CAPÍTULO 10: LA FUNCIÓN VERBALIZANTE.

La función Verbalizante. Aprendiendo de los pacientes, I. Fase inicial del grupo

 

En este capítulo Lola posibilita que el autor hable de algunos mecanismos básicos que se instalan en los primeros momentos del desarrollo del grupo que conduce. Así desarrolla los aspectos siguientes: El primer encuentro y la actitud del conducto. Primeros sentimientos incómodos y la capacidad de cuidar. Cómo nos vinculamos. Un primer conflicto: facilitar el habla y mantener los límites. Y ahora ¿de qué hablamos?: el miedo a hablar. La matriz grupal. Observar, recibir, traducir y comunicar: el susto de los primeros enfados. La aceptación del otro. Mensaje latente. Líneas de poder. Miedo al cambio. La filogenia o sociopsicopatología. Mecanismos de defensa y comunicación. Continente y contenido. Traducción. La idealización y la identificación con el conductor. La identificación proyectiva. Una incorporación ansiosa. Temores ante la pérdida de identidad. La identificación proyectiva. La confianza en el grupo. Miedo al extraño. Los enfados en el grupo. Sentimientos negativos del conductor. Los abandonos.

 

  • Bueno, ¡uf! En menuda situación me estoy metiendo. Tengo un grupo de ocho personas, cinco mujeres y tres varones. De edades de entre los 35 años y los cincuenta y tres y la verdad no sé ni cómo comenzar ni con qué me voy a encontrar.

 

Entiendo que estés asustada. Pero no hay que asustarse ni exagerar. Creo que un grupo de psicoterapia es un espacio al que hay que dar mucha normalidad. Sin trivializar la experiencia porque, en realidad, es una situación de comunicaciones normales. Posiblemente tan normales como las que se dan en la calle, dado que en principio, aquí no venimos a hacer amigos ni a establecer relaciones sociales; pero con una particularidad y es que el objetivo no es social sino psicoterapéutico. Por esto te digo que de entrada hay que decir “hola”, sabiendo que ese hola tiene un matiz que no lo tendría si estuvieses en la calle. Presentarse y darles la bienvenida, acogiéndoles. Y esto hay que hacerlo teniendo muy en cuenta que nos encontramos ante unas personas que están ahí para recibir atención psicológica. Por esto, tanto el “hola”, como la propia presentación, deben realizarse sin magnificencias excesivas. Y mirando a todos los que están ahí, y a los ojos. Y al mirarles, tratar que ese hola y esa presentación se dirija a todos y a cada uno de ellos. Y al tiempo, ir viendo qué pueden estar sintiendo, cómo están y en donde están sentados, cómo visten y cómo se presentan ante el grupo.

 

Esta presentación del conductor ha de ser lo más discreta posible, pero también lo más cercana. Piensa, Lola, que somos un punto de especial referencia para todos ellos y que de nuestro proceder se desprenderá buena parte del suyo. Una bienvenida, pues, y una presentación pausada, sin demasiados abalorios, dando tiempo para ir viendo cómo reacciona cada uno ante lo que estás diciendo. Y en esta presentación señalar dos cosas: por un lado, volver a explicar los objetivos para los que estamos reunidos; de otro, las normas y el marco de trabajo (horario, etc.). Y remarcar que aquí estamos para poder hablar de cualquier tema, de cualquier cosa. El grupo es de todos.

 

El primer encuentro es duro. Es duro para todo tipo de pacientes, y lo es por el monto de ansiedad que despierta. Slavson (1976) nos recuerda que todos los grupos provocan al comienzo ansiedad en todas las personas (…) el grado de ansiedad disminuye en relación con la familiaridad y la antigüedad de la pertenencia al grupo. (:36). Este dato no es baladí. Todos tenemos un nivel de tensión más o menos elevada. Encontrarse con un grupo de extraños no es una experiencia anodina. Posiblemente el conductor tenga un nivel menor de ansiedad, dado que su posible mayor experiencia y su posición relativa en el grupo parecen poderle mantener en un estado algo más tranquilo; pero esto no es totalmente cierto. Y aunque Kadis (1974), nos señala que la primera reunión de terapia de grupo (…) engendra angustia tanto en el paciente como en el terapeuta (…). En consecuencia es esencial que el terapeuta esté consciente de la diversidad de respuestas y resistencias más comúnmente usadas en la sesión inicial de un grupo con el fin de estar mejor preparado para afrontarlas (: 82), ésta es una situación que no deja de ser anómala y artificial para todos. Creo, Lola, que si los profesionales no hemos tenido estas experiencias (y digo éstas para remarcar que deberíamos estar en las mismas circunstancias en las que ponemos a los pacientes), nos puede resultar difícil entender la complejidad del momento. Incluso en el caso de que los pacientes sean conocidos por ti y hayan tenido una experiencia psicoterapéutica contigo, sigue habiendo una gran incertidumbre.

 

En efecto, si piensas en la posición del conductor quizás te resulte menos difícil pensar en la de ellos. ¿Qué tienes ante ti? ¿Qué ha sucedido en el mismo momento en el que les has dicho “ya pueden pasar” o has entrado en el grupo en el que estaban sentados? Puesto que has entrado en otra dimensión relacional, te encuentras entre personas, casi de igual a igual, con diferentes motivos para estar ahí (tú también tienes tus motivos, recuerda) ¿cómo te vas a relacionar con todas ellas? ¿Cómo les vas a caer? ¿Cumplirás sus expectativas? ¿Cumplirán las tuyas? Ante tus ojos se encuentran un determinado número de personas que, más allá de cómo sea cada cual, no dejan de representar para ti, “objetos” (en el sentido psicológico) cuyo comportamiento desconoces. ¿Cómo te vas a relacionar con todos y cada una de sus combinaciones? ¿Qué va a representar para ti cada uno de ellos? Un mundo, pues, desconocido se abre para ti. Y también para ellos.

La matriz de interrelaciones vinculantes que se iniciaron con las entrevistas que mantuviste y que venían cargadas de las que habían establecido con los profesionales que les habían atendido, se actualiza en estos momentos en las que cada uno de los miembros del grupo va a tratar de ubicarse en una posición que le sea cómoda. Tú entre ellos.

 

Desde su planteamiento, Wolf (1967) lo expresa de manera muy clara: Cuando ocho o diez personas han sido preparadas mediante análisis individual para ingresar al grupo, el terapeuta convoca a una reunión inaugural. A todos se les ha pedido revelar sólo el nombre de pila en parte para guardar anonimato y en parte para crear una fácil atmósfera de confianza (:12), con lo que el conductor se coloca en una posición ventajosa (ya conoce previamente a cada uno de los componentes del grupo y ha establecido con ellos una relación particular, analítica.), y les coloca en una posición un tanto paralizante al condicionar su presentación, limitándola sólo al nombre. La idea de “crear una atmósfera de confianza” es clave, aunque para ello no es preciso señalar que sólo revelen su nombre de pila. Creo que si estamos en un grupo en el que la idea es que no haya secretos, al indicar lo que se debe y no debe decir, estamos acotando los espacios de libertad. ¿Cómo te presentaste tú? ¿Por tu nombre, tu profesión…? Añade el mismo Wolf, el analista hace lo que puede para prolongar la informalidad (…) al iniciar la sesión sienta a sus pacientes en un círculo al que se une él mismo, y sugiere la tarea que se ha de seguir. No se apremia a nadie a realizar ninguna actividad durante la primera reunión (:12). Creo que las indicaciones son muy claras: “hace lo que puede”, que no es poco. Y en cuanto a “sugerir la tarea” me limitaría a indicar que estamos aquí para hablar, para interactuar, para poder entender al máximo el porqué de nuestros sufrimientos y malestares. Y déjate guiar por la intuición. ¿Por qué te dejaron aquel sitio y no otro? Quizás sea una pregunta que no tenga respuesta, por ahora. Este ya es un aspecto de la matriz que se está constituyendo. El cómo se han presentado, qué han dicho de sí mismos, a quien miraban más y a quien menos, dónde se habían sentado…, todo esto es parte de la radiografía que ya estás realizando. Y ellos también.

 

En lo concreto, Slavson (1976) nos sugiere otra forma de entrar: El terapeuta abre la primera sesión diciendo que los que allí se encuentran presentes han acudido porque se sentían incómodos y no eran felices y sentían la necesidad de un tratamiento que los liberara de sus dificultades. El propósito del grupo consiste en prestarles esta ayuda mediante la posibilidad de hablar a fondo, todos juntos, sobre las cosas que les perturban (:259) y añade más adelante: Formula entonces dos reglas: todos y cada uno de los miembros pueden decir lo que deseen, en cualquier momento que ello se les ocurra, aún cuando lo que vayan a decir no parezca guardar relación con la conversación que se está produciendo; y que todo lo que ocurre en el grupo debe considerarse confidencial y no debe ser repetido ni comentado fuera de las entrevistas (:259) Sería una forma de empezar. Como te dije en una pregunta anterior, tras tu presentación, aludes a lo que venimos a hacer y a cómo lo vamos a tratar de hacer. Prefiero que se señale que estamos aquí por diversos motivos que iremos aclarando con el tiempo y para poder hablar lo más libremente posible de todo lo que nos apetezca: nada está prohibido excepto el dañar a un compañero. Esta reiteración me parece importante porque conviene aclarar lo que vamos a hacer y cómo.

 

Rutan y Stone (2001) llaman a esta fase, de iniciación, e indican que su principal característica es la similitud de respuesta hacia los aspectos emocionales y el trabajo a realizar por los miembros del grupo. (2001:38). Es un momento delicado ya que, como señaló Kadis (1974), la primera sesión marcará la pauta que seguirá el proceso y movimiento terapéutico del grupo (:87), lo que a mi entender es absolutamente cierto. La vida de las personas en un grupo viene marcada por las características de nuestros primeros encuentros. Y así, en nuestra experiencia grupal como en la vida, nuestro devenir está marcado por un determinado inicio en nuestro grupo familiar. Y lo es porque cada miembro debe irse ubicando respecto a los demás; situándose y situándolos. Creo que te comentaba que cuando Elias nos habla de las interdependencias, una forma de expresarlo es que cada miembro del grupo está atado al otro mediante gomas elásticas. Esta imagen expresa justamente esto: cómo cada uno toma posiciones respecto al otro, posiciones que no son rígidas sino dinámicas. Dicho de otra forma: la valoración que cada uno haga de la situación y el encuentro determinará la articulación de las fuerzas de poder respecto a los demás y desde los demás componentes, incluido el conductor. Recuerda que la fuerza de gravedad con la que cada miembro atrapa y es atrapado por el otro, irá determinando el tipo de matriz. Y eso se irá desarrollando gracias al lenguaje, a la comunicación tanto verbal como no verbal.

 

Siguiendo a Rutan y Stone, vemos que son varias las denominaciones que diferentes autores dan a estos momentos: Yalom denomina a esta fase como de “cooperación, participación dudosa y búsqueda de significado” (1975:303); Hill y Grunner (1972), Fried (1971) y Shutz (1958) ponen el acento en el aspecto de la inclusión. Los que tienen una visión más psicoanalítica (Bennis y Shepard, 1956) ponen el acento en los aspectos de la dependencia en esta fase inicial. Savaray (1975) lo vincula con la fase oral del desarrollo infantil. Day (1981) pone el acento tanto en la dependencia ante las necesidades que tienen los pacientes y en la inevitable competición con los otros. Slater (1966) pone el acento en que el principal problema es el temor a ser controlado o engullido por el grupo, y también en la deificación del líder como una respuesta típica y normativa (2001:38). Claro que, entonces, la reflexión va hacia lo que hace el conductor en estos momentos, qué posición relativa respecto de cada uno va adoptando y cómo se entiende lo que tenemos que hacer aquí.

 

¿Y qué tenemos que hacer, Lola? Kadis nos dice que la meta del terapeuta es la de iniciar un proceso dinámico de modo que los miembros del grupo puedan ayudarse entre sí a manifestar sentimientos, producir transferencias y analizar las resistencias concentradas alrededor del material que les es emocionalmente significativo (1974: 90). Para ello, el conductor debe tener, a mi modo de ver, una actitud que fundamentalmente facilite ese proceso, adaptándose a las características de las personas del grupo, huyendo de supuestas actitudes teóricas acoplándose a la realidad del grupo que percibe, para adaptarse, en realidad, a las personas con las que va a trabajar. Ello garantizará lo que Wolf señala: Si se ha desarrollado una buena armonía del grupo además de la atmósfera de tolerancia, alentada por la revelación de sueños, fantasías y problemas críticos, la segunda etapa del análisis en grupo se ha cumplido. (1967:16) Pero ahí aparece una nueva idea: la “confianza” y para ello, quien primero debe cumplir las reglas eres tú, Lola. Es decir, debes poder ubicarte con libertad ante los demás, y al mismo tiempo facilitarles esa misma libertad al posibilitarles la liberación de aquellas actitudes y comportamientos que tienen que ver más con el pasado que con la situación real actual. No siempre es recomendable mantenerse en silencio. Depende cómo respire el grupo deberás estar más o menos presente.

 

Cuando te ves en la tesitura de encontrarte con un grupo de personas, si alguien te introduce en él, te sientes bastante mejor. En este sentido el conductor ejerce una función materna importante: sirve de conexión entre el mundo individual y el grupal. De hecho, en la fase previa a ese momento, tú te has ido formando una idea del mismo. Ha sido un proceso en el que, desde que emergió en ti la posibilidad de llevar un grupo hasta este momento, han pasado muchas cosas. Ha sido, por hacer el paralelismo, un largo embarazo. Y tras el parto, lo sabemos muchos, la madre experimenta una particular relación con el bebé que Winnicot denominó de “preocupación maternal primaria”. Pues algo similar sucede ahí. Es un momento de vivencias cercanas a lo psicótico, en las que se da una cierta ruptura o disminución de la membrana psíquica de la madre y que le permite intuir lo que le sucede o lo que demanda el bebé. Esto posibilita que exista una continuidad de relación madre-bebé, y el bebé pueda transitar mejor desde su posición intrauterina a la extrauterina.

 

Algo similar sucede ahí: cada miembro del grupo viene de un mundo particular en el que en algunos casos había establecido una particular relación contigo y en otros no, ya que no te conocían. Ahora se encuentran ante una nueva situación, extrauterina; ahí, la capacidad y sensibilidad del conductor juegan un papel crucial: ayudarles a pasar desde una posición relativamente cómoda, que era la que se había establecido contigo, a otra totalmente incómoda y que es la de las relaciones interpersonales. En realidad este paso es similar al que van a tener que realizar desde el autismo en el que la sintomatología les coloca a la socialización que el grupo les propone. El conductor es, como en el contexto familiar lo es la madre, un punto de anclaje entre el individuo y el grupo. La madre es el elemento que socializa al bebé; y aquí lo es el conductor.

 

El conductor actúa como el representante yoico más elaborado, capaz de ir conjugando los diversos aspectos que constituyen el grupo. Este representante yoico se constituye, en estos momentos de máxima actuación de las funciones convocante, verbalizante, higienizante y teorizante, en el unificador de los componentes del grupo en torno a la dura tarea de constituirse y desarrollarse como tal grupo. Con todo ello, y en terminología de Vinogrodof y Yalom, podremos decir que siempre que se reúne a un grupo de personas, se desarrolla una cultura, un conjunto de reglas y normas no escritas que determinan el procedimiento conductual aceptable del grupo. El líder debe crear en la terapia de grupo una cultura grupal en la que se produzcan interacciones enérgicas, sinceras y eficaces (1996: 63). En efecto, aquí el representante yoico tiene la función de ir sentando las bases de una relación a la que no están acostumbrados quiénes tenemos ante nosotros. Si recuerdas que la patología proviene de la ruptura de los lazos de comunicación con los miembros significativos del grupo al que pertenece una persona, tendremos que ir considerando que la red de relaciones en la que esta persona se ha ido constituyendo como tal, presenta serias carencias de interrelación. En estos momentos, lo que como conductora les estás ofreciendo es justamente una posibilidad de construir una nueva red de relaciones al tiempo que iremos pudiendo constatar las diferencias entre ésta y la que en su momento tuvieron como red fundamental. Y esa red va a surgir de lo que todos vayamos aportando y, en especial y sobre todo al principio, de lo que tú aportes como conductor.

 

Desde la función verbalizante, tu aportación va dirigida a incorporar a los miembros del grupo, a establecer los primeros lazos de relación verbal, a poner palabras a las ansiedades que se están activando para que la matriz de interdependencias vinculantes que se está tramando tenga clara la finalidad: hablar de nosotros entre nosotros, incluido el conductor.

 

(MQ). Recordad que el día pasado subrayábamos la importancia de lo lúdico. Hay una tendencia entre inconsciente y consciente a considerar que eso de la “psicoterapia de grupo” es algo muy serio y, entonces, lo metemos en una especia de chaleco o corsé. Y así, con todos mis respetos, la hemos pifiado.

 

Hay una cosa muy seria, mucho: el juego. No voy a rescatar uno de mis primeros textos de referencia, homo ludens, de Huizinga; pero más allá de lo que decía sí recuerdo algo que me parece clave: el juego es lo más importante y trascendente que ha inventado el hombre. Eso que se establece entre las personas y en el que cabe lo serio y lo divertido, lo formal y lo espontáneo, lo real y lo fantaseado, eso se llama juego. Winnicott señalaba que el juego se daba en el espacio transicional entre el objeto y el sujeto. Y en esto estoy de acuerdo. Jugar es la principal herramienta terapéutica que tiene todo profesional que se precie. Por eso hay que pensar en el espacio de la psicoterapia de grupo como el que se crea entre eso que llamamos grupo (alias relaciones interpersonales entre unas personas) y cada uno de los sujetos que lo integran.

 

Nuestro seminario es un espacio lúdico; pero también muy formal.

 

  • ¡Al fin! ¡Qué nervios! Ya me reuní por primera vez. Pero fue un poco complicado. Llegaron puntuales y les hice pasar a la sala. Me senté y se me comían los nervios. No sabía cómo empezar así que me presenté y les dije más o menos lo que me indicaste: que para qué estábamos y las normas de funcionamiento interno. Se hizo un silencio que me pareció muy largo, eterno. No sabía si debía o no romper el silencio, ni cómo hacerlo. Una persona tomó la iniciativa y se presentó, pero casi no dejó que se presentaran las demás. Dijo que estaba ahí porque su marido había muerto de un accidente (sucedió hace ya un año y no sale de la tristeza), y que desde entonces… bueno se puso a hablar y llegó un momento en el que comencé a sentirme incómoda. Entonces le dije como pude que estaba bien lo que contaba pero que no sabíamos el nombre de los demás, que qué tal si antes de seguir les dábamos la oportunidad de presentarse. ¿Voy bien?

 

Todos cuando comenzamos a conducir vamos con la “L” de conductor novel. Pues eso, vas con la L y haces lo que puedes, que no es poco. Mira, una vez ya te has presentado y les has dado la bienvenida y les has explicado los objetivos y las normas por las que nos regiremos, creo que hay que esperar. Esperar y ver cómo estas personas inician la relación, esta nueva experiencia en su vida. Aquí, dar tiempo al tiempo es buen consejo; ahora bien, no es cuestión de estar hora y media callados. No. Tampoco es cuestión de permitir que los niveles de angustia se eleven hasta hacerse casi inaguantables. No. Uno deja pasar unos minutos. En ocasiones te parecerán eternos pero no lo son. Mientras, vamos mirando a las personas, pero no de manera inquisitiva o como quien dice, ¡qué! ¿No va a hablar nadie? O ¿a ver quién es el que se atreve…? No. No se trata de eso sino de ver cómo y qué hacen estas personas ante esta hoja en blanco en la que algo debemos escribir. Y si van pasando los minutos, te aconsejo romper el silencio, procurar que la situación sea algo más agradable, remarcar lo complicado que parece que resulta el iniciar una conversación ante extraños… o incluso, traer a colación situaciones sociales que pueden ser conocidas por todos y hacer una especie de comparación. Así, muy fácilmente se iniciará una primera ronda de intervenciones. Por lo general, una presentación de los que se encuentran ahí. Y fíjate en cómo lo hacen. Fíjate en si establecen un orden, qué tipo de presentación realizan, cómo está su estado anímico en el momento de la presentación, cómo van sus nervios…

 

Y por otro lado fíjate que comienzas a sentir cosas que están relacionadas con el grupo: “se me comían los nervios” o “comencé a sentirme incómoda” son algunas de las reacciones que sentiste en ti. ¿Qué hacer con ello? Esos nervios que “se te comían” y esta sensación de incomodidad guarda relación al menos con dos cosas: tu propia situación como nuevo miembro del grupo y responsable de su conducción, y por lo que los demás depositan en ti y que se asemeja mucho a lo que les pasa. ¿Qué tal si lo incorporas al discurso grupal como algo que pueden estar sintiendo? De esta forma incorporas al flujo del pensamiento del grupo aspectos relacionados con sentimientos que tenemos, incluida tú.

 

Si realizamos la tarea de acoger a quienes asisten como miembros del grupo, vamos a poder ir constatando cómo cada cual se ubica en una posición concreta. Aquí, sin embargo, tenemos un problema añadido: la psicoterapia de grupo, la psicoterapia grupoanalítica, no es un instrumento de rueda fija, sino que consecuentemente con el planteamiento teórico sobre el que se sostiene se adapta a los diversos contextos y pacientes con los que trabajamos. Eso significa que, lo que vayamos diciendo a partir de este momento, habrá que irlo adecuando a la situación de los pacientes ante los que, Lola, estás. Tu responsabilidad es ir averiguando si en el terreno en el que te encuentras debes trabajar con una azadilla, una azada, un tractor o con los bueyes como se hacía antes. No puedo pensar en toda la variedad de pacientes y grupos, Lola. Pero sí en lo que te señalaba respecto de la función yoica. Cuantas más carencias detectes en su propia capacidad yoica, más presente deberás estar. Creo que esta indicación es una buena guía.

 

Estamos ante una situación poco habitual: podemos hablar de lo que nos dé la gana, pero ¿cómo se hace esto? ¡No voy a decir lo primero que me pase por la cabeza! Fíjate, Lola, que la idea “decir lo primero que me pase por la cabeza”, suena a loco, suena a que va a ser un grupo sin ton ni son, sin orden ni concierto, ¿qué van a pensar de mí? Y esto es literalmente cierto; y además es una de las razones por la que la censura actúa. Y seguramente algo de eso es lo que pasaba en el grupo. Pero si bien no deseamos que en el grupo haya tan poca censura que lo haga imposible al aparecer una infinidad de asociaciones inconexas, al tiempo deseamos que no la haya, que no se pongan cortapisas a su pensamiento y que se acabe diciendo solamente lo que es políticamente correcto. Los humanos, en tanto que estamos mínimamente en nuestros cabales, tratamos de hablar con sentido, buscar y encontrar una lógica a nuestros intercambios. Y una forma de dar sentido a lo que vamos a hacer aquí es, justamente hablar de lo que me pasa, hablar del motivo por el que estoy aquí. Y esto, precisamente, va en contra de decir lo que nos pase por la cabeza, sin cortapisas…, ¿no? ¿Cómo resuelve cada uno la ecuación? Lo hace como puede y, sobre todo, de la misma manera como lo hace habitualmente. Entonces uno va y se presenta, por ejemplo, pero, ¿cómo lo hace? Si te fijas en la manera cómo se presenta, las palabras que elige, a quien se dirige, en qué pone énfasis y en qué no, apreciarás un posicionamiento y un tratar de colocar a los demás en un lugar respecto a él que guarda mucha relación con la forma cómo él va por la vida. Si lo ubicamos en tu experiencia, fíjate que alguien a la que se le murió el marido hace una año (estaremos hablando de un duelo patológico), se queda atrapada en esta situación y acaba atrapando a todo el grupo. Dices: “me sentía incómoda”. Seguramente es lo de la relación calamitosa que decía Ezriel, por ejemplo. O en palabras de Stock Withaker, la solución de compromiso. Y desde mi perspectiva la manera de ubicarse utilizando sus propios mecanismos de poder: simpatía, dramatismo, compasión, timidez… Y ahí vamos viendo cómo es cada cual y cómo se ha hecho en el contexto de su grupo familiar y significativo. Posiblemente se están activando en ti sentimientos contradictorios y no sabes muy bien por dónde salir.

 

Creo que en líneas generales podemos entender lo que Wolf (1967) dice refiriéndose, claro está, a un grupo cuyos miembros tienen una fortaleza yoica suficientemente grande. El terapeuta se encontrará con que ciertos pacientes son agentes catalizadores, cuya conducta estimula al grupo en reuniones iniciales, cuando se tiene en perspectiva una resistencia natural. (…) los más sanos son los que sencillamente quieren hacer una obra constructiva y siguen adelante en el proceso de mutuo descubrimiento y completa relación recíproca (1967:13). Esto, más allá de que se considere estrictamente cierto o no, ya da buena información sobre cómo se perfila el grupo desde un inicio y cómo se posiciona cada cual. Incluso pueden pensar en los niveles de salud individuales y en la aceptación de tu papel. Ahí, como buen director de orquesta, debes seguir un poco el consejo de Wolf, El analista debe ser cuidadoso del catalizador que existe en potencia en cada paciente, y tratar de que aparezca si es para servir a algún propósito constructivo (1967:14). De ahí que la forma en la que te vayas haciendo presente, Lola, va a ir significando mucho para los miembros del grupo. Y en esta función de acogida, debes también pensar en los miembros que, debido a la propia ansiedad, pueden estar pasándolo mal. Y posiblemente captaste que había gente que lo comenzaba a pasar mal y como lo que te interesa es que vuelvan, lo mejor es ayudar a que intervengan o, al menos, que esa persona (que por cierto no creo que tenga tanta fortaleza yoica) deje paso a los demás. Esto significa que en general debes estar atenta a que nadie se marche sin haber dicho nada; o al menos que, si por lo que sea no puede hablar, sepa que le tienes presente, que entiendes algunas de sus dificultades y que le animas a seguir viniendo para poderlas ir resolviendo. E incluso más aún, ¿qué tal si antes de terminar la sesión les preguntas qué tal les fue? Esta pregunta creo que debe hacerse de vez en cuando, sobre todo en aquellas sesiones en las que percibas que se han revuelto muchas cosas. Cuidar nunca está de más.

 

En cualquier caso e independientemente del grado de fortaleza yoica que tengan, tu función comienza a ser más compleja. Ese yo, del que eres un buen representante, debe ir pudiendo comprender qué cosas están sucediendo en esta situación novedosa para todos. Esa comprensión debe ir de lo más fácil y elemental a lo más complejo y poco evidente. Por eso, el conductor debe tener una actitud activamente adaptable a cada grupo. Es decir y como antes te comenté, si el grupo presenta serias carencias yoicas, bien por un componente de edad, bien por el de la patología, por lo que sea, esa actitud activa debería ser mayor que cuando las carencias yoicas sean menores. Un grupo de psicóticos, por ejemplo, requerirá más presencia del conductor que un grupo de neuróticos. Un grupo grande, más presencia que un grupo pequeño.

 

Pero sigamos en esta primera situación. Como conductor debes ayudar a que la gente establezca una comunicación crecientemente sincera, paulatinamente espontánea: Esta censura reducida debe aplicarse también a las relaciones del paciente con los otros, incluyendo al terapeuta. Este rasgo tan importante nos posibilitará acercarnos a lo que pudiera llamarse el inconsciente social. (Foulkes, 1964:74). En efecto, la censura (fiel aliada de la desconfianza), impone sus normas. Censura que la humanidad ha ido tejiendo a lo largo de los siglos, de miles de años, con el objetivo de ir conteniendo la libre expresión de los elementos destructivos, agresivos, propios y ajenos. De esta suerte, la humanidad, en un proceso de irse civilizando, ha ido desarrollando mecanismos de control que transmite a sus individuos para evitar la destrucción de unos por otros. Pero el temor a ser atacado, dañado, herido o coaccionado por el otro, persiste. ¿Cómo voy a saber el grado de control que tiene el otro de los aspectos agresivos que posee? ¿Cómo me voy a fiar de quienes tengo delante? Y si me fío ¿hasta dónde? Nadie está obligado a confiar en el otro; pero podemos ayudar a crear un clima de respeto y de franqueza en el que se den las condiciones para que podamos fiarnos cada vez más del otro y de los otros. Eso significa que deberemos poder ir reduciendo los niveles de censura o aumentando los niveles de confianza que es lo mismo que crear las bases para que las negociaciones de poder interpersonales se establezcan dentro de un clima de poder hablar. Así dice Foulkes, que las personalidades de los miembros del grupo vengan al primer plano y que se engranen plena y activamente. Queremos miembros participantes, completa y vitalmente interesados en una situación que les concierne, y que hablen y se comporten con tanta espontaneidad como sea posible (ibídem: 74-5). Para ello debes estar y hacerte presente siempre, para que pueda desarrollarse una atmósfera suficientemente tolerante y cómoda en la que todos quepan a gusto. Tu poder está ahí. Fíjate, que con lo que explicabas en tu pregunta, puedes ver cómo se comienzan a dibujar los miembros del grupo. De entrada hay alguien que, por lo que sea, no deja que los demás estén, sólo quiere estar ella contigo. Y tiene tanto miedo que precisa poner sobre la mesa común sus cartas antes que nadie: como si así se asegurase el no desaparecer entre tanta gente.

 

En ocasiones la desconfianza se torna osada. Por eso creo que una de las situaciones con las que hay que tener más cuidado es, a mi modo de ver, aquellas en las que las manifestaciones de la ansiedad hacen que un miembro del grupo quede excesivamente señalado ante los demás. Y en tu grupo, fíjate que una de las personas comienza explicando un montón de aspectos muy personales e íntimos. Eso es peligroso ya que no se trata de hablar “a calzón quitado” sino que parece que habría que ir amoldándose a la realidad de las personas con las que uno está. Por eso esta actitud le daña y daña al grupo. Cuando desde este nivel de ansiedad, alguien toma tal rol, te aconsejo que, con contundencia pero al tiempo con mucha delicadeza, le contengas. De hecho algo así hiciste cuando amablemente le señalaste que todavía no sabíamos los nombres de los demás. Perfecto. Así muestras tres aspectos tuyos, y por lo tanto del grupo: que no les dejas a la deriva, que te haces cargo de las circunstancias de cada uno, y que estás para cuidarles y cuidar al grupo.

 

Por estas razones, Lola, creo que tu actitud debe ser tal que facilite el estar y el hablar. Parece que estamos ante una situación en la que la pasividad indica el susto y la ansiedad que se siente ante esta situación novedosa. En estos momentos el grupo, las personas que lo constituyen, pueden replegarse, pueden iniciar un movimiento dirigido a regresar a posiciones más pasivo-dependientes, más infantiles. Ahora tu presencia es más necesaria. Pero ¿cómo estar presente? Hablando. Conectando con estos aspectos más regresivos que todos tenemos y evidenciando cómo ante estas situaciones en las que uno no sabe qué hacer, uno tiende a callarse, a meterse en sus propios pensamientos, a refugiarse en la cama, a no salir de casa… e introduces, como aquel que no quiere la cosa, las reacciones que habitualmente se dan cuando las personas estamos asustadas y no sabemos qué hacer. Introduce ejemplos sociales o fisiológicos, da igual, pero interviene para ir facilitando no sólo las relaciones entre ellos sino la legitimidad de los sentimientos que aparecen y la conexión permanente con el contexto social y el biológico. Y poco a poco, sin prisas, vas dejando que te vean, que te reconozcan como alguien que algo va comprendiendo de lo que les pasa. Dejas momentos de silencio que, tácitamente, indican que si alguien se anima a ayudarte, lo haga. E incluso, si me apuras, puedes dirigirte a alguien que conozcas para preguntarle si algo de lo que estás diciendo le es familiar. Y posibilitas tanto el silencio como el que alguien haga alguna aportación más… De esta forma facilitas que el grupo se reúna en torno a ti. Estamos en un momento en el que es importante tu papel. Ya llegará el de ir desapareciendo, el de ir dejando las riendas del grupo al resto de los componentes. Fíjate que no das soluciones, no indicas el camino de salida, sino que aclaras, dibujas aspectos de la situación.

 

Aquí la función verbalizante tiene un componente de contención para que aquel que está ante la necesidad de exponerse tanto no se coloque en posición delicada ante los demás y ante sí mismo. Esa contención le contiene y contiene a los demás que ven en ti un aspecto materno y cuidador importante. Y como queda recogido que ante situaciones de angustia a veces nos colocamos en situación de riesgo tu intervención contenedora transmite que aquí venimos también a aprender a cuidarnos.

 

(MQ). Sé por experiencia lo que es estar en un grupo con un conductor que adopta una posición distante, silente, casi escudriñadora de las mentes de los miembros del grupo. Lo sé, y más allá de que en toda situación (como de todo libro) algo se saca de bueno, cada vez estoy más convencido que la teoría de que la letra con sangre entra, no es válida para los procesos psicoterapéuticos; al menos no para los grupoanalíticos. Sé que muchos discreparán de esta posición mía que posiblemente sea maternal; pero es la mía. La cuestión es que debemos cuidar a quienes vienen para eso. Tengo un paciente que es licenciado en hispánicas y por varias circunstancias de su vida este año está trabajando de profesor en un colegio público de una zona casi de guerra en Barcelona. Mi asombro es ver la habilidad de esta persona en conseguir que chavales entrados en la adolescencia, procedentes de familias absolutamente desestructuradas, inmigrantes, con niveles de violencia importante (algunos de ellos vienen acompañados de un guarda de seguridad y esposados), estos chavales, la mayoría de ellos disfrute de aprender. Sus compañeros de claustro están asombrados porque no es un profesor al uso, ni es ese de las películas. Solo les respeta, pide el mismo respeto, y toma sus habilidades encauzándolas para que de ellas surja el amor al estudio de la lengua, la literatura y la historia. Y ha conseguido que aquellos que parecen ser los más peligrosos (y que en otras clases organizan auténticos vendavales y terremotos), se integren en la lectura de textos, vayan descubriendo las formas correctas de escribir, entiendan algo de la etimología de algunas palabras…

Pues bien, a pesar de que trabajamos todos (vosotros más que yo porque ya estoy retirado) en situaciones de mucha dureza y patología, tendremos que pensar que estar en un grupo puede ser una fuente de aprendizaje mutuo. Esto es todo un reto.

 

  • Ya, pero ¿cuál ha de ser mi actitud ante el grupo? Lo digo porque al salir y comentar con mis compañeros de trabajo la sesión algunos me dijeron que tenía que haber llevado como un guión, una especie de temario a rellenar o a seguir. Incluso hubo quien me aconsejó que vinieran con una libreta en la que pudieran apuntar lo que pensaban o lo que se decía, a modo de apuntes de facultad. Pero es cierto que en la segunda sesión, como ya se conocían del primer día, empezaban a salir cosas. De hecho alguien se molestó porque una persona cogió el teléfono para hablar. Eso creó una situación un poco tensa que retomé en el sentido de que posiblemente sería mejor evitar tener contactos con el exterior y apagar los móviles.

 

Mira, creo que estamos demasiado influidos por determinadas actitudes que denotan un cierto temor, una cierta dosis fóbica y de recato defensivo frente a los pacientes. ¡Eh, que no contaminan! Creo que la actitud que hay que tener es la de ser lo más natural posible y esa premisa, al menos en mi caso, ha contribuido a que fuera sintiéndome cada vez mejor, en coherencia con mi propia forma de ser y de pensar. ¿Cómo te relacionas habitualmente, Lola? Pues así ha de ser ante el grupo; creo que ésta debería ser tu actitud: confianza, creencia en las potencialidades sanas de quienes tienes delante, absoluta certeza de que las capacidades de los integrantes del grupo son suficientes para ir reconduciendo las situaciones a favor de la salud de sus miembros. Y todo ello mediante una participación que se rige por los mismos principios que se les pide a ellos: la libre discusión de los temas que emergen en el grupo. Si hubieras llevado un guión, ni el otro día una persona se habría puesto tan en el punto de mira de todos, ni hoy hubiera generado una respuesta afectiva la aparición de un móvil. ¿Qué quieres, que salgan cosas o que salga lo que tú quieres?

 

Foulkes señalaba que el psicoanalista, a diferencia del conductor de grupos, debe permanecer indefinido como persona para permitir que el paciente proyecte en él, como en una pantalla, las imágenes inconscientes de su yo más íntimo, para revivir con él las vicisitudes emocionales, largo tiempo olvidadas, con sus figuras paternas y otras personas de su vida pasada (2005:94). Y esto es enteramente cierto desde un posicionamiento que calificaríamos, siguiendo a Dalal, de un conductor de grupos ortodoxo; porque lo que se pretende (aunque tengo mis dudas sobre si se consigue en el grado que el analista desea) es que el paciente no se vea interrumpido por los aspectos que dimanan del propio analista. Y es lógico que muchos psicoanalistas en la posición de conductores de grupo, adopten una actitud de prudente distancia, de pasividad, considerando que los que tiene delante ya se irán organizando para resolver “su” situación ansiógena. Por ejemplo, Wolf y Schwartz dicen que el punto de vista del analista de grupo tiende a ser unilateral. Ve a los pacientes y su conducta desde arriba (…) cuando entra en la actividad del grupo, la calidad de su participación es diferente, y ésta modifica su percepción de los acontecimientos (…) el analista y el grupo deben entretejer sus papeles complementarios. (…) el analista que tiene éxito aprende a jamás subestimar la significación de la ayuda que puede dar el grupo a los miembros para el discernimiento mutuo y la integración social (…) si el terapeuta es sabio, les consultará (…) debe ser consciente de actitudes incomprensivas de él para con el grupo. Tratarlo como un todo, evidencia falta de atención específica a cada miembro (:49). Desde una postura ortodoxa creo que su enfoque es absolutamente correcto. Quizás es lo que hubiera hecho al inicio de mi carrera profesional: esperar y ver cuál era la reacción del grupo frente a la intervención de aquella persona del primer día, o igual hubiera intervenido directamente sobre el móvil para dejar claro que quien ponía las normas de juego era yo. Pero ahora no actuaría así.

 

Creo que la actitud de los conductores que pretendemos trabajar desde un ángulo Grupoanalítico, debería ser diferente. Y de hecho, al tratar este aspecto, aparece el otro Foulkes, el radical en lectura de Dalal: En la situación grupoanalítica debe afrontarlas (se refiere a las proyecciones que el paciente proyecta en él) (…) pero también puede expresar sus pensamientos y sentimientos con mucha más libertad de la que sería posible en condiciones normales (…) para que esto sea posible la situación grupoanalítica ha de tener determinadas características, sus propias reglas especiales de comportamiento, su código de lo que está permitido y lo que no (…) de hecho se sitúa a mitad de camino en cuanto a artificialidad entre la situación analítica y las situaciones espontáneas de la vida cotidiana, o quizás algo más cerca de esta última (…) el grupoanalista busca crear una situación que esté mejor preparada para tratar el problema en el que él y el grupo se hallan inmersos (…) si es inteligente sigue las insinuaciones del grupo al respecto (…) sin que ello quiera decir alinearse con todo lo que el grupo quiere (Foulkes, 2005:94-5). En la posición desde la que te hablo, Lola, creo que encauzar un poco a quien se expone demasiado cuando no tiene conciencia del grado de fiabilidad que los demás le generan, o retomar el tema del enfado por lo del móvil tratando de subrayar que los móviles nos sacan del grupo y pueden dar la sensación de que lo que aquí se hace no es muy importante, son formas de ubicar a las personas en el contexto en el que estamos trabajando. También uno puede preguntar qué es lo que le enfadó a la otra persona porque posiblemente sus razones puedan ser entendidas dentro del trabajo que estamos realizando. Y también el preguntarnos sobre cómo vamos a ir resolviendo aquellas situaciones que nos generan malestar, incomodidad, enfado… porque de lo que se trata es de poder estar con las personas que componen ese grupo, con esa configuración especial de relaciones sabiendo que en ella arraigan, justamente, los elementos de la realidad social, cultural, etc., de la que se apartan permanentemente. Es decir, no vas a crear una situación grupal determinada para que el resultado sea bla, bla, bla… No. Creas un espacio que posibilita, precisamente, que se genere la misma situación con la que ellos se encuentran en lucha. En efecto, las características sociales penetran en el grupo de tal manera que los miembros del mismo se encuentran ante aquello con lo que a diario y durante años se han encontrado y contra lo que han peleado, frente a lo que han reaccionado, o han negado… Los pacientes colectivamente constituyen la Norma misma, de la cual individualmente, se desvían (2005:97). De ahí que tu actitud sea la de respeto, de credibilidad en las potencialidades del propio grupo. Recuerda que, como te dije, éste no es más que una configuración extraída del grupo social en el que están permanentemente, y que se actualiza, se introduce en el grupo con la misma estructura en la que han sido y con la que han sido constituidos como personas.

 

El convencimiento de que el propio grupo, con tus aportaciones, tus silencios, tus comentarios, apoyos o rechazos, hará posible que quiénes lo constituyen vayan incrementando sus niveles de conocimiento mutuo, reside en que hay una parte “sana” en ellos, una parte normogénica que está en lucha contra lo que pudiéramos llamar parte “enferma” o patogénica, la cual no es sino la manifestación de su malestar, de su sufrimiento al no poder establecer con los demás unas relaciones que le permitan un desarrollo coherente consigo mismos y beneficioso para ellos y para la sociedad. El grupo, por consiguiente, respeta y apoya la emergencia y el libre desarrollo de la individualidad, y el tratamiento grupal no tiene que ver con hacer que la gente marque el paso al unísono (…) un buen tratamiento grupal hace que ambos procesos vayan de la mano: el reforzamiento del terreno común y el desarrollo más libre de las diferencias individuales. (Foulkes, 2005:98). Y es que aquí, Lola, en la situación que estamos planteando, el conductor, al formar parte del grupo, coparticipa en las asociaciones que el resto del grupo va constituyendo con el fin de facilitar el flujo del pensamiento. Es decir, más allá de sus conocimientos, de su bagaje profesional (y posiblemente por este mismo bagaje), el conductor se autoriza a estar en el grupo como un miembro más, aportando aquellas ideas que el grupo y las personas que lo constituyen le sugiere, participando casi como uno más, con una salvedad: sus aportaciones no van dirigidas a utilizar al grupo para su propio beneficio personal, sino para contribuir a potenciar la aparición de ideas, pensamientos, asociaciones en fin, que acrecienten el conocimiento que los miembros del grupo tienen de sí mismos y del grupo que están construyendo.

 

Ahora bien, esto que te digo, Lola, incluye una actitud y una predisposición que evite precisamente que reaparezca, de forma mimética, la situación familiar que la propia cultura en la que estamos parece querer determinar. Me refiero a que la posición de conductor te autoriza y te posibilita a intervenir tratando de contrarrestar la lógica tendencia repetitiva, transferencia mediante o si prefieres, transposición mediante, a la que lo miembros del grupo van a tender. En este sentido me parece muy oportuno el comentario de García Badaracco al referirse a la relación con los pacientes y con lo que él denomina función de presencia: una presencia personalizada que, adelantándose, por así decir, a las necesidades de los pacientes, asegure una presencia estable, es decir la continuidad de una relación objetal que tiende a romperse o a perderse, precisamente por la dificultad de estos pacientes en mantenerla ya que tienen tendencia a vivenciar la presencia como amenaza y la ausencia como pérdida (1990:100). Y esto fíjate que es muy enriquecedor. En este grupo novel lo que está apareciendo es una lógica tendencia a marcharse, a salir, a descolocarse de la propia situación grupal. Posiblemente por esto se enfadó quien se enfadó. El móvil, como en ocasiones sucede con otros instrumentos y sistemas que tenemos los humanos, también nos sirve para evadirnos de la tensión grupal. Si no intervienes, estás abandonando tu función protectora en estos inicios del camino. Más adelante no te hará falta meterte en medio, pero ahora sí. Hay que crear seguridad. Y aunque las palabras de García Badaracco estaban pensadas para pacientes graves, creo que es aplicable a todo tipo de personas. Por esto es recomendable que te alíes con las fantasías de tipo psicótico o de tipo preedípico a que aluden los comportamientos y aportaciones de sus miembros, en aras de posibilitar una modificación a través de la relectura de las situaciones traumatizantes, independientemente del grado real en el que se construyeron. Y aquí una idea fácil es pensar que todos acabemos hablando por teléfono con el mundo mundial pero no entre nosotros, o que uno pase del otro, vamos, que se desintegre justo la unidad básica de trabajo.

 

Creo, pues, que la actitud ha de ser de una cierta presencia, una constatación de que estás ahí, que te interesas por ellos; aunque en ocasiones te autorices a estar más en segundo plano, dejando que sean ellos los que vayan organizándose y estableciendo entre ellos una relación activa semejante a la que tú, en ocasiones, también muestras. Y ese interés debe ir dirigido no sólo a las personas sino a las diversas constelaciones que se organizan entre ellas y al grupo como globalidad, y al grupo en relación al contexto en el que estamos, y a las conexiones que existen entre las personas del grupo y los grupos con los que están vinculados.

 

Y esa presencia debería ir dirigida no sólo a los elementos concretos o reales de los que se habla sino, y sobre todo, a lo que esos elementos aluden, a lo que hacen referencia, a las personas vinculadas a los hechos que se narran, dejándote ir, fluyendo bajo la misma premisa que se les pide a los miembros del grupo: la libre discusión flotante de todo lo que emerge en el grupo. Y esto ha de ser así porque tu mejor aliado es tu inconsciente, es decir, el conjunto de elementos que te sugiere la conversación y que se conectan con fantasías, pensamientos no elaborados, sensaciones, intuiciones, sentimientos que detectas en ti…, todo esto, que es material conectado con el mundo inconsciente, lo pones al servicio del grupo. Es decir, no está para que el grupo te atienda a ti, sino para que ese material que se te va haciendo evidente a través de lo que cuentan, callan, expresan…, sea útil a los miembros del grupo. Por eso todo lo que emerge es considerado como parte de la comunicación, como parte de las conexiones entre personas y que van actualizando aquellas otras con las que vienen marcados.

 

Aquí la función verbalizante tiene dos aspectos: facilitar que se hable de lo que se quiera y al mismo tiempo marcar los límites entre el grupo y el mundo exterior. Al determinarlos estás vinculando esta función con la higienizante, y ello va en beneficio del grupo. Pero también tu actitud de respetuosamente participativa, señala que las funciones convocante y presencial también están presentes y a través de ellos algo se está también verbalizando.

 

  • De acuerdo, acepto lo que planteas aunque me genera mucha desazón, o mejor, miedo porque no sé muy bien cómo seguir. De hecho ya se presentaron en su momento; luego trajeron las razones por las que están ahí, pero ahora parece que ya está dicho todo, de tal manera que en la sesión de ayer, la quinta, volvían a por los mismos temas, se daban soluciones, consejos. Todos eran temas y preocupaciones muy diversas, claro, porque una cosa son los diagnósticos y otra lo que les sucede. Por ejemplo, hay un chico joven de ojos azules que me mira con más frecuencia a mí que a los demás, y que nos dijo que tenía problemas con su mujer. Es muy tímido y tiene una serie de comportamientos muy fóbicos que son los que le generan esas dificultades. Y los demás compañeros le iban dando consejos: que si ir al cine, que si ir a cenar… todo un recetario de actividades para mejorar la relación con ella y la relación social. Y es entonces cuando tengo la sensación de que pierdo el tiempo, de que no se avanza. ¿Qué hago?

 

Entiendo tu prisa, pero tranquila, que no se van a ir. Tienes y tenéis mucho tiempo por delante. Ahora estáte atenta porque este es un momento delicado. Presentarse fue un primer paso. Los nombres e incluso algunos retazos de lo que es “su problema” no dejan de ser pistas de cada uno de ellos. De tu nivel de comprensión, de tu respuesta tranquilizadora, dependerá el recorrido inicial de este grupo. Piensa que tanto su nombre como su “problema”, no son más que cartas de presentación. Poco más. Seguramente la forma de presentarse y de explicar lo que les pasa ya es una información importante para ti. Más tarde, cuando el grupo vaya evolucionando, cuando vayan aprendiendo a estar más a gusto consigo mismos y se les vaya agotando “su problema” como recurso, comenzará a aparecer lo que en realidad les sucede. ¡No busques diagnósticos en estos momentos! Eres la conductora del grupo. Ahora se inicia un camino que va desde el “motivo de consulta” al “problema”.

 

Estamos en una situación compleja. Nos recuerda Foulkes (1964) que la naturaleza de las dolencias del paciente varía enormemente, aunque también muestran pautas repetitivas que son características y típicas de condiciones especiales y problemas particulares. Usualmente, los pacientes vienen con una mezcla de dolencias somáticas y psicológicas (…) generalmente se han hecho una revisión médica y, frecuentemente han visto a varios clínicos y especialistas e incluso se han sometido a un largo tratamiento (…) otro tipo de pacientes no viene en absoluto por un médico, sino por amigos, lecturas, películas (: 63-4) Pero también sabemos que hay otras personas que no tienen la convicción de estar seria y realmente enfermos. Pero al mismo tiempo no entienden porqué un dolor de cabeza puede conectarse con un problema psicológico (…) este tipo de personas tiene siempre un cierto interés válido en mantener sus síntomas (Foulkes 1964: 65). Ante este popurrí de posibilidades, ¿cómo vamos a poder establecer entre nosotros un proyecto psicoterapéutico? Y es que en un primer momento, los miembros del grupo, una vez han expresado con sus más y sus menos algunos aspectos que les han llevado a buscar tratamiento, descubren que lo que les pasa no se parece mucho a lo que les pasa a los demás, aunque hay cosas similares. Y también que lo que le ocurre a cada cual suele ser más grave o doloroso que lo que le ocurre al otro, como si quisieran competir en currículum de sufrimiento; a excepción de aquellos en los que su tendencia natural sea la de devaluar, de descafeinar lo que les sucede. Pero esto no está muy alejado de lo que nos pasa a los “psi” cuando estamos en un grupo semejante: nuestro currículum, nuestro puesto de trabajo, nuestras responsabilidades son superiores a las de los demás, a excepción de quien considera que las suyas no valen nada. En estos momentos el recuerdo de lo que señalara Ezriel (1979) puede ser adecuado. Cada paciente trata de establecer una relación con el conductor, y al tiempo con los compañeros, que satisfaga una serie de fantasías inconscientes que son muy poderosas. Por ejemplo, el “chico de los ojos azules” parece que desea una relación mas cercana contigo que con los demás, ¿no? Eso significa que desde tu faro observador lo que vas a tener que hacer es ir confeccionando el mapa de las relaciones y de los deseos que comienzas a percibir en las personas del grupo. Ahora es importante determinar el común denominador de las diversas aportaciones. Si vas subrayando los aspectos similares que aparecen, facilitas que, con el tiempo, los miembros vayan pudiendo relativizar lo que les pasa individualmente y vean aquello que les es común. Por esto es importante que estés presente, que intervengas de forma que vaya subrayándose, de entrada, el elemento común.

 

Slavson (1976) nos recuerda que al principio las discusiones del grupo se centran en problemas y experiencias que pertenecen a las vidas y a las relaciones inmediatas de los pacientes (…) que implican sólo una auto revelación mínima y remiten a realidades superficiales (:259). Claro. No hay un mínimo de confianza entre nosotros, por lo que, hablar mucho más allá es difícil. La ansiedad ante esa situación es importante y debes ir valorando la capacidad que tiene el grupo para poder tolerarla de forma operativa. Como dice Slavson, en general es preferible dejar que los pacientes se vean expuestos a esta ansiedad inicial. No obstante, si les resultara difícil superar este estadio, el terapeuta puede señalar el hecho expresando que probablemente se sientan incómodos y que esta incomodidad irá desapareciendo a medida que se conozcan mutuamente. (:259). En este sentido es cierto que es difícil precisar y valorar el grado de tensión que queremos que se mantenga en el grupo. Pero soy de la opinión de que no es muy recomendable generar niveles de ansiedad muy elevados. La filosofía de que “la letra con sangre entra”, no es muy recomendable. Ya llevan sangrando muchos años. Fíjate, Lola, que uno de los objetivos más importantes en estos momentos es el establecimiento de unos niveles de fiabilidad mínimos. Y es cierto y lógico que un profesional poco avezado en estos lances pueda pensar que se está perdiendo el tiempo. O incluso algún compañero del grupo también puede estar pensándolo. Y que cuando lo expliques a otros éstos te van a dar consejos para “paliar la ansiedad que te atribuyen, o se imaginan”, si bien no pueden ir más allá. Entonces, ¿por qué no decirlo? Recuerda la idea de traducción. ¿Puedes expresar lo que piensas como conductor? Bueno, si consideramos que ahí estás representando una función yoica, quizás podríamos pensar que esta idea que expresas es una reflexión tuya o que lo que ocurre es que captas un aspecto del pensamiento del grupo. Me inclino a pensar en esta segunda posibilidad. Si consideras que tu pensamiento está conectado con el de los demás, o dicho de forma más concreta, que los elementos inconscientes están formando una red de conexiones de las que formas parte, entonces trata de buscar en algunas de las cosas que ves y percibes, el equivalente infantil en las personas que tienes delante. Es como un paseo por el túnel del tiempo que te transporte al ahí y entonces y lances hipótesis de relación que faciliten el que se conecten con cosas similares. Eso va a posibilitarles ir entendiendo que la forma que tienen de proceder no se distancia excesivamente de la que tuvieron de pequeños, pero con una diferencia: en aquel entonces no pudieron digerir ni entender lo que les sucedía, y ahora sí. De todas maneras, recuerda que, como te decía al inicio de la entrevista que me comentaba un querido compañero de viaje, es mejor ir tras el grupo que delante de él.

 

Valiente (1987) toma en consideración lo que Bach le indica al referirse a los niveles de comunicación y de los que hace la siguiente clasificación: Nivel I: es la comunicación equivalente a cuando unas personas se encuentran en una sala de espera (1987:49). Es decir, que están calentando motores. Están averiguando de qué va el otro, cómo me ubico ante el otro, hasta qué punto puedo fiarme de él. Recuerda lo que me sugiere la lectura de Elias, al hablar de nuestras interdependencias: que metafóricamente son como gomas elásticas entre infinidad de aspectos que vinculan a los sujetos del grupo. Para mí es la imagen que ilustra como van estableciéndose los niveles de poder y control mutuo. Es un momento en el que reina la confusión. Es un momento en el que, retomando a Valiente, y por lo tanto a Bach, se define también un segundo nivel que se alcanza entre personas que acaban de ser presentadas o que va a comenzar una tarea (…) recurren a verbalizaciones estereotipadas, cortas y descomprometidas (…) es un nivel que se caracteriza por las actitudes de defensa, tanteo y cautela (1987:49). Estás entonces ante la posibilidad de transmitir eso desde dos lecturas: la de pérdida de tiempo, de una conversación similar a la de la sala de espera, o la de que estamos tratando de conocernos mínimamente y establecer unos niveles de fiabilidad para poder seguir hablando; como en la vida misma. Entonces, Lola, ¿qué tal si utilizas ejemplos de la vida social, cotidiana u otros que se te ocurran y que puedan ser paralelos a esos tanteos, como pueden ser los de los comportamientos infantiles en contextos familiares? Si, por ejemplo, señalas que en un principio hacemos como cuando dos personas se encuentran en el ascensor que u optan por estar calladas o para aliviar la tensión proponen temas aparentemente anodinos, entonces pueden entender que es un comportamiento que trata de aliviar la tensión, en este caso, del grupo. Y eso porque un primer conflicto es la pertenencia al grupo (individuo o grupo) (Foulkes y Anthony, 1964: 142-53), es decir, el primer problema, el primer conflicto que tenemos es el de hacernos un lugar en el grupo, establecer relaciones con personas que desconocemos. Dicho conflicto tiene mucho que ver con la negociación tácita de los posicionamientos relativos de unos respecto a otros, es decir, de los espacios de poder e interacción.

 

A esos primeros momentos, Kissen, M., los denomina fase de Ansiedad y Dependencia (1979: 71-84); mientras que Horwitz, L. (1967), lo denominaría fase de “de qué hablar y qué hacer. (Kissen, M. 1979: 87-99). Todo ello habla de las dificultades que vamos teniendo y que guardan relación con la ansiedad que estamos viviendo. Y sabemos que la ansiedad no deja funcionar apropiadamente el sistema interno de comunicación de una persona y el mejoramiento de su capacidad para beneficiarse con la experiencia depende de la superación de estos momentos de ansiedad como fuente de distorsión (Bennis, W.; Shepard, H.A., 1979: 174). Claro que uno puede pensar, ansiedad ¿pero frente a qué? Estos autores señalan que hay dos áreas de incertidumbre, al menos en nuestra cultura. La primera es la que incluye las actividades de los miembros del grupo hacia la autoridad, o en términos más generales, hacia el manejo y la distribución del poder dentro del grupo. La segunda es el área que abarca las actitudes que tienen entre sí los miembros del grupo (ibídem: 175) Ello supone que en este momento de desarrollo inicial del grupo, sus integrantes dirigen su mirada al conductor y a los compañeros con el fin de ir perfilando el lugar que ocupan respecto al primero y el lugar relativo que tienen respecto a los segundos. Estos autores plantean que en este momento estamos en una fase de Dependencia que se subdividiría en tres subfases: una primera de dependencia-huida, una segunda de contradependencia-huida, y una tercera de resolución y catarsis. Pues bien, en la primera subfase que es en la que estamos, aquella en la que la búsqueda de una meta tiene como propósito reducir el problema de la ansiedad, señalan: para algunos, lo más importante es probar el poder que tiene el instructor para influir en su futuro. En otros, la ansiedad puede surgir de una sensación de impotencia que se vuelve amenazante por la deserción del protector (1979:179) Es decir, el poder aparece como uno de los elementos clave en el desarrollo de los grupos. Pero no olvides, Lola, que la psicopatología es una expresión de ese mismo poder, por lo que las actitudes, comportamientos, quejas y transformaciones psicosomáticas que emergen en el grupo, son también expresión del poder individual frente a los demás. Poder que busca, desesperadamente, el sentirse vinculado mediante el amor o el odio al otro, sentirse que forma parte de alguna unidad superior.

 

En efecto, ese poder no solamente está en relación con la figura de “autoridad”, sino en relación con el resto de compañeros. A partir de las intervenciones que van sucediéndose, la manera en que cada uno se introduce o no en la conversación, qué tema se toma en consideración, qué tema se rechaza… de forma latente se estará llevando a cabo una negociación que servirá para ir organizando la matriz de relaciones con la que los miembros del grupo (conductor incluido) van a irse sintiendo seguros, y con la que se van a poder ir constituyendo (o mejor, reconstituyendo) como personas. Pero también ahí puedes percibir otra cosa: aparece una sutil valoración (en ocasiones no lo es tanto, claro) de quién es más que quién. Es una primera manifestación de los lazos de poder, de los que ya te he hablado en algún momento, que se pretenderán establecer a través de un estudio curricular comparativo. ¿Quién tiene más currículum de enfermedad, quién de sufrimiento, quién de años de evolución, quién en visitas a médicos, quién en titulación social o profesional…? En determinadas ocasiones me parece oportuno indicar esta sutil valoración, porque no se trata de saber quién es más que quién, sino de establecer un espacio de confianza, de fiabilidad, para poder ir contándonos cosas.

 

Otros autores han hablado sobre esta fase inicial. Unos la denominan de “confianza versus desconfianza” (Kutter, P, 1986), o de idealización del lider (Slater 1966), “Fase de exploración inicial de contacto” (Battegay, 1967), Fase de dependencia, con una primera subfase de dependencia/huída, y una segunda de contradependencia/huída y una tercera de Resolución/catarsis (Bennis y Shepard, 1979), Fase I, La conducta individual no compartida es una estructura no compartida, Martin y Fawcett. 1979); pero en cualquier caso, Lola, estamos ante un proceso que se inicia con una gran fragmentación, lo cual es compatible con lo que dicen los autores recientemente citados. En efecto, la desconfianza que aparece se comprende porque estamos ante extraños, ante personas con las que nada tengo que ver y de las que no sé si puedo fiarme o no. Esto incrementa notablemente los niveles de ansiedad que facilitan una visión muy fragmentada del grupo y de sus circunstancias. Cada miembro permanece en su propio espacio, sin apenas poder salir; y si sale es más a la desesperada que con el deseo racional de ir explorando al otro. El único punto de anclaje es el conductor, eres tú. Por ello es lógico que establezcan contigo una relación no sólo de dependencia sino hasta de una cierta y relativa idealización. Esta situación es compatible, también, con la idea de Bion en la que el supuesto básico de dependencia sería el que anima y colorea todas las actuaciones del grupo en estos momentos.

 

Déjame que te transcriba unas líneas que fueron escritas por Garland, C., (1982) en un trabajo sobre la función terapéutica. Intenta localizar este texto, porque a mí me resultó muy sugerente. Habla de estos momentos en los que los pacientes se encuentran entre las primeras sesiones en las que vienen pertrechados de sus motivos de consulta y de ese otro momento posterior en el que los motivos pierden su importancia en tanto que comienzan a emerger otros aspectos más concretos de la relación interpersonal. Y tras la demanda del paciente de que se le ayude, el profesional va y le responde: inclúyete en el grupo, el grupo te ayudará. Y a partir de ahí dice: El paciente que se incluye desea poder presentar su problema con detenimiento, y a beneficiarse de un conjunto de consejos, expresiones de ánimo y apoyo. Es más, se siente obligado a hablar de su problema, más allá de que le cueste, porque esta es su entrada y tiene todo el derecho a encontrar un sitio en el grupo. Y si no dice nada podrían preguntarle ¿por qué está ahí? Y para conseguir ser aceptado con simpatía, la respuesta debe contener, al menos, parte de su problema. Esta es una fase necesaria del proceso de iniciación que denomino fase de confesiones en la que se presentan las credenciales. También es útil para muchas funciones concretas: principalmente, es una forma de entrar como demandante de ayuda y no como aquel que lidera algo.

 

Posteriormente, dependiendo del nivel de desarrollo y madurez del grupo, hay un período en el que la persona que presenta su problema es aceptado por el grupo, y dicha aceptación viene expresada por respuestas de simpatía, de consejos, e incluso una cierta tendencia a comparar y contrastar sus problemas con el suyo. Sin embargo, y tras un tiempo, misteriosamente el problema que había sido presentado desaparece, queda como olvidado. Hay como un límite en la cantidad de tiempo que el grupo le puede dedicar y quizás la persona que acaba de entrar percibe que justamente se sigue hablando del tema. En ocasiones ambos sentimientos quedan explicitados. Al final uno se ve en la tesitura de aceptar que lo que es evidente no es el problema, no lo que el individuo creía eran las razones por las que se le había invitado a participar (…) nuestro problema individual, sin embargo, representando un punto nodal del sistema en el que hay una patología o el problema existe, implicado activamente en lo que no es su problema, o el no-problema

 

Esta es la piedra fundamental sobre la que se construye el cambio en el individuo. (1982:6)

 

Como puedes apreciar, esa tarea nuestra consistente en facilitar un espacio que se va a ir construyendo entre todos es muy, pero que muy valiosa. Claro que me preguntarás: pero ¿y la angustia que sentimos los profesionales? Bueno, el grupo ve en nosotros a la persona que sabe cómo resolver el problema. Es lo habitual. Como te acabo de decir, el grupo está ubicándose bajo el supuesto básico de dependencia. El conductor es la figura central, es quien tiene la llave para resolver el problema. Es la figura que podremos idealizar y depositar en él las claves de nuestra supervivencia. Esto es normal, porque el grupo busca en el conductor al guía, al sabelotodo, a quien tiene las recetas mágicas a su problema. Y si bien es cierto que hay conductores que acaban creyéndoselo y potenciando esa dependencia a base de aportar soluciones, también lo es que nunca podríamos alcanzar un nivel de independencia si no pasamos antes por la dependencia, aunque, personalmente, como te he comentado, prefiero hablar de interdependencia.

 

¿Qué hacemos en esta posición? Angustiarnos, pero la angustia que está ahí se corresponde bastante bien a la fragmentación que también nosotros vivimos. Nos sentimos angustiados y esa misma angustia nos divide, nos fragmenta. Entonces emergen conversaciones sin ton ni son, aparentemente dispares, o una conversación que parece vacía. Pero como conductora del grupo, Lola, y dado que entiendes que hay mucha ansiedad, malestar, sensación de vacío, de perdida del tiempo, tu tarea es la de ayudar a ir tejiendo lo que aparece, relacionándolo con lo que se siente, tratando de explicar un poco las sensaciones que se van teniendo; de ir conectando lo que dice uno con lo que dice otro y tratando de subrayar los sentimientos que parecen iluminar dichos comentarios. Y al tiempo que realizas eso, debes ir tratando de empatizar con todos y con cada uno de los miembros del grupo. Estamos en una primera fase de creación del grupo y debemos estar más preocupados por el establecimiento de la confianza mutua que por procurar la independencia o autonomía de sus miembros.

 

Aquí la función verbalizante iría dirigida a facilitar la inclusión de cada uno, posibilitar un espacio para todos, e ir vinculando el motivo de consulta con el problema. Aquí lo fóbico tiene que ver con las ansiedades de relacionarnos con los demás, en explorar territorios vecinos, modificar actitudes y comportamientos, hablar sin guión previo. Verbalizar estos miedos es posibilitar que se den los primeros pasos para que lo fóbico comience a dejar de serlo.