Resumen: En este texto reflexiono en torno a una serie de fenómenos que dificultan la elaboración de nuestras vivencias. El pasaje de los elementos percibidos o sentidos a una dimensión en la que podemos pensar es clave a lo largo de nuestra vida.

Palabras clave: supuestos básicos, Bion, Hopper, elementos alfa, elementos beta, pensamiento.

La mente no es individual

 

Si bien el cerebro es algo que físicamente queda delimitado en el cráneo de cada uno de nosotros y éste tiene una serie de funciones que son las que nos mantienen vivos en todos los sentidos (no sólo como organismos sino como personas con intereses, deseos y demás), la cosa se complica cuando nos ponemos a pensar en la idea de Psique. Y ahí hay quienes se posicionan considerando que esencia anímica del individuo es algo que queda circunspecta en él y los que consideramos que hay algo que va más allá de eso que queda limitado por la piel.

 

Cuando nos referimos al acto de pensar podemos atribuirlo fundamentalmente a lo que se cuece entre las millones de sinapsis que se dan en cualquier momento de nuestra existencia y, en este punto concreto, en el acto de pensar. Sin embargo, atendiendo a la clínica somática pronto vemos que lo que nos sucede, por más que sea el cerebro quien procesa todo lo que sucede, es que las manifestaciones van más allá de lo que se expresa mediante la palabra. Todo nuestro cuerpo manifiesta cosas que van desde manifestaciones somáticas en el más puro sentido del término, a comportamientos motores y otras formas de manifestación de nuestros estados anímicos que son actos de comunicación. Así, el temblor de un pié cuando alguien dice algo que nos puede estar incordiando, el carraspeo de otra persona que suele coincidir con la aparición de determinados pensamientos impensables (por lo general de trama agresiva), o una simple manifestación intestinal o un oportuno catarro. Todas esas cosas no dejan de ser manifestaciones corporales de algo que se piensa pero que en muchas ocasiones no puede ser pensado.

 

Esto que suena raro es a lo que nos referimos cuando hablamos de elementos β y que fueron introducidos por Bion. Lo que yo entiendo por tales elementos es que nos referimos a todo un abanico de vivencias, emociones, sentimientos que no han tomado forma suficiente en nuestra mente como para poder ser pensados por ella. Y esto es absolutamente normal entre los humanos y se da todos los días de nuestra existencia. En numerosas ocasiones decimos “es que no puedo pensar sobre eso que me pasa”. Esto alude a que no tenemos la forma de abordar una serie de cosas, de elementos β, que no dejan de ser o de formar parte del abanico del que hablaba hace pocas líneas. Cuando aparecen estas cosas nos sentimos mal y ese malestar se articula en algunas ocasiones mediante cuadros de tipo orgánico que pueden ser hasta graves. Está constatado que problemáticas de tipo cancerígeno que aparecen en un momento dado se correlacionan con sucesos más o menos traumáticos habidos entre cuatro y cinco años atrás. Pero no hay que llegar a tanto. Muchísimas de las enfermedades o de las alteraciones de facies orgánica guardan relación directa con tensiones, situaciones emocionales que no han podido ser integradas; es decir, pensadas.

 

En otros casos la dificultad de elaboración se traduce simple y llanamente en una desconsideración total de lo psicológico. No en vano los padres, desde cierta lógica elemental, enviamos a nuestros hijos a practicar deporte para ver si así se le pasan los nervios. “Es que tiene mucha energía”, decimos. Necesita quemar nervios, también. Y no vamos a decir que eso vaya mal. En ocasiones, la experiencia emocional en torno al deporte sirve como canalizador y, consecuentemente, elaborador de elementos que no han podido pasar por nuestro aparato pensador. En ocasiones, ese afán por el deporte funciona como sistema regulador de las tensiones que provendrían del pensar: voy a dar una vuelta para despejarme, decimos como forma de usar la actividad a modo de aparato auxiliar de pensar.

 

Los del gremio psi, los pacientes que visitamos utilizan otro sistema de elaboración de esas vivencias. En unos casos su aparato psíquico les lleva a comportamientos y formas de relación que están más cerca de lo neurótico mientras que en otros casos se dirigen hacia lo psicótico o desembocan en los llamados trastornos de la personalidad. Y esto, aunque suene a pensamiento delirante, no deja de ser una forma de tratar de “sanarse” mediante la utilización de estos recursos; por mucho que éstos no les permitan una adaptación sensible y constante a la realidad en la que viven. De hecho, cuando escuchamos a un paciente psicótico en su delirio podemos ir detectando cómo a través de la utilización de esa forma de pensar va expresando graves conflictos familiares que han quedado irresueltos. Como pensamientos que se tienen y que la única forma de expresarse es esa la delirante o la alucinante; aunque cuando los miramos con una cierta tranquilidad lo que vemos son reminiscencias de situaciones vitales que no han podido ser elaboradas por la dureza de las mismas.

 

Esto que sucede en el ámbito individual también lo podemos contemplar en el grupal. Cuando un grupo de personas se reúne con objetivos terapéuticos o psicoterapéuticos (diferencio estos dos conceptos siendo, ambos, igualmente válidos y útiles) comienzan una experiencia relacional compleja. A través de las interdependencias que se van creando desde el primer momento van apareciendo ideas, pensamientos, sentimientos, vivencias que no siempre pueden ser procesados. Cuando lo son, las personas que constituimos ese grupo podemos establecer un diálogo entre todos en el que van apareciendo matices, tonalidades afectivas, aspectos más o menos ocultos que ayudan a que el grupo, a modo de mente colectiva, vaya elaborándolos. Esa elaboración representa el pasaje de elementos β a elementos a. Es decir, los elementos a son el resultado de haber podido pensar aquellas cosas que antes no habían pasado por el proceso de elaboración, y con ello se integran en la conciencia de las personas que constituimos el grupo.

 

Pero no siempre es fácil realizar esta operación mental colectiva. Cuando las dificultades aparecen, lo que un observador ajeno al grupo diría es que hoy ha habido mucha confusión, mucho jaleo. En este estado de cosas nos resulta difícil escuchar al otro. En realidad en estas circunstancias no hay mucho diálogo. Lo que se dice incita a la reacción inmediata, a la respuesta casi visceral (en ocasiones totalmente visceral). El grupo tiende a la fragmentación producto de la confusión en la que se encuentra.

 

Cuando en la sesión del viernes abordamos el caso de la paciente y de su familia pudimos comprobar, creo, que las formas de relación que se habían establecido habían ayudado a instalar la confusión en la relación. Esa confusión, esa fusión, es como la consecuencia de la no existencia de líneas que delimiten las relaciones en un determinado marco de juego. Unos y otros acabamos confundiendo nuestros roles, nuestra función asistencial. El paciente puede confundirse y tratarnos como si fuésemos sus amigos del alma. Y en ocasiones eso también podemos hacer nosotros. Y lo que ha sucedido es, desde la visión de Hopper, que el supuesto de no-cohesión, es decir, de Agregación y Masificación (Hopper, 2011) anda paseándose por el grupo. Si recordamos un poco en nuestro propio grupo hubo eso y aludí al supuesto básico de Bion de Ataque y fuga.

 

¿Qué relación pueden tener uno y otro supuesto básico? En realidad se corresponde a dos perspectivas diferentes si bien siguen hablando de lo mismo. En el caso de Bion la referencia de este supuesto nos lleva a la consideración de esa especie de pacto secreto en el que la forma de lidiar con ansiedades muy primitivas es pasar al ataque o a activar movimientos de fuga (por ejemplo, una de las fugas evidentes eran los MSM que se enviaban hacia no sé dónde durante la sesión). Cuando nos referimos a pacto secreto queremos decir que tácitamente varios de los componentes del grupo expresan un comportamiento que puede asimilarse fácilmente a un ataque, por ejemplo. Bion habla pues de ansiedades básicas importantes en tanto que Hopper lo que hace es recoger el mismo fenómeno desde los procesos comunicativos y las interdependencias que se crean. Unos y otros indican la dificultad de organizar un espacio grupal en el que cada uno se sienta bien consigo mismo y al tiempo perfectamente conectado con los demás. Cuando entramos en fusión, en confusión, esos límites entre los individuos se desdibujan (de hecho, los límites temporales del segundo espacio tuvieron que ser modificados para poder acabar y no dejar el grupo con “las tripas abiertas”) y ante ese desdibujamiento la reacción es de convertirse en un agregado de personas (eso no es necesariamente un grupo) que es uno de los extremos frente a la masificación que es el otro de ese supuesto.

 

Cuando el conductor se encuentra ante esta situación debe propiciar en la medida que se pueda que en el grupo no se rompan los lazos comunicativos. Para ello no deberíamos olvidar (o mejor, prefiero no olvidar) que el pensamiento no es algo que se da dentro del cráneo de cada individuo: todos vamos aportando partículas del conocimiento que van constituyendo y construyendo el pensamiento, tanto individual como colectivo. Pero no es un pensamiento único sino que resulta un pensamiento dinámico, complejo, en el que la mayoría de los aspectos (lo ideal es que sean todos) puedan ser recogidos y reconsiderados. Esto conlleva estar atento a las partes del grupo que no encuentran la forma de incorporarse; y ahí he de reconocer que, viendo que algunos enviaban mensajes hacia algún lugar, no encontré el momento de incorporarlos. En eso debemos estar todos atentos.

Dr. Sunyer