Resumen. En este escrito abordo algo consustancial al vivir humano: la ansiedad. A partir de ella, explico en qué consiste, cómo articulamos las diversas vivencias que tenemos desde que éramos bebés, cómo se organizan estas vivencias que gracias a la cultura y el lenguaje adquieren carácter de transmisibles.

Palabras clave: grupo, ansiedad, cultura, percepciones, aparato psíquico, elaboración

Prólogo

 

Hoy nos encontramos con algunas novedades: aula nueva y unas cuantas sillas vacías. Algunas de esas sillas se fueron ocupando a lo largo de la primera media hora de trabajo, tardanza que podemos atribuir a la dificultad de ajustar horarios, aparcamientos, circulación… cosas todas ellas normales y a las que no hay por qué poner más significados a colación.

 

Nos pusimos pronto a trabajar y a los comentarios que ibais aportando les añadía alguna idea ya que me parecía que así podíamos ir encauzando esa primera hora de trabajo entre todos. Con algunas de las ideas que salieron pude esbozar lo que comenté en el tercer fragmento de nuestro tiempo.

 

Tras la primera hora larga de nuestro tiempo de contacto, se expuso un caso que nos dio mucho qué pensar. Le dimos vueltas y más vueltas y tuve la sensación de que pudimos sacarle punta. Y probablemente la que lo expuso, a la que coloqué de observadora de lo que había dicho, más: siempre se saca jugo cuando podemos ver las cosas desde una cierta distancia.

Ansiedad

 

Todos hemos sentido en más de una ocasión eso que llamamos ansiedad, que no es lo mismo que agobio. En realidad es la respuesta de nuestro cuerpo ante algo que nos genera inseguridad, un cierto temor. Esa sensación de no seguridad, de que algo puede pasar, puede tener una intensidad leve que no nos suponga un malestar mayor, o puede ir incrementándose hasta niveles elevados. ¿De dónde viene esa inseguridad?

 

Todos nosotros detectamos esos momentos en los que no sabemos qué va a pasar aunque sabemos que algo sí va a suceder; y desconocemos las repercusiones de ello. Y nuestro cuerpo, es decir, nuestra mente y nuestro cuerpo que forman una unidad indisoluble, acusan este malestar y… generan respuestas. Respuestas informativas para uno y en ocasiones para los demás. Y no solo a nivel individual sino también de forma colectiva. Cuando las noticias que recibimos alarman, generan tensión, la ansiedad del grupo social, del cuerpo social, se incrementa. Esa tensión genera o puede generar más rencillas, más peleas… o más visitas médicas.

 

Ya desde bebés detectamos momentos en los que se nos activa un cierto temor, liviano si queréis, ante variaciones cualesquiera de nuestro entorno o de nuestro propio organismo. Esas variaciones (imaginaros las miles de pequeñas variaciones que el organismo puede detectar) generan una reacción a la que llamamos ansiedad. Un cambio más o menos repentino de luz, o un ruido novedoso, una voz diferente, una textura anómala, un movimiento intestinal no registrado anteriormente… todas estas y una infinidad de modificaciones activan en el organismo del individuo una reacción a la que llamamos ansiedad. Cuando esa ansiedad tiene matices marcadamente somáticos suele recibir el nombre de angustia. Ambas, ansiedad y angustia, siempre son la señal de alarma ante un peligro, real o imaginado; pero peligro a fin de cuentas.

Respuesta individual

 

Ahora voy a hacer una abstracción: voy a considerar que el individuo es un organismo aislado de los demás. No lo pienso, realmente; pero a veces conviene estudiar una gota de agua del mar para conocer qué es el agua.

 

¿Qué hace el organismo individual ante ello? Lo procesa, es decir, digiere aquello que ha sucedido incorporándolo dentro de lo que podríamos llamar “catálogo de situaciones que se dan en mi vida”. Esto es como un registro dinámico que estructura esquemas relacionales que se activarán toda la vida. Pero esta catalogación no es un simple anotar, no un sencillo apunte en esa inmensa libreta de registro que es nuestra memoria, sino que junto a la anotación añadimos el “impacto afectivo” con la que hemos tomado esa nueva situación, y apuntamos también el esquema relacional que viene adjunto a la vivencia. Estos tres elementos, el impacto en sí, la tonalidad afectiva que le rodea y el elemento relacional van a tener una gran importancia a lo largo de toda nuestra vida. Es decir, todas y cada una de nuestras infinitas vivencias posee este tripartito de elementos que a partir de nuestro crecimiento y maduración neuronal subsiguiente, van consiguiendo unirse, entrelazarse entre sí. Pero también se entrelazan cada uno de esos tres elementos con los que tienen otras vivencias de lo que resulta una complejísima matriz, malla, urdimbre, entramado que es con el que caminaremos toda nuestra existencia.

 

Estos tres elementos deben ser integrados, es decir, incorporados a la experiencia vital para que la vida pueda seguir transitando con una cierta normalidad. La incorporación significa que lo que llamamos sistema psíquico o aspecto psíquico del individuo queda constituido por todos y cada uno de los “impactos”, por todas y cada una de las experiencias vitales que inciden en la vida de esa persona.

 

Para que eso que en este texto he venido a llamar “impacto” y que el sujeto debe ir elaborando, hemos constituido un aparato mental, al tiempo que ese aparato es constituido gracias a estos impactos: el resultado conjunto de la actividad de los diversos centros no sólo neuronales sino de todos aquellos otros puntos ubicados en el cuerpo que acaban integrando las vivencias que vamos teniendo. Es decir, ese aparato mental es una realidad intangible que a partir de su base real, física, que podemos medir, valorar, fotografiar…, etc., eso en su conjunto crea algo intangible a lo que llamamos aparato psíquico. La expresión palpable es eso que llamamos pensamientos, emociones, sentimientos, fantasías, aspectos todos ellos que vienen determinados por la cultura en la que nos hemos desarrollado.

Papel de la cultura

 

Si por cultura entendemos el resultado del proceso colectivo a partir del que laboramos las diversas vivencias que tenemos tanto individual como colectivamente, esa cultura viene articulada mediante el lenguaje que es el sistema por el que todos los colectivos humanos comparten sus experiencias vitales. Evidentemente estas experiencias comienzan a compartirse a partir de las relaciones que el bebé tiene con su madre y ésta con él. Ambos van cocinando, van creando su cultura particular que, de forma inevitable, viene articulada con la cultura (el poso cultural) de la madre, el padre, la familia… Y estas cosas se articulan de forma similar a cómo se articula el lenguaje.

 

Dicho de otra forma, eso que llamamos aparato psíquico tiene una estructura de lenguaje y, por lo tanto, comunicativa. Es decir, a lo largo del proceso civilizatorio por el que vamos dejando atrás nuestro antepasado más primate hemos ido avanzando en el sentido de dotar de significados todo lo que nos acontece. Esos significados se articulan formando una especie de malla dinámica, no estática, no rígida, que facilita que todo suceso de nuestra vida tenga cabida en la matriz de significados que vamos construyendo a lo largo de nuestra existencia individual y colectiva. Pero no siempre es así.

 

En efecto, cuando nos sucede algo, por nimio que sea, ese algo tiene que ser articulado mediante un significado. Es decir, le ponemos palabra. Al hacerlo nos damos la posibilidad de poder hacer algo con aquello que nos ha sucedido. Por ejemplo, hoy al inicio de la sesión éramos pocos. Este hecho, banal si se quiere, deja un impacto en el momento en el que es percibido por mí. Esa percepción busca inmediatamente un significado a las ausencias: no han llegado todavía, se han encontrado con problemas de tráfico, les da pereza venir, se han quedado decepcionados por la experiencia anterior, se han asustado… y así podríamos ir ampliando los significados que le puedo dar a la percepción de las sillas vacías. Al otorgarle significado me siento con más capacidad para poder hacer algo con esa percepción. Si no puedo otorgar significado me encuentro con una percepción a la que no puedo dar salida y eso genera malestar; y por lo tanto una pequeña cantidad de ansiedad. Es decir, esa ansiedad proviene de no poder atribuir significado alguno a lo percibido por mí. En cuanto puedo atribuir a ese hecho una razón que me explique por qué estas sillas están vacías, con independencia de si la razón es correcta o no, mi ansiedad puede comenzar a reducirse. Cierto que podría atribuir razones erróneas, pero esto no es el caso ahora.

 

De la lista de razones que encontré para comprender el por qué estaban vacías aquellas sillas unas pueden ser “reales”, es decir, coincidir con la razón real por la que no han venido estas personas. Pero esto sólo lo puedo saber preguntándoselo cosa ésta que no siempre puedo hacer. Otras pueden no ser reales ya que contienen aspectos que provienen más desde mi propia experiencia (aunque en último término todas provienen de ahí) que en el caso que tenga dudas sobre mi hacer del día pasado pueden facilitarme creer que fui un mal profesor. Si sigo por esta senda podréis comprender que mi actitud ante el grupo actual, el que tengo delante en estos momentos, comienza a modificarse. Es decir, las interpretaciones no sólo intelectuales sino sobre todo afectivas que atribuyo a los hechos de mi vida condicionan no sólo cómo soy sino cómo me relaciono. Pero volvamos al tema inicial.

La ansiedad

 

Decía que todas y cada una de las experiencias que tengo con lo que me rodea (en especial con las personas que me rodean) y conmigo mismo quedan registradas en un triplete de elementos. La elaboración de este triplete me va a ir asegurando un tipo de relación y de vínculo con lo que me rodea (en particular las personas) y conmigo mismo. Lo habitual (por no decir lo normal ya que esta palabra tiene connotaciones que no siempre facilitan la comprensión) es que la experiencia afectiva determine la relación que tengo con lo sucedido. Cuando esa experiencia me genera una pequeña ansiedad, levemente soportable, para que pueda seguir viviendo con cierta normalidad uno de los recursos puede ser evitar esas situaciones que me resultan desagradables. Esa evitación que todos tenemos ante diversas cosas (esta comida no me gusta, o no me resulta agradable ir ahí, o…) toma cuerpo y, en la medida en que la reacción activada no suponga un problema mayor, ahí voy con ella con tranquilidad. De hecho todos nosotros tenemos esas cosas y no por ello dejamos de ir por la vida más o menos bien. Si su importancia aumenta pueden comenzar a aparecer comportamientos que los clínicos denominamos “fóbicos”. Es decir, las fobias son una reacción puntual o más o menos extendida o incluso extendidísima, ante determinadas situaciones que nos generan un malestar insoportable. Y evidentemente dependerá de lo incapacitante de esa reacción para que precise de la ayuda de un profesional o no.

 

En otras circunstancias lo que hacemos ante la dificultad de integrar es desarrollar mecanismos de control de las posibles situaciones angustiantes. De esta forma en unos casos podemos decir que somos muy ordenados, que somos meticulosos, que somos escrupulosos, que… hasta comenzar a desarrollar mecanismos más complejos de control que nos lleven a lo que los clínicos llamamos cuadros obsesivos. Y que pueden ser graves, gravísimos, y que su gravedad proviene de cuánto interfiere esos cuadros en el vivir normal de cada quien.

 

Cuando estas defensas o formas de superar la ansiedad que nos generan las cosas del vivir no son suficientes los cuadros que comienzan a aparecer salen del terreno de lo neurótico (que es el que en principio se ubicarían las alteraciones anteriores) y nos meteríamos en terrenos más psicóticos. Estos terrenos hablan de niveles muy altos de ansiedad ante los que el sujeto desarrolla una serie de mecanismos mentales para tratar de aminorarla. Pero ello no significa que veamos a alguien sudoroso, o con taquicardias de ansiedad…, no. Dicha ansiedad puede estar ahí, medio oculta y sólo se manifiesta por estas alteraciones que a muchos sorprende y a otros asusta: alucinaciones, delirios…

 

Ahora bien, todas estas cosas de las que he venido hablando son formas en cierto modo sanas de adaptación del individuo ante amenazas que percibe como terribles y que no puede capear de otra forma. Y son siempre reacciones que pasan por la mentalización, es decir, por procesos de elaboración más o menos afortunados que tratan de encajar sucesos reales o imaginados de gran importancia para el individuo. Pero no siempre eso es así. Hay situaciones en las que nuestro aparato psíquico no es capaz de poner la maquinaria elaboradora en marcha.

 

¿Qué sucede cuando andamos con nuestro ordenador y éste, ante el agobio que le produce un exceso de presión por nuestra parte que queremos que nos haga más cosas en menos tiempo, comienza a bloquearse, las teclas no responden, nosotros seguimos insistiendo y de pronto aparece aquello de “este programa no responde”? Pues que lo pasamos fatal porque ese ordenador se ha bloqueado. Pues bien, en ocasiones nuestro aparato mental se bloquea. Cuando el aparato mental no puede elaborar de ninguna forma hechos que para el individuo son muy significativos, la tensión se desplaza hacia el cuerpo y aparecen los cuadros de enfermedad somática: fibromialgias, cánceres, problemas hepáticos, etc. Eso es: el cuerpo somatiza la tensión excesiva que no pudo elaborar en su momento. Que se somatice no significa que la enfermedad sea imaginaria. En absoluto. El malestar de la persona que tiene una fibromialgia, una cefalea, una alopecia, un cáncer…, ese malestar es real, tangible. Lo demuestra todo tipo de estudio. Lo mide, lo fotografía… Es real como la vida misma. Pero esa realidad no oculta la otra: la existencia de momentos críticos en la vida de esa persona que han activado procesos internos, desequilibrios encimáticos, proteínicos…, cuya consecuencia es esa enfermedad que vemos ante nosotros.

 

En otro orden de cosas pero siguiendo la misma senda encontramos todos los desórdenes con los que os encontráis a diario: desmembramientos familiares, desarraigos, migraciones, pérdidas de empleo… que son realidades sociales que generan y vienen generadas por alteraciones psicológicas profundas. En muchas ocasiones las personas a las que atendéis no son las generadoras directas de la situación precaria ya que el origen está en otras personas que han ido generando esa enfermedad que ya tiene carácter colectivo. Pero en otras no es tan así.

 

Pues bien, ¿y ante todo eso qué hacemos? Atenderlas. Atenderlas para que puedan desarrollar recursos (que en realidad ya tienen pero no lo saben) que les permita superar la situación estresante, patológica, en la que viven. Y para realizar esta atención establecéis una relación a través de la que tratáis de introducir modificaciones. ¿Cómo? Por lo general, hablando. Porque en este hablar lo que estáis intentando hacer es activar procesos de elaboración mental. Procesos que en principio se dan porque vosotros, cual baterías suplementarias, aportáis esa “energía” con la esperanza de que se pongan en marcha esos mecanismos que el otro tiene. Es decir, tratáis de activar procesos de metabolización que permitan que puedan integrar alguno de los hechos que han determinado su vida. Porque si se activa esta metabolización, los procesos vitales que les llevan a una patología social o incluso somática, puedan ser ubicados en terrenos más sanos que son los primeros de los que hablé.

 

Pues bien, cuando esto lo hacemos en situación grupal lo que observamos es que ese grupo entonces se convierte en un espacio mental de elaboración de los procesos patológicos y patogénicos en los que esas personas se han instalado. Habéis convertido el espacio grupal en espacio mental de elaboración de sus situaciones personales. Esto pues es el grupo.

 

Dr. Sunyer

 

Marzo 2011

 

Los comentarios se refieren a las sesiones que he realizado con los profesionales que han acudido al curso que organizó la Diputación de Barcelona.