PSICOTERAPIA – 3
La ansiedad
Quien más quien menos conoce lo que significa. Se le suele atribuir a una vivencia de nerviosismo; pero también a una inquietud sin motivo concreto. O a niveles de angustia más o menos significativos. ¿Es así tal como lo veo?
El ser humano está constantemente avizor a lo que sucede a su alrededor como lo que ocurre dentro de sí mismo. Cierto que no significa que estemos permanentemente «preocupados», pero sí alertas. Es un estado absolutamente normal, y que nos permite introducir modificaciones, en ocasiones muy puntuales y casi significativas, con el fin de que nuestro cuerpo —y mente— estén algo más cómodos o relajados. Por ejemplo, cambiamos de posición cuando llevamos un rato sentados y algo de esta postura nos incomoda: indicativo de que la vigilancia sobre nuestro cuerpo alertó (muchas veces sin darnos cuenta) de que tal posición tensionaba excesivamente una parte de la musculatura.
La manera que tenemos todos de estar al tanto de lo que sucede es a través de todo el sistema perceptivo. Fundamentalmente vista, oído, olfato, gusto, tacto…, sistemas especializados en detectar anomalías que pueden ser potencialmente dañinas. Así, si cuando vamos por la calle o andamos por el campo, un pájaro se nos acerca volando rápidamente y tememos un choque, hacemos un movimiento —por lo general exagerado— ante esa leve señal de peligro. Ahí, nuestro sistema perceptivo nos alerta y reaccionamos de una manera u otra si nuestra mente juzga (juzgamos) que aquello que percibimos es importante. Fijaros que ahí, nuestra mente valora la importancia de aquello que percibimos y nos lleva a una reacción. ¿No os habéis fijado, por ejemplo, que el perro no ve peligro cuando un automóvil se acerca peligrosamente a él? Nosotros sí. Ahí hay una diferencia importante: los humanos aprendemos no solo de nuestra experiencia sino de las que nos transmiten nuestros mayores (o iguales).
Cuando nuestro organismos —o sea nosotros— detecta una señal de peligro, la reacción no sólo es física sino psíquica. La ansiedad es la respuesta del organismo (nuestra respuesta) ante un peligro real o imaginario. Y ahí está el problema. Cuando determinadas situaciones nos activan la ansiedad es porque ahí detectamos algo que nos asusta poderosamente. Eso puede ser una amenaza real o imaginada. Y cuando digo esta palabra (imaginada) no necesariamente es producto de lo que llamamos imaginación sino de lo que otras experiencias propias o ajenas nos han informado.
¿Qué pasó ahí?
Si ante la presencia o el comentario de alguien se nos activa la ansiedad es porque ahí, detectamos un peligro. Amenaza que puede ser real o imaginada.
No siempre somos capaces de discriminar si lo que nos asustó es meramente real o imaginado: una sombra que percibimos corriendo por una calle puede aludir a un roedor que anda suelto, o ser meramente producto de nuestra imaginación. Y ésta, igual se nos ha activado por hacer referencia a otras anteriores que de forma imprecisa quedan representadas por esa sombra corriendo por la calle. No siempre discriminamos si el peligro que percibimos es uno u otro. Lo que sí tenemos claro es que ahí hay algo que nos crea ansiedad.
¿Qué hacer ante ello?
Los profesionales estamos para ayudar a localizar la o las cosas que se activan cuando detectamos o se nos disparan los niveles de ansiedad. Y varias son las formas que nos ofrecen. Y en buena medida dependen de la formación de ese profesional.
¿Cómo es posible eso?
Pues porque, afortunadamente, en ninguna ciencia guarda total unanimidad respecto a las razones que se ponen en marcha ante una problemática como esta. Y eso es lógico. Cada uno de nosotros ha estudiado y se ha formado bajo determinados presupuestos que son diferentes —no necesariamente contradictorios— entre sí.
Ejemplos:
Si me he formado como médico y, dentro de esta formación he profundizado en los orígenes orgánicos de los síntomas psicológicos…, lo normal es que considere que ahí, el cerebro ha activado una alarma desproporcionada. Y desde esta concepción, indicaré qué medicamento o medicamentos debe tomar al paciente para que su organismo no reaccione de esa forma. Pero claro, dentro de la propia medicina, no todos los galenos tienen plena coincidencia en qué parte o que aspecto del organismos precisa tal medicina; ni qué medicación es la más apropiada. Para gustos, los colores.
Lo mismo sucede en el terreno psicológico. Unos consideran que es una conducta reactiva a un determinado estímulo. Otros, que determinadas situaciones reactivan conductas aprendidas en nuestras familias y, por consecuencia, reproducimos los patrones adquiridos. Otros, que son reacciones ante temores desconocidos en gran medida y que ante ello debemos hacer un trabajo para desentrañar eso desconocido para que, una vez descubierto, podamos reaccionar adecuadamente. Y así un largo etcétera.
¿Qué propongo y qué hago?
Los años de práctica —empecé en 1975— me han enseñado la importancia de la relación. Todo o casi todo pasa por ahí. Por lo que la primera cosa que hay que hacer es conseguir una relación segura, estable y de máxima confianza.
Eso es ya un primer paso que requiere tiempo.
A medida que se va afianzando esa relación, van apareciendo formas de ser y de reaccionar a lo largo del tiempo que guardan relación directa con la problemática ansiosa de quien acudió a la consulta. Por lo general guardan relación con vivencias o experiencias relacionales con personas de nuestro entorno familiar. Tengamos en cuenta que todos los padres —los adultos en general— transmitimos a nuestros hijos de forma involuntaria, el conjunto de experiencias que nos han constituido y que provienen de las de nuestros padres. Esa transmisión —que tiene una forma de aprendizaje— activa estructuras de relación con el mundo y quienes lo constituyen que llevan la simiente del miedo, temor y… angustia.
Y ahí es donde comienza el trabajo más complejo en el que se trata de desenmarañar la compleja red de percepciones cuyo nudo resultante es la ansiedad. Esa telaraña se instala en la relación asistencial —desde la visión psicoanalítica se habla de transferencia— y tiende a reactivar respuestas —lo que en mi mundo llamamos contratransferencia— que en cierto modo son similares a las que se dieron antaño.
Cuando entramos en este terreno, quien vino a por una ayuda, comienza a obtenerla con la garantía de que los cambios que se dan surgen de uno mismo (nunca del profesional) y ayudan a que quien depositó su confianza, mejore notablemente.
Que estoy para ello.
Dr. Sunyer