar por aquello que el otro tiene, malestar que es normal en tanto que lo mantenemos en eso que coloquialmente se dice de “envidia sana”; frase que por otro lado no tiene mucho sentido.

 

La envidia es un sentimiento universal y tenerla es mejor que ella nos tenga a nosotros. Es en estos casos cuando el sentimiento de tristeza o pesar, cuando el deseo por poseer lo que el otro tiene es muy intenso cuando podemos hablar de envidia patológica. Que de por sí es destructiva. Y lo es porque en unas ocasiones mi malestar por lo que el otro tiene o ha alcanzado es tan grande que no la puedo tolerar que me quedo sumido en un abismo depresivo importante. En otros casos lo que hago es atacar a quien me la produce con el deseo de arrebatarle “eso” bien sea de forma real y concreta, bien mediante comentarios dañinos, despreciativos que buscan el daño moral del otro.

 

Nos podríamos preguntar el por que de este sentimiento ya que en principio debiéramos estar contentos y satisfechos por lo que el otro ha obtenido, por sus atributos o sus logros. Parece que no es tanto tener lo que el otro tiene en sí ya que los objetos, los atributos, logros, etc., que cualquier persona pueda tener no tienen un valor en sí: éste proviene de lo que eso significa para mí, lo que significaría tenerlo, que fuese mío. Pero, uno se puede preguntar, ¿qué significado tan poderoso puede tener un objeto, un atributo, un desarrollo profesional, un reconocimiento, un logro, que son capaces de activar en mí las reacciones más virulentas? Seguro que el significado que tiene es importante pero probablemente lo es porque como indica Hopper, acabo considerando que eso que envidio me facilita y satisface la fantasía de asegurarme mi supervivencia en aquel objeto. Es decir, considero que si lo tiene el otro, él sobrevivirá ante una situación determinada gracias a ese objeto y no por sus propias habilidades. De lo que se deduciría que yo no considero tenerlas y preciso eso para que pueda sobrevivir. Estoy hablando a niveles reales e imaginarios.

Los celos

 

Volviéndonos a pasear por la Academia de la lengua, la palabra celo proviene del latín zēlus, ardor, celo, y este del gr. ζῆλος, der. de ζεῖν, hervir, y tiene varias acepciones. Para lo que nos interesa la 3. m. Recelo que alguien siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda llegue a ser alcanzado por otro. U. m. en pl., y la 7. m. pl. Sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra, son las acepciones importantes. Podemos ver que a diferencia de la envidia lo que aquí aparece es una tercera persona y centra el interés en los afectos.

 

En efecto, siendo un sentimiento cuya expresión podemos observar en algunos de nuestros animales de compañía, los humanos los sentimos con cierta frecuencia. De hecho es normal que emerja cuando aparece un hermano o alguien que activa el pensamiento y la vivencia de que el aprecio que nos tienen nuestros padres pueda quedar relegado. Y en ocasiones la vivencia es tan intensa que podemos llegar a cometer serios atropellos en contra de la persona a la que consideramos la culpable de la situación.

 

Aquí, a diferencia de lo que ocurría con la envidia, la amenaza que supone pensar y sentir que van a dejar de querernos, o que el cariño que se tiene por ese tercero amenaza seriamente el que se tiene por nosotros, nos lleva a comportamientos, actitudes muy dañinos y permanentes.

¿Y el grupo qué?

 

Todos estos aspectos que hemos comentados también se perciben en toda su intensidad en el grupo. Cuando son muy intensos, en especial la Identificación proyectiva, los celos y la envidia, tienen carácter de elementos antigrupales.

 

Por esta razón es importante tenerlos en cuenta y ver en qué medida alguno de ellos son los responsables de los momentos duros grupales.

 

Los comentarios se refieren a las sesiones que he realizado con los profesionales que han acudido al curso que organizó la Diputación de Barcelona.