El impacto del genograma

Sentado ante mi ordenador (¿le tendría que poner un nombre tal y como algunos escritores, Henry Roth, por ejemplo, hacen?), trato de ordenar alguna de las ideas que aparecieron tras la clase del día pasado, del jueves. Y siento, como creo que os sucede a muchos de vosotros, una cierta dificultad para encontrar la vía de acceso a mi pensamiento. Supongo que, más allá de elementos personales que estos días están incidiendo en mí, me embarga algo de lo que se respiraba en el aula. Todavía no logro descubrir qué es, pero trataré de irlo desvelando.

La recuerdo compleja. Con mucho ruido, por un lado, y un exceso de labia por mi parte. Creo, tengo la sensación, de que a penas les dejé hablar. Pero más allá de pedirles disculpas por este hecho involuntario, me pregunto: ¿qué me pasó? La verdad es que el tema era complejo.

Os pedí que elaboraseis vuestro Genograma por parejas. No es un ejercicio inocuo. Observé diversos comportamientos que hablaban de la dificultad de este ejercicio. Y lo digo porque en unos casos se veía quien confeccionaba su propio Genograma sin la colaboración del compañero de grupo; en otros, que se organizaban una especie de «chuletas» para poder explicarlo bien; había quien trataba de reducirlo a unos pocos miembros de la familia, o quien organizaba una «supuesta» familia.

Esto que veía lo podía entender de dos formas: o no me he explicado bien o no me han entendido bien; o algo hay en el mismo que no facilita esta comprensión o explicación.

No sé qué hubieseis hecho en mi lugar. Y para más INRI, va y os pido que atribuyáis a los miembros de la familia dibujada, características (positivo, siempre en positivo) que os viniesen a la cabeza. Ejercicio, como veréis, complejo.

Posteriormente nos pusimos en grupo grande y ahí aparecieron numerosos elementos que ponían voz a la dificultad del ejercicio:

En unos casos esa voz se expresaba con claridad (la tendencia a poner sólo cosas positivas o negativas, el descubrir cosas familiares en la propia ejecución del ejercicio, los temas de identidad, la transmisión generacional de aspectos determinados como el nombre, la aparición de lealtades familiares —(Boszormenyi-Nagy, I., Spark, G. M., (1983), Lealtades invisibles. Amorrortu)—;

En otros, la expresión venía a través de los numerosos corrillos que se organizaban en el aula, al tiempo que otros pretendíamos hablar. Creo que estos aspectos me llevaron a hablar más de la cuenta, a ocupar un lugar central en el grupo grande y a marcharme con una cierta… ¿desazón? Quizás.

¿Qué hubieseis hecho vosotros en mi lugar? ¿cómo entenderíais la situación? Esta es una de las funciones del psicólogo: tratar de entender algo de lo sucedido. Espero, me gustaría que me respondierais bien en clase, bien en vuestro cuaderno.

¿De qué hablamos? Hablamos de dos cosas: de lo que os suscitó el ejercicio y de elementos que aparecían en el texto. En concreto de los cuatro mecanismos de defensa: identificación, proyección, identificación proyectiva y escisión. ¿Y?

Creo no andar muy errado si considero el ejercicio del Genograma desde dos posiciones: el de que nos vayamos acercando a nuestro mundo familiar, no sólo para verlo y reconocerlo más, sino para que os deis un poco cuenta de lo que supone el pedírselo a un paciente; y para proponeros un ejercicio en el que los elementos de identificación y proyección estaban muy presentes. Ver qué miembros de la familia me han ido posibilitando que sea como soy, adjudicar aspectos míos a los miembros de mi grupo familiar, constatar qué elementos atribuyo a unos y no a otros, considerar las articulaciones familiares que me pueden ayudar a entenderme algo en relación a mi propia familia… todo esto es material vinculado directamente con el capítulo que leímos para ayer.

Y el cómo os embargó… (identificación proyectiva) se percibía en la atmósfera del grupo grande. De haber pretendido que, en estas circunstancias, os encontraseis en disposición personal de hablar como habéis hecho otros días, hubiera sido una estupidez por mi parte. A no ser que hubiese preferido que os encontraseis con la desagradable experiencia de un grupo confuso, con abigarramiento de pensamientos como consecuencia de la carga anterior, y que llevase a una sensación de dureza que no os deseo; al menos hoy por hoy. Creo que todavía soy un poco consciente de la dureza de mi propuesta de ejercicio y, en base a ello, no puedo pediros más de lo que disteis.

Fijaros si no: la propuesta de Genograma es compleja ya que conlleva conectar directamente con la estructura familiar de cada uno de vosotros. Y esto, aunque parezca que no tiene una dificultad afectiva, la tiene y mucha. Un ejemplo: si alguien os pide que dibujéis una persona, ¿qué sentís? ¿qué cara ponéis al ver que en la figura que habéis hecho no se ve precisamente la mano de Miguel Ángel? ¿No sentís un poco de ridiculez? Y si pudieseis hacer la figura dos veces, o con goma para borrar, ¿no la emplearíais a fondo para que quien la tuviese que ver, observase una figura humana digna de Botticelli o de Velázquez?

¿Porqué? Parece que lo que vemos ahí dibujado denota cosas que no nos gusta ver ni que se vean. Pues lo mismo, lo mismito con el Genograma. Y así, todos buscábamos sistemas que «modificasen» aquel dibujo. Dicho en nuestra terminología: hubiésemos tratado de modificar lo proyectado (no olvidemos que todos somos del grupo de los “Psi”, y ello hace que estemos especialmente «susceptibles» frente al material que sale, frente a lo proyectado.

Pues bien, ya sólo por esto, el ejercicio es duro. Y lo fue tanto que vosotros necesitabais tiempo de «digestión». ¿No entendéis así los corrillos que se organizaban durante el grupo grande? ¡No era un problema sólo de disciplina o educación! ¡Tampoco era sólo un problema, creo, de tipo técnico! Era una necesidad de digerir lo que había sucedido. Y ¿cómo? Hablando con el compañero o compañera, explicándole algunos aspectos de lo que había dibujado, de lo que había salido, de lo que…

¿Y por qué hablé tanto? Creo que, más allá de aspectos personales que, lógicamente no vienen al caso, me vi con la necesidad de hacerme cargo de algo de lo que no podíais haceros cargo vosotros: de establecer un hilo de pensamiento en tanto que el vuestro estaba, o eso me lo pareció, ocupado en digerir el impacto del ejercicio doble que habíais realizado antes. Dicho en terminología de lo que hablábamos ayer y sin querer descartar otras interpretaciones, el grupo (ahí estoy incluido, claro), escindió parte de la experiencia afectiva: una parte quedó «poseída» de las cosas que habían salido en el ejercicio, y la otra se constituyó en la parte «lectiva» del día.

Y yo a la cabeza.

En esta escisión me «vi movido a hablar» en lo que sería un funcionamiento acorde con elementos de la Identificación Proyectiva del grupo, o parte de él, sobre mí. Eso nos lleva a contemplar la relación que se establece entre profesional y paciente (o grupo) como una unidad en la que lo que en ella sucede se deriva de los procesos afectivos ( y por lo tanto ahí también se instalan los mecanismos defensivos). Y fijaros que no es una denuncia. Es una explicación (habrá otras, claro) del fenómeno o fenómenos observados en la sesión de ayer jueves.

Y es que en toda relación, cada una de las partes juega un papel dentro de la comunicación. El silencio de uno, o su hablar, provocan cosas en el otro. En esta danza, una de las cosas que debemos ir aprendiendo es a «reflexionar» sobre lo que nos sucede.

Bueno, os dejo. Hasta el Martes.

Un abrazo

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