Desconfianza y prevención

Dr. J.M. Sunyer

 

Estaremos de acuerdo en que el tema que centró la sesión de grupo grande de hoy fue la desconfianza. Nos pusimos a pensar sobre ello, la que aparece en la relación con el profesional. En ese devanar ideas abordamos no sólo la confianza en el conductor (¿qué debe haber tras esos datos que no aparecen en los resultados que nos ha dado de la encuesta de ayer?) sino también sobre el grado de confianza que podríamos tener entre nosotros, en tanto que somos grupo.

 

En esta elaboración colectiva aparecieron ideas muy sugerentes relacionadas con:

  1. si la desconfianza aumenta a medida que nos hacemos mayores,
  2. en qué medida hay contextos culturales, sociales, que favorecen climas de confianza o de desconfianza,
  3. si depende de con qué personas me encuentro, del tamaño del grupo con el que me relaciono,
  4. o si es un proceso intuitivo, espontáneo, que nos lleva a valorar el grado de confianza que nos despierta un grupo o una situación.

 

También apareció una distinción entre lo que podríamos denominar confianza personal y confianza profesional. Numerosos temas, ideas, que se iban entretejiendo para configurar lo que podríamos llamar pensamiento grupal.

 

Claro que aquí algunos dirán que no hablamos todos. ¡Claro! Normal. Sobre todo, en un primer día. Siempre habla aquella persona que se siente en mejor predisposición, más seguro —o más osado—. Seguramente muchas de las cosas que se decían eran compartidas por otros que, con su silencio, aprobaban lo que otras decían. Pero también es cierto que había, a buen seguro, otras que opinaban cosas diferentes o les inquietaba cosas diferentes. Es imposible que todas las voces se oigan, lo que no significa que sería lo deseable. En todas las situaciones, hay cosas que decimos y otras que no. Nos pasa individual y colectivamente. Ni una pareja se dice todo lo que piensa, siente o imagina, ni un colectivo de profesionales ni nadie.

 

Individualmente nos sucede como aquí, en el grupo. Todos nosotros, en cualquier situación, no decimos todo lo que nos viene a la mente. Lo aprendemos de chicos: hay cosas que no conviene decir o no es adecuado. Si un hijo con sus dos o tres años le dice a su padre cuando está con una visita y en voz alta «papá, ¿por qué eses señor huele mal?» la mirada del padre le fulminará. Y como ésta, miles de situaciones en las que aprendemos que «hay cosas que no se pueden decir». Hay otras que no decimos porque ya ni llegan a la conciencia. Forman parte de lo preconsciente o directamente del inconsciente.

 

En el grupo, en nuestro grupo pasa igual. Diremos que habrá cosas que quedarían en el preconsciente y otras que se mantienen directamente en el inconsciente de todos. Esto significa que queda fuera de la conciencia, fuera no solo de lo que se habla sino, incluso, de lo que se piensa. Hay algo de esa parte oculta que con acierto señalaba un compañero: ¿qué hay tras esos datos —de la encuesta— que no aparecen? Es una pregunta que siempre debemos hacernos. Ello es ampliable a los contextos en los que van a trabajar. Por ejemplo, en una empresa. Cuando uno entra en contacto con una empresa como profesional, conecta, en realidad, con las personas que trabajan en un proyecto compartido. De todas ellas, unas son las que les expondrán numerosos aspectos de la vida de la empresa y las preocupaciones que les afectan y que son el motivo por el que solicitan su ayuda. Debemos interesarnos mucho sobre estos aspectos que son los que, a modo de mensaje oficial, le indican qué tipo de problemática tienen. Pero deben fijarse en el otro lado de la moneda. En aquello que no aparece encima de la mesa. En aquellas personas que, por razones desconocidas, no se sienten con la confianza como para exponer su punto de vista. En ocasiones ahí está la clave del problema o de su solución. Y lo mismo sucede en una familia.

 

Podemos pensar en otro planteamiento. Sé que formamos parte de este grupo, ¿verdad? A partir de ahí, si fuese una metáfora de la mente (que no del cerebro) ¿podríamos pensar que cada uno de nosotros forma parte de ella, de forma metafóricamente igual, a cómo nuestras neuronas están en el cerebro creando la mente? Es decir, al tiempo que formamos el grupo, ¿podríamos separarnos mentalmente de él y considerar que el resto de las personas que lo conforman son una buena representación de lo que es la mente de una persona? Es un ejercicio que considero importante poder realizar. Si pensásemos por un momento que ante nosotros tenemos la representación de la mente de una persona, de la psique de una persona, ¿qué sugerencias aparecen ante el fenómeno grupal que hemos vivido hoy?

 

Cuando realizo este ejercicio —la entrevista— encuentro una línea de pensamiento que me facilita comprender, por ejemplo, las dudas, las desconfianzas que puede presentar una persona que acude a una entrevista. Por ejemplo, ¿qué esconde el profesional tras lo que me dice? ¿Hasta qué punto voy a confiar en esta relación? Miren, a medida que voy haciéndome mayor, mayor es la desconfianza que tengo hacia el otro. A veces pienso que, en nuestros contextos familiares, a diferencia de otros, crecemos en la desconfianza, en el recelo. Ya me lo decía mi madre, o mi padre «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer».

 

No estoy haciendo un juicio de valor ni de intenciones respecto ninguna de las personas que brindaron sus pensamientos al resto del grupo. Es más, si no fuese por ellas, sería muy difícil poder hablar de lo que estamos hablando. Quizás es uno de los aspectos más útiles de este trabajo: cada persona, con lo que dice, piensa, aporta al grupo, a cada uno de los compañeros que lo conformamos una serie de ideas, de sugerencias a partir de las cuales otro puede articular otra, y otra, y otra… Tal y como sucede en la mente humana. El pensamiento no es sino una red de elementos interconectados, elementos que provienen de nuestras experiencias que se articulan a través del lenguaje el cual, a su vez, se estructura como una red de núcleos conectados entre sí mediante las asociaciones que realizamos. Una palabra, un gesto, aluden a otra palabra, o gesto, o idea; pero también, fragmentos de esa palabra alude a otras ideas, otras palabras.

 

Un ejemplo sencillo: estaba ayer en el bar que está frente a la Facultad junto con otros compañeros que nos reunimos a comer. En la pared estaba el dibujo del Capitán Haddock  con una pipa, fumando. El cartel anunciaba que allí era zona de fumadores. Uno de los compañeros señala, al ver que uno estaba fumando:

 

—¿Aquí se puede fumar?

 

A lo que se le contestó señalando el dibujo:

 

—Es zona de fumadores.

 

—¡Claro! —dice un tercero— ¡es que lleva pipa!

 

—¡Sí! —contesta el primero— ¡lleva pipa pero no empipa!

 

Una palabra alude a otra. Esto lo sabemos todos. Y esta articulación del lenguaje es la que nos lleva a pensar que el inconsciente se articula como el lenguaje.

 

Dejando de lado este tema de la Desconfianza que me parece apasionante, mi mente se va a otras dos: Ingenuidad, Osadía.

 

No significan lo mismo, claro. Pero pensar en ellas me permiten fijarme en otro aspecto. Porque si bien hablábamos de la desconfianza, posiblemente sería más ajustado pensar en otras cercanas como recelo, suspicacia, cuidado, prevención, temor, duda…

 

Lo que nos da otra pista frente a nuestra función como Orientadores. El uso de términos similares o sinónimos nos amplía el terreno en el que nos movemos y por lo tanto posibilita el que el flujo de ideas aumente. Y nos aleja de un elemento que podría aparecer: la sensación de que se nos tilde de desconfiados, cuando en realidad, lo que esta apareciendo es un cierto recelo, una cierta duda frente a ese modo de trabajar.

 

Frente a ello, la idea de ser ingenuos aparece la de ser precavidos. Frente la posible osadía de tirarse a la piscina sin saber si hay agua, la precaución de evaluar el grado de fiabilidad (otra palabra que apareció en el grupo) del contexto en el que trabajamos.

 

En un trabajo que posiblemente tengamos ocasión de leer, O. Kernberg introduce la idea de la «sana paranoia anticipatoria». Los humanos podemos utilizar los elementos paranoicos como forma de prevención de riesgos. Esa sana paranoia anticipatoria nos aleja de la ingenuidad que sería la de los niños. Si así fuese, la idea de que al ir creciendo nos vamos haciendo más desconfiados quizás la podríamos sustituir por la de que nos vamos haciendo menos ingenuos, más previsores de los riesgos que podemos correr.

 

Y esto tiene un grado de salud importante.

 

Un saludo.

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