Resumen. En este escrito abordo las relaciones que aparecen entre las personas que, con frecuencia, activan dos sentimientos llamémosle inconfesables: los celos y la envidia.

Palabras clave: función,celos, envidia, sentimientos, proyectos, proyecciones

Introducción

 

Fue un viernes intenso. El tiempo se nos fue de las manos y, para cuando me di cuenta, ya estábamos al final de la sesión. Eso suele suceder cuando se ha trabajado mucho o cuando el trabajo ha conectado con cosas que nos han activado un montón.

 

Por hacer una pequeña cronología recuerdo que comenzamos con mis disculpas. La verdad es que me sentí pillado entre mis promesas y la realidad posterior. No me gusta sentirme así porque, fundamentalmente, no me gusta faltar a la palabra. Pero, y en mi disculpa, no fue algo voluntario sino producto de la agenda afortunadamente llena. Dentro de lo que cabe.

 

Luego comenzamos a introducirnos en materia y en la realidad que veo desde mi percepción particularmente interesada: el espacio que media entre sesiones es suficientemente grande como para que me sienta desconectado de vosotros. A penas me sé algún nombre; pero creo que no es tanto por mi memoria cada vez más reducida, ni mi falta de interés, sino porque mi relación personal con cada uno de vosotros es muy escasa y queda englobada en el trabajo con todos.

El establecimiento de una relación

 

No sé si de ello se puede sacar una lección. Una relación se establece a partir de encontrarse con el otro, preferiblemente de forma real, tangible; no tanto virtual. Pero uno de los elementos que posiblemente sean más fundamentales es el de la frecuencia de esos encuentros junto con la calidad de los mismos. Estos encuentros sirven para “conocernos”, que es una forma coloquial de decir que a través de ellos vamos tejiendo nuestras interdependencias. ¿Cómo? Mediante nuestras charlas, más o menos informales, vamos mostrándonos, vamos enseñando lo que pensamos y sentimos, lo que opinamos y lo que hacemos. Es decir, nuestro mundo interior (si es que aceptamos la existencia del mismo) va mostrándose al otro. Y ese hecho va paralelo a que el otro también se muestre. Y es a través de estas charlas, estos encuentros más o menos espontáneos más o menos reglados, que nuestras fantasías, nuestros miedos, nuestros pensamientos se van compartiendo así como las sensaciones agradables o no que también aparecen. Y a través de ello se teje esta matriz, esta urdimbre de aspectos comunes, compartidos; así como comprobamos que hay otras zonas que no podemos o no queremos compartir. Por esto el tiempo que media entre un encuentro y el otro es un factor condicionante en el desarrollo de estas interdependencias.

 

El otro factor, el de la calidad, guarda relación, creo yo, con la cercanía que somos capaces de mostrar. Hay en ello no solo el lenguaje corporal sino las actitudes que mostramos y que indican si nuestro interés es global, estandarizado, protocolizado, o si por el contrario nuestro interés es conocer y apreciar (o querer) a quien tenemos delante. Hay una anécdota que me viene al pelo. En los últimos tiempos veo padres que en un esfuerzo por atender a sus bebés experimentan (quizás por primera vez) lo que es tenerlo en brazos. Esto está bien, pero lo que me sorprende es la forma de cogerlos. Lo que desde mi experiencia de años me dice es que al bebé hay que cogerlos en brazos; es decir, tus brazos configuran ese lecho en el que lo instalamos para tenerlos cerca nuestro. Pues bien, me sorprende ver que los cogen colocándolos en la palma de la mano, alejados de sí, como si de un jarrón se tratara. Y así, en esta dificilísima postura les dan el biberón con lo que da la sensación que a ese jarrón le enchufo un biberón. Incluso en algunas clínicas se impone esta práctica con la teoría de que hay padres a los que no les gusta que las enfermeras les sostengan en sus brazos… Bien, más allá de que cada uno hace lo que puede o sabe, lo cierto es que el lenguaje no verbal, el gestual lo dice todo. Pues bien, pasando a nuestro tema, en la relación hay que mostrar lo más semejante a lo que hacen las madres por tradición: abrazar al otro. Es decir, mostrar el deseo de que esa persona es querible por uno, y estar por la labor.

Proyectos y proyecciones

 

Fuimos desgranando la conversación y aparecieron algunas ideas como la de la proyección y el proyecto. Es curioso ver la etimología de estas palabras que nacen del verbo latino jacere, es decir, echar. Y en el caso de pro-yecto, algo se lanza, se “echa” hacia adelante. Y eso que echamos hacia adelante pueden ser muchas cosas: una idea que deseo realizar, una imagen que quiero que veáis, una empresa, una familia, un hijo o… Incluso cuando hablamos de proyecciones decimos aquello que la proyección al futuro de esta idea es… dibujando lo que esperamos que eso sea dentro de un tiempo. Un hijo, una familia, un grupo, una guardería o una escuela o un espacio familiar es un proyecto y tiene una proyección. Y eso es encomiable. Y no puedo dejar de aplaudirlo, de la misma forma que aplaudo este proyecto formativo. Pero si lo trasladamos al campo de la psicología dinámica estos conceptos tienen otra significación.

 

En efecto, en el lenguaje de la psicología dinámica, el término proyección alude a un mecanismo de comunicación y defensa. Es decir un mecanismo psíquico, que en principio es innato, mediante el que consideramos que lo que nos pasa, bueno o malo, viene de fuera, no nace en nosotros. Pero fundamentalmente lo malo. ¿Y por qué hacemos eso? Porque cuando el bebé tiene hambre no sabe que la tiene él: considera que hay un gran dolor o desazón y que se calman cuando viene su madre (o la persona que le cuida) y le da de comer. Y es cierto que con el tiempo va pudiendo discriminar lo que viene de fuera de lo que nace en él, pero en lo que atañe a los sentimientos, fantasías, temores y demás… la cosa es diferente. Y es tan así, que incluso cuando acuden los padres de un niño, si llora ellos serán los primeros en pensar que es porque no lo atendéis bien. O sea, el tema negativo siempre se coloca fuera. O sea, proyecto esos sentimientos o sensaciones desagradables en el otro. O sea las pongo ahí “porque no me gusta tenerlo aquí”. Pero la cuestión es algo más compleja porque… lo que se coloca fuera son en muchas ocasiones, aspectos parciales y eso hace que cosas muy valiosas no acaben de serlo porque las “esterilizamos” de esas cosas que no nos gusta reconocer que también las tienen.

 

Por ejemplo, volviendo al tema de los proyectos, en muchas ocasiones esos proyectos disponen de dos componentes (para simplificar). Unos agradables y otros que no lo son. No voy a meterme en los agradables, pero… esos no agradables ¿qué son? Por ejemplo, imaginad que tengo en mí un punto no muy digerido: una incapacidad por entender que la forma que tiene el otro de hacer las cosas es correcto. Si esto está muy interiorizado pero no lo admito, entonces cada vez que veo que alguien hace las cosas a su aire, a su manera, lo criticaré. O puedo desarrollar un proyecto asistencial que en su punto más interno tiene la filosofía de que eso que hace el otro está mal. Por lo que, ante el caparazón y la apariencia de un proyecto fantástico… se esconde otro que es no reconocer que esas otras formas son también correctas.

 

Este grupo está formado por profesionales que os dedicáis a eso que llamáis “escola-bresol”, es decir, guarderías (quizás no muy exactamente pero creo que es lo que más se acerca ya que guarderías-cuna o escuela-cuna… como que no acaba de definirse…) y “espais familiars”, o sea, espacios familiares. Estáis ahí por ser un proyecto de alguien o de vosotros mismos, o un tercero, una institución por ejemplo. Esto son proyectos en los que se trazan una serie de objetivos. Quiero pensar que tras ellos sólo hay objetivos de tipo puramente educativo (porque dependiendo de los organismos de los que dependen, excluido el afán de lucro que también está, puede haber un trasfondo politiforme que me preocupa). Centrándonos en la parte educativa y de apoyo a lo padres (fundamentalmente madres) que tienen determinados apuros en estos terrenos, ¿qué se pretende? Pero también ¿qué pretende quien o quienes lo proyectan y qué pretendemos los que ahí estamos? Un aspecto es el puramente económico: os ganáis parte del sustento (o todo él) con ello, pero ¿qué más? Puede ser que, por poner un ejemplo, haya una idea de tipo “voy a hacer el bien” o “voy a hacer lo que no pude hacer cuando fue madre”. En estas dos ideas y en otras muchas más, ¿qué elementos se cobijan? Porque, siguiendo con el ejemplo, si tomo la primera, ¿es que no hago el bien mediante otras muchas actividades? ¿Qué estoy tratando de realizar que no realicé? En la medida en que vayamos teniendo más claro qué es lo que se cocina tras la idea oficial más libertad tendré en realizarla. Y esto tiene una explicación.

 

Proyectar, siempre proyectamos. Es decir, es imposible no proyectar. Como es imposible no respirar, o no expulsar de nuestro organismo aquellas sustancias que no nos son útiles. Es decir, todos y durante toda nuestra existencia proyectamos: echamos sobre todas las cosas que hacemos aspectos nuestros, que nos pertenecen. Por ejemplo, ilusiones, deseos, fantasías… Sólo los autistas no lo hacen ya que por condición personal el autista es aquel que está encerrado en sí mismo. Y aún… porque a pesar de ese encierro, también proyectan cosas: su enfado, su desazón, su malestar, su fragmentación, su vacío… Así que la cuestión no está en no proyectar sino en saber qué cosas ponemos y en qué medida nos va la vida en eso que ponemos. Porque si en “hacer el bien” se encuentra inoculada una necesidad muy básica en nosotros, lo que va a suceder es que cada vez que en eso proyectado no localicemos esa cosa básica, nos lo pasaremos mal o fatal; y nos frustraremos. O si en el proyecto va la “reparación de algo personal” entonces ya no estamos en un proyecto más objetivable sino que en ello se nos va la vida.

 

En realidad esto es trasladable a las razones por las que una institución (en realidad las personas que la constituyen) lanza ese proyecto. No las razones oficiales (que de éstas sabemos todos un montón), sino las otras, las no oficiales. Aquellas que en realidad obedecen a esas razones menos confesables (en ocasiones totalmente inconfesables) de quienes lanzan algunos proyectos más por razones personales o políticas o económicas, o religiosas que por el deseo real de ayudar a esas madres que lo pasan mal porque no disponen de recursos personales ni económicos como para hacer frente a una situación de maternidad. Estamos en una sociedad un tanto perdida que ha encontrado la habilidad de vender con facilidad bajo apariencias éticas y demás, sistemas de hacer economía.

Pero hubo más ideas…

Las funciones familiares

 

Hablábamos mucho sobre las escoles bresol y los espais familiars. En estas dos ideas van incluidas dos que llaman mucho la atención: cuna y familia. La cuna, el moisés, es ese lugar en el que duermen los bebés durante los primeros seis meses aproximadamente de vida. Y es un lugar sobre el que la madre presta una atención especial ya que ahí está su vástago, su hijo. Cuentan las leyendas familiares que junto a mi moisés se colocaba el perro que tenían en casa no dejando que nadie se acercara a mí: esta leyenda en realidad habla de la importancia capital que tiene el bebé en una casa. Ese ser, no tan angelical como ha pretendido hacernos creer el pensamiento romántico en el que todavía estamos inmersos, centra toda la atención de la madre durante, al menos, los seis primeros meses. Y en mi opinión debería ser un año mínimo ya que con ello nos aseguramos que ese ser vaya mejor encarrilado en la senda de ser un individuo con bases fuertes sobre las que edificarse; pero esto es harina de otro costal.

 

Lo que sucede es que si la madre está centrada en el bebé no puede estar tan centrada en la familia. Es decir, en el resto de la familia. Y aquí surge un problema. Un problema serio, muy serio, que nadie o pocas personas atienden. Y no deja de ser un problema que afecta a la humanidad desde hace miles de años: cómo compaginar la crianza con el resto de las obligaciones para con los demás; y viceversa. Y escribir unas líneas sobre esto en este momento tan particular de nuestra sociedad no es fácil. Y mis palabras pueden oler a machismo.

 

La mujer, la madre es el punto de anclaje fundamental del bebé con el grupo social en el que va a residir y a desarrollarse. Pero este punto no es sólo una agarradera sino que transmite al bebé todo el bagaje familiar de la que ella es la portadora. Es decir, la madre procede de un grupo familiar que la ha formado, la ha constituido de una forma y no de otra. No es intercambiable. Su manera de sonreírle, de hablarle, de acariciarle o no, de mirarle o no, de cuchichear o no, etc., todo ello va imbuido del conjunto de valores y de significados que le fueron transmitidos fundamentalmente por su grupo familiar. Ahí podríamos ver a su propia madre, a la abuela, que tuvo una manera y no otra de hacer las cosas. Maneras que se fueron modificando a partir de otras experiencias pero que todas ellas quedan ancladas en las primeras. Y ahora, en la relación con el bebé cuando le cambia los pañales, cuando le sonríe y le canta una canción o cuando con determinados montos de paciencia comienza a introducirle los primeros alimentos algo más sólidos, en toda esta relación va involuntariamente tallando lo que serán los fundamentos básicos sobre los que el bebé crecerá posteriormente.

 

Y viceversa. El bebé, a partir de su particular forma de responder a los estímulos y que viene condicionado por su propia genética, va configurando a la madre. Va tallando, va favoreciendo o inhibiendo determinados comportamientos o respuestas de cuyo resultado sale como una especie de danza, de baile, de construcción conjunta de la relación materno-filial. Y si bien el cachorro humano no aporta (aquí tengo un gran interrogante, pero lo dejaremos) nada que pueda decirse que proviene de su pasado porque no lo tuvo, la madre sí se lo va transmitiendo: no a través de un lenguaje necesariamente verbal, sino no verbal, de actitudes, formas, maneras, tonos. Recuerdo cómo este fin de semana escuché a una abuela recién estrenada (y es una mujer con carrera, estudios…) cantarle a su nieto a modo de canción de cuna… ¡un anuncio televisivo!: me quedé atónito y pensé en la pobreza que esta mujer debía tener que lo único que podía transmitirle como canción amorosa era esa canción de un refresco. Y eso una y otra vez. Y claro que esto no va a determinar per se el desarrollo, pero… ¿qué significado tiene ese hecho en el conjunto de relaciones que esa persona establecerá con el bebé?

 

Pues bien, esto es todo lo que viene a través de la idea de cuna, de moisés. Y socialmente este aspecto no parece estar muy en boga. La presión y las necesidades económicas parecen ensombrecer este aspecto de vital importancia para el desarrollo de nuestros cachorros. Y junto a esas necesidades otro aspecto a considerar y que no es políticamente correcto. Porque, por decirlo de forma más suave, ¿cómo combinar los deseos de desarrollo profesional de una mujer con las necesidades de crianza que tiene no sólo su hijo (y ella como madre) sino ese hijo que es de la sociedad en la que nos encontramos?

 

Aquí viene la otra parte, la familiar. Porque para que la madre pueda desarrollar lo mejor que pueda y sepa sus funciones, precisa de la presencia del padre. El padre, ese ser que parece denostado en los últimos tiempos en nuestra cultura particular, debe ejercer una doble función: la de contener a la madre (sosteniéndola, reforzándola, ofreciéndole toda la seguridad posible para que ella pueda ejercer su tarea) y la de contener a la familia en la que se están dando estos acontecimientos.

 

El sostenimiento de la madre no es sólo el económico, que también. Es el sostén afectivo, es quien debe aportarle la seguridad y confianza para que ella deposite en él sus temores, miedos, inseguridades con la certeza que él no lo tomará como algo personal sino con la decidida comprensión de que ella le necesita ahí, sosteniendo el timón. En esta función juega un papel importantísimo también, su esquema familiar, su familia de procedencia. Ahí, la manera cómo ha sido tratado y la forma cómo ha visto que su padre trataba a su madre, las pautas y las formas cómo se expresaba este sostén, la manera cómo se van determinando los límites, las pautas, los ritmos, las frecuencias vienen determinadas por la acumulación de la experiencia que tuvo como hijo de sus propios padres. Y cómo ha ido entendiendo y entiende su rol en el sostén de la familia junto a las soledades que ello supone sabiendo que todo ello está al servicio del bienestar de ella y de la seguridad del bebé.

Sentimientos inconfesables

 

En todo esto que estoy escribiendo hay una fuerte lucha interna en cada uno de los integrantes de la situación familiar. La madre, cuando no se ve sostenida por el marido, cuando se ve atosigada por exigencias que provienen del bebé y del entorno que, en ocasiones, no parece ser capaz de entender su posición, la madre en estas circunstancias siente cosas inconfesables. Y el padre que muchas veces no es capaz de entender que él, en estos momentos, ya no está en la posición que estuvo. Ya no es ese sujeto “al que se le hace caso”, sino que es él el que tiene que hacer caso a su mujer y tolerar el estar en posición de reserva en la que atiende aquello a lo que el otro, la otra en este caso, no va a poder llegar.  Y tolerar que ese “segundo plano” no es una devaluación de su persona, ni es un pasar de él sino que es la respuesta necesaria ante algo más importante aún: el bebé. Y el padre, en estas circunstancias también siente cosas inconfesables. Y qué hacer con esas cosas que no pueden salir a la luz pública porque son vividas como algo terrible, vergonzoso y vergonzante, humillante a veces.

 

Hay dos sentimientos que aparecieron en la sesión y que están presentes siempre en las relaciones humanas: los celos y la envidia. ¿Puede un padre sentir celos de su hijo? ¿Puede una madre sentirlos también cuando ve determinadas relaciones entre el padre y el hijo? Evidentemente se puede sentir eso. El problema no es sentirlo sino que ese sentimiento nos pueda, nos sobrepase, nos domine. Hay dos sentimientos aparentemente inconfesables: celos y envidia.

 

Los celos son estos sentimientos que nos pueden llegar a aturdir y que nacen al suponer, sospechar, percibir, creer que el “otro” quiere más al hijo (en este caso) que a uno mismo. Que le hace más caso, que está más pendiente de él que de mí. Es siempre una situación triangular en la que uno de los vértices del triángulo siente que entre los otros dos vértices hay una complicidad, un afecto del que no participo.

 

La envidia es otra cosa. En principio tiene un componente destructivo pero fundamentalmente dirigido a aquella cosa que el otro tiene o puede tener. Y la deseo destruir porque eso que tiene o puede tener el otro no lo tengo yo. Pero este sentimiento parece estar ligado a un gran temor: si no lo tengo, ¿qué va a ser de mí? Es decir, el envidioso tiene en el fondo una gran inseguridad sobre si podrá sobrevivir o no sin aquel objeto, aquella cosa que el otro tiene. Como si en esa cosa viese unas propiedades casi vitales que le van a proporcionar al otro ese beneficio que creo necesitar yo y no él.

 

Ambos sentimientos, la envidia y los celos, son agentes potencialmente destructivos en la vida grupal. Y se manifiestan de forma cotidiana a través de comentarios, miradas, gestos, actitudes. Y se aprenden a través de las relaciones que nuestros mayores tienen con sus semejantes. Y a partir de las reacciones que veo en ellos en mí.

 

Pero me vais a permitir que lo deje aquí. Nos veremos dentro de unos meses.

 

Buen verano.

 

Dr. Sunyer

 

Texto sujeto a los derechos de autor. Y forman parte del material teórico.