Agradecimiento

 

Dr. J.M. Sunyer

 

Una compañera de Uds., expresaba su preocupación ya que me veía «diferente», como con la mente en otro lado.

Es un gesto que agradezco. Hablando con ella me vi explicándole la tensión que supone reunir la justificación de todo el curriculum vitae a efectos del reconocimiento ministerial de una especialidad labrada en más de veinticinco años de práctica clínica y asistencial. Entiendo que haya que hacerlo para obtener la especialidad; cuyo fundamento clínico se rechaza porque es anterior a la fecha decidida por el Ministerio —o sea, que haber trabajado veinte años en clínica no me vale—.

Creo esto ha impedido escribir ninguna nota respecto las últimas dos clases. Debía ocuparme de algo que tiene una fecha límite y los certificados no llegan a la velocidad del deseo.

La vida profesional no es fácil. En mi caso —y no por ambición sino por necesidad—debo tener mucha disponibilidad en el plano profesional pero también en el familiar. Dos ámbitos no fácilmente compatibles. Y les digo esto en un momento en el que varias experiencias profesionales me ubican en una zona de tranquilidad y un cierto reconocimiento del trabajo realizado.

Recuerdo cómo le confesaba a una profesional muy reconocida por mí mi admiración y admiración. Le decía que cuando tuviese su edad, quería ser como ella: alguien quien a pesar de su edad, mostraba interés en seguir aprendiendo, en asistir a seminarios como alumno a pesar de que por edad y experiencia estaba muy por encima de quien daba el seminario.

Eso lo admiro.

Y se lo ofrezco como punto de reflexión. Porque si bien Uds., acaban sus estudios en breves meses lo que conlleva el reconocimiento Universitario de su preparación intelectual, la formación sigue o debiera seguir, bastantes años más. Siempre he dicho que a mí me retirará la parca, no los planes de jubilación. Me jubilaré cuando la vida se me acabe; no antes. Deseo ser como estas personas de edad que siguen abiertas a las experiencias tanto intelectuales como experienciales que les acercan al ser humano. Y nada desearía más que poder colocar esa semilla en su vida.

El profesional de la salud debe tener ese aspecto que le vincula a la vida de forma permanente. Porque eso es vivir. Al menos es mi planteamiento de lo que es la vida. Y es lo que creo nos mantiene con esa capacidad para ubicarnos en medio del aula y organizar un montaje con todos los elementos que disponemos, y jugar. Jugar para aprender. ¿Recuerdan cuando leímos el cuento de los hermanos Grimm?

En la sesión de hoy hablamos de lo que Kernberg denomina «paranoiagénesis» en las instituciones. Ese elemento, que germina en todo ser humano, en toda institución, grupo u organismo, surge de las dificultades que tenemos en establecer una comunicación ágil, rica, creativa entre nosotros. Y en la sesión del día pasado, cuando reflexionábamos sobre el artículo de Barenblitt sobre las «supervisiones» aparecían otros elementos que creo eran de mucho interés. Y se dio una circunstancia que nos llevó también a reflexionar.

¿Recuerdan?

Había aparecido una especie de sordera psíquica que había impedido a muchos acudir al texto. Y les decía que esto era un fenómeno grupal. Y en sus miradas, y ante sus comentarios se me hacía presente el artículo de lo persecutorio, de la emergencia de elementos paranoiagénicos.

Porque en toda supervisión hay un aspecto persecutorio que se hace presente ante el recelo, la suspicacia que nace del propio hecho de la supervisión. Y como este artículo coincidía con la entrega de los trabajos evaluativos, más a nuestro favor. Es como si cada uno detectara un cierto temor ante lo que ha hecho, ante mi forma de proceder. Como si en el mundo psíquico tomase forma el fantasma de Torquemada dispuesto a marcar con sangre lo que ese fantasma considera que está mal. Este elemento, que en unos casos es mas duro que en otros, se erige en evaluador interno de lo que hacemos o dejamos de hacer. Un evaluador rotundo que parece estar dispuesto a enviar a galeras a «ese mal profesional» que ha detectado de forma inefable.

Sabemos que las negociaciones con ese personaje interno, ese fantasma amenazador, son duras. En ocasiones muy duras. Eso se percibe, por ejemplo, en algunas de las autoevaluaciones que aparecen en sus trabajos. Hay algunos que se «suspenden», lo cual habla de un Torquemada muy exigente, claro. Pero si ya es difícil negociar con el Torquemada personal, cuando vemos a Torquemada en la figura del supervisor (menuda palabrita) entonces es visto como quien viene a señalar la cagadita de mosca colocada en aquella amapola que se ve en un trigal.

Bajo esta perspectiva comprenderán Uds., que la figura del supervisor no puede ser más persecutoria.

Esa misma figura aparece en ocasiones en la persona del profesor. No es visto como quien ayuda con su experiencia y saber. Como el que viene a ayudarnos a resolver las dudas, y a aportar (desde su experiencia) aquellas ideas que nos pueden ayudar a entender las situaciones en las que nos encontramos.

No.

 

La vivencia del profesor como si fue una representación de Torquemada es una vivencia persecutoria. E incluso diría más. Como se muestra especialmente cercano, afectuoso, disponible, eso le da un carácter de peligrosidad mayor.

 

—Seguro que tras tanta cercanía se esconden intereses ocultos —podríamos pensar—.

 

Como desconfiando totalmente de lo que vemos. Y ante ello me pregunto, ¿qué puede habernos hecho tanto daño que parece que desconfiamos de quien se nos muestra cercano? O mejor. ¿Qué tememos de tal cercanía? Es curioso comprobar cómo, por lo general, las personas estamos más a gusto en territorios bélicos que en terrenos amorosos. La pelea nos diferencia y nos separa. Y nos tranquiliza. El afecto nos acerca y eso nos confunde. ¿Por qué nos confunde al afecto? Parece que existe la fantasía de disolución de la membrana psíquica que nos diferencia del otro. Los afectos, estos sentimientos de cercanía que las personas creamos, despiertan fantasmas suficientemente poderosos para que se activen en nosotros todo tipo de ansiedades frente a las que nos sentimos perseguidos.

La muestra de afecto de su compañera y que agradezco, podría haber despertado en mí todo tipo de persecuciones. ¿Quién es esa persona que osa «introducirse» en mí con preguntas tan personales?

Pero no fue el caso. No temo esos aspectos. No le tengo miedo al afecto que percibo con frecuencia. Y como no le temo, le pude explicar cosas que posiblemente no explicaría con naturalidad. Y es que ese recuperar lo personal, lo humano, es esencial en nuestra profesión. Y promover esa recuperación una de nuestras tareas.

La tendencia que aparecen en las organizaciones, en las empresas es justamente la de deshumanizarlas. Articularlas de forma que no emerjan afectos, cercanías interpersonales. Y así caminamos hacia la alienación. Este es al auténtico sentido del término marxista. Alienación en el sentido de que uno se aleja de sí mismo, se convierte en una pieza dentro de un organismo. Deja de ser él.

¿Recuerdan el día que discutimos sobre el tema de la genuinidad? Lo genuino es lo contrario a lo falso. Lo genuino en un grupo humano es lo contrario a la alienación.

 

Les agradezco su aprecio.

 

Y en esta onda, les deseo feliz navidad.

 

Un abrazo.

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