A mi que no me vean. Relación significativa.

Escribo estas líneas con una cierta precipitación. Pensando en mis compañeros, la forma de vida de la mayoría se acerca más a la de quien se la gana a destajo que la del que está cómodamente sentado en un despacho. Lo que obliga a que uno tenga que moverse en diversos ámbitos y no pueda hacer grandes filigranas en su que hacer diario. Por esto pido disculpas ante lo posiblemente desordenado que pueda resultar este escrito.

¿Recuerdan la sesión? Ahí estábamos todos, parapetados tras un texto en inglés, que más o menos habíamos podido comprender. Comenzábamos a decir cosas vinculadas con el texto y al poco rato parecía que «todo estaba dicho».

A partir de ahí comenzaron a aparecer comentarios que generaban un cierto murmullo, un ruido de fondo. Realmente es difícil afrontar el hecho de hablar y exponer algo ante tanta gente. Pero esa es la única forma de aprender. Exponiéndonos. Parece que este «exponerse» se ve de forma más negativa que positiva. Uno corre el riesgo de no ser entendido. ¡Normal! Una frase dicha ante 90 personas se convierte en 90 frases diferentes. También pasa ante un paciente. Lo que uno dice es entendido de forma muy distinta. Por esto la necesidad de entender lo que sucede y establecer vías de clarificación de conceptos.

Por esto creo que aquellos que hablan tienen mucho mérito. Hablar en público, pues, tiene desventajas. Aunque tiene la ventaja de que se puede pensar sobre lo que se dijo. Nadie puede pensar sobre lo que el otro piensa si éste no lo dice. Al rato, apareció un comentario sobre el genograma social, los dibujos y finalmente sobre la dificultad que tenemos en «ser vistos por los demás».

No puedo decir más que ¡bravo! Ahora pensemos un poco.

 

Entiendo que no nos resulte fácil saber de nosotros. De hecho, cuando uno ha caminado mucho por hospitales sabe que el peor enfermo es el médico. Y lo es porque cuesta mucho ponerse en la piel de «enfermo». Recuerdo una anécdota.

Estaba yo trabajando en el Hospital de Basurto (Bilbao), cuando a un compañero del servicio, al salir del Hospital, un coche le atrapó la pierna; con las consecuencias lógicas de tal accidente.

Fue ingresado en trauma y allí permaneció a lo largo de un mes o más, casi dos meses. Se encontraba bien, sólo tenía fracturada la pierna; por lo que podía leer, estudiar, etc. Además, le íbamos a ver y permanecíamos con él bastante rato. Como era del hospital, los médicos también le conocían.

Un día me confesó que no entendía una cosa: cómo era posible que, conociéndole como le conocían, nunca le preguntaron qué tal estaba, qué fastidio estar ahí, etc. Sólo miraban la pierna. A raíz de esto nos preguntamos qué pasaba con los pacientes que, por lógica, no eran nada conocidos por los miembros del servicio.

Duro, ¿verdad? Y piensen en la relación que se establece y en cómo no nos damos cuenta de la manera cómo tratamos a los pacientes. Nos cuesta verlos como personas. Por lo que, a pesar de que resulte fuerte decirlo, la experiencia personal de estar enfermo en el hospital es un aprendizaje bárbaro de cómo son las relaciones que se tienen. Pero si, además, uno tiene conocimientos sobre la patología, uno siente miedo, temor, a que «le descubran algo».

 

Y esto es universal. No quiere decir que seamos raros, sino que sencillamente tenemos miedo a que alguien averigüe algo que «escapa de nuestro control». Es como si nos creyésemos «extraterrestres». Como si a nosotros no nos pudiesen pasar las cosas que les pasan a otros mortales. Y estoy hablando desde la medicina. No les cuento cómo es en el terreno de la psicología. Por esto admiro a quienes exponen sus opiniones en público.

Pero tenemos una contradicción. ¿Con qué permiso entramos en la vida del prójimo no siendo capaces nosotros de que nadie entre en la nuestra? Evidentemente no estoy diciendo que en el contexto en el que estamos tengamos que abordar elementos personales. Absolutamente no. Claro que también habría mucho que decir respecto a lo que entendemos por personales.

Pero ¿no suena raro? ¿Qué puede pasar? Lo único, es que podamos hablar de cosas que nos pasan como personas y que nos informen de cosas que creíamos poder ocultar. Pero si sé que tengo un grano en la espalda, ¿no es mejor saberlo que ignorarlo?

 

Más allá de esto aparece otro tema:

Cuando una persona, grupo u organización se pone en nuestras manos, no viene dispuesta a que se le vea todo. Sólo viene a enseñarnos lo que le aqueja. Pero nada más. Pero esto no lo podemos entender si no comprendemos mecanismos similares que ponemos en marcha todos nosotros. Hay un paso difícil y complicado: pasar del síntoma al problema. El paciente (grupo o institución), sabe del síntoma. Sabe qué les duele, o con qué no está a gusto. Pero no sabe el problema. Y ahí no se llega en dos días; ni en tres.

Cuando hablo de problema tengo que precisar. ¿Qué es un problema? Me imagino que desde la edad que tienen, por problema se entiende algo gordo, algo importante, algo que requiere una atención especial. Bien, es cierto; pero estos no son los problemas con los que nos vamos a encontrar en el terreno de la Orientación Psicológica. Y, en cualquier caso, esos problemas son una forma de «apostar a la mayor», con lo que podemos dejar de ver cosas más cercanas. Esta es una de las estrategias de nuestro funcionamiento mental: si presento un problema gordo, desvío la atención de otros más pequeños, aunque igual son fundamentales. Nos sucede a las personas y a los grupos sociales. ¿Qué hacen sino muchos políticos?  Y uds., deben estar atentos a todo; y, en cualquier caso, no al problema tal y como nos lo presentan. Voy a poner un ejemplo.

«A la consulta viene una persona que se queja de problemas de bebida. Estos problemas no le dejan mantener una vida normal con los suyos, por lo que pasa períodos de su vida, en solitario, viviendo en un pisito que tiene lejos del hogar familiar. Está casado y con dos hijos. Los problemas de la bebida le han ocasionado complicaciones hepáticas y otros órganos, por lo que cada vez que ingiere grandes dosis, acaba necesitando atención médica. Pero pasa períodos normales, en los que no toma alcohol y consigue mantener una cierta estabilidad laboral. Trabaja en un negocio familiar, por lo que los aspectos económicos están más o menos cubiertos».

Hasta aquí, la historia parece hablar de un problema de bebida, con las consecuentes dificultades a nivel familiar y demás. ¿Será este el problema? Quizá.

 

Veamos.

«Iniciamos una serie de entrevistas para poder ir perfilando los problemas con la bebida. Y, al principio, durante unos seis meses, afirma no tener más problemas que los que provienen del alcohol que va controlando más o menos. Un día, viene contento, un poco eufórico. Cuenta que se siente bien y que está mejor con los hijos. Nunca ha hablado de ellos, ya que los problemas del alcohol eran suficientes como para no permitirnos otras veleidades. Y se inicia el tema de los hijos. Tiene dos. Pero tenía un tercero que murió. A lo largo de este tiempo nunca había mencionado tal hecho. La muerte lo fue a las pocas semanas de nacer. No lo entendió. No podía dar crédito ver a su hijo muerto en la cuna. Contaba pocas semanas. Le dijeron que no era inhabitual, muerte súbita. A partir de entonces comenzaron los problemas con su mujer. Y posteriormente, otros. Aquel hecho le condujo a tener otras relaciones. Buscaba desesperadamente pasar la hoja de la muerte del hijo. Se llamaba como él.»

¿Dónde está el problema? Se ha seguido trabajando con él. Han ido apareciendo más y más temas que van permitiendo ver no sólo la etiología de su problemática sino los diversos significados que va teniendo lo que le sucede. ¿Dónde acaba la intervención como orientador?

El problema, pues, suele estar mucho más allá de lo que se plantea en la primera visita. Pero el paso del síntoma al problema es algo que sólo puede hacerse con el tiempo, la habilidad de cada cual, y otros factores que provienen del paciente y de la relación que establecemos. Pero, como orientadores, ¿cómo hubiésemos podido entender mejor la situación?

Las técnicas proyectivas, por ejemplo, pueden ser un medio útil. Pero no las que Uds., conocen, no. Se trata de utilizar su capacidad creativa para ayudar al paciente a entender la problemática lo más claramente posible y lo menos persecutoriamente posible, también. Y hay una inmensa variedad de posibilidades de obtener radiografías sin necesidad de ir a lo establecido. Hoy se proponía un sistema que permite el dibujar la red social de cada uno. ¿Por qué no lo hacen? ¿Seremos capaces de hacer frente a los temores a ver y ser vistos, y representar cosas que pasan por nuestra cabeza?

Como bien pueden sospechar, he trabajado muchos años con niños. Y con psicóticos de todo tipo y denominación. Y sigo en ello. ¿Qué me han enseñado? Que cualquier manifestación humana está llena, repleta de información sobre nosotros mismos. Y utilizarlas, crear mecanismos que permitan entendernos, beneficia al paciente y nos da una auténtica radiografía sobre cada uno, y sobre nuestras relaciones.

 

Y otra cosa. Olvidémonos por un momento que somos alumnos y un profesor. Pensemos que somos personas que estamos reunidas para solventar un problema, ¿vale? Si cada uno de Uds., fuese el conductor de ese grupo, ¿qué tema salió? Recuerden la idea de iceberg. Recuerden que su masa visible guarda relación con la no visible. ¿No será que en esta edición de «Orientación Psicológica», los miembros del grupo están dejando aflorar exactamente los mismos temores que tenemos el resto de los profesionales, y sobre todo, en nuestros primeros años de práctica clínica? Miedo a ser vistos. Temor a establecer una relación significativa con las personas con las que trabajamos. ¿Estaríamos dispuestos a establecer una relación significativa en clase? ¿Los profesionales que somos, seríamos capaces de establecer una vinculación que posibilitase un aprendizaje no sólo de los elementos teóricos sino de los afectivos que subyacen? Alguien de este grupo a quien aprecio por su valentía, comentó: «y luego, ¿va a poder seguir manteniendo esa relación? ¿Se olvidará de nosotros? Entiendo este temor. Y sé que no hay palabras que amortigüen ese temor: sonarían falsas. Eso sólo se sabe con la experiencia. Lo mismo les sucede a los pacientes. Hay un gran temor, porque hay un gran dolor, a ver que, tras una relación significativa, alguien puede no acordarse de uno. Pero esto puede no ser así.

 

Espero que seamos capaces de demostrarnos que puede ser diferente.

 

Un saludo

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