121)SENTÍ AL GRUPO PARALIZADO ANTE LA SITUACIÓN, Y NO SABÍA POR DONDE INTERVENIR

121) Ya pero no sólo había el llanto sino que me sentí y sentí al grupo paralizado ante la situación, y no veía por donde intervenir. Fue como cuando uno de los miembros que se mantiene como quien sabe de qué va el tema, se dirige a los demás de forma distante e indicándoles lo que tienen que hacer y nunca habla de sí mismo. En ocasiones lanza una frase aludiendo al tiempo que lleva y a lo bien que le van las cosas, si bien sospecho que no le van tan bien. En estas circunstancias unos días después va y me espeta (no encuentro una palabra que lo defina mejor) que esa técnica que tengo de conducir el grupo no es la correcta, que cree que tiene que haber otra manera de llevar el grupo porque aquí lo que hacemos es remover las cosas y no solventar nada. Tanto el grupo como yo misma nos quedamos paralizados; pero había una cierta complacencia en algunos miembros que parecía que buscaban una especie de enfrentamiento entre él y yo, o que silenciosamente optaban por afiliarse a sus tesis para así cargarse el grupo. No sabía por dónde salir, qué decir. Me generó mucha rabia porque sabía que dijese lo que le dijese, rechazaría cualquier cosa, me lo tiraría a la cara. Es una persona muy hábil.

 

Sí, son de estas situaciones difíciles. En ocasiones uno se encuentra con quien se coloca como si fuese la alternativa de poder, como colocándose en un lugar inaccesible. En ocasiones la idea de seguir profundizando asusta y se busca y valora más el recorrido realizado que el que se puede hacer. Como bien se señala, «no hay que estar mal para tratar de estar mejor», pero esto es algo que depende de cada uno. Podríamos pensar que quienes se colocan ahí es porque temen algo muy importante, como si viesen un peligro enorme y descomunal. Ante ello la única manera que ven que pueden estar en el grupo es colocarse en lo alto del pedestal, con la vana creencia de que eso les va a salvar de un peligro; aunque esto mismo les pone en el verdadero peligro. Quizás eso ocurra ante quienes temen mucho la vivencia regresiva que representa estar en un grupo. Ahí, el temor a perder su identidad es tan enorme que tienen necesidad de destacarse desde la posición contraria a la que temen. Los cambios van asociados en parte a una pérdida de la identidad anterior, la insana, que es sustituida por otra mejor, la sana. Las fantasías de omnipotencia pueden perder peso y eso a veces, asusta. Y junto a ello, un elemento devaluador, crítico, ácido, que parece ir destinado a destruir la actividad que se está realizando.

 

Recuerda a Nitsun (1996) quien señalaba que uno de los mecanismos antigrupales es el elemento regresivo, junto a la ansiedad de supervivencia y otros de los que ya hemos hablado.  Pero también el de la fantasía edípica por la que uno reta al padre para poder acceder a la madre. Entonces, si consideras que el estar en el grupo representa un cierto grado de tolerancia ante la vivencia que podríamos denominar de incremento de la porosidad de la membrana psíquica con la consiguiente fantasía de pérdida de la identidad, este tipo de personas señalan precisamente eso. En ocasiones uno puede preguntarse ¿Qué sucedería si pudieras mostrarte en cierta manera aliada suya, pero al tiempo señalándole que tú eres la conductora, que tú sabes lo que tienes que saber y cómo actuar y que eso seguro que está vinculado con sus relaciones familiares, con su padre y su madre? De hecho debemos aceptar que el proceso terapéutico no viene determinado por lo que nosotros creemos que debe ser la andadura correcta. De entrada tienes a alguien en el grupo que precisa decir que es muy importante, muy grande, grandioso, que lo sabe todo, para que llegue el día en que pueda decir algo más real a lo que es. Y que en cierta manera, está tan por encima de todo que incluso se permite el lujo de criticar algo en lo que te vienes preparando desde hace tiempo. Visto desde este ángulo, ¡evidentemente que tu técnica es mala! No vas a pensar, querida amiga, que vas a saber más que esta persona que tienes en el grupo, ¿verdad? Bien, ahora, ¿te lo crees? No, claro que no mujer. El tema, como comprenderás no es este. Lo que interesa aquí no es si tu técnica es buena o mala, cosa ésta que los años de práctica te irán diciendo. Aquí lo que interesa es que esta persona se pueda permitir entender que es ser un miembro igual a los demás, que tú estás para lo que estás, y que en muchas ocasiones, como parece ser algo que está diciendo él, los hijos creemos que nosotros seriamos mejores padres que los que tenemos. Ser «el califa en vez del califa» (¿recuerdas unos cómics que se desarrollaban en los Emiratos Árabes, creo, y en los que uno de sus personajes siempre estaba emperrado en ser el califa en lugar del que lo era?). Pues aquí lo mismo. Atacar la técnica es en realidad cuestionar al padre, cuestionar la autoridad, pero cuestionar no sobre lo que ello significa, para, al mismo tiempo poder seguir reflexionando qué está bien, sino cuestionarla para destronarla, buscando la alianza de los miembros del grupo, los hermanos, para ocupar el puesto del padre y hacerse con la madre. Son posiciones un tanto escapistas, fugitivas.

 

Si, como decía, puede permitirse entender esto, entonces, esta persona tendrá la oportunidad de poder estar en el grupo, constatar que no tiene peligros que correr, darse cuenta de que está entre amigos o entre personas que desean poderle ayudar y dejar que sea el propio paso del tiempo quien le ayude a entender las fantasías de poder sobre los demás en línea con la fantasía infantil de derrocar al padre. O incluso aceptar que puede llegar un momento en el que decida marcharse; pero aún llegado este extremo, la experiencia de haber podido estar en un grupo le va a dejar una huella, una marca que en otro momento podrá ser rescatada. En estas circunstancias vale más una declaración desde la humildad en la que aceptes que posiblemente no seas la mejor conductora de grupo, que muy probablemente otra técnica, otras formas de hacer fuesen mejores para todos; pero que estás como sabes estar, como todos los que estamos en este grupo, que ponemos lo mejor de nosotros mismos en hacer algo que nos posibilite entender qué nos pasa, por qué sufrimos tanto. Y recordarle, por ejemplo, que cuando llamas al pintor para que venga a tu casa a realizar un trabajo, sólo discutes aspectos del color, no de su técnica de pintado. Y a partir de ahí que sean las propias vivencias de esta persona las que le vayan aconsejando mantenerse en su posición o acercarse al grupo desde otro ángulo. Y muy posiblemente, tras esa aparente superioridad lo que emerge es otra cosa bien distinta. Su gran pequeñez, la gran dificultad para aceptar que hay unas maneras, unas formas de funcionar que justamente le indican eso. Y por esto se enfada. En realidad esta persona está dibujando claramente su estructura transferencial sobre el grupo y sobre ti, en tanto que figura de autoridad.

 

Otra cosa son las dudas y la rabia que genera y nos genera. Dudas porque en muchas ocasiones similares a esta, uno se replantea un montón de cuestiones: si la selección de pacientes estuvo bien hecha o no, si le pusiste demasiado pronto en la situación grupal, si las personas que le acompañan son las adecuadas, si debieras haberlo remitido a otro profesional, si… En ocasiones hay quienes muestran una gran aceptación por incorporarse al grupo, actitud que no siempre reposa en la confianza sino que es una posición doble: por un lado aceptan la ayuda y por otra la temen, si bien no pueden expresar tal temor. Por esto la aceptan; pero una vez en él, comienzan a temer por su integridad personal, como si su identidad estuviera en peligro. Y entonces reaccionan de forma que en tanto que no se les cuestiona nada toda irá bien, pero en cuanto pueden sentir que los demás tienen interés real en ellos, no pueden tolerarlo. No entran y se ponen a la defensiva. Y eso genera rabia. No sólo en ti sino en los demás miembros del grupo. Y de la rabia habrá que ir hablando. Pero no centrándola en el hecho que la ha provocado, sino en la que podemos sentir en otras ocasiones, cuando nos sentimos mal porque las cosas no van por donde queremos.  O cuando nos sentimos desvalorizados. O cuando sentimos que nuestra identidad queda cuestionada. Y como todo esto está en un contexto de figura/fondo, podríamos ver qué sentido tiene esta vivencia en el contexto del grupo. Cómo, por ejemplo, nos vamos sintiendo en este espacio en el que pasan tantas cosas y se nos abren tantos interrogantes.

 

Balmer, R (1995) considera que estas personas son los que se colocan como fuera de juego.  Ser un fuera de juego, o creerse tal o ser catalogado como tal, es un fenómeno potencialmente destructivo y triste. El fenómeno social de ser y comportarse como un fuera de juego, se conecta con intrapsíquicas características de percibir, fantasear y estereotipar aspectos del entorno social[1] (:473) Fíjate que aquí lo considera como un fenómeno social, es decir, vincula la actitud de esta persona que se coloca medio fuera del grupo criticando tu actividad y desarrollo, de forma similar a cómo muchas personas se ubican fuera de la sociedad; subraya, a mi entender, cómo establecen una serie de interdependencias vinculantes con los demás miembros del grupo como consecuencia de una percepción particular del mundo en la que se ubican y que rechazan porque dicen no pertenecer a él. Es una posición infantil desde la que muchas veces oímos aquello de «a mí no me preguntaron si quería nacer», es decir, se habla desde la omnipotencia. Esto concuerda con los particulares temores a que hacía mención anteriormente. En este punto, recojo la aportación de Battegay, R. (1989) quien señaló que tras los primeros momentos grupales, hay una tendencia a fusionarse con el otro como manera de integrarse e integrar a los miembros del grupo, que en cierto modo se asemejaría a la forma en la un bebé queda fusionado con su madre (y ésta a él), aspecto éste que es el que le habilita para integrarse en el grupo (Sunyer, 2002). Pues bien, Battegay señala como tres niveles de relación que creo nos son muy útiles en este caso. Un primer nivel que es el básico, tiene características de fusión narcisística. Un segundo en el que se desarrollan elevadas cotas de activa constitución yoica, y un tercero en el que el sujeto puede tener una relación libre o voluntaria de relación con el otro (1989).

 

Fíjate que en el caso de personas como la que relatas que presentan un grado de narcisismo importante, la manera en la que establecen una relación con los demás tiene algo de tramposa: os necesito pero no me importáis nada. Y ciertamente que los necesita como el resto del grupo le necesitamos a él; pero la sola sospecha de que esto pueda ser cierto parece despertar en él una importante angustia de disolución, una fantasía de fusión con el otro acorde con su necesidad que se vive como de pérdida de su identidad actual. Pero para los demás ocurre algo semejante. Cuando una o varias personas perciben que el deseo de estar vinculados con otro alguien les es negado, sienten el vacío a donde son remitidas, la condena a «no existís para mí», el rechazo y la humillación al verse tratadas de forma diferente. Y tú, como conductora (y como persona, claro, ya que eso es inseparable), también. La rabia entonces lucha contra el lógico deseo de integrarle, el deseo de expulsión se bate contra el de incorporarle como un igual. Pero no lo es. Son personas que precisan, como digo en ocasiones, una cuerda larga para que la angustia terrible que sienten ante las fantasías de quedar fusionados a los demás, a perder lo que llaman «su libertad», vaya disminuyendo y puedan integrarse de manera no traumatizante al otro.

 

Ahora bien, si lo trasladamos a otro punto de nuestras coordenadas, ¿qué habrá de grupal en el escepticismo o en la crítica que realiza esta persona? Porque bien pudiera ser que, más allá de lo que esta persona encarne, si el escepticismo es algo grupal puede arraigar en la dinámica de nuestro espacio. Eso tiene también un componente social. El escepticismo, esa actitud que en ocasiones se viste de nihilismo, de relatividad de todo y de todos, es destructivo porque una cosa es no posicionarse en actitudes de tipo fanático o fundamentalista y otra es ir con la no-credibilidad como bandera. Y será destructivo tanto del sujeto como del grupo y de la sociedad. La banalización, la relativización de todo por sistema, la creencia de que lo que hacemos en realidad es una fantochada, la posición devaluadora de todo reúne todos los ingredientes para que el grupo quede al pairo, sin rumbo, sin sentido.

 

La restauración del orden también está dentro de las ocupaciones que tiene la Función Verbalizante. El que nos posibilita pensar y sentir a partir de él. El orden, que en último término es a lo que alcanza el hombre tras el pasaje por el período edípico, es el que va a posibilitar la simbolización y la metaforización del ser humano, el desarrollo de la cultura, el apartamiento del orden instintivo para acceder a este estado superior en el que estamos.