47)¿QUÉ PUNTOS CONSIDERARÍAS NECESARIOS PARA ENTENDER LA APROXIMACIÓN SOCIAL?

47) De acuerdo, ya tenemos los autores básicos de referencia: Freud y los que fueron desarrollando su teoría psicoanalítica, Lewin y el desarrollo de la teoría de campo y su propuesta de la conducta vinculada al entorno,  Goldstein y las aportaciones en el terreno de lo que podríamos llamar la neurología, y Elias y Castells que como sociólogos nos han hecho contribuciones que nos hacen pensar bastante respecto al individuo en el seno de la sociedad y los mecanismos de poder asociados a la comunicación. Si nos centramos ahora en la propia psicoterapia de grupo, ¿qué puntos básicos considerarías necesarios para poder entender la aproximación grupal?

 

Te decía, Lola, que una de las funciones necesarias y suficientes es la de teorizar. Teorizar no supone estructurar un grupo de ideas o pensamientos cerrados y constituidos cual fortaleza; representa, como etimológicamente significa: mirar, contemplar, reflexionar. Elaboramos lo que sucede en un grupo, lo que les sucede a las personas que lo integran desde un posicionamiento teórico, vemos las cosas desde un particular ángulo para poderlas explicar; y al hacerlo, teorizamos. Confeccionamos una serie de ideas más o menos congruente y coherente que nos permita entender a cada uno de nosotros, qué sucede en el grupo o grupos con los que trabajamos, qué sucede entre el sujeto y los demás, por qué emergen conflictos y qué pasa con ellos, qué sucede con las tensiones que todo ello conlleva, etc. En este sentido hay, al menos, nueve aspectos básicos en el momento de teorizar: uno hace referencia al reconocimiento de nuestra posición relativa respecto a los pacientes. El segundo es la comprensión del conflicto como expresión del sufrimiento humano. En tercer lugar que este sufrimiento conlleva una detención, parcial y en ocasiones casi total del desarrollo del individuo en su proceso de individualización. En cuarto lugar que la patología no deja de ser otra forma de resolver lo que no puede o sabe resolver. Un quinto elemento es que la intervención debe considerar las posibilidades del otro aceptando la frustración que ello supone para nosotros. En sexto lugar, el reconocimiento de la red, de la matriz de relaciones de interdependencia vinculante de y con todo el grupo del paciente. En séptimo lugar, la importancia de los procesos transferenciales. En octavo lugar, la consideración del grupo como espacio en el que se instalarán las fuerzas pato y normogénicas de todos sus integrantes, tu incluida. Y en noveno lugar, la consideración del grupo como agente psicoterapéutico básico.

 

La palabra Teoría proviene del latin theatrum, y éste a su vez, del griego θέατρου (…) y del verbo θεωρέω, que significa contemplo, examino, estudio (Corominas, J. 1974) Eso nos da pie a pensar que cuando consideramos las teorías como cuerpos cerrados nos estamos alejando bastante de la posibilidad de entender que en realidad una Teoría es considerar que estamos ante un proceso intelectual y emocional a través del cual tratamos de entender algo más aquello que tenemos delante; con un problema añadido: somos parte –lo queramos o no– de lo que investigamos, por lo que la objetividad no existe. Como estamos incluidos en el campo que estudiamos, hay una inevitable contaminación por la imposibilidad total de establecer una distancia. Pero hay otro aspecto: todos tratamos de defender nuestras afirmaciones y más si provienen de la experiencia. Pero como estamos inmersos –como bien diría un Elias siamés de Lewin– en un campo de poder, al afirmar nuestras posiciones también estamos reafirmando una posición de poder –si prefieres pensar en influencia– respecto a los demás; lo que nos llevaría a considerar cómo las teorías son utilizadas no solo como fuente de conocimiento a compartir sino como instrumento de poder ante los demás; por no añadir cuánto de personal –es decir, proyectado sobre– hay del desarrollo de cada una de las teorías. Pero no seguiremos por esta senda que  nos alejaría del objetivo.

 

Cuando uno trabaja lo hace en un contexto determinado, bien sea en un marco público o privado, de forma individualizada o en el seno de un equipo de profesionales, en un entorno en el que priman unas u otras concepciones de eso que llamamos enfermedad, procesos curativos, formas de ver al ser humano, y en el que las filias y fobias que sentimos unos profesionales respecto a otros también están presentes. Y trabajamos, sobre todo, con personas que presentan unas u otras formas de expresión del sufrimiento. Por lo general estas personas son los libros a través de los que aprendemos más allá de los condicionamientos que provienen del contexto al que aludí anteriormente. Las lecturas de estos textos –es decir, la comprensión de estas personas– está muy condicionada por las características de cada profesional, por su experiencia vital y clínica, por las relaciones que mantiene con los compañeros del equipo y con el grupo de profesionales al que pertenece, y por las que establece con la persona de la que va a aprender. Eso mismo sucede aquí, en esta entrevista y de lo que en ella se va sacando en claro. Qué me preguntas, qué te contesto, cómo lo leerá el lector, porqué estas y no otras preguntas, todo ello viene muy influido por mis experiencias, las tuyas amigo lector… Muchas son, pues, las condiciones que determinan la comprensión de lo que le pasa a una persona, y de ellas depende el tipo de aprendizaje y su proceso. Éste nos lleva a considerar que en cada caso priman unas cosas sobre otras. Es decir, hay pacientes en los que la urgencia y la necesidad de su expresión patológica nos inclina a pensar que lo más adecuado es centrarnos en un tipo de actuación y no en otra. Esto ya es una elección asistencial. Pero salvado este escollo, ¿cómo entiendo lo que le pasa a esa persona y dónde considero que se ubica el punto “conflictivo” para que la relación que se establezca tenga un objetivo psicoterapéutico? Este ya es un punto básico que cada cual tiene que responder.

 

Si retomamos la posición que se nos abrió a partir de Freud, ese conflicto o mejor, esa expresión del conflicto psíquico, ¿a dónde nos puede llevar? Creo que no erramos si pensamos que lo que nos expresa es la manifestación de algo que va más allá de lo que sabe sobre lo que le pasa. La presencia de un cuadro de elementos que le preocupan, de rituales obsesivos o situaciones que le generan ansiedad, de consumos a lo que se ha habituado, de comportamientos de ruptura constante con su entorno, etc., todo eso hace alusión a otros elementos de los que no es consciente. Desde esta posición se puede considerar que el conflicto que surge de traumas infantiles y de otras situaciones que el individuo ha ido acumulando a lo largo de su vida, se materializa en su patología individual. Coherentemente con ello, el profesional, más allá de si la intervención va dirigida a facilitar la adquisición de una habilidad determinada o de potenciar una actitud, procurará entender qué trata de decirnos con esa expresión de sufrimiento; porque toda ella conlleva un mensaje, una información que desea compartir. Segundo punto.

 

Si consideramos que los lazos familiares han constituido el crisol en el que esta persona se formó, podremos tratar de entender qué elementos guardan relación con personas significativas de su grupo íntimo, de manera que a través de los diversos mecanismos de relación y de defensa que se han organizado a lo largo de su historia, la expresión de su sufrimiento haya acabado tomando ésta y no otra forma. Como ves, la idea no sería tanto la de que “algo le traumatizó” sino que las interdependencias que se han ido organizando con las personas que constituyen su núcleo familiar y con otros representantes del mismo, han paralizado –involuntariamente, claro –el normal desarrollo e integración de esta persona con su grupo. En consecuencia, los derivados de los aspectos que han quedado sin poder ser comunicados, compartidos con el grupo familiar, han ido adquiriendo un grado patológico que les incapacita para poder seguir su desarrollo personal. La patología podría ser vista como la expresión de un patrón parcial o muy generalizado de una forma de crecimiento psíquico derivado de las zonas de incomunicación con el grupo de pertenencia. Es decir, en su desarrollo psíquico hay zonas que han quedado paralizadas, que no han podido evolucionar, con lo que la expresión del sufrimiento sería, en realidad, la de la zona o zonas que se anclaron ahí. Eso supone que hay lazos con aspectos familiares que persisten de forma patogénicamente anclados en desarrollos paralizantes. Y lo más seguro es que esa paralización no sólo tenga una función muy concreta en el seno del grupo familiar y que esté vinculada a núcleos patogénicos del entramado familiar que se han ido transmitiendo a lo largo de varias generaciones, sino que el paciente no tenga ni la más remota idea de en qué consiste tal paralización del desarrollo –por formar parte de él–. El desarrollo se detiene porque no se encuentra la forma de integrar sucesos, vivencias, actitudes o afectos que tienen una particular significación tanto para el sujeto como para el grupo familiar en el que está inserto. Esa parálisis no posibilita o al menos interfiere mucho en el desarrollo de los elementos normogénicos que son los que, en definitiva, posibilitarán su desarrollo y en los que nos tendremos que apoyar. Este es otro punto que también considero básico.

 

Anteriormente hemos hablado de la búsqueda del vínculo con el objeto como el aspecto básico de todo ser humano, por mucho que venga acompañado y ocultado por la de la satisfacción. En el momento en el que nos encontramos, la función que tiene ese anclaje paralizador es el de mantenernos vinculados con aspectos parciales de las personas que nos han resultado y resultan significativas, deteniendo nuestro desarrollo ya que éste es vivido como poderosamente amenazador para esos mismos vínculos (y por consiguiente para con las personas a través de las que estamos entrelazados) y para nosotros mismos. Esta parálisis busca, en el fondo, reparar ese mismo vínculo (o vínculos) mediante un enganche más o menos masificado a través de afectos y su significado con la o las personas que sostienen ese vínculo, y en el mismo proceso reparador vuelve a emerger el daño fantaseado, por lo que se paraliza cualquier movimiento. Ello hace que se presenten como más evidentes conductas, ideas y fantasías más propias de fases antiguas del desarrollo psicogenético que aquellas otras más adecuadas a la edad cronológica de la persona con la que estamos. Y las modificaciones de esa parálisis, como afectan no sólo al individuo sino al entramado del grupo familiar, son vividas como poderosamente amenazadoras, como un salto al vacío. Por esto se cortocircuitan, se boicotean, o se realizan modificaciones tan drásticas que la propia rotundidad del cambio vuelven a paralizar el movimiento. El conflicto también es una medida reparadora. Este sería el cuarto punto.

 

Como la angustia que rodea toda esta situación es muy elevada, se entiende que haya quienes pongan más énfasis en propiciar el desarrollo de las capacidades yoicas y de los “comportamientos normales” olvidando que tales detenciones del desarrollo están ancladas a conflictos que van más allá de la individualidad del sujeto y que son inseparables de las relaciones en las que cada persona está inserto y cuyas raíces se pierden en el pasado de su desarrollo afectivo; aunque se actualizan en la relación  tanto la normal, generando problemas, como en la asistencial. Por esta razón todo proceso terapéutico debe tener presente, en palabras de García Badaracco, “el equilibrio  que tenga en cuenta la situación total en que se encuentran las personas involucradas, lo que necesitan de apoyo y reaseguramiento, lo que pueden tolerar de esclarecimiento, y evaluar la fuerza y perseverancia que van a poder poner para mantener la continuidad necesaria para que el tratamiento pueda lograr algún resultado” (1990:92-3). La consideración de las posibilidades reales nos coloca en un punto en el que hay que aceptar las limitaciones y la frustración correspondiente. Un quinto punto, pues.

 

Desde lo que M.Klein y muchos de sus seguidores nos han ido enseñando podemos saber que esos anclajes de los que estamos hablando se corresponden a núcleos de objetos interiorizados cuyos componentes destructivos son lo suficientemente poderosos como para paralizar la capacidad integradora propia del desarrollo de cada persona. La cantidad, importancia y destructividad de dichos grupos de objetos interiorizados determinan el grado de patología que presenta la persona o personas con las que estamos trabajando. Dicho de otra forma, a más patología mayor nivel de conflictividad entre objetos internalizados, lo que se actualiza en la conflictividad que tienen estas personas con otras, que no dejan de ser sino las actualizaciones en el aquí y ahora de representaciones de esos mismos objetos internalizados y sus estructuras relacionales. Y que quienes constituyen el núcleo familiar, además de ser representantes y representaciones de esos objetos son también quienes de forma involuntaria e inconsciente, sostienen, mantienen y alimentan el mismo conflicto. Y ello a través de las representaciones simbólicas que cada persona supone para las demás y de los símbolos que esas relaciones interpersonales, esas interdependencias vinculantes representan. Sin olvidarnos, claro, de que también estas personas están entrelazadas con otras, han establecido interdependencias vinculantes con otras personas del núcleo familiar, laboral, social, cultural…, por lo que también están condicionados y condicionan el proceso de desarrollo. Este sería el sexto elemento fundamental para mí.

 

Y todo esto de lo que estamos hablando, se actualiza ipso facto, en la relación asistencial que establecemos con el paciente, gracias a la transferencia. Es decir, los lazos patogénicos (aunque también habría que hablar de los normogénicos) con los que cada uno va por la vida, se instalan en la relación asistencial. Pero esta instalación no es intelectual, no es sólo algo que el paciente coloca sobre el profesional sino que en esta acción, el profesional queda atrapado en esa trama por el paciente y reacciona ante ello. Eso explica la complejidad de nuestro trabajo ya que, al tiempo que esas personas de forma natural e involuntariamente se nos entrelazan a través de las mismas características con las que están entrelazadas con las personas han sido o son significativas para ellas, nosotros también lo hacemos con ellas, resultando un anudamiento complejo en el que intervienen no sólo las características pato y normogénicas de estas personas, sino las nuestras. Incluso más: porque como quiera que estamos en un contexto determinado, como antes señalaba, ese mismo contexto activa y actualiza aspectos de estos lazos pato y normogénicos de los que hemos estado hablando, de forma que nuestras actuaciones profesionales vienen también teñidas por esas actualizaciones. Es decir, las fuerzas de campo que indicara Lewin son, a mi modo de ver y en realidad, todo un conjunto de elementos limitantes unos, posibilitadores otros, que se activan inevitablemente a través de las relaciones que establecemos entre las personas que trabajamos en un determinado lugar, pacientes incluidos. La transferencia constituye un séptimo punto de trabajo.

 

Con todo este panorama, lo que unos ojos entrenados pueden ir visualizando no es otra cosa que la idea de globalidad que ya Goldstein desde un ángulo y Elias desde otro nos indicaran: hay una continuidad entre los aspectos bio, fisio, psicológicos del individuo y los sociales y comunitarios. Lo que nos coloca en una posición privilegiada para poder ofrecer una intervención grupal. El grupo en este contexto es el lugar de actualización no sólo de los núcleos patógenos de sus integrantes sino y sobre todo, el espacio en el que se van a poder establecer unas interdependencias vinculantes normógenas, en donde van a poder desarrollarse experiencias vivenciales y emocionales compartidas (García Badaracco, 1990:239). Y es a través de las relaciones que se dan entre los miembros del grupo en el que estamos incluidos donde vamos a poder ir viendo el entramado grupal y extra grupal como un elemento complementario que nos posibilita una mayor comprensión y disponibilidad de recursos en beneficio de estos pacientes. Octavo punto de referencia.

 

Eso supone considerar al grupo de psicoterapia no tanto como un coadyuvante del tratamiento ni incluso como un coagente, sino como agente del mismo. En este sentido hay que entender las palabras de Kauff, P. F. (1995), cuando poniendo el acento más en la posición del terapeuta, dice: cuando se añade el concepto del terapeuta acerca del papel del grupo en el proceso de tratamiento, de esto se sigue por lógica la fuente y tipo de datos que buscará y la naturaleza de la intervención que realizará. De esta manera, identifican tres orientaciones principales. La primera, el grupo puede utilizarse principalmente como entorno para el tratamiento, en la que la interacción más importante es aquella que se da entre analista y paciente en un momento dado. Se considera que la patología se origina y localiza dentro del individuo y éste quien es el objeto principal de la terapia. En segundo lugar, el grupo en sí se considera como objeto del tratamiento. En esta orientación, se concibe la psicopatología se localiza en el grupo como un todo. La terapéutica de la psicopatología requiere del tratamiento del todo el grupo. En tercer lugar, es posible el empleo del grupo como un agente significativo o, aún más, único, para el tratamiento. A pesar de que, en general, en este enfoque se piensa que la patología se ubica en el individuo, el objeto designado del tratamiento, es el poder terapéutico del grupo el que se moviliza para tratar la patología (:13). La propuesta de Kauff se dirige más al rol que juega el grupo en el tratamiento definiendo un punto más de consideración.

 

Estos nueve aspectos no dejan de lado lo que desde mi perspectiva significa y tiene un excepcional valor psicoterapéutico: el reconocimiento de las interdependencias vinculantes que se establecen entre las personas que constituyen el grupo. Este es el lugar en el que, a mi entender, se va a manifestar con toda la intensidad la patogenia de los núcleos a los que cada uno está atrapado y sobre todo, la normogenia que todo individuo y grupo son capaces de desarrollar. Los atrapamientos vinculantes que establecen las interdependencias constituyen los núcleos de la patología y la normología. Desintrincar unos de los otros es todo una labor de artistas.