Dependencia

Dr. J.M. Sunyer

 

La realidad percibida por mi de estos dos últimos días ha sido impactante. Las sensaciones que tenía, varias. Y los pensamientos que se agolpaban en mi mente, un montón. Vayamos, pues, por partes.

 

De entrada, ya el primer día me vi como impulsado a proponerles un ejercicio utilizando un aspecto del Psicodrama y que hacía referencia a las «estatuas» grupales. ¿Qué me invitó, o mejor, me presionó a proponer, activamente, estas representaciones para poder visualizar algo de la relación entre profesional y paciente?

 

La sensación que tenía de una cierta parálisis en la capacidad de verbalizar lo que se pensaba. Se hablaba sobre la profesión, la persona, la implicación en la relación… cosas que, me parecía, generaban un cierto desconcierto y perplejidad. En un momento me pregunté a mí mismo, ¿qué relación tenemos?

 

Hablábamos el día pasado de cinco elementos que, al parecer, podían ser como los articuladores de la relación que se establecía entre paciente y profesional y que seguía un camino que tenía paralelismos con nuestra relación.

 

Pero ¿qué relación tenemos? Parece que hay un componente claro: el grupo espera algo del profesor. Independientemente de algunas aportaciones individuales que son las que tratan de empujar a los compañeros hacia otro tipo de relación, la mayoría parece optar por una posición de esperar a ver qué dice el profesor. Lo cual, dentro de los parámetros en los que nos movemos, parece lo más lógico y normal. Claro que, me podrían decir, para que Ud., pudiese decir esto, debería hacer una encuesta y constatar que realmente esto es así a partir de las respuestas individuales.

 

Siento decirles que no. Porque las respuestas individuales no se corresponden a las respuestas grupales. El todo es más que la suma de las partes. Esta frase no es mía. ¿la ubican? Pero cualquier observador ajeno a nuestra experiencia lo que vería es que mientras que unos realizan esfuerzos importantes para aportar su pensamiento, otros encaminan sus esfuerzos a escuchar dejando la responsabilidad de lo que se dice en ellos.

 

Pero, me dirán Uds., es que no se dan las circunstancias para que todos opinemos sobre las cosas. ¿Y qué les impide aportar sus opiniones? ¡Hombre! Es que somos muchos, es que no sé qué decir, es que debo pensar qué digo y cuando lo voy a decir ya está fuera de tema, es que pienso que lo que voy a decir no tiene importancia, es que… todas estas son razones absolutamente legales, pero todas apuntan a la misma dirección: me retengo mis opiniones, y dejo en manos de aquellos que no tienen especial temor a expresar sus opiniones la responsabilidad delo que ocurra. Como en la política de muchos países. Dejamos que sean otros los que actúen. Pero esta dejación de la responsabilidad tiene, en la psicología diversas acepciones.

 

Siguiendo este pensamiento podríamos decir que el grupo se pone en posición de «dependencia» de aquellas personas que hablan, y en especial, del profesor o del líder grupal. Posición de dependencia que señala solamente esa polaridad: unos participan, otros atienden. Como si la única forma que hemos encontrado hasta el momento es la de posicionarnos en este lugar para resolver el problema de la comunicación. Y es imposible valorar si este rasgo, lo vamos a llamar así de momento, es bueno o no. De momento, es. Pero curiosamente esta es la misma, la mismita posición que adopta un paciente, grupo o institución, frente la aparición del profesional de la psicología. Posicionamiento dependiente. Posicionamiento que considera que «el otro» tiene la llave de la resolución de mi problemática. Tienen pues, en activo, el sexto elemento de toda relación. Y en este contexto emergió un ejemplo de mi experiencia profesional.

 

No tengo claro por qué elegí ese ejemplo. Pero el caso en cuestión es el de una persona que vive en una especial contradicción entre los deseos de dependencia e independencia, o autonomía. No puede despegarse de sus recuerdos, de sus rencores. Y se había establecido una relación tal conmigo que le posibilitó confiarme uno de sus más preciados secretos: la pistola. Y le tomé ese secreto, se lo valoré, se lo devolví y pudo seguir haciendo su recorrido personal. Y para poder confiar ese secreto el paciente debe sentir que el profesional le da la confianza suficiente como para poderle confiar ese aspecto de su vida. Y este punto tiene mucho de dependencia. La dependencia, pues, es necesaria para poder establecer un desarrollo. Nadie llega a ser independiente, sin ser antes dependiente. Decimos independiente, es decir, no dependiente; claro que podríamos decir «in-independiente». Pero no. Por algo será. Recuerden, hablamos en latín, pensamos en griego.

 

Otro aspecto que creo les puede servir: la consideración de todo el grupo como una buena representación de la psique individual. Si así fuera, podríamos visualizar cómo van apareciendo las ideas y cómo a su aparición se opone la presencia de otras muchas que quedan «mudas», pero activas. Cada miembro del grupo podría ser un representante de un aspecto de la mente (podríamos considerar sólo el aspecto del pensamiento). Y los que se animan a hablar lo hacen de la misma manera que en nuestra mente aparecen las ideas; pero no todas, ya que un buen número de ellas queda silente, calladas, esperando una oportunidad para salir. Y sólo aparecen cuando el nivel de fiabilidad de la relación que se establece es lo suficientemente alto como para darles salid. La parte pensante, pues, del sujeto se ofrece de forma muy compleja y sólo emerge una ínfima parte de él. En este sentido, si el conductor del grupo, el profesor, representase el profesional que habla con el paciente, sólo escucharía una serie de pensamientos; pero debe saber (como sé) que hay un gran número de ellos que no emergen. Y del grado de fiabilidad que les ofrezca, del grado de confianza que puedan tener conmigo y con el grupo, dependerá el que vayan emergiendo algunas más.

 

Tras ese día vino otro. ¿y qué apareció? Alguien trajo una bonita frase, llena de enjundia «un paciente que no acepta lo que se le da». Otro habló de lo que «de cómo puede ser vivido como “raro” ese hecho lo que genera distancia» y añado: desconfianza. Bueno, seguimos en racha, veo. La desconfianza sería otro de los eslabones que aparecen en esa relación. Desconfianza que alude al temor que genera la relación desconfianza, de dependencia. Porque puedo depender, pero… ¿hasta qué punto esa dependencia del otro no va a ser utilizada en contra mía? Desconfianza porque muchas veces hemos confiado y nos hemos visto «traicionados». Y esto porque mientras que hacíamos cosas para ser aceptado, hemos constatado que se nos aceptaba no tanto por lo que éramos sino por lo que hacíamos, como bien dijo uno de Uds. Si tengo la experiencia de haber sido aceptado por lo que hago y no por lo que soy, ¿qué demonios de confianza voy a tener en el otro? Sospecharé que siempre hay algo que se me escapa y que el otro va a utilizar en mi contra. Además, para confiar en alguien hay que conocerlo un poco más. Los psicóticos, es decir, estas personas cuya estructura interna está tan dañada que no consiguen estructurar o mejor, mantener estructurada más que algunos de sus aspectos, son especialistas en detectar el grado de fiabilidad del profesional. Y para detectarlo hacen como hicieron los primeros astronautas que llegaron a la luna, ¿recuerdan? Primero Amstrong, pisa el suelo de la luna e inmediatamente lo retira: no se fía. ¿Aguantará mi peso? El paciente lanza sus pseudópodos psíquicos a nuestro territorio para saber el grado de fiabilidad, de aguante, de sostén que le ofrecemos. E incluso nos agita, nos presiona: pero sólo hay una idea ¿me sostendrá?

 

Después de tantos fracasos en la confianza, ¿podré confiar? ¿hasta dónde? La experiencia de la vida indica que, por lo general, son más las frustraciones que tenemos que las gratificaciones. Hemos ido aprendiendo que el entorno, las personas que nos rodean, en muchas ocasiones están más pendientes de los hechos que del ser. «Tanto haces, tanto vales», dice el refrán. Si esto fuese cierto, podemos entender los recelos que tenemos las personas para confiar en el otro. Ir trabajando los niveles desconfianza, estableciendo una atmósfera de trabajo que posibilite esta confianza, debería ser uno de los objetivos de todo profesional.

 

En esto estamos. Tienen pues ya siete eslabones de este proceso relacional.

 

Un saludo.

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