El orientador desorientado

Dr. J.M Sunyer

Estoy de acuerdo con la idea de la desorientación.

—¿Qué venimos a hacer aquí?

—¿Qué quiere ese profesor?

—No entiendo nada de lo que hacemos ni del porqué lo hacemos así.

Estas frases muy bien podrían haber sido expresadas por Uds., por vosotros. Si me pongo en su piel, me imagino la dificultad con la que nos encontramos, la confusión. Y ante ella, posiblemente reivindicaría una mayor claridad por parte del profesor. Lo cual es totalmente lógico, legítimo y natural.

Si hay algo que molesta mucho es la desorientación. No saber a dónde vamos o a dónde nos llevan molesta un montón. Creo que era el día pasado cuando, en nuestro primer encuentro de grupo grande, aparecía la idea de una cierta prevención o precaución ante lo que venimos a hacer aquí. Hoy topamos con otra idea: la desorientación. Como pueden ver dos aspectos de la relación que se inicia.

También se está desorientado cuando vamos a una entrevista con el psicólogo. Más allá de la típica imagen de un psicólogo que se vende en las películas y series, poca idea —si tiene alguna— se hace uno del tipo de entrevista que le van a hacer. Y menos, de lo que le preguntarán ni cómo reaccionará ante ella. Los nervios que tiene antes, durante y después se relacionan con esa desorientación que sentimos. Pero este hecho, el de la desorientación, no es exclusivo de las entrevistas: lo es de absolutamente cualquier actividad nueva que iniciamos, de cualquier país que visitamos por primera vez, de una nueva relación. De todo.

Cuando busco alguna situación en mi vida, personal o profesional en la que la desorientación no estuviese presente, las que me vienen a la cabeza eran, en realidad, cosas ya conocidas previamente. Me atrevería a decir que debemos aprender a vivir acompañados de esa desorientación; lo cual no es fácil. De hecho, si me apuran, al menos dos personas de nuestra clase nos dijeron que una de las reacciones ante el ejercicio realizado hoy —la entrevista— consistió en organizar unas preguntas y unas respuestas basándose en que ya conocían las respuestas y las preguntas subsiguientes: esta es una forma de aminorar la sensación de desorientación. Realizo en el ejercicio con una cierta tranquilidad que me posibilita no andar perdido, desorientado.

Frente esta sensación les expliqué el objetivo que tenía, a dónde quería ir con esta forma de proceder; pero no sé si orienté o desorienté más. Cuando un profesional interviene tampoco sabe muy bien hasta dónde aclara o entorpece con su explicación. Y si esta explicación se da ante tantas personas es poco más que imposible aquilatar las palabras de forma que todos entiendan por igual lo que se transmite. ¿Por qué? Si lo que pretendo es aclarar y lo intento, ¿qué hace que no aclare lo suficiente o que incluso desoriente más de lo que pretendía? Por mi parte siento que hice el esfuerzo bien hecho; pero no puedo pensar que por su parte no hubiese el deseo de entender. Creo que son sinceros en este punto.

Entonces, ¿de dónde procede la desorientación? Quizás la respuesta haya que encontrarla en las emociones que se mueven. Es decir, las emociones, los afectos, los sentimientos que aparecen en un contexto como el que tenemos entre manos, son los responsables de distorsionar lo que se oye y crearnos esa desorientación. Es decir, los afectos, ese conjunto de elementos que poco tienen que ver con lo cognitivo y sí con lo afectivo, serían los responsables de ir desorientados. Y esto aparece en cualquier lugar y situación. Cuando una pareja no se entiende es porque los afectos que hay entre ellos distorsiona las palabras que se intercambian. Cuando la comunicación entre los trabajadores de una empresa no funciona lo es por los afectos que aparecen entre ellos. Cuando nuestros políticos no se entienden es por lo mismo. Pero ¿de qué afectos hablo?

Rebobinemos para pensar en lo que apareció en el aula. Ante mi invitación a hablar de lo que quisieran surgió la pregunta de ¿de qué hablamos, de la asignatura, del ejerció anterior, del texto? Y les respondí que de todo esto y de cualquier otra cosa. Entiendo que eso no es nada concreto. ¿Por qué respondí así? Porque hablar de la «asignatura», de los conocimientos que vamos compartiendo puede paralizar hablar entre nosotros y derivar en una clase magistral; pero sería una salida. Hablar del ejercicio anterior era otra posibilidad, ya que era reciente y nos aporta datos muy frescos de nuestra experiencia; pero si dijera: vale, de eso, ¿no creen que estaría acotando por mi interés y coartando su decisión?

Lo mismo que si hablamos del texto. No dudo que tiene su interés, y de hecho está ahí. Pero ¿de qué estamos hablando?

Si trasladamos esta cuestión al ámbito profesional y el paciente les pregunta, ¿de qué hablamos?, Uds., ¿qué responderían? Se supone que el paciente habla de lo que quiere, principalmente de lo que le preocupa o tensiona. Si somos nosotros que decidimos de qué vamos a hablar igual estamos reactivando una posición de la que tenemos que salir: la dependencia. Y de ella se sale asumiendo la responsabilidad, por ejemplo, del tema del que se quiere hablar.

Parece que esta estructura desestructurada desorienta. Alguien dijo de forma muy acertada: «me resulta raro imaginarme en una relación profesional con un compañero al que le conozco de tomar chupitos». Eso no me llama la atención, claro. Ahora les pregunto, ¿yo podría ser paciente de cualquiera de Uds.? Y no es que no les entienda, claro. Claro que influiría —más si les he suspendido— pero… ¿qué hacer ante eso? Porque algo sí que habría que hacer, ¿no?

Hay otra cosa. ¿Cómo entendemos la idea de libertad centrada en el espacio asistencial? En principio es la que abre la posibilidad para pensar conjuntamente de cualquier tema, ¿no? Igual esto incomoda. ¿Cómo hacer para que un encuentro entre personas sea lo más útil para ellas y al tiempo goce de la libertad suficiente como para poder abordar cualquier tema que pueda ser común? En este camino se interponen las entrevistas estructuradas. Cierto que tienen una ventaja: van directamente a encontrar el «punto concreto» y a clasificarlo según unas pautas autodenominadas científicas.

Al protocolizar las relaciones hacemos dos cosas:

  1. huir justamente de los aspectos que colorean, que iluminan lo que hay tras esas relaciones. Sería como pretender extraer sólo los glóbulos blancos en un análisis de sangre, y dejar el resto del material sanguíneo en la corriente de nuestras venas y arterias. La libertad es lo que deseamos los humanos, pero al tiempo, paradójicamente, huimos de ella.
  2. considerar al individuo como un agregado de componentes. De ahí, que nuestros problemas se reducen a que uno de ellos está alterado o descompensado. Al verlo así, individualizamos la problemática, aislamos al sujeto de sus relaciones con los demás. Hacemos una psicología del individuo, no del ser humano.

Un espacio profesional como el que estamos diseñando bajo mis directrices y batuta, se debería poder caracterizar por la posibilidad de que podamos compartir lo que tenemos, lo que somos, lo que deseamos. Compartir, es decir, este partir en común, ese participar de algo común (de nuevo la etimología) conlleva una dificultad: ¿cómo establezco una relación en la que articular lo que el otro piensa con lo que pienso, sin pretender que mis planteamientos sean más ciertos que los del compañero?

Esto sucede en la práctica profesional. Quien viene a la consulta tiene un cacao suficientemente gordo como para que le echemos un cable. Ese «cacao», ese nivel de confusión con el que se presenta proviene de la dificultad de poder articular pensamientos que se perciben como opuestos y contradictorios. No sólo pensamientos, sino afectos, fantasías, deseos. «Quiero a A., pero H. me seduce, me atrae ¿qué hago?» «Busco trabajo, pero nada de lo que encuentro me satisface»

Desorientación. Que en algunos casos puede ser muy importante «No sé lo que me pasa, pero veo unos bichitos encima de la mesa que bailan y me dicen cosas feas y no sé qué hacer con ellos» «Cuando voy al parque Mandri me encuentro con los de la mafia siciliana que están conchabados con la CIA, y tengo miedo, y me tengo que marchar, ¿qué hago?»[1] Y no hay un protocolo que nos oriente para salir de este atolladero. Lo que crea mucha rabia y frustración. Y, sabiendo que le voy a frustrar y enfadar, es la única vía para sacarle del pozo en el que está. No es mi intención creársela.

En este sentido. Quien he considerado mi padre profesional, mi patrono en términos marineros, me dijo el primer día de mi trabajo en el servicio de psiquiatría por allá el año 1975: «este trabajo sólo lo puede hacer aquel que es capaz de soportar la frustración y la desorientación diaria, tú mismo». Eso mismo se lo repito a Uds.

La presencia de pensamientos aparentemente opuestos es el equivalente mental de la presencia de actitudes y opiniones opuestas en el seno de un grupo. Y aparecieron elementos que parecen apuntar a una falsa diferenciación entre los compañeros de Organizaciones y los de Clínica. Y digo falsa porque en realidad oculta otras cosas, otras diferencias y no estas que señalan. Estar en un grupo no es fácil. Independientemente de si este es terapéutico u organizativo. No es fácil estar en un grupo, como tampoco lo es el estar en una organización.

Cuando alguien se incorpora a un contexto en el que hay muchas personas (y este es el caso de cualquier organización productiva, sanitaria, asistencial), aparece una extraña sensación que apunta a una cierta disolución de la personalidad individual. En unos casos, esta sensación es percibida con mayor claridad que en otros. Y una de las formas que tenemos los humanos de afrontar esta situación es la de hacer algo para que se nos vea y, así, sentirnos vistos y, por lo tanto, sentirnos una unidad personal. La presencia de diversas sensibilidades, tantas como personas que estamos aquí, hace que tengamos la necesidad de levantar «banderas» de pertenencia. Soy del equipo A o del equipo B. Esta es la expresión con la que los humanos tratamos de evitar la sensación, falsa pero vivida tan real como la vida misma, de que dejamos de existir. Este movimiento, universal, se da también entre nosotros; y aparece también en la sociedad, cuando algunos agitan banderas bajo las que guarecerse con la creencia de que si no la tienen pierden eso que se denomina identidad «nacional». Fantasía colectiva que habla de otros temores más íntimos, más personales. O de luchas secretas de poder económico y de influencia sobre el vecino.

No es fácil sentirse individuo y al tiempo miembro de un colectivo. Y esto es patente en cualquier grupo o sociedad; también en las organizaciones. Uno de los objetivos que tenemos en esta asignatura es posibilitar que todos se sientan individuos respetados en sus particularidades y, al tiempo, miembros de un colectivo que trata de elaborar conceptos y actitudes vinculados con esa tarea de Orientar.

Orientar al orientador es el primer objetivo, lo que hay que atender antes.

Otro aspecto complementario que va a suponer un pequeño ejercicio mental para Uds. Consideren que están en el grupo y, al tiempo y de forma ocasional, véanlo desde fuera. Traten de estar plenamente en el grupo y, al tiempo, traten de pensarse fuera de él, viendo cuáles son los movimientos que ese mismo grupo realiza. El grupo, como el mejor representante que disponemos de la mente humana, de la mente individual. Traten de participar del grupo, de su proceso de pensamiento y de sus movimientos afectivos y, al tiempo, piénsenlo, reflexiónenlo. ¿Qué sucede en el grupo? ¿De qué se habla? ¿Qué se puede querer decir a partir de lo que se dice? Cuando nuestra compañera introdujo la idea de la «desorientación» ciertamente estaba hablando de algo concreto; pero al tiempo, lo tomé como una buena representación de algo que iba más allá: la desorientación en el aquí y ahora del propio grupo.

Un sincero abrazo.

[1] Estas frases son reales y corresponden a diversos pacientes que tengo.

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