REALIDAD INTERACCIÓN Y CAMBIO PSÍQUICO. LA PRÁCTICA DE LA PSICOTERAPIA RELACIONAL II

Libros que ayudan a pensar

MIGUEL PÉREZ

Coderch, J. (2012). Realidad, Interacción y Cambio psí- quico. La práctica de la psicoterapia relacional II. Madrid: Ed. Ágora Relacional

 

Con la publicación de Realidad, interacción y cambio psíquicoLa práctica de la psicoterapia relacional II (Coderch 2012), el Dr. Coderch continúa su labor de divulgación científica del psicoanálisis relacional. Esta nueva obra supone una profundización de lo descrito en la anterior, como así nos lo explica el autor en la introducción: «Quedaban muchas cosas por decir, la posibilidad de una mayor profundización en algunos aspectos y, también, la necesidad de planear nuevas preguntas e interrogantes» (p: 20).

 

Igual que en su anterior obra, destaca la impronta personal y la evolu- ción que ha experimentado su forma de entender el psicoanálisis y la prác- tica terapéutica. La erudición de Coderch va siendo subrayada con las vivencias acumuladas a lo largo de su dilatada experiencia profesional. Son admirables la continua reflexión y revisión crítica de la teoría y la práctica realizadas por el autor, lo que le lleva a asumir cambios en la práctica clí- nica. Afirma: «Pacientes tratados con psicoterapia cambiaban más y mejo- raban más, desde mi punto de vista, y se sentían más satisfechos con los resultados obtenidos, desde el suyo que los pacientes tratados con la téc- nica analítica, y ello comportaba, fatalmente, una revisión total de la teoría y técnica psicoanalíticas» (p: 215). Lo que cambiaba era el encuadre, la forma de tratar al paciente. En aquella forma de tratar al paciente estaba más cerca de los rasgos esenciales del psicoanálisis relacional.

 

Si señalo esta cuestión es porque en todo el texto, igual que en el ante- rior, se vislumbra a un analista comprometido en el proceso de mejorar la ayuda que ofrece a sus pacientes. Queda claro el compromiso ético cuando nos dice que «la finalidad del tratamiento psicoanalítico no es psicoanali- zarse, sino vivir, y, si al cabo de dos o tres años la vida del paciente no ha cambiado de alguna manera, creo que no tiene sentido seguir interpretando sueños y asociaciones en espera no se sabe bien de qué» (p: 103) o cuando plantea la pregunta de «qué es lo que pretenden los analistas para con sus pacientes» (p: 187). La respuesta de Coderch nos indica el alcance de su compromiso: «El psicoanálisis tendría que aspirar a ser una terapéutica so- cial” (p: 190). El objetivo del análisis es que el paciente despliegue su hu- manidad, y como toda persona convive con un entorno social, se puede decir, y este es un punto importante, que el «tratamiento puramente indivi- dual pasará a convertirse en una terapéutica de alcances sociales» (p: 190).

 

Toda la obra es una reflexión constante sobre lo individual y lo social, separándose de la visión clásica de la diada analítica para contemplar esa interacción desde lo social, lo cultural.

 

Para el autor, un momento crucial en la historia del psicoanálisis y que marcará su devenir es el momento en el que su fundador abandona la teo- ría traumática o de la seducción. Esta decisión comportará el alejamiento de la realidad externa, y dará un papel preeminente a las fantasías inconscien- tes como substrato básico de la mente. Esta concepción cartesiana de la mente ¿es el crepúsculo del psicoanálisis? Este es el tema que Coderch des- arrolla en este primer capítulo y cómo esta concepción de la mente, según Coderch, es el germen de la división del psicoanálisis en dos grandes blo- ques: el tradicional o clásico y el relacional.

 

Al cartesianismo de la mente aislada, de una mente que evoluciona a partir de inconscientes y conflictivas fantasías, sin relación con la realidad externa, el autor opone una nueva concepción de la mente avalada por las aportaciones de la teoría de la intersubjetividad, la neurociencia y la teoría general de sistemas. Coderch suscribe las críticas que desde de estos cam- pos se realizan a conceptos fundamentales del psicoanálisis, como son las fantasías inconscientes, que son contempladas no como algo endógeno, sino que tienen su origen en las primeras experiencias entre madre y bebé.

 

Uno de los capítulos más originales de este magnífico libro es el se- gundo, en el que Coderch explica que la realidad que vivió Freud, tanto en lo científico como en lo sociocultural, no es la realidad actual. Por tanto, el psicoanálisis de nuestra época no puede ser el mismo. El formidable avance de las llamadas ciencias de la complejidad y todo un grupo de ciencias afi- nes han cambiado la forma de percibir la realidad y, por tanto, deben ser utilizadas por el psicoanálisis para una mejor comprensión del paciente.

 

La revolución cuántica y las ciencias afines, como son la neurociencia, la ciencia cognitivista, la filosofía del lenguaje, la antropología, la sociolo- gía, la futurología y la filosofía, han de producir un cambio en la relación entre analista y paciente. Afirma Coderch «que lo único que podemos lle- gar a conocer los analistas es la experiencia subjetiva del paciente, en cuanto percibida a través de nuestra propia subjetividad» (pág. 75). Y, por tanto, nada más alejado del «descubrir la verdad, o llevar al paciente a conocer su verdad» (p: 75).

 

Encuentro importante la propuesta de Coderch de un proceso psíquico terciario, tomando como base las aportaciones de Loewald, sobre las dos formas de funcionamiento psíquico que existen en la mente humana, para el autor, el verdadero descubrimiento de Freud. El terciario estaría formado por la combinación del primario y el secundario: «sin este proceso psíquico terciario no existiría la creatividad científica, ni creación artística» (p: 81).

 

«Cada cultura crea el psicoanálisis» (p: 125). La propuesta de Coderch es que el mundo occidental actual ha creado un psicoanálisis «liberado de conceptos decimonónicos y de la ciencia positivista, un psicoanálisis vivo y acorde con nuestros conocimientos científicos» (p: 129) y en el que ana- lista no sea una figura anónima, erróneamente neutral y frustrante, sino al- guien afectivo, acogedor y, muy especialmente, profunda y emocionalmente implicado en el proceso analítico y en todas las vicisitudes del paciente» (p: 130). Este psicoanálisis, según el autor, es el psicoanálisis relacional.

 

¿De dónde proviene el cambio psíquico en la terapéutica analítica? Este es el objetivo que tienen las diferentes orientaciones psicoanalíticas. Para Coderch este cambio proviene de la interacción entre el terapeuta y el pa- ciente. Este es uno de los principios básicos del psicoanálisis relacional. En este tercer capítulo el autor analiza cómo se produce ese cambio psíquico y lo hace a partir de la teoría general de sistemas, la teoría del apego y la teoría de la interacción.

 

La teoría general de sistemas es considerada por el autor de gran inte- rés para la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis. La condición de bió- logo de Bertalanffy, su creador, y el hecho de que la mente, objeto de estudio de los analistas, se encuentra incardinada en el organismo, sustentan esta idea de Coderch. Explica el autor que no es una teoría concreta «sino un paradigma para el desarrollo de teorías y para lograr un diálogo interdisci- plinar entre los diversos sistemas científicos» (p: 140), y, en nuestro caso, del diálogo con el psicoanálisis en el momento en el que permite profundizar en el análisis de la interacción entre el terapeuta y el paciente. Ambos son considerados sistemas abiertos y, por tanto, imprevisibles; sistemas abiertos, activos, en un constante ir venir de dentro a afuera y de afuera a dentro y, por tanto, va a posibilitar que del subsistema constituido por la díada terapeuta-paciente surja una creatividad emergente que no pude explicarse por la suma de sus componentes.

 

El autor reconoce que hay una idea profundamente arraigada que nos dice que el conocimiento de la mente ha de ser forzosamente doloroso. Coderch desmonta esta idea cuando explica que un aspecto de la autonomía de los sistemas abiertos es el placer por la actividad. Un goce en la actividad y en la creatividad es lo que tiene que prevalecer en un tratamiento que, «en un contexto no autoritario, moderadamente asimétrico, igualitario y no per- secutorio, de colaboración y de reconocimiento de la mutua influencia […], puede ser vivido no como doloroso sino como estimulante y vivificador» (p: 144).

 

En cuanto a la revisión histórica de la interacción en la clínica psicoa- nalítica, sitúa el inicio en los trabajos de Ferenczi, y su continuación con los de Winnicot, Balint, Loewald y Kohut, hasta llegar a los actuales traba- jos de Mitchell, Stolorow, Orange, Lachmann, Stern y el Grupo Boston. Desde el psicoanálisis relacional se sostiene que la interacción no es solo lo que se habla (posición clásica), sino también todo aquello que los dos inte- grantes de la díada piensan, sienten, hablan o sobre qué y cuándo guardan silencio, todo aquello que queda englobado dentro de la comunicación no verbal.

 

La importancia de la interacción viene avalada por los estudios empíricos de Bowlby, que cristalizaron en la teoría del apego, en la actua- lidad uno de los principales fundamentos del psicoanálisis relacional.

 

Para la teoría del apego, la base de la vida emocional se establece en los primeros momentos de la vida. El apego es una motivación básica, in- nata y que comporta en el sujeto un sistema conductual. Las interacciones entre madre y bebé harán que este vaya sintiendo a la madre de diferentes maneras, dando lugar a representaciones mentales de estas interacciones que van quedando almacenadas en la memoria como modelos operativos internos, que son «sistemas de representaciones de uno mismo con los otros» (p: 152). Son los que permiten a la persona relacionarse con su en- torno y con él mismo.

 

Una de las ideas fundamentales de esta propuesta es que la respuesta sensible de la madre se convierte en un organizador psíquico.

 

Para la teoría del apego, «el psicoanálisis no debe dirigirse al estudio de la vida intrapsíquica del individuo en estado de aislamiento, sino que ha de centrarse en los estados mentales del analizado expresados en el contexto de la díada analítica y en el más amplio de su vida social e interpersonal» (p: 152).

 

El psicoanálisis relacional, nos dice Coderch, es la propuesta que ma- yormente ha aglutinado a su alrededor a los analistas interesados en la inter- acción, aunque en la actualidad no hay escuela que no muestre interés por este tema.

 

Para Coderch, que se apoya en autores como Mitchell, existe la nece- sidad de construir nuevas perspectivas de la acción terapéutica, ya que el modelo fundamentado en el conflicto intrapsíquico pulsión-defensa y la se- cuencia interpretación-insight es insuficiente. Nos lo dice la experiencia clí- nica, y también las aportaciones de la psicología del desarrollo y de las neurociencias, que nos muestran el papel fundamental que juegan las expe- riencias relacionales en la formación y el desarrollo de la personalidad y, por ende, en el cambio psíquico.

 

Hay todo un replanteamiento de las limitaciones del modelo interpre- tativo. En palabras de Mitchell, «la interpretación falla porque el paciente la vive como una más de las antiguas y engañosas formas de interacción» (p:157) y, por tanto, solo se puede producir el cambio psíquico si «el ana- lista encuentra una forma de participar que el paciente experimenta como fresca y nueva, distinta a todo lo que ha escuchado hasta entonces; una forma en la que el analista viva, a la vez, sus propias experiencias y las del paciente; una forma en la que analista y paciente encuentren una nueva vía de conexión emocional» (p: 158).

 

Si la interacción, con las características anteriormente apuntadas, pro- picia el cambio psíquico, la cuestión es «qué se debe entender por cambio psíquico y para qué se pretende obtener este cambio psíquico» (p: 173). Estas son las preguntas que Coderch aborda en el capítulo 4, titulado de forma escueta Cambio psíquico.

 

El autor toma como punto de partida el excelente del trabajo del Dr. Ávila Espada Al cambio psíquico se accede por la relación, del que des- taca su aportación de la teoría de la especificidad y su corolario práctico, la responsividad óptima, que «es aquella que se ajusta a lo que precisa el pa- ciente en cada momento» (p: 176). Esta propuesta, para Coderch, «contiene la más básica esencia interaccional en la que se sustenta el cambio psíquico» (p: 176).

 

El contexto de holding de Winnicott es otro de los que aporta com- prensión a la cuestión de cómo el contexto facilita la creación de un espa- cio, entre fantasía y realidad, que posibilite la creatividad para favorecer el crecimiento del self.

 

En este capítulo, Coderch nos vuelve ofrecer otra muestra de su com- promiso ético como analista: «El psicoanálisis relacional no es un método para conseguir el cambio psíquico de los pacientes, sino una actitud en la re- lación con los pacientes, una actitud basada en un conjunto de teorías acerca de la formación de la mente, su crecimiento y desarrollo sano y las cir- cunstancias que pueden perturbar este proceso» (p:178). Y este es el gran mérito, según Coderch, del psicoanálisis relacional: «Librarse del rígido e irracional método impuesto por el psicoanálisis tradicional, para abrirse a nuevos horizontes» (p: 178).

 

El capítulo 5 se ocupa de tres conceptos que son considerados básicos en las relaciones interpersonales: intersubjetividad, teoría de la mente y mentalización. Coderch recoge las investigaciones que han ido conformando las bases neurobiológicas de la intersubjetividad. Enlaza, aquí, con lo des- crito en el capítulo 2 sobre la predisposición innata para la sociabilidad. Los estudios sobre la intersubjetividad, junto con el descubrimiento de las neu- ronas espejo, nos ofrecen una mayor comprensión de algunos conceptos, como la empatía y la intimidad psíquica.

 

Estos descubrimientos, nos dice Coderch, «nos vinculan con los otros en un nivel prerreflexivo y establecen el espacio yo-nosotros desde el mo- mento del nacimiento. El yo individual, repito una vez más, es una entele- quia; no existe el yo sin un nosotros» (p: 210). Por tanto, no se puede hablar de una psicología individual, ya que «todo fenómeno psíquico en un ser hu- mano depende de la interacción entre la carga genética y los contextos en los que ha vivido esta persona» (p: 218).

 

Especialmente sugerente es el apartado en el que nos habla de la di- mensión intrapsíquica y la dimensión intersubjetiva, según los trabajos de Jessica Benjamin.

 

En otro apartado nos habla de que las interpretaciones ya no son aque- llo que emana del analista. Coderch suscribe las palabras de Aron: «Un pro- ceso complejo e intersubjetivo que se desarrolla conjuntamente entre paciente y analista» (p: 225). Todos los analistas relacionales suscriben la importancia de la mutualidad y la reciprocidad entre paciente y analista.

 

Coderch discrepa de utilizar «teoría de la mente» y «mentalización» como equivalentes. El concepto de teoría de la mente «es un primer y más limitado esbozo de la teoría de la mentalización, reducido a los aspectos cognitivos y sin referencia a las emociones, a las relaciones niño-madre y a la evolución de la mente como el fundamento del desarrollo de la persona- lidad» (p: 230). La mentalización es una evolución de la teoría de la mente, presente en las primeras semanas, dada su raíz innata, de la interacción niño- madre.

 

El concepto de mentalización tiene su origen en los trabajos de Allen, Fonagy y Bagteman. A través de él, exponen cómo se desarrolla la realidad psíquica del niño, el comienzo de su pensamiento simbólico y la constitu- ción del núcleo del self. Coderch está convencido de que «el proceso de mentalización es el eje fundamental que guía el desarrollo y formación de la mente humana» (p: 244). En su práctica clínica, el autor se guía «por el proceso de mentalización que tiene lugar en la interacción niño-madre» (p: 252), que ha sido descrito en otros apartados. Coderch nos explica su forma de trabajar con el paciente. En su diálogo terapéutico nos dice: «No favo- rezco las asociaciones libres del paciente porque percibo que esto es con- trario a la mentalización, y tampoco me permito a mí mismo largos y cómodos silencios que serán vividos por el paciente de múltiples maneras, generalmente ninguna positiva. También creo importante lograr que el pa- ciente se vea a sí mismo desde el exterior, tal como lo ven los otros, y que trate de ver a los otros desde el interior de ellos mismos» (p: 255). El capí- tulo acaba con dos ejemplos clínicos.

 

El capítulo 6 está escrito por Ángeles Codosero, psicóloga clínica y psi- coterapeuta, discípula y colaboradora del Coderch, quien recorre la evolu- ción de la teoría traumática en el pensamiento psicoanalítico. La autora entiende por teoría traumática «el estudio de los efectos de las carencias o fallas de la díada niño-cuidador, o sea el trauma psíquico temprano, a dife- rencia del concepto del trauma entendido como un acontecimiento externo y violento al que se encuentra sometido un sujeto: guerras, torturas, se- cuestro, abuso sexual, maltrato, abandonos, fallecimientos, etc.» (p: 279).

 

De la larga y extensa lista de autores que revisa Codosero, el lector podrá apreciar las diferentes conceptualizaciones de cada uno de ellos sobre las carencias, déficits o fallas tempranas, en el vínculo madre-bebé y madre- niño y que dan lugar al trauma.

 

El libro finaliza con un epílogo de Coderch donde matiza un poco los párrafos contundentes en los que habla de la división en dos bloques del psicoanálisis, y nos dice que la teoría traumática nunca ha sido abandonada por completo ni por el mismo Freud ni por los analistas que sostienen la te- oría pulsional. Distingue así tres grupos dentro de la comunidad psicoana- lítica, siendo el tercero un modelo mixto entre los dos.

 

Destaca de este nuevo libro de Coderh la ya apuntada impronta personal, el afán investigador en la práctica clínica, su constante evolución como analista. Su obra de profundización en el psicoanálisis relacional le con- vierte en un destacado representante de nuestro país. Es seguro que, para muchos psicoanalistas, también será un libro controvertido por la contundencia de muchas de sus aseveraciones. Los grupoanalistas tampoco podemos permanecer ajenos a este nuevo psicoanálisis. Pero, desde mi condición de grupoanalista, hago la siguiente objeción: no hay ninguna referencia, y es extraño dada la erudición del Dr. Coderch, a Norbert Elías ni a S. H. Foulkes.

 

Sorprende que cuando se abordan de forma amplía las aportaciones de la antropología no se mencione a Elías ni a su comprensión del ser humano como proceso y ser relacional o sus aportaciones acerca de la cuestión in- dividuo-sociedad. En cuanto a Foulkes, el concepto de matriz, que rompe la noción individualista del ser humano, por tanto, cada «individuo –en sí una abstracción, artificial aunque plausible– está básica y centralmente determinado por el mundo en el que vive, por la comunidad, por el grupo del cual forma parte » (Foulkes, 2005:77). Como ven, nada alejado de los postulados que se plantean en esta excelente obra.