67)¿CONVENDRÍA TRABAJAR CON MÁS PERSONAS, UN COTERAPEUTA O UN OBSERVADOR?

67)Veo que una parte importante dependerá de mi capacidad para ir teniendo en cuenta lo que pudiéramos llamar mi matriz personal. ¿Convendría introducir un coterapeuta o un observador?

 

Es muy conveniente y un lujo que, si puedes dártelo, te beneficiará en varios aspectos. Sin embargo es un tema del que no se suele hablar. Incluso durante muchos años no había pensado en serio en esta posibilidad hasta que las circunstancias me pusieron ante ella. Y, narcisismos a parte, es una gran ventaja. Es importante tener a alguien con quien poder compartir, reflexionar sobre lo que ha sucedido o pensar en qué elementos se están activando. Y útil para poder articularse lo suficientemente bien como para que cada uno, cual si de un matrimonio se tratara, atenga a aspectos diferentes de la relación. Es decir, si puedes, trabaja acompañada. Es cierto que un observador también ayuda; sin embargo su papel le incapacita para una participación activa. En este caso, le resulta útil para su aprendizaje.

 

La idea de disponer de un coterapeuta o un co-conductor, no aparece mucho. Guillem, P., Loren, J. A. (1985:71) nos lo definen así: llamamos coterapia a aquella situación en la cual dos terapeutas se reúnen para formar y conducir un grupo adoptando los dos desde el principio el estatuto de terapeutas, es decir, aquel de observador-participante-interpretante. (…) En este estatuto, la función participante-interpretante es esencial, (…) el estatuto es el papel que los dos terapeutas asumen en el grupo. Es idéntico a los dos y corresponde a la capacidad de identificarse transitoriamente con los pacientes y con el coterapeuta. El estatuto define su identidad de terapeutas (Genevard y Jordi, 1968) (…) el estatuto de terapeutas no sólo está determinado por la función interpretante de los mismos, sino también por aquella que les hace ser soporte de los fantasmas ligados a las pulsiones libidinales y agresivas de los miembros del grupo. Esta posibilidad supone introducir en el grupo una unidad, la pareja terapéutica, que tiene sus ventajas e inconvenientes. En este sentido Rutan y Stone (2001) subrayan que entre las ventajas tenemos:

 

Permite una mayor y más completa visión de lo que sucede en el grupo y protege contra aquellos aspectos que acaban constituyendo los puntos ciegos para los profesionales (Demarest & Teicher, 1954). En realidad, la panorámica que se ofrece es mayor ya que, por muy similar que sea la formación de ambos profesionales, hay diferencias que facilitan ampliar el abanico de elementos comprensivos. Ni las percepciones que se tienen de un paciente o de las diversas constelaciones de personas es la misma, ni la de sus intereses ni tampoco del conjunto de elementos transferenciales. Cuatro ojos ven mejor.

 

Posibilita que cada uno vaya alternando los momentos de mayor o menor participación, estar en el grupo o alejarse del mismo (R. Gans, 1962). Evidentemente ésta es una gran ventaja. Creo que el conductor tiene que estar dentro y fuera. Si son dos, eso se relaja.

 

Ver cómo actúa tu pareja posibilita un aprendizaje complementario (Solomon, Loefller, & Frank, 1953) —y añado—, ver qué elementos se depositan en él y no en ti. Porque de forma automática, cada uno de vosotros representáis aspectos diferentes para los demás compañeros del grupo. E incluso posibilita que te dirijas a él introduciendo, así, un elemento técnico complementario. Este recurso que en ocasiones he utilizado introduce una riqueza aún mayor al trabajo grupal y da una entidad cualitativamente diferente a la pareja terapéutica.

 

Tiene importantes ventajas de tipo práctico tales como poder combinarse en las vacaciones o asistencia a congresos y además, atender mejor a poblaciones complejas (niños, pacientes con graves actings outs, pacientes geriátricos) y hacer más fácil el trabajo con grupos grandes (Getty & Salomón, 1969; Yalom, 1985). Y añado: poder sustituirte si tienes una enfermedad más o menos prolongada sin dañar al grupo. Desde este punto de vista, el cuidado del grupo es básico y dada nuestra realidad mundana… las enfermedades u otras circunstancias están siempre ahí. E introduce algo muy interesante: la posibilidad de poder distanciarse del grupo si lo que ha sucedido ha impactado mucho en uno de los conductores y debe tomar un tiempo de elaboración.

 

En el campo privado supone salir del relativo aislamiento en el que se suele trabajar, así como disponer de un apoyo y posibilidad de compartir responsabilidades incluyendo la de incluir más pacientes en el grupo, lo que baja la ansiedad y responsabilidad (Concannon 1995). Esto sólo se aprecia claramente en la consulta privada, pero es un elemento a considerar también en el terreno público. La corresponsabilidad no atañe sólo a la conducción sino a la selección de pacientes, a su inclusión.

 

Igualmente está el efecto transferencial: la pareja de conductores puede, fácilmente recordar a los padres; y en el caso del mismo género, igualmente se articulan estos y otros aspectos de la pareja (Lundin & Aronov, 1952). Hay una serie de elementos que no sólo se transfieren sobre cada uno de los conductores, sino los que se colocan en el propio tándem; y aquellos otros de identificación y proyección que pueden venir más fácilmente activados por uno y no por el otro.

 

La presencia del coterapeuta hace más fácil contener la ansiedad para quien está aprendiendo, le da una oportunidad de apoyo y le posibilita compartir la responsabilidad (Yalom, 1985:418). Este aspecto lo solemos olvidar. Y si bien en la práctica privada es complejo, lo cierto es que la única posibilidad de que nuevos profesionales se vayan introduciendo en este terreno es a través de la coterapia o la observación.

 

Otros autores ponen el acento en el valor único de la «pareja terapéutica», hombre mujer, que estimula los elementos transferenciales parentales (Demarest, Teicher, 1954) e incluso ofrece la posibilidad de identificarse con uno u otro (Mintz, 1965) (2001:197).

 

A estos aspectos añado dos: para aquellos que acaban de realizar su formación y que disponen de poca capacidad de liderazgo, sufran menos ante las lógicas pérdidas de un grupo; y que dadas las dificultades de ofrecer un entrenamiento completo en el que se incluya la coterapia —por la lógica falta de pacientes—, los profesionales que se forman puedan hacerlo en condiciones óptimas. Este punto me parece harto importante dado que la experiencia personal en el campo formativo me habla siempre de la gran dificultad que tenemos para ofertar prácticas reales, no poniendo los pacientes a prueba de quien todavía no dispone del dominio suficiente de los instrumentos personales.

 

Ciertamente hay desventajas. Básicamente, como también nos lo recuerdan Rutan y Stone, este aspecto tiene que ver con la configuración de la propia pareja terapéutica. Fíjate que aunque no deben establecer una relación afectiva, sí que debe existir entre ellos una complicidad que los aproxima bastante a un matrimonio. En este orden de cosas, Guillem, P., Loren, J. A. (1985: 72) nos recuerdan que más allá de las características que tengan los dos, los pacientes les adjudican un papel, que no depende de ellos a diferencia del interpretante; es un papel que les es asignado por los pacientes, diferente para cada uno de ellos. En efecto, cada uno de los dos co-conductores va a ir desarrollando a lo largo de la vida del grupo una serie de funciones diferentes que vienen adjudicadas, de forma tácita, por los pacientes. Según estos autores, los factores que pueden facilitar la actividad coterapéutica serían:

a) Que se elijan por simpatía mutua,
b) Que tengan formación homogénea,
c) Que tengan experiencia analítica propia,
d) Que no exista demasiada disparidad de estatuto profesional,
e) Que se asocien de manera prolongada,
f) Que tengan regularmente una mínima discusión para analizar los movimientos dinámicos del grupo y los fenómenos contratrasnferenciales. Guillem, P., Loren, J. A. (1985: 80).

 

Estos aspectos palian algunas de las situaciones que pueden darse y que son activadas por el resto del grupo. Por ejemplo el tema de la rivalidad; o el de las envidias y celos que pueden activar en uno o en otro por la relación que emerge entre ellos y los pacientes determinadas cargas transferenciales. O las lógicas subagrupaciones en las que unos miembros del grupo se sienten más afines a uno o a otro terapeuta.

 

La coterapia no deja de ser un subgrupo que conduce a otro; que va más allá de las lógicas transferencias que de manera particular cada miembro ubica en uno, en otro y en los dos; de los elementos de identificación que cada uno aporta y los aspectos de pantalla proyectiva para los que cada co-conductor se propone. Y como tal, va a ir estableciendo desde el inicio del planteamiento de trabajo compartido, una red de significados, de interdependencias cuyas características facilitará e inhibirá el desarrollo de facetas del propio grupo. Esta pareja de conductores va a establecer con todos y cada uno de los miembros, diversos lazos que ora les separará, ora les unirá frente a las presiones, a las proyecciones, identificaciones, idealizaciones y demás mecanismos psíquicos que cada miembro del grupo o constelaciones de los mismos depositen en cada cual. Y las zonas silenciosas que como pareja no pueden o no saben abordar, van a ser también zonas silenciadas en el grupo que ellos conducen. Y la capacidad que desarrollen a lo largo del tiempo de trabajo conjunto, las evoluciones que como pareja realicen en tanto que son personas sujetas a avatares diversos en sus vidas privadas, todo ello va a afectar al funcionamiento del grupo. A esto se le añaden los diversos movimientos de poder entre los miembros de la pareja de conductores que tejen y destejen alianzas a tenor también de las relaciones que mantienen con otros profesionales del equipo en el que están insertos o con profesionales de la red.

 

Otra figura que aparece es la del observador. Es una situación difícil: sólo observa. Y, aunque este hecho parezca a ojos ajenos anodino, el no poder hablar o expresarse ni hacer algún comentario, convierte la observación en una tarea muy dura y difícil. En esta figura se depositan todas aquellas cosas que el grupo no puede decir, que calla. Y, como no puede hablar… El rol de observador exige que, de entrada, haya una buena relación, una buena empatía entre él y el conductor. Porque si entre el observador y tú no existe esta buena corriente vas a ir percibiendo una carga añadida a tu tarea como conductora: la que deriva de alguien que no es un colaborador, una persona con la que vas a trabajar y que deberá sostener ansiedades muy quedas, muy silenciosas del grupo. Y ¿qué hace el observador?

 

El observador, observa, mira, ve lo que pasa en el grupo, lo que se dice, lo que dices, lo que no dices, los movimientos que aparecen a lo largo de las sesiones, lo que va sucediéndose: en definitiva, ve a los pacientes y te ve a ti. Y como no habla, todo este material queda en él. ¿Qué pasa con ese material? Ahí, como con el co-conductor, debéis establecer un tiempo antes y después de la sesión, para comentar y poner en común lo que durante el grupo reside en personas separadas. Al hacerlo das la oportunidad para que se explique, para que pueda descargarse de lo que el grupo ha depositado en él. Pero lo incluyes en tu cabeza. Y eso tiene una gran ventaja que le va a ser útil. En muchas ocasiones debes hacer una referencia a una idea o a algo que habéis elaborado: pues ahí tienes la mejor ocasión para incluirlo, mencionándolo para que no quede excluido de la corriente comunicativa que establece el grupo. Y él te lo agradecerá, porque con ese pequeño gesto lo rescatas de un lugar que es poco más que imposible: el del que observa, calla y contiene las ansiedades persecutorias, disociativas del grupo.

 

Y ¿qué actitud debe tener? Prefiero un observador que esté relajado, permitiéndose un cierto grado de lenguaje corporal, riéndose si el grupo en algún momento lo hace, dirigiéndote de vez en cuando la mirada, a aquel que se coloca cual una mosca en la pared. Y me lo paso mal con aquellos cuyo nivel de expresividad es tal que acaba concitando toda la atención del grupo con sus muecas, gestos, asentimientos o negaciones de cabeza. Y lo paso mal porque en ocasiones percibes que indica justo lo contrario de lo que estás afirmando o negando… y no te cuento el nivel de complicación que ello representa para la conducción. Es como cuando llevas el coche y tu compañero te va diciendo: ¡por ahí no, por aquí!, ¡frena!, ¡adelántale!… pero con una añadida dificultad: la contradicción de quien habla sin hablar oficialmente. Ello puede acabar atrapando al conductor ya que hay algo de lo no abordable en quien se coloca en este lugar y que, muy posiblemente, acaba representando un conjunto de elementos proyectados por el resto del grupo y que quedan atrapados en el silencio.

 

Y en cuanto a su nivel de formación, éste es un aspecto complejo. Ser observado por alguien que tiene igual o más formación que tú, tiene una gran ventaja si tal diferencia no activa en ti los elementos persecutorios. Y si acepta que tal diferencia formativa o de experiencia no va a ser utilizada para favorecer las divisiones que, de forma inexorable se van a dar en el grupo entre él y tu. Y no sólo formativo sino de responsabilidad ante el grupo, de «propiedad» del terreno de juego cuando por ejemplo personas de una institución participan de coconductores o de observadores en otra institución. Fácilmente los miembros del grupo detectan cuál de los dos «sabe más» o cual «se desenvuelve con mayor facilidad», en «casa de quien están», que son un tipo de aspectos que inciden en los mecanismos de control del grupo, de ubicación relativa de uno respecto al otro, de posicionamiento respecto al grupo. Y entre los conductores la aceptación del poder de cada cual, la del posicionamiento respecto a los pacientes, respecto a la institución y el resto del equipo, también serán elementos que pueden jugar a favor del desarrollo del grupo o en su contra. Y si nos ubicamos en el terreno privado, ¿cobran los dos igual por el trabajo? ¿El que provee de pacientes cobra más o no? Y si están en el espacio físico de uno, ¿ese cobra más en concepto de local? En fin, como ves, es algo complejo y que debe ser considerado con atención.

 

Todos estos aspectos afectan no sólo a lo que pudiéramos llamar «cuestiones prácticas», sino que, además, representan la creación de una unidad que es la encargada de elaborar los procesos psíquicos que se dan en derredor de la sesión y el decurso del grupo. Ese proceso de elaboración exige que antes y después del grupo, los componentes de esa unidad se reúnan durante un tiempo oscilante entre los diez minutos y la media hora para hablar de lo que sucedió en la sesión anterior, saber en qué condiciones se encuentra cada uno antes de entrar en la sesión y elaborar lo sucedido tras el grupo. Ese proceso digestivo es fundamental y facilita mucho que los pacientes puedan hacer su tarea. Por lo general, aquellos aspectos que han sido hablados por esa unidad psicoterapéutica aparecen en la sesión posterior como «por arte de magia», lo que asegura el desarrollo de los procesos psíquicos normogénicos del grupo y sus integrantes.