92)¿PUEDES SER MÁS EXPLÍCITO? ¿PARA QUÉ TANTA REFLEXIÓN SOBRE INDIVIDUALIZACIÓN, ETC?

92) ¿Podrías ser más explícito? Porque a ver, estoy ante ocho personas, la mayoría mujeres, con hechos reales que les han generado una reacción importante. La medicación tiene sus efectos y en general están mejor que cuando consultaron en su día. ¿Para qué tantas reflexiones sobre la individualización, la realización, etc., si en definitiva tienen un padecimiento en el que la medicación tiene una función muy importante? Temo que me pierdo un poco.

 

El ser humano debe desarrollar a lo largo de su existencia un complejo proceso de individualización (o individuación como dirían otros) para poder acceder a la vivencia de sí mismo sin renunciar a la vivencia colectiva. La psique individual no es sino la individualización de la psique colectiva. El individuo («somos puntos, fibras del universo» decía uno de los personajes de Knut Hamsun) forma parte desde su misma concepción del grupo humano (y del universo, si me apuras), y todo lo que realiza viene enmarcado dentro del grupo social en el que se ha formado. Sus expresiones, su psicopatología también, quedan insertas en la partitura que se ha ido confeccionando en su grupo familiar y social, y en la que él también ha colaborado. Sólo que con frecuencia olvidamos esa parte activa de nuestro devenir y acabamos pensando que «nos pasan cosas» pero que nosotros nada tenemos que ver con ellas. Este «olvido» guarda relación con la creencia, creo que falsa, de que somos individuos desde el momento de nacer. Y si bien físicamente es así, no lo es desde el nivel psíquico. En este terreno, el ser humano se encuentra íntimamente ligado al entorno familiar, a las personas que lo constituyen y que constituyen el grupo que le vio nacer. Su proceso de maduración equivale al proceso de individuación o, como me gusta a mí decir, de individualización.

 

El tema no es nuevo. Mahler ya publicó una serie de trabajos al respecto, y en la recopilación que aparece en 1984 podemos leer ideas semejantes a esa: el nacimiento biológico del ser humano y el nacimiento psicológico del individuo no coinciden en el tiempo. El primero es un hecho dramático perfectamente observable, bien delimitado, el segundo es un proceso intrapsíquico de lento desarrollo. (1984:92). Esta noción de individualización es un aspecto recogido también por Brown, D (1985) quien menciona las fases que se dan en el mismo y que para Mahler se alcanza en el tercer año de la vida. Este aspecto lo recoge Erikson quien también ve la vida como un proceso que se inicia en el momento del parto y que luego va transitando por diferentes fases de individualización. Para él, las relaciones mutuas que se establecen en el seno del grupo son fundamentales, transmitiéndose a través de los padres todos los condicionantes que han sido adquiridos históricamente. Este proceso es el que posibilita un progresivo afianzamiento de las características individuales a partir de la matriz familiar en la que nos constituimos. Visto desde esta perspectiva, podríamos entender la psicopatología como la expresión de las grandes (e incluso graves) dificultades con las que una persona se encuentra ante este hecho: el ser ella misma.

 

Aulestia, M.A.J. (1999), se nos vuelve a recordar algo que todos sabemos y conocemos sobradamente: lo característico de los humanos dentro del reino animal es que son la especie más incompleta que existe sobre la tierra, incluso en comparación con los más cercanos genéticamente. (…) La distancia social entre el bebé humano y un adulto es inconmensurable, es casi la diferencia que nos separa entre un animal y un ser humano. La distancia social entre un adulto cavernícola y otro del siglo XX es casi infinita. La distancia social entre un bebé humano de la época de las cavernas y uno del siglo XX son mínimas. La distancia social o la “herencia social” va tremendamente delante de la genética (1999:26). El trabajo de Aulestia es un gran esfuerzo por iluminar los procesos que se dan en el camino de la individualización. En el ejemplo que aportaba Skinner (1986) se percibía el elemento filogenético (palabrita que ya nos la brindara T. Burrow), por el que los elementos que constituyen la trama de los padres pasa a los hijos.

 

Desde otro ángulo Grotjahn señala que la meta de la experiencia grupal es la de ayudar al individuo a convertirse en una persona consciente, directa y franca, que se comunica honestamente, que comienza a comprenderse a sí mismo, a su inconsciente y a los demás, y que responde a las demás personas de forma espontánea y sin ansiedad ni temor respecto de su propia necesidad de intimidad o agresión. Y añade: la experiencia grupal debiera ayudar a la persona a vivir en armonía consigo misma, con los demás y con la naturaleza. El proceso de individuación consiste en una realización del potencial de la persona. La meta es vivir una vida libre, motivada por el deseo de conocer, pensar y actuar como la conciencia lo demanda, de salir de la neurosis para ver lo que uno mismo es sin herir a los demás (1979:137). Pero claro, ¿cómo alcanzamos este nivel estando tan supeditados a la trama familiar?

 

Cuando en un grupo o en una interrelación psicoterapéutica podemos pensar en terminología filogenética, comenzamos a abrir una puerta que posiblemente en el Renacimiento se cerró. Foulkes señala que en tiempos recientes, desde el final del Renacimiento, y en una comunidad que hace hincapié en la propiedad individual y la competencia, ha surgido la configuración que ha creado la idea de la persona individual como si estuviera aislada. Este individuo debe enfrentarse luego a la comunidad y al mundo como si fueran algo externo a él. La filosofía de Descartes parte de esta premisa y su estricta yuxtaposición sujeto-objeto sigue siendo responsable de muchos pseudo problemas de nuestro tiempo (Foulkes, 2007:24). Pues bien, comenzar a pensar en esta dimensión nos lleva a considerar qué aspectos poseemos que provienen de otros, cómo éstos han sido articulados en nosotros y en qué medida los vamos a poder ir modificando para que el acento no sea en lo heredado sino en lo hecho propio: en la historia que uno construye. Cuando podemos aceptar no tanto nuestro destino cuanto la forma cómo estamos hechos y constituidos, iniciamos un camino que nos diferencia de aquel que nos llevó a la paralización y, por lo tanto, a lo que se denomina enfermedad psíquica. Esto que desde una perspectiva psicoanalítica se denomina insight no es sino una comprensión afectiva y vivencial de nuestras propias características y de su procedencia; de los lazos con los que hemos sido constituidos e interconectados con nuestro grupo familiar. Y, a partir de ahí, tomar aquellas decisiones posibles que nos llevan a una vida más individualizada respecto a la que teníamos hasta entonces. Pero esta individualización supone, inexorablemente, el reconocimiento de nuestra dimensión social, eso es, de nuestros lazos de interdependencia con los seres que nos rodean.

 

Hay dos planos: el de la interrelación que se establece entre los miembros que componen un grupo —ya sea una familia o un grupo de psicoterapia—; y el de las interdependencias vinculantes que configuran una estructura que viene transmitida por anteriores generaciones y se suele transmitir a las sucesivas. Dicho de otra forma. En una familia no cuentan sólo las interrelaciones y las interdependencias vinculantes entre padres e hijos, sino que en éstas hay aspectos que provienen de los abuelos, de los bisabuelos, y pueden ser transmitidas a nietos y biznietos si no se toma conciencia de ello. Estas interdependencias que marcan fuerzas de poder vinculante son las que configuran y constituyen las esencias del sujeto individual. Se pueden modificar a través de nuevas interdependencias que se establecen de generación en generación, y a través de los procesos psicoterapéuticos. Éstos, que también están condicionados transgeneracionalmente —las sucesivas agrupaciones de miembros en un grupo reproducen generaciones internas así como los sucesivos grupos simbolizan para el conductor algo similar—, suponen la toma de conciencia de las características que constituyen y configuran las relaciones que se establecen en el grupo. A través de ello se modifican y ensayan nuevas formas de relación más sanas, más dinámicas, más acordes con las necesidades reales de cada miembro en cada momento de su vida.

 

Estas interdependencias tienen el carácter vinculante porque tienen el poder u la capacidad de atrapar significativamente a unos con otros. Las personas estamos vinculadas a una miríada de seres que hemos ido conociendo a lo largo de nuestra existencia. Unos se hacen más presentes, otros menos. Pero la memoria hace que en algún momento emerjan personas que eran portavoces de un matiz, de un elemento que tomamos como propio y que incorporamos o no a nuestra manera de ser y de relacionarnos. El vínculo con esas personas, fue vinculante.

 

La psicopatología individual es la expresión del padecimiento de una persona, exponente del de una matriz de interdependencias vinculantes que heredaron lazos patogénicos y normogénicos de generaciones anteriores. En el grupo familiar en el que creció y se fue constituyendo esta persona, los lazos vinculantes patogénicos acabaron propiciando un complejo nudo conflictivo que, en aquellos casos graves, acabó siendo nombrado y, consecuentemente, estabilizado, bajo una etiqueta diagnóstica. Ahí se objetiviza el vínculo patógeno.

 

Todos sabemos que la medicación ayuda pero no cura. La función verbalizante la incluye como parte del desarrollo del ser humano pero al desmitificarla favorecemos que el sujeto se haga cargo de su posición en relación a los que le rodean, de su significado en la matriz de relaciones grupales y familiares. Ahí el individuo recobra su identidad al tiempo que sigue siendo miembro del grupo.