122)LOS HECHOS SE SITÚAN EN ALGUNOS MOMENTOS DEL GRUPO Y NO ACABO DE COMPRENDER

122) Sí, pero entiendo que más allá de lo que haga esta persona, los hechos se sitúan en determinados momentos del grupo y por razones que no acabo muy bien de comprender. Tanto el llanto de aquella persona como la reacción colérica e impertinente de alguien que me acusa de no disponer de buena técnica, me cuestionan como conductora y me sitúan en una posición incómoda. ¿Cómo entender todo esto en el contexto del grupo? ¿tiene algún sentido que lo haga? ¿Hasta dónde debo ser tolerante y cuándo debo ser contundente?

 

Mira, no sé si tiene o no sentido entender todas las cosas en el contexto del grupo y tampoco te sabría decir donde debemos ubicarnos en el continuo que va desde la tolerancia a la contundencia. En muchas ocasiones mantenemos una idea de «buenismo» que no nos coloca precisamente en la posición de conductores. En muchos momentos debemos ser contundentes, llamar a las cosas por su nombre; pero también es verdad que en otros debemos mostrar una faceta de gran tolerancia. Creo que depende mucho de cómo ves al grupo, a las personas, cómo valoras si esta u otra persona van o no a encajar un comentario más contundente, o incluso una interpretación de su actitud para con ellos y para el grupo. Y en este proceso de irte constituyendo como conductora de grupo vas a patinar un montón de veces, y en algunos casos habrá pacientes que se irán del grupo con la sensación de que no les has ayudado en nada. Más de una vez desearíamos ser capaces de hacer o decir algo, de provocar algún cambio que tuviera el poder de modificar su actitud a la voz de ya. Incluso, como antes te señalaba, deseamos que la interpretación actúe como pócima mágica. Pero ya sabes que interpretar no supone que se haga la luz y a partir de ahí se modifiquen estructuras y formas de entender las relaciones con los demás que han venido siendo tejidas a lo largo de muchísimos años. La interpretación pretende aportar ideas nuevas que posibiliten una mayor comprensión de uno mismo y, en consecuencia, disponer de las claves para modificar algo si se quiere. Pero este «si se quiere» hay que entenderlo en el idioma de los temores y miedos. Puedo querer pero puedo temer que esos cambios que pudiera hacer me lleven a una posición relativa en relación a los demás, diferente y de cuyas consecuencias no tengo ninguna seguridad ni garantía. Si mi identidad se ha venido labrando a lo largo de tantos años, una nueva imagen y conciencia de mi mismo, ¿me llevará al paro en mis relaciones con los demás?

 

La identidad tanto la personal como la profesional es algo que se teje con los años. Se va constituyendo a través de numerosísimas experiencias personales que hacen que de forma habitual uno acabe teniendo unas y no otras características. La identidad, según nos cuenta Volkan, es un concepto que procede de Erikson y atiende a ese conjunto de imágenes que son percibidas por uno mismo de sí mismo, y que permanecen más o menos estables a lo largo del tiempo. Éstas imágenes se articulan en torno a una serie de elementos como pueden ser «recuerdos positivos de uno mismo», «aspectos que me distinguen respecto a otros», «identificaciones con aspectos parciales de personas significativas», «rol o roles que adopto ante los demás», «razones que justifican mi existencia», aspectos todos ellos que se edifican como baluartes frente al sospechado acoso del otro, visto como posible enemigo.  Todo este conjunto de elementos que se han ido edificando a través de las relaciones, fundamentalmente familiares, nos facilitan establecer un tipo de interdependencias con los demás en las que no siente peligro de quedar «anulado» o desposeído de eso que considera su verdadera identidad. Pero si esto no es así, las personas peleamos para mantenerla; independientemente de si la amenaza es real o no. En muchas ocasiones, por no decir en todas, eso que llamamos enfermedad acaba siendo una faceta de la identidad de uno, ante la que la curación se vive como una amenaza suficientemente grande como para interrumpir los procesos psicoterapéuticos. La experiencia me lo demuestra constantemente. Y aunque no sea políticamente correcto decirlo, incluso nosotros mismos abogamos por el mantenimiento de esa misma identidad (independientemente de que nos cueste al erario público muchísimo dinero, o a los bolsillos de nuestros pacientes privados) ya que el cambio de la misma, es decir, la curación representa también otros peligros para el propio sistema. Más allá de los que intervendrán en la propia vida del paciente.

 

El espacio psicoterapéutico, y en especial el grupal, pone en tela de juicio, cuestiona estas facetas y su modificación nos lleva a una desprotección importante. Para muchas personas, por no decir para la mayoría, eso que para nuestros ojos clínicos es una expresión del sufrimiento para ellos también es una seña de identidad. Uno no es así o asá porque sí. Lo es porque esta forma de ser y de actuar le ubica también en un lugar concreto, en una órbita determinada en relación al resto de los miembros de su grupo familiar y social. Y modificar esto supone encontrar otra ubicación y ajustarse a lo que pudiéramos llamar nueva identidad. Acuérdate de Nitsun cuando habla del temor a la pérdida de identidad. Que alguien en un momento determinado empiece a cuestionarse su «enfermedad» como cuando uno se cuestiona seriamente su profesión, es el primer paso para que pueda introducir modificaciones importantes. Y deberás afrontar el miedo a transitar por el desierto durante un tiempo en el que no vas a saber ni a dónde vas ni qué vas a hacer con tu vida. Pero al igual que cuando un terrorista deja de serlo, debe buscar un nuevo lugar en la sociedad cuestionándose incluso los niveles de confusión y de creencias delirantes asociadas a su condición terrorista, de la misma forma muchos de nuestros pacientes (como nosotros mismos) deberíamos poder realizar este paso para acceder a otra forma de vida que no pase por el mantenimiento de posiciones infantiles por muchos años que tengamos.

 

Y vamos aprendiendo que en realidad la vida no deja de ser un continuo cambio, un proceso adaptativo, de eso que llamamos identidad, a la realidad cambiante en la que estamos. Cambios que muchas veces vienen propiciados, provocados por el entorno. ¿Qué sucede cuando una persona llega a una edad que la jubilan? Entendiendo que es un avance social también creo que es un retroceso porque si bien es legitimo que podamos llegar a un momento de nuestra vida en el que la sociedad nos devuelva algo de lo que le hemos dado, muchas veces y más con la prolongación de la vida humana, ese hecho se convierte en un deshacerse de personas que habiendo acumulado años de experiencia, años de riqueza tanto intelectual como personal, acaban siendo apartados de la misma sociedad que ellos han contribuido a construir. Y léase sociedad con letra pequeña o letra grande. Y, como gran “éxito social” les construimos hogares para que vayan deshojando las experiencias de la vida, apartados de la corriente sanguínea del grupo social al que han servido durante buena parte de su vida. Y al abandonar al mayor, al anciano, el grupo social se abandona a sí mismo, en una creencia narcisista de bastarse a sí mismo, de valorar sólo la idea omnipotente infantil –volvemos a la psicosis- de que ellos lo pueden todo. Y esa persona que ha sido excluida, si puede, conseguirá labrarse una nueva identidad, un nuevo período posiblemente fecundo; o no, y de eso la psicopatología sabe mucho. Y el gasto sanitario también.

 

Y también me pregunto qué pasará al término de esta entrevista, cuál será el quehacer al que tu y yo, destinaremos nuestro tiempo. Cuál será la nueva identidad, el nuevo período en el que entraremos.

 

Algo se huele del final del proceso. Y en muchas ocasiones las separaciones no encuentran otra vía que la descalificación del otro, la agresión o el desprecio. Son formas infantiles de separarse: así no me separo yo sino que se separa el otro (en realidad lo separo con la patada, claro), y por esto es importante la actividad verbalizante de esta función. Poder asumir el costo de la separación, el que representará un funcionamiento autónomo conlleva asumir la corresponsabilidad en las cosas de la vida y no lanzarlas al campo contrario.