Resumen. En este texto abordo varios temas iniciando con la consideración del grupo como constelación de individuos o de interdependencias vinculantes. Abordo lo que puede ser entendido como interferencias institucionales en el desarrollo del grupo y llegamos a un tema complejo: el odio y la comunión. Posteriormente planteo cuestiones respecto a las decisiones del conductor, la visión del conductor suficientemente bueno y el objetivo de todo trabajo grupal

Palabras clave: Configuración, Interdependencias vinculantes, Odio, Comunión, Koinonia, Individuo, grupo, madre suficientemente buena, conductor suficientemente bueno.

Introducción

 

No parece raro decir que, aunque todos formamos el grupo en el que todos somos iguales, hay lugares diferentes para todos y cada uno de nosotros. Pero de la misma forma que estamos sentados en sillas diferentes, cada silla, como representación de los lugares que ocupamos en la vida, no deja de ser una forma diferente de estar y de interrelacionarse. Quien conduce también ocupa una posición que le es dada por el mero hecho de ser el responsable de la dinámica grupal, y aglutinar en torno a él una serie de elementos que no pueden ser ubicados en otra persona u otro lugar. Y en parte eso es lo que facilita o posibilita el agrupamiento. Y todas estas circunstancias provienen de las trayectorias biográficas que nos han ido constituyendo como personas diferentes.

 

Decía que un grupo es en realidad una constelación de individuos que establecen relaciones interpersonales; o mejor, una constelación dinámica de interdependencias vinculantes que se crean a lo largo de la vida del grupo. Pero una constelación dinámica, esto es, un entramado de interdependencias que cambian de intensidad, de dirección, de tonalidad afectiva a partir de los significados que se negocian segundo a segundo entre los componentes. Por poner un ejemplo. Cuando uno de nosotros comenta una cosa, esa cosa genera reacciones diversas entre los demás a partir de lo que uno entiende, de lo que uno comprende del que habla, y de a quién va dirigida la información en concreto. Esa comunicación activa todo un juego de afectos que nos recoloca respecto a los demás. Ese aspecto, por ejemplo, configura la constelación de una forma y no de otra.

 

Lo que complica un poco la cuestión es que ese grupo no se da en el vacío. Es imposible. Por lo general se da en una Institución que no deja de ser otro grupo de interdependencias vinculantes que interfiere en el grupo del que hablamos. Un ejemplo lo tuvimos de forma repetida en la sesión del día pasado y la que en cierta manera reproducía las interferencias que aparecen desde lo institucional. Sin que en ello hubiera necesariamente malicia alguna, por supuesto: la encargada de que nuestro curso funcionara y que asumía unas funciones administrativas, entraba y salía, no entendiendo muy bien por qué este grupo que para ella era una clase, un curso, tenía tantos miramientos y paralizaba su trabajo con su presencia. Lógico, proviene de otras funciones y otros parámetros. Recuerdo que en una ocasión tuve que ver a una paciente que estaba ingresada en un hospital y en el despacho en el que atendía a tal persona se encontraban las carpetas de los historiales de los pacientes: esto hacía que la encargada de turno tuviera que entrar y salir cada dos por tres, no entendiendo mis quejas de ruptura de la intimidad.

 

¿Qué otro tipo de interferencias pueden presentarse? Pues desde aquellas que no reconocen el tiempo y el espacio del trabajo grupal, a aquellas otras de carácter más administrativo y que no consideran el “carácter particular” del trabajo que se realiza.

 

Pero como la Institución tampoco está en el vacío sino que se ubica en un marco social determinado en el que hay todo tipo de influencias (políticas, económicas, culturales, deportivas…), éstas también penetran en el funcionamiento del grupo con el que estamos. También tuvimos un ejemplo claro de una de estas influencias; aunque otras también estaban más silentes. Por ejemplo, ¿cómo afecta la situación económica al desarrollo de los grupos que conducimos? ¿Cómo las diferencias de matrícula o de aceptación de la misma afectan a nuestras relaciones? ¿Cuánto nos afecta esta situación? ¿Cómo los avatares políticos o culturales interfieren en nuestra tarea? Hay autores que han centrado su atención en ello. Quizás quien más claramente pone el acento en este aspecto fue Pat de Maré quien denominó transposición al fenómeno por el que los elementos sociales penetran en la vida del grupo condicionándolo. Pero De Maré señaló otros aspectos que también han sido subrayados por otros (Kaës, Pines, Anzieu, Kriger, etc) entre los que quiero resaltar algo que suena mal, que impacta porque en nuestro idioma tiene un matiz duro: odio. Quizás podríamos englobar en él este conjunto de afectos de carácter destructivo que siempre están presentes en las relaciones pero que abordados con tranquilidad son los que dejan paso a algo más prometedor como lo que De Maré denomina Koinonia. Esta palabreja griega alude a algo que a algunos les puede sonar a místico, aunque no lo es: Comunión. O sea del Odio a la Comunión.

Odio y Comunión

 

La palabra suena muy, pero que muy mal. Suena peor que su significado: Antipatía y aversión a algo o hacia alguien cuyo mal se desea (DRAE). Dicho así suena menos mal, pero sigue doliendo a la vista o a los oídos. Pero esa antipatía y esa aversión hacia alguien la hemos sentido más de una vez. Es un sentimiento que emerge en las relaciones interpersonales sobre todo cuando percibimos que hay alguien que es una amenaza flagrante para nuestros intereses, deseos o seguridades. Y sentirlo no es nada cómodo. Porque uno puede tener rabia a alguien por algo que le ha hecho o dicho. Puede tenerle manía. Pero fijaros que antipatía (lo contrario o en la dirección contraria a empatía) ya es algo más consistente, más duro.

 

Si es algo que va en dirección contraria a la empatía… ¿qué será? Porque empatía es aquella capacidad de colocarse en la piel del otro. Si fuese así, podría ser que la o las personas a las que Odio fuesen personas ante las que en algún momento he sentido o percibido que podría tener una gran empatía. Y si esa empatía se tuerce… antipatía. Lo contrario a ponerme en la piel de esa persona. ¡Vamos, como que hago los imposibles para que eso que me “podría colocar en su piel” no exista! En consonancia aparece una gran frialdad, una distancia enorme respecto a esa o esas personas. ¿por qué se dará?

 

Uno de los mecanismos de comunicación es la Identificación proyectiva, ¿recordáis? Es una operación mental, un mecanismo por el que habiendo localizado en el otro, cosas que son mías (en realidad, cosas que he atribuido al otro), me identifico con ellas, estableciéndose así, un vínculo my fuerte con esa persona. Vínculo que, en la medida que eso que he colocado en esa persona son cosas muy valiosas y valoradas por mí como enormemente positivas (si bien no las puedo aceptar como mías) y me identifico con ellas (porque son del otro, y no mías), el lazo que se establece es muy fuerte: el enamoramiento. El enamoramiento es un proceso por el que atribuyo al otro una serie de características que son sobrevaloradas por uno (en tanto que no las valora en sí mismo) y con las que uno se identifica (se las reapropia para obtenerlas), siendo la consecuencia un estar o sentirse atrapado psíquicamente por el otro. Esto es un ejemplo extremo de empatía: uno es capaz de ponerse totalmente en su piel (alias proyección) y pensar y sentir lo que esa persona puede estar sintiendo (identificación).

 

¿Qué pasa si este proceso se ve turbado de forma brusca y que, en consecuencia de ese hecho, uno percibe que ha estado enganchado demasiado a esa persona?: que la odia. Odia porque la antipatía que le genera (y que supone recorrer el camino inverso al que recorrió tras aquel primer movimiento) es máxima. Y debe serlo porque siempre quedan restos en el otro por lo que fue admirado. Y entonces pasamos a la frialdad, al alejamiento, a la aversión: rechazo o repugnancia frente a alguien o algo.

 

Fijaros que desde esta perspectiva, el Odio se correspondería, en cierta medida, a la reacción de alguien “desenamorado”, de alguien que creyó que con tal persona, cosa o situación tenía (o podía tener) un vínculo a través del cual su seguridad personal, profesional, etc., estaba garantizada.

 

Cuando los humanos somos capaces de elaborar, digerir, los sentimientos de Odio hacia alguien o hacia situaciones, podemos entrar en la fase de poder sentirnos unidos (no fusionados) a esas personas o situaciones. Pero esto es un largo recorrido.

Las decisiones del conductor: ¿qué subraya?

 

Cuando uno está en el rol de conductor (en ocasiones va bien estar en el de conducido para retomar vivencias que en cierta medida tenía olvidadas) suele buscar la forma de intervención que más se acerque al nivel de desarrollo del grupo y evitar así, la emergencia de elementos que sean causa de su destrucción. Cuando se apuntó este factor creo haber subrayado que ni en los grupos aparentemente de iguales existe tal igualdad. Sabiendo que el tamaño del grupo (unos 25 participantes) lo sitúa en un tamaño denominado “mediano”, ese hecho me permite saber que los elementos sociales comienzan a tener una fuerza importante en las características de ese grupo. Sin embargo, la todavía incipiente maduración del proceso grupal no me permite aportar comentarios que pongan un grado de ansiedad mayor del que, a mi criterio (y posiblemente también con mis propios temores) todavía no estamos en condiciones de abordar. Sobre todo porque el conductor sólo puede introducir temáticas cuando los niveles de fiabilidad y confianza son suficientemente estables. Seguramente, si estos niveles fuesen más elevados podríamos ponernos a pensar en las diferencias que existen entre nosotros más allá de las que son evidentes a todas luces: que hay diversas profesiones, diversos emplazamientos laborales y diversas experiencias tras cada uno de nosotros.

Las decisiones del conductor: la ansiedad del no guión

 

Ante el tema de la dispersión emerge también la de lo que podríamos denominar falta de guión previo. Este es un punto importante. ¿Debe tener un guión, un tema? ¿Hasta qué punto el grado de maduración personal de cada individuo aconseja tenerlo o iniciar procesos sin él? De hecho, como ya indicara en su momento Foulkes, que fue quien inició el desarrollo del Grupoanálisis, el tema es un motivo tras el que quedan tapados muchos otros aspectos y ansiedades. En efecto, la experiencia demuestra que cuando no hay un tema presente, cuando no se propone debatir o hablar sobre algo, las ansiedades aumentan. Eso lo pudimos ver y de forma muy clara al inicio del grupo: silencio. Y este silencio que fue relativamente respetado por la conducción, escondía niveles de ansiedad importantes dado que no existía algo con lo que amortiguarlas. Esto es fácil de detectar ante una hoja en blanco. ¿Qué escribo? ¿Cómo empiezo este escrito? Y emborronamos muchas cuartillas hasta que encontramos un hilo conductor. Y esa dificultad ante el papel en blanco es la expresión de la ansiedad.

 

Dado que no todas las personas tenemos las mismas capacidades cognitivas ni de contención de nuestras propias ansiedades, el iniciar los grupos con un tema que nos aglutine puede ser una buena forma de trabajar y de asegurarnos que el que acude sigua viniendo un período lo suficientemente largo para que arraigue en el grupo. Pero ello no nos debiera hacer perder la referencia de que en realidad eso lo hacemos como amortiguador de ansiedades. Y posiblemente lo ideal sería que, una vez abordado y desarrollado el tema, ofreciéramos un espacio libre para que, con la escusa de “qué tal ha ido” las personas que constituyen el grupo puedan hablar de algo más allá de lo que han hablado hasta ese momento.

El conductor suficientemente bueno

 

Ciertamente es un todo un tema complejo. Fundamentalmente porque estamos en un momento social en el que no toleramos, o toleramos mal el contacto con la ansiedad. Hemos caído en una especie de enfermedad social, de características narcisistas, que no tolera el menor nivel de tensión e incertidumbre. En realidad es como si fuésemos bebés que no toleran un ratito de hambre. No lo toleramos porque esa cultura de la inmediatez, de tener todo lo que queremos, de ansiedad por disponer y garantizarnos una especie de estabilidad futura, de ponernos por encima del de al lado es tal que cuando hay una carestía, cuando tenemos que conectar con lo que sentimos, nos aterramos. El conductor, que en cierta medida viene a ser como una representación de la figura materna debe tolerar y posibilitar que se toleren montos de ansiedad que vayan facilitando el desarrollo de todos los miembros del grupo.

 

Está claro que la falta de un tema genera desconcierto y tensión. Winnicott cuando habla de “la madre suficientemente buena” no dice que la madre debe ser buena ni excelente. No. Habla de la “adaptación sensible y constante a las necesidades del bebé”, pero en esta adaptación se incluyen las dosis de frustración necesarias para que el bebé pueda ir aprendiendo precisamente eso: que el aprendizaje a tolerar la insatisfacción o no gratificación de los deseos significará un mayor nivel madurativo. ¿Y eso?

 

La frustración genera rabia, odio, deseos de destrucción. Es innato ya que nuestra naturaleza animal (somos animales racionales, recordemos) hace que la tolerancia a la frustración tiende a ser cero. Eso activa tanto las fantasías de poder ser destruido que vamos a destruir al otro. Si esta fuerza tanática, destructiva es independiente o no de la fuerza creativa, erótica, es una discusión abierta que no nos atañe ahora. Pero sí que la emergencia de esos sentimientos destructivos siempre está presente. Y el bebé como el adulto en situaciones regresivas como las que sufrimos en un grupo, siente y expresa (el adulto, menos) ese malestar. Y claro, la madre, en tanto que es capaz de asumir esta expresión afectiva y no contestarla, posibilita que el bebé vaya aprendiendo a aceptar que la satisfacción inmediata de los deseos y necesidades no siempre es posible. Dicho de otra forma, que las fantasías de omnipotencia infantil por las que creemos que no hay distancia entre el desear algo y obtenerlo deben dar paso a otro nivel de comprensión de la realidad, deben dar paso a una renuncia a esta omnipotencia. Pero esto supone que la madre también es capaz de contener esta rabia y no contestarla, no actuarla. Ello significa que la presencia del padre, el saber que él está ahí para poderla sostener en el malestar que siente ante esa presión terrible que el hijo le somete, es lo que le va a posibilitar aquella contención.

 

El conductor percibe con claridad esta demanda. Es más, siente una presión importante dado que en cierto modo también a él le gustaría poder satisfacer estas ansiedades. Pero por un lado conoce sus limitaciones y sabe de la necesidad de sostener una cierta frustración. Estos sentimientos le activan numerosos pensamientos que le hacen pensar en el grado de apoyo que tiene por parte de la Institución (aquí, figura paterna). Si por alguna razón le entrasen dudas y ansiedades por la dificultad de sostener la demanda, correría el riesgo de actuar y activar una cascada de tensiones de difícil respuesta. En estas ocasiones una declaración de impotencia es más útil que lo contrario. Porque reconocer que no llegamos más allá, además de ser cierto, devuelve a cada miembro del grupo su responsabilidad en el tema.

La finalidad del trabajo en grupo

 

La finalidad de todo trabajo grupal es la de potenciar el desarrollo del individuo. De todos los individuos. No tanto el desarrollo del grupo que, a la postre sólo es el de los individuos. La aceptación de las limitaciones de la realidad no es fácil. Pero la realidad es tozuda. Ante esta situación ha habido un debate a lo largo de los últimos años en el mundo de la psicología y más concretamente en la de los tratamientos. Era sobre los años 60 – 80 cuando lo que considerábamos importante (lo político siempre interfiere en el pensamiento) era conseguir la liberación del sujeto, de la sociedad. Seguramente estábamos mezclando cosas, poniendo en lo psicológico cosas que posiblemente tenían que ver con otras “liberaciones”. Actualmente lo que está más presente es el desarrollo del individuo en el seno del grupo. Y este desarrollo, es decir, este alcanzar la autonomía (la independencia, no existe) supone entre otras cosas poder pasar por la aceptación de la realidad en la que estamos y la de nuestras propias limitaciones.

 

La situación de nuestra experiencia grupal nos lleva a considerar que no hay varitas mágicas. Cuando el conductor acepta sus propias limitaciones, comienza a poder asumir que sólo es un servidor del proceso de quienes con él forman el grupo con el que trabaja, cuando podemos comenzar a considerar nuestras propias limitaciones, errores y horrores, es cuando todos y cada uno de nosotros progresamos en el proceso de autonomía.

 

Al hablar de la demanda que sufrimos por parte de los pacientes descubrimos que curiosamente reproducimos en el aquí y ahora de la situación la misma estructura y el mismo padecimiento que tenemos. Nitsun le llama “espejo organizativo” mientras que yo hablo de “contaminación del objeto de estudio”. Son dos aspectos de una misma realidad. Esta contaminación que se da en todas las profesiones, en aquellas que tienen que ver con lo humano tiene una mayor importancia. Cuesta entender que reproducimos el mismo esquema relacional con el que trabajamos. Es como si este esquema que es el que presentan los pacientes y que entre otras cosas tiene ese tufo de exigencia, dependencia, ganas de exprimir al otro y de arrebatarle aquello que se supone tiene, ese esquema acaba por interiorizarse y reproducimos punto por punto la misma exigencia. Nitsun lo coloca por niveles. Yo me limito a subrayarlo en quien lo sufre y actúa: el profesional.

 

Muy seguramente estos escritos algo tienen de respuesta a esta exigencia. Sólo que en mi caso, creo, soy capaz de contenerla y no trasladarla a otros ámbitos. Eso sí, trato de devolverla para que podamos aprender todos de la experiencia, como diría (desde otro ángulo) Bion.