Desaprender lo aprendido

Dr. J.M. Sunyer

 

Las formas que tenemos de relacionarnos con los demás y en particular con los pacientes provienen de todos los aprendizajes realizados. Y en una Facultad de psicología se enseña entre otras cosas a cómo debe ser esta relación. Ahora bien, ¿en qué medida ese aprendizaje nos forma o nos deforma?

 

Como ya he señalado desde el primer escrito, somos producto del entorno en el que nos movemos. Desde bebés vamos adquiriendo una serie de pautas y aprendiendo un abanico de respuestas y conductas que son las que nos dan nuestros padres y la familia en la que hemos nacido. Con el paso de los años, a partir de las relaciones que aprendemos en el colegio y en otros círculos sociales, vamos introduciendo otras formas que deben encajarse con las primeras so pena de generar un terremoto importante en el seno en el que cada uno se desarrolla. Es decir, si las pautas que aprendo de los contextos externos a mi familia los traslado y no los acoplo a mi entorno, sino que los impongo, lo que provoco es un auténtico seísmo familiar. Y como psicólogos, nos deberíamos interesar por las razones que alguien puede tener para generar tal movimiento del terreno familiar.

 

Pero por lo general lo que solemos hacer es ir introduciendo aquellos comportamientos del círculo externo que no chocan demasiado con el ambiente familiar lo que contribuye a que en algunas ocasiones las pautas familiares se enriquezcan o se esponjen. Y lo mismo sucede en los contextos laborales, académicos, deportivos… es decir, en ellos aprendemos una serie de pautas que interiorizamos, las hacemos nuestras y nos vamos haciendo a ellas. Pero no sólo pautas de comportamiento sino formas de ser, de movernos, de actuar, de callar, de…, es decir, todo el abanico comunicativo que contiene aquel grupo va calando en nosotros.

 

Esto se requiere una cierta permeabilidad del individuo. Si no la hay, esta persona en realidad acaba no encajando en las pautas grupales y se va a encontrar ante la necesidad de marcharse de ahí. Y si la hay en exceso, es decir, si la permeabilidad es excesiva, esta persona va sufriendo una progresiva pérdida de sus propios valores (si es que algún día los tuvo).

 

Estas cosas que comento guardan relación con la idea expresada en otra ocasión sobre la importancia del contexto en el que nos movemos, en el que trabajamos. Y en lo concreto, el marco universitario determina unas pautas del uso correcto de la psicología que son propias de ese marco universitario. En otro contexto universitario serían otras pautas. Y en este, priman aquellas que siguen fielmente las propuestas del DSM en particular y la búsqueda de la psicopatología en el paciente. Lo que es lógico y natural.

 

Sin embargo, en el espacio en el que nos encontramos busco que nos podamos desprender un poco de este corsé ya que de no hacerlo corremos un serio peligro. Es decir, siendo cierto que hay que conocer la psicopatología y los cuadros diagnósticos, éstos no son la biblia. Son simples puntos de referencia para poder seguir pensando. Por esto hay que desaprender lo aprendido para reubicarnos en un territorio más cercano a cómo es cada uno.

 

En la entrevista de hoy y más allá de la magnífica intervención de nuestro compañero, se percibía claramente esa fijación. En realidad, era una fijación doble. El paciente, nuestro Jacobo, iba a piñón fijo: quería la prestación familiar, como obedeciendo una consigna. Y nosotros íbamos a por otra consigna: emitir un diagnóstico. Es decir, en una posición y en otra se reproducía el mismo esquema. No eran dos personas que se encontraban sino dos propuestas de esquemas semejantes: me da la ayuda, le pongo un diagnóstico. Y creo que todos tenemos razones para argumentar los pros y contras de cada posición. Aunque una tiene más lógica que la otra. Me explico.

 

El paciente, Jacobo, va a lo que va. Su primera preocupación es conseguir esa ayuda que precisa. No sabemos si es porque la necesita realmente o porque alguien le ha dicho, «ve a donde el Ayuntamiento a por la ayuda familiar a la que tienes derecho». Y va.

 

Podemos pensar que hay un cierto comportamiento de sometimiento, o de dependencia, o de pasividad. Va al Ayuntamiento a «que le den algo a lo que tiene derecho». Y allí se encontró con la asistente social quien, seguramente con buen criterio, le reenvía al psicólogo. Y si lo hace es porque desde su sensibilidad ve algo más de lo que muestra.

 

El psicólogo, cualquiera de nosotros, parece que va a lo que va. En búsqueda de diagnóstico. Recuerdo que en uno de los grupos se comentaba que esa persona no parecía ser muy inteligente, y en otro se apuntaba que igual aparecían déficits cognitivos, y en otro que había un grado de confusión importante. No niego que pueda haber algo de todo eso, pero lo que importa en estos momentos es la tendencia que tenemos a ver casi sin mirar. Y antes hay que mirar. Y si miramos, ¿qué vemos?

 

1.- un hombre que con una llaneza importante pide ayuda familiar.

2.- una persona de edad mediana que vive con padres mayores.

3.- que uno de sus padres tiene Alzheimer.

4.- que no sabe si ha hecho bien en cambiar de trabajo.

5.- que no sabe si hace las cosas bien.

6.- que está asustado ante esa enfermedad.

7.- que su hermana tuvo eso de la «sangre en el cerebro que le paralizó medio cuerpo», ¿pudo ser un derrame cerebral?

8.- que seguramente también está muy asustado por eso.

9.- que vive con sus padres.

10.- y seguramente algunas cosas más

 

Si nos ponemos a pensar sobre ello, fijaros que algo del susto está presente al tiempo que busca ayuda. Alguien asustado que busca ayuda.

 

Cuando un profesional de la psicología y en concreto como orientadores nos encontramos ante eso parece claro que la desorientación viene definida por muchos de esos parámetros. ¿Qué hacemos a continuación? ¿Cómo nos las apañamos para orientar cuando posiblemente los primeros desorientados seamos nosotros? Esto lo tendremos que ir aclarando otro día.

 

Tras este componente me quise centrar en la propia dinámica del aula. Creo que algo de lo que ha aparecido entre Jacobo y el compañero volvía a emerger en el propio grupo. En realidad, se tendría que decir al revés, pero no importa. Lo que me parece semejante es el funcionamiento por patrones previos adquiridos. Una de las frases era «es que no sabemos de qué hay que hablar» que creo entender. Pero… si tenemos libertad para hablar de lo que sea, ¿por qué no la usamos? Lo mismo sucede con los pacientes. Deberíamos concedernos la libertad de hablar de lo que sea. Sobre todo, el paciente debe sentir que debe poder hablar de lo que le de la gana. No hay un guion previo, unas preguntas adecuadas o inadecuadas… no hay nada de eso. Todo lo que aparece en la entrevista, cualquier tema por raro que parezca, tiene que ver con el paciente, con la situación y con el propio tratamiento.

 

Otra cosa es que nos lo creamos.

 

A ver si entre todos lo conseguimos.

 

Un abrazo

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