Confusión y prejuicios

Uno de vosotros, al acabar la clase de hoy jueves, me preguntaba si tenía previsto que salieran las cosas que salen (se refería a los cinco puntos que emergían como resumen de cada grupo grande). Evidentemente, no.

¿Pero cómo y por qué sale? Pues porque sale lo que sale. Y como sale lo que sale, y estamos incluidos todos en lo que pasa, pudieron ver cómo la confusión también me afectaba y afecta.

 

Por un lado, no podía entender cómo, si en otros cursos era capaz de escribir cada día, este año me estaba resultando muy difícil. Hasta que comprendí que si acabo la clase del miércoles a las 14:30, e inmediatamente tengo reuniones en la Facultad, y acto seguido inicio mis actividades clínicas en la consulta, parece claro que no hay tiempo material ni tampoco tiempo mental para poder escribir nada.

Esta preocupación me ocupaba la cabeza y me afectaba hasta el extremo de no poder estar tal y como a mí me apetecía. Y una consecuencia de ello, de la dificultad de poder ir ubicándome en el tiempo y en el espacio, adquirir el ritmo que preciso para mis compromisos para con Uds., etc., una consecuencia pueda ser que pensase que tocaba lo que o tocaba trabajar hoy.

 

Y Uds., me lo recordaron: está en el dossier de la asignatura. ¡Cierto! Y modifiqué inmediatamente lo que les estaba pidiendo.

 

Confusión.

 

¿Pero cómo me puedo confundir? ¿Un profesor se puede confundir? Pues efectivamente, también me confundo. Y tendré que seguir sondeando para saber qué me puede estar ocurriendo para que me suceda lo que me sucede. Esta es parte de nuestra tarea profesional. E inicio de esta forma el escrito por el impacto que ello ha tenido.

 

Ayer escribí:

 

«Hoy empezamos confeccionando lo que se denomina “mapa conceptual”». En realidad, no muy exactamente a lo que se entiende como tal. Estábamos a caballo entre ese mapa y lo proyectivo.

En la pizarra aparecían muchas palabras y diversas distribuciones o agrupaciones de ellas, de ideas. En algunos casos ya estaban dispuestos a realizar líneas de unión entre conceptos, aspecto éste que substituimos por frases. Las hay altamente significativas. Después nos pusimos en círculo y…

 

Parecía que nadie iba a iniciar le diálogo. No sé si algún comentario mío si servía para ponerles más nerviosos o no. Les costaba. Algo parecía inhibir su capacidad de intercambiar ideas y pensamientos. Quizá esperaban un guía, un guion. Pero el que firma prefería dejarles a Uds., la iniciativa. Al final una persona comenta algo con relación a lo que habían observado en su grupo pequeño, ¿recuerdan? Y tras ella, varias personas se fueron añadiendo. Y apareció la palabra confusión, que tomé en mis brazos para poder reflexionar un poco sobre ella. Y esto generó un pequeño debate. De si era bueno o malo. De dónde venía. Si era interna o podía ser externa. Y les decía que era lógica la confusión en tanto que la forma de proceder en este espacio en nada se asemejaba a otros espacios. Y se introdujo también al paciente, a su estado de confusión. Y a nuestro papel ante ello.

La confusión es algo muy básico. Es algo vinculado a los sentimientos y a la propia situación. Es algo que procede de uno mismo y del exterior. Proviene del latín fundere (derramar  esparcir, derretir) que, con la partícula «cun» conduce a la idea de mezclar. Confundere en la Edad Media alude a «echar a perder, destruir» y que se asocia también a la idea de mezclar, enredar, hacer confundir. Otros autores lo vinculan a «borrar o hacer desaparecer los límites o perfiles de las cosas de modo que no se vea su separación, equivocar, trastocar, trocar, entender una cosa por otra; equivocar, hacer que alguien se confunda». Si nos situamos en psiquiatría, el término aparece ya en Jaspers (1913).

 

Es decir, la idea, como pueden ver, no se aleja demasiado de lo que Uds., decían. Y aparecerá fácilmente en todas las situaciones con las que van a tratar. Y es que como señalaba uno de Uds., cuando el esquema con el que vamos por la vida se nos trastoca, se cambia, empezamos a sentirnos confusos. Esta confusión se debería, pues, a que las cosas cambian de lugar. El profesor no actúa como otros profesores. Los alumnos no actuamos como en otras situaciones. Aquí hay silencio, ¿qué nos está pasando? Efectivamente, estamos ante una situación novedosa:

¿Qué relación tienen las actividades que realizamos con el texto que leemos? ¿Qué tenemos que comentar? ¿Qué pide el profesor? ¿Me atreveré a decir lo que pienso ante tanta gente? ¿Y si no me lo aceptan? ¡Cómo suena mi voz ante tanta gente! Además, ¿cómo puede ser que antes estábamos hablando tanto y ahora estemos en tanto silencio? Estas son sólo una ínfima parte de las numerosas dudas que tienen o tenemos. ¡Cómo no va a haber confusión! ¡Claro, me dirán Uds., pero Ud. contribuye a ello y porque además es la palabra que elige para comentar! Cierto. Debe tener que ver con la experiencia acumulada. ¿O prefieren hablar de cosas más celestiales? ¿Y cómo lo vamos a hacer si la confusión, en el momento de estar ahí sentados, era grande? El pasaje por estos páramos no altera nuestra situación. Y transitaremos por este valle, el de la confusión, hasta que encontremos otros lugares más cómodos para todos.

 

(Hasta aquí lo que escribí ayer).

 

Hoy lo podemos ir complementando con otras ideas. Porque ¿cómo se debe sentir una persona que entra a trabajar en un centro, en su primer o primeros días de trabajo?

 

Confusa.

¿Cómo se puede sentir una persona a la que le pasan un montón de cosas y no puede atribuir a una causa concreta todo ello?

 

Confusa.

 

Y si a una persona se le cambian los esquemas con los que habitualmente trabaja, o vive, ¿cómo se sentirá?

 

Confusa.

 

Y la confusión penetra por innumerables vías de acceso. Por ejemplo: cuando aparecen modificaciones en la estructura en la que nos encontramos habitualmente. ¿Cómo podríamos llamara lo que siente una persona que acude a un aula pensando que ahí está su seminario y se encuentra con otras personas? ¿O cómo ante las modificaciones de horarios, planes de estudios, de planes de trabajo o de estilos de magisterio? Si se encuentran ante una estructura como la de esta clase, en la que las normas son muy diferentes a las habituales (formas de evaluación, de participación, de intercambio de ideas…) parece lógico que la idea de confusión sea elevada.

Otra forma de acabar confundidos es cuando ante una situación hablamos por hablar, por rellenar el espacio en vez de centrarnos en lo que nos ocupa. O cuando siento que no conozco a quienes me rodean y me siento perdido ante ellas. O cuando creo que mi funcionamiento va a ser uno y resulta otro. O cuando comenzamos a pensar que lo que oímos en un espacio como el nuestro es falso, que no se dice lo que se piensa realmente, que estamos más por apariencia que por deseo.

 

Otra vía puede ser por la sensación de una cierta pérdida de la propia identidad. De ver que ésta a veces varía en función del lugar que ocupamos. O cuando confundimos los límites propios de cada ámbito de trabajo.

Finalmente, una cuarta vía sería la que deriva de las atribuciones que realizamos a lo que sucede: bien porque lo personalizamos (¿será por culpa mía que sucede esto?) O porque confundimos el todo por las partes. O por desear depositar en el líder la responsabilidad de todo. O porque buscamos tótems o líderes que nos salven de la situación que vivimos. O creerse portavoz de lo que otros dicen o piensan. Estos elementos son sólo algunos por los que se introduce la confusión en los lugares o en las relaciones que establecemos.

 

Recuerdo, al hilo de estas consideraciones una anécdota personal: durante un largo período de mi vida viví fuera de Barcelona, en otro lugar de España. Y con frecuencia se referían a mí diciéndome aquello típico de «es que los catalanes sois así o asá», y mi problema era que no me reconocía en ese «así o asá». Entonces me sentía muy confundido, porque por un lado no era de aquella forma y por otro me sentía catalán: ¿cómo compaginar ambas cosas? La atribución del todo a las partes actuaba sobre mí fomentando más confusión en mi mente. Cosas similares pueden suceder aquí. En este sentido se entiende la pregunta inicial de una compañera de Uds. ¿lo tenía preparado? Atribuyendo a «fuerzas» de no se sabe dónde lo que sucede en nuestro espacio grande. Lo cual no deja de ser amenazador; o pensando el que profesor «actúa de una forma para provocar una cosa en concreto» esto también es amenazante.

¿Y porqué nos pasa lo que nos pasa? Porque somos de carne y hueso. Y nos suceden cosas y sobre ellas pensamos y reflexionamos. Y en esta tesitura apareció hoy la idea de los prejuicios. Esto hace referencia al grado de aceptación que voy a tener del otro o de la situación. Creo que los prejuicios, no dejan de ser «etiquetas» que ponemos previamente a las cosas. Es diferente a tener información sobre las cosas, lo que me posibilita estar más atento a algunos elementos. Pero los prejuicios no dejan de ser barreras que colocamos ante el otro. Y ese otro lo percibe y reacciona ante ello de manera que, en muchas ocasiones, acaba confirmando el prejuicio que nos habíamos hecho. Es algo así como la profecía que se cumple. Por esto, en la mediada en la que podamos ir ligeros de equipaje, libres en la medida de nuestras posibilidades, de un buen número de prejuicios, obtendrán más ventajas. Por otro lado, la idea de prejuicio forma el quinto eslabón de la relación que estamos estableciendo: desubicación, comunicación, temores, confusión y prejuicios. Tómenlos como un hallazgo del propio grupo, porque lo es. ¿formará parte de la cadena de elementos que configuran la relación con un paciente, grupo o institución?

 

Hasta mañana.

 

Un abrazo.

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