Despedida (2001-02)

Dr. J.M. Sunyer

 

Parece, pero no es fácil despedirse. Si nos atenemos a los últimos minutos de nuestra experiencia podemos pensar que no nos resultó fácil. La dificultad, más allá de consideraciones varias en torno a la dinámica de nuestro grupo, estriba en qué decir. Y a quién decirle qué. Porque vivimos como muy íntimo aspectos que han emergido de nuestra relación grupal. Alguien decía de forma muy atinada: «lo que diría, ya lo digo en el Cuaderno de Bitácora». Y en parte es verdad, lo que podríamos decir, ya lo decimos ahí; porque el Cuaderno, por definición, no deja de ser algo íntimo al que sólo tienen acceso el autor y el profesor. Es decir, corresponde a un área personal, con cierto tono de íntimo en el que no caben otras personas. ¿Cómo entenderlo o ponerle pensamiento a esto?

 

Existen varias formas de entenderlo. Y cada una corresponde a cómo cada uno toma los aspectos de la realidad y qué es lo que hacemos con ellos. Podríamos ponernos voluntariosos y exigentes. O podríamos ubicarnos desde la posición peyorativa, despreciativa. Unos podrían decir que expresa la realidad que el profesor no quiere ver, mientras que otros lo veríamos desde lo que podemos hacer. Unos señalarían la falta de grupo mientras que otros subrayaríamos la dificultad de compartir públicamente sentimientos que se valoran mucho, dado su carácter íntimo y personal. Dependerá de dónde nos colocamos los profesionales. Y esto hace referencia no sólo a la experiencia lectiva sino a cualquier otra experiencia profesional. ¿Desde dónde lo colocan? En una relación profesional que no sea puntual, que se establezca y desarrolle durante meses, ¿cuánto de lo personal del profesional sala a la luz y cuánto no? Parece que olvidamos que el paciente también nos lee, y que de nuestra comunicación no verbal saca un montón de información.

 

Les dije que dependiendo de cómo se despide uno, luego se siente de una forma u otra. Percibí un tono de tristeza muda; una mezcla entre lo que no se dice y lo que se añora su falta, tristeza por la exigencia de lo que debemos decir y no podemos, y también tristeza porque uno sabe bien que aquello que nos dejamos en el tintero y no compartimos puede aparecer de forma dolorosa.

 

No hay un manual de cómo despedirse. No hay un «Cómo decir y qué decir cuando Ud. dice adiós». Igual se podría escribir un libro con este título.

 

Pienso en qué le diría a alguien con quien he compartido muchas horas y esfuerzos, que parte en avión a tierras lejanas y que posiblemente no vuelva a ver nunca más. Y en estas situaciones se dan sentimientos muy ambivalentes. Por un lado, en momentos previos a la sala de embarque, quizás le pueda decir que le voy a echar de menos, que me agradó su amistad, que en ocasiones me fue duro pero que le agradezco sus esfuerzos por estar conmigo y mantenerse a mi lado, que echaré en falta aquellos momentos tan divertidos que compartimos y que lamento no haberle comprendido en algunos otros. Y en este paquete de aspectos aparecen tanto las valoraciones de aquello que nos resultó agradable de su compañía, así como la expresión del dolor por los momentos en que no fuimos capaces de entendernos suficientemente. Y decir estas dos cosas no conlleva ninguna dosis de falsedad ni de hipocresía. Son sentimientos que se barajan permanentemente en toda relación interpersonal. Y esto se lo puedo decir, posiblemente, el día anterior a la propia marcha; o incluso, unas horas antes, cuando está haciendo la maleta.

 

Sin embargo, cuando estoy en la sala de espera, en la de embarque, cuando el tiempo se alarga, y demoran la salida del avión, todo esto comienza a hacérseme pesado. Y el silencio, lo que uno puede interpretar como falta de comunicación, se instala. Si lo interpreto así, me siento fatal, como si éste fuese lo real en vez de considerarlo desde otro punto de vista: el peso de la despedida cuando una relación ha sido intensa es muy grande, y en estos momentos de demora de la salida del avión, se siente este peso de forma mucho más violenta y grave. Y comienzo a pensar «¡por qué no se va de una vez!» Comienzo a desear que se largue, que me deje en paz. Pero este sentimiento no es en contra de él, sino en contra de la situación, que se me hace ardua, pesada.

 

Y así fueron nuestros últimos momentos. El día anterior hicimos una valoración de la propia experiencia, y ahora estábamos en la puerta de embarque y ¡el avión no acababa de marcharse! ¿Qué decir en estos momentos?

 

Quizás que la experiencia fue dura y agradable. Fue dura porque no hemos estado exentos de conflictos que posiblemente deriven de otros espacios e incluso de otros años, y que se visualizaban en las tensiones que aparecían entre nosotros. Y de frustraciones dadas las expectativas que uno pone en una experiencia novedosa.

 

Dura porque en más de una ocasión la clase se extendía más allá de los límites lectivos y era motivo de comentarios y discusiones de todo tipo en pasillos, en el bar, en los seminarios. Aparecían elementos críticos contra el profesor, contra los compañeros, contra todo. Y esto era señal inequívoca del impacto de esta experiencia lectiva que, como las experiencias profesionales, impactan e inundan todos los espacios circundantes: otros espacios laborales y los personales y familiares. Incluso alguna noche de ligero insomnio era indicativa de lo complejo de la experiencia.

 

Pero al lado de estos momentos reales hubo un sinfín de otros momentos en los que los aspectos placenteros, lúdicos, volvían a inundar los mismos espacios que en otros momentos sirvieron para llenarlos de la ansiedad generada. Y así, hemos ido alternando las dos caras de la moneda de forma similar a cómo iremos alternándolas en nuestra vida profesional.

 

Alguien podría decir que en la Universidad no caben este tipo de experiencias. Sin embargo, me manifiesto totalmente convencido de la importancia de este tipo de trabajo académico. Porque si bien no hemos memorizado conceptos, sí hemos los hemos trabajado, hemos asimilado ideas, debatido situaciones que enlazan varias áreas de la psicología: desde la psicología social a la individual, desde la psicología del desarrollo a la organizativa. Desde la psicopatología a la ética profesional. Desde lo proyectivo a lo elaborado. Desde lo individual a lo grupal y social Y con sumo respeto a otras orientaciones, si bien se trabajó desde la conceptualización grupoanalítica. Todas estas áreas y otras muchas que escapan de este relato, han sido articuladas a lo largo de las veinticuatro sesiones. Aderezada la experiencia con la de dos entrevistas complejas que han sido resueltas por la totalidad del grupo formado por setenta y seis alumnos y el profesor. Y, además, con una relación cercana a todos y cada uno de los alumnos.

 

En estos momentos, evaluada la totalidad del grupo, leídos y comentados los cuadernos de Bitácora, me ratifico en lo adecuado de la experiencia que hemos compartido. Sin quitarle ni un ápice de valor a las cuatro personas que valoran la experiencia como negativa, no puedo sino escuchar también a las setenta y dos restantes. Incluso creo que es importante tomar nota de lo que dicen las voces críticas y ver cómo mejorar algunos aspectos de la experiencia para que sea más útil. Pero tampoco voy a minusvalorar las opiniones que, señalando los elementos que les han resultado duros, complejos e incluso difícilmente entendibles de la dinámica y de las conceptualizaciones, valoran este espacio como de los más significativos en su carrera universitaria.

 

«Ha sido una de esas experiencias que no perecen al olvido (…) Esto es Universidad, innovación, experimentación, descubrimiento… Es la primera vez que la clase deviene un laboratorio de emociones, de vivencias (…) El contraste entre el grupo pequeño y el grande, entre la familia y la sociedad, ha estado presente a lo largo de las sesiones, y el aprender sobre éstos a partir de la vivencia personal es una adquisición que no tiene precio»

 

«Sensibilizarse para lo que sucede. Eso, tal vez, haya sido lo más importante que he aprendido a lo largo de estos cuatro meses. Hemos constatado en nuestro grupo pequeño que han sido fundamentales las dos entrevistas realizadas en clase ya que nos han dado la ocasión de corregir algunas expectativas poco realistas que teníamos. (…) ha sido mucho trabajo, lo tengo que admitir. Y en el fondo el diario es una idea bastante «anal» ya que nos ha obligado a producir algo, ser creativos y dar resultados todos los días…»

 

«Lo que me parece importantísimo es que ahora veo la psicología de forma diferente. Son las cosas pequeñas las que te hacen pensar en los efectos de la asignatura. Es, por ejemplo, pasear por las calles o ir en metro y observar automáticamente gestos, miradas, caras de gente desconocida y hacer hipótesis acerca de lo que ves. Es darte cuenta del estado de un desconocido, interpretar el temblor de sus manos, la sonrisa (…) y no nos hemos quedado a un nivel teórico, sino que lo aplicamos a la práctica».

 

Estos son tres fragmentos que señalan, creo, la ingente labor realizada por la mayoría de los componentes del grupo. Y esto es de agradecer. Agradecer el esfuerzo de todos y el que, cada uno desde sus propias dificultades y características, luchase por hacer de aquel espacio algo más personal; y constatar, también que uno debe renunciar a la idea mesiánica y omnipotente de arreglarlo todo, de entenderlo todo y, sobre todo de creer que la realidad es algo que uno construye excluyendo a los demás. El equilibrio entre lo individual y lo colectivo, el de respetar mi pensamiento y el de los demás y ver cómo se articulan; o se anulan.

 

Fue, ha sido, una experiencia dura y agradable. De la que todos, profesor incluido, hemos aprendido no sólo de la psicología sino de las relaciones complejas que aparecen en un colectivo de profesionales. Hemos tenido momentos de tensión y en muchas ocasiones, posiblemente, no hemos sido capaces de comprendernos suficientemente dadas las emociones que se habían activado. Y las que se me activaban a mí también, claro. Y seguro que en más de una ocasión frustré a alguna persona. Pero siempre he tenido y tengo presente el deseo de que nadie dañe a nadie. O se dañe. Y si en ocasiones he visto a alguien dañarse, he tratado de evitarlo con mayor o menor acierto. Pero también me agradó vuestra compañía. En ocasiones añoré no disponer de más capacidades para estar más cerca de cada uno. Lo intenté a través de los escritos y de mis anotaciones en vuestros trabajos y cuaderno de Bitácora. He aprendido mucho y deseo que también hayan aprendido un montón. Y también agradecer a los alumnos de Erasmus su presencia en la asignatura. Ellos también me han proporcionado elementos sobre los que pensar. Y agradecerles su esfuerzo integrador así como al resto de los miembros, la capacidad integradora.

 

A todos, y también a la institución que lo permite, muchas gracias.

 

Hasta siempre.

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