Buscando verdades universales

Dr. J.M. Sunyer

 

Hoy fue nuestro bautizo grupal. Nuestra primera experiencia de conectar entre todos nosotros. Y no salió nada mal. Unos cuantos se animaron a intervenir y a partir de ahí fuimos desgranando un racimo de comentarios. Primero, con algunos resúmenes de lo que cada grupo hizo, e iniciando una charla un tanto distendida después.

Siguiendo una de las teorías expuestas, si fuésemos un solo individuo, la meta ideal de llegar a estar al corriente de las diversas visiones y percepciones nos llevaría a un aspecto de ese ideal de salud; salud, en este caso, grupal. Hay quienes apuntamos a que las deficiencias en la comunicación sientan las bases de la problemática mental. Dicho de otra forma, si las personas somos puntos nodales de una red de comunicación, las alteraciones que presenta esa red se expresarían a través de los problemas mentales, organizativos, etc.

Vinculándolo con lo que uno de Uds., decía, la idea del ser humano como galaxia de grupos internos, podríamos considerar el hombre como una compleja red de comunicaciones internas en la que, dificultades de conexión entre pensamientos, sentimientos, conductas, etc., se expresan en forma de alteración psicopatológica. De forma similar a las que presentamos como consecuencia de las alteraciones en la comunicación externa entre nuestros semejantes y sus estructuras.

El mundo es complejo. Cuando alguien acude al profesional, lo hace con el deseo de que suceda algo que le posibilite estar o sentirse mejor, pero sin cambiar nada. Algo parecido —cambiando un poco las coordenadas—, cuando alguien estudia algo lo hace porque desea estar o sentirse mejor. Por ejemplo, si acudo a un curso sobre la anorexia, me acabaré sintiendo mejor, más cómodo, más seguro frente a los casos de anorexia que se me presenten, sin cambiar nada. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla. Porque puede darse el caso de que, al estudiar la anorexia, por ejemplo, vea que no se limitan a explicarme las cosas abstractas y sus síntomas; cosas ajenas a mí. Quizás aparezcan comentarios que hablen, por ejemplo, de las relaciones de los padres con el hijo anoréxico o con los hijos en general. O que se hable de las dificultades que presentan los anoréxicos en aceptar su cuerpo, los elementos sexuales del mismo, los del atractivo personal y sexual, la dificultad en hacerse adulto; o, incluso, se me puede hablar de esa otra anorexia, no por más simbólica menos real, por la que puedo rechazar nuevas ideas, nuevos aprendizajes. Aquí comienza el problema.

Cuando tengo que arreglar, por ejemplo, un enchufe, no se me plantean estos problemas. Voy, lo desarmo, miro qué conexión está defectuosa, y la arreglo. O la cambio. Si se me resiste, puedo, incluso, lanzar un improperio. Pero ahí acaba la historia. Trabajo con un objeto que sólo es un objeto externo. Si la reparación me lleva a decir unos cuantos adjetivos malsonantes, el enchufe no se entera. Y si el enchufe me produce un calambrazo, a lo sumo maldeciré la instalación; pero no pensaré que el enchufe la tiene tramada conmigo. Me quedaré con la quemadura, pero nada más. Sin embargo, si el enchufe es una persona, grupo o una institución, la cosa cambia.

La diferencia proviene del hecho de que en el momento en el que me encuentro ante una persona, entro automáticamente en relación con ella. A mi me es poco menos que imposible pesar en Uds., como si fuesen seres en abstracto. Los veo, los miro, los oigo. Y Uds., me ven, miran y oyen; e incluso me escuchan. Y a través de ello, se establece un aspecto cualitativo por el que me resulta casi imposible no verlos como personas. Cierto que puedo hablar de «la clase», en un intento de despersonalizar lo que hago. En muchísimas ocasiones, cuando hablamos de instituciones y de grupos, lo hacemos de esa forma; lo que pasa es que nos olvidamos de que cualquier institución está formado por personas. Y que éstas nunca pueden ni deben ser despersonalizadas. Cuando así sucede, es cuando comienzan a aparecer serios problemas. Problemas muy serios.

 

Cuando Rogers nos plantea una modificación de la forma de enseñar y de aprender, está poniendo énfasis, básicamente, en la idea de relación. En una en la que el principio de la bondad del hombre debe estar presente. Y aquí comienzan los problemas. En la relación y en la bondad.

Hagan un pequeño ejercicio. Traten de abstraerse, momentáneamente, del conjunto de la clase. Traten de, sin dejar de estar, estar fuera. Realicen ese movimiento de alejamiento sin dejar de estar en ella. Es un ejercicio básico para cualquier proceso de aprendizaje y de tratamiento. El director de orquesta debe poder estar dentro de la orquesta, conectando con cada instrumentista, y al tiempo, estar fuera, escuchando el conjunto. Esta es una importante lección. Y ¿qué se ve? Una de las cosas que se ven o que yo veo, es un grupo de personas en un círculo. Con un cierto desorden. En donde alguien habla y otros escuchan. Otros oyen, sólo. Otros nada. Seguramente podríamos establecer una serie de círculos más o menos concéntricos en los que viniesen representados los diversos niveles de atención y escucha; o de estar en la sesión. Unos estarían más en el centro mientras que otros estarían en la periferia. Y posiblemente, los sitios no serían fijos, sino que se alternarían según la sesión y el día. Ahora realicemos esa cosa que todo ser humano, por el hecho de serlo, realiza: buscar los aspectos simbólicos de las cosas. ¿Qué pueden estar representando esas diversas posiciones? Si fuésemos una institución, un centro de trabajo, y cada uno de nosotros los trabajadores de ese centro, ¿cómo se podría entender esa distribución? Y si fuésemos un solo individuo, ¿qué explicación le daríamos? Recuerden la propuesta de uno de Uds., respecto el ser humano.

Creo que un error derivado posiblemente de nuestra época es considerar que todos desean un cambio a mejor. Yo, incluso, dudo de que se desea un cambio. Y no estoy pensando en Uds. Soy un convencido del potencial curativo que tenemos las personas; incluso diría más: la vida nos ubica en numerosos momentos terapéuticos; otra cosa es que los sepamos o podamos aprovechar. Pero al tiempo de ser un convencido del potencial terapéutico de todo el mundo, también sé de la cantidad de palos a las ruedas que somos capaces de colocar para evitar ese cambio. He tenido la suerte de aprender de muchas personas, muchos pacientes e instituciones. Pero siempre he topado con las grandes resistencias al cambio. Y aquí, entre nosotros, también aparecerán. Es absolutamente lógico, legítimo y, diría yo, que necesario. Es materialmente imposible (estamos en la tierra no en el paraíso) que no aparezcan resistencias al cambio. Y tendremos que ser capaces de convivir con ellas. Aprenderemos más de ellas que de las fuerzas creativas.

 

Con todo, la propuesta de Rogers no deja de ser sugerente. Se propone a uno mismo como ser abierto, honesto, coherente, empático y un largo etcétera de cosas envidiables. Y apuesta por una facilitación del desarrollo a partir de la relación que se establece. Relación que, si es lo suficientemente generosa, posibilitará que el otro encuentre, en sí mismo, las claves de su desarrollo.

Cuando a mis 23 años lo leí por primera vez, me sedujo. Me pareció el ideal al que debía aspirar. Sin embargo, la realidad de la vida (hipotecas, frustraciones, dolores que a uno le llegan, situaciones políticas y familiares, y un largo etcétera) me ha ido indicando que entre el ideal y la realidad se instala un amplio trecho. Y que a mayor ideal, mayor frustración. Recuerden Uds., de dónde surge el llamado «ideal del yo». Estamos hablando del mismo concepto.

Estoy tratando de establecer un paralelismo metodológico. ¿Cómo o cuál sería el paralelismo que podríamos establecer con las intervenciones psicológicas? Tanto clínicas como industriales. Educativas como sociales. Una persona decía muy acertadamente (todas las intervenciones son acertadas, el problema, en todo caso, es entenderlas en el contexto de la sesión), que ante el texto aparecían varias interpretaciones, y que ello generaba un cierto malestar o inseguridad. ¡Bingo! Y otra apuntaba sobre los beneficios de esa dualidad. Cierto también. Pero lo que decía la primera apuntaba hacia una cuestión fundamental.

Cuando el ser humano se encuentra ante la variedad de interpretaciones de un mismo hecho, se siente muy pequeño, vulnerable, desorientado e inseguro. Por esta razón, muchas personas buscan verdades más o menos universales. Fíjense en los políticos. Cuando la directora del centro del que les hablé o los padres del skin buscaban la intervención psicológica, buscaban una verdad universal que viniese de fuera (como si del mesías se tratase). Mi «fallo» en concreto en el segundo caso, fue no poder trabajar con los padres, integrándolos en el tratamiento del chaval y protegiéndolo. Aunque es bien verdad que hay padres que no queremos ser trabajados. Los psicólogos, afortunadamente, no somos omnipotentes.

Entiendo que es difícil transmitirles lo que digo y que lo comprendan. Difícil porque posiblemente como consecuencia de su edad tiendan más a pensar en la bondad de las situaciones. Y envidio su posición. Y en cierto modo creo que es muy necesaria esta postura; sin embargo, también he aprendido otra cosa: de los momentos dolorosos, de aquellas situaciones en las que la impotencia, la incomprensión parecen gobernar nuestros pensamientos, también se aprenden cosas. Puedo lamentar que Manuel, el paciente del que les hablé, no siguiese el tratamiento. Pero creo que le pude abrir la posibilidad para que algún día, Uds., se lo encuentren en su consulta.

 

Muchas gracias.

 

Un saludo.

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