Resumen.  En este texto abordo cuatro ideas que me parecen importantes: el de paciente, sufrimiento humano, mecanismos de defensa y los elementos que generan malestar del estar en compañía. No profundizo mucho ya que en los prolegómenos de la formación ya que prefiero abordarlos de forma natural que meterme en berenjenales conceptuales.  

Palabras clave:paciente, sufrimiento, mecanismos de defensa, compañía, grupo

Pensaba que quería transmitiros un par o tres de ideas más que no aparecieron en el otro escrito. En efecto, el escrito anterior hablaba de algunos aspectos de la relación que los profesionales debemos tener presentes cuando nos encontramos ante un paciente, pero había otras cosas que se quedaron en el tintero y que me gustaría poder compartir. Una de ellas tiene que ver con la palabra que utilizamos para quien nos pide nuestros servicios. Se hablaba de paciente, usuario…, yo siempre utilizo el término paciente. Y digo paciente en el sentido etimológico del término: el que padece. Posiblemente este sea un aspecto que se nos escapa con cierta frecuencia.

Paciente

 

Desde el ángulo en el que escribo, toda persona que acude a un profesional presenta un nivel de padecimiento determinado. Y entiendo que sea difícil de aceptar. Es decir, desde la más sencilla de las situaciones a la más compleja, cuando pedimos ayuda es porque hay algo que nos hace sufrir; ya que de lo contrario lo resolveríamos por nuestra cuenta. Por ejemplo, si llamo al fontanero es porque hay un grifo o algo relacionado con las tuberías que me hace sufrir, que no funciona correctamente. Podríamos decir aquí que el nivel de sufrimiento es bajo e incluso habrá quien me diga es esto es una exageración de psicólogo. Claro, soy psicólogo y si escribo siendo eso no puedo pensarlo desde otro ángulo.

 

Si acudo a un centro de asistencia primaria hay algo que me lleva a ello: un determinado dolor, padecimiento ubicado en mi cuerpo: aquí podríamos decir que el nivel de sufrimiento es más alto. Si acudo a un centro cívico porque busco actividades que me ayuden a mantener contacto con los demás, el nivel de sufrimiento también es elevado ya que el aislamiento, si bien no mata necesariamente, sí me empobrece y al final puedo enfermar.

 

Como veis, la medición del sufrimiento es subjetiva, por lo que desde fuera podemos pensar que es una tontería eso de ir al médico por un dolor de cabeza o porque no puede dormir. Desde la calle diríamos, pues que ¡cuente corderitos! Sin embargo la experiencia subjetiva de ese dolor puede ser muy elevada. Y, por recoger el caso que aparecía el pasado martes, el grado de sufrimiento de quien cuida a su madre que tiene una determinada enfermedad que le inhabilita y paraliza, puede ser muy elevado. Y es en este sentido que pienso que siempre tengo un paciente ante mí. Alguien que padece por algo. Y el considerarlo así no significa una devaluación de su persona, antes lo contrario: valoro el grado de sufrimiento que tiene, e incluso el que él mismo siquiera conoce. Esto me lleva a otro lugar que se corresponde con otra segunda idea que se quedó en el tintero.

Sufrimiento humano

 

Todos los seres humanos sufrimos. Cierto que hay sufrimientos que parecen mayores que otros; pero el sufrimiento es subjetivo y lo que para unos puede ser una tontería para otros no lo es. Y es que ante el sufrimiento las personas todas nos organizamos de alguna manera para que ese sufrimiento no sea tan fuerte. En el mundo en el que me muevo ese sufrimiento viene con apellido: ansiedad; otros le llaman nervios. Es decir, esa persona que sufre presenta una determinada ansiedad que puede no ser paralizante pero no por ello deja de generar mucho malestar. Y esa predisposición a sufrir, a la ansiedad que deriva de ese sufrimiento está en nosotros desde el mismo momento de nacer (si no antes).

 

Por ejemplo, hay estudios sobre el “sufrimiento fetal” cuando la madre está estresada. Ahí diríamos, ¿sufrimiento fetal? ¡Pero si ni ha nacido! Ya, pero ya es un cachorro, pequeñito, muy pequeñito. Un cachorro humano. No un grano como pretenden algunos. Y desde ese momento en el que el cerebro del bebé apenas tiene materia gris como para considerarse como tal, desde ese momento van apareciendo procesos internos complejos que tratan de amortiguar el sufrimiento. Es decir, la naturaleza humana nos provee de sistemas automáticos en muchos casos y en otros por aprendizaje, mediante los que aligeramos (o tratamos de aligerar) ese sufrimiento. A esos mecanismos les llamamos mecanismos de defensa.

Mecanismos de defensa

 

Esta palabreja tiene sus perendeles porque habitualmente tendemos a pensar que si son de defensa son malos. Craso error, claro. ¿Qué sería del organismo sin sus mecanismos defensivos? No estaríamos vivos más de cinco minutos. Porque nuestro organismo tiene organizadas una serie de barreras y de defensas contra todo agente que puede dañarle. Y cuando estas barreras no son suficientes precisamos de la ayuda de los profesionales para que nos suministren algo que ayude a defendernos de esos agentes. Y si falla… Pues bien, estas barreras no sólo son orgánicas sino que también las hay psicológicas. Y están ahí, se desarrollan y activan porque hay niveles de sufrimiento que no se pueden tolerar. Y al utilizarlas disminuimos estos peligros y estas ansiedades. Pero, además, cumplen una función de la que no siempre caemos en cuenta: son mecanismos de comunicación. Y me explico: si decido hacer un viaje al Polo, lo normal es que me aprovisione de una buena ropa de abrigo. Entonces, abrigo, guantes, polainas, gorro con orejeras, etc., todo ello son elementos que me protegen del frío. Y cualquiera que me vea vestido de esta guisa sabrá que voy hacia un lugar de mucho frío: es decir, he comunicado a los demás que me estoy protegiendo porque voy a realizar un viaje y me preparo para el frío que voy a pasar. O sea, me protejo (mecanismo de defensa) y comunico a los demás algo de eso. Sin embargo… ¿qué pasa si una vez de vuelta de mi viaje, por alguna razón sigo con la misma ropa y con ella y en pleno verano me voy a la playa a tomar el sol? Pues que corro serio peligro de deshidratación, puedo poner en peligro mi vida. Y los que me ven pueden decir que vale, que ya ven que vengo del Polo pero que algo me pasa porque sigo con esa ropa en un lugar y momento en el que ya no la necesito, ¿verdad? O sea que lo que en su momento fue un mecanismo de defensa, ahora ese mecanismo, al no haberlo modificado a tenor del lugar (la playa) a donde me dirijo, ya no me sirve; es más, puede ser peligroso. Y a los demás les comunico que hay algo en mí que no va bien.

La compañía genera sufrimiento

 

Esta idea tiene más que ver con lo grupal y reconozco que puede sorprender e incluso pueda no ser muy aceptada. He señalado que las personas sufrimos, y un aspecto del sufrimiento tiene mucho que ver con la relación con el otro. Casi diría que fundamentalmente tiene que ver con eso, con la relación con el otro. Ese otro al que necesitamos aunque al tiempo no deseamos ver. ¿Recordáis a Robinson Crusoe? Pues el buen náufrago tuvo que inventarse un personaje, Viernes, para poder tener compañía. Pero al tiempo, esa compañía, esa relación con el otro, nos genera muchos niveles de ansiedad y por lo tanto de sufrimiento. Ahora bien, ese sufrimiento es mayor cuantas más personas sean con las que me tenga que relacionar. Es decir, el grado de malestar que me puede generar estar con una persona es menor que el que tengo si debo estar con tres, cuatro… cincuenta o cien. ¿Y eso? Hay varias razones que ayudan a entenderlo y que constituyen fragmentos de ese sufrimiento.

 

Una. Cuantas más personas tengo delante más sufro por lo que pueden ver de mí. Es decir, como si la idea es que quienes tengo enfrente (o enfrentadas a mi…) me ven desde muchos ángulos, perciben muchas cosas. Y eso me genera malestar.

 

Dos. Al tener delante una persona tengo la sensación de que “controlo” más lo que le digo y lo que me dice que si tengo a más personas. En esta segunda situación hay más elementos que escapan de mi control, y esto me genera malestar.

 

Tres. Cuando tengo delante a alguien, hay cosas de este alguien que me recuerdan cosas mías, que en cierto modo reflejan aspectos de mi mismo. Pero al aumentar el número de espejos, la cantidad de elementos de mi persona que veo reflejados se potencia, y eso me genera malestar.

 

Cuatro. Cuando tengo una persona delante, puedo tener conciencia de aquellos aspectos por los que le puedo caer mal o que podemos disentir y, en consecuencia, puedo apañármelas un poco para evitar estos temas que me generan una cierta tensión. Pero al ser más, es mucho mayor el número de elementos con los que puedo disentir, y esto me genera malestar.

 

Cinco. Cuando me veo reflejado en una persona también veo que esa persona piensa en mí y me atiende: como si percibiera que se hace cargo de mis cosas. Pero al haber muchas, esas muchas personas, cada una de ellas se hace con cosas mías y pierdo la sensación de unidad. Es como si me fragmentara, como si estuviera hecho a pedazos. Y esto me genera malestar.

 

Seis. Cuando estoy con alguien no siento que mi identidad corra peligro. Soy quien soy y me enfrento con mis habilidades a lo que vaya sucediendo. Pero cuando son muchas las personas que hay ahí, siento que mi identidad corre peligro, como si pudiera dejar de ser quien soy. Y esto me genera malestar.

Siete. Cuando estoy con alguien puedo tocar un tema y en cierto modo el diálogo que se vaya generando queda bajo un cierto orden, y presenta una cierta coherencia. Pero cuando estoy con varias, siento que el tema se diluye que podemos pasar de un tema a otro, que va apareciendo como un caos del pensamiento. Y esto me genera malestar.

 

Ocho. Cuando estoy con alguien me siento más o menos seguro. Me mira y yo le miro. Pero cuando estoy con varios no siento que me miren, no me siento recogido por las miradas de los demás. Es más, cuando se habla, siento que no me hablan a mí sino a otros. Vamos ¡que me siento hecho una piltrafa, el patito feo del grupo! Y esto me genera malestar.

 

Estas son ocho de las muchas razones por las que es complicado y difícil trabajar en grupo, establecer vínculos con mucha gente. Y estas ocho creo que también estaban presentes en el primer día del seminario.

 

Un saludo.

 

Dr. Sunyer

 

Los comentarios se refieren a las sesiones que he realizado con los profesionales que han acudido al curso que organizó la Diputación de Barcelona.