Resumen. Este es un escrito de reencuentro con los alumnos con los que hice un primer recorrido. En él abordo por un lado el paso de la idealización a la desidealización, por otro el de las expectativas, las exigencias y las realidades.

Palabras clave: Expectativas, idealización, exigencia, reencuentro, grup.

Prólogo

 

A penas habrán pasado dos meses desde el último encuentro pero ciertamente la sensación que tengo es que es mucho más el tiempo transcurrido que ese. Y tan largo es ese tiempo mental que he tenido que ir a los archivos en los que están guardados los textos que escribí para recordar qué cosas habíamos trabajado a lo largo de aquellas cuatro sesiones.

 

Tras el repaso me quedé con la sensación de que era mucho el material que fue apareciendo a partir de lo que hablábamos y, al plantearme sobre qué material va a ser el que trabajemos durante las cuatro próximas, la verdad es que he pensado que mejor profundizamos un poco y así asentamos lo que vamos adquiriendo. Claro que con esta modalidad de trabajo igual lo que aparecen son cosas nuevas y será con ellas con las que tendré que ir cocinando.

 

No tengo ni la más remota idea de cuántos seremos y si el grupo que se constituya estará formado por los que estuvimos o no. Bueno, es una incógnita más de las muchas que tiene un profesional cuando se encuentra ante una nueva tarea; y más a la vuelta de las vacaciones.

De la idealización a la desidealización

 

Creo que era hoy que leía en un periódico que por lo general hay una adaptación costosa al mundo laboral tras este período de descanso y desconexión. Quiero pensar que tiene mucho que ver con la pérdida de la rutina con la que habitualmente nos movemos en el día a día; pero posiblemente también se deba a que los vínculos con que nos atrapamos con los compañeros de trabajo han estado durante un tiempo más o menos largo, totalmente relajados. Y eso por ambas partes; lo que hace que cada uno, para el otro, sea casi como un desconocido. Y eso activa las mismas o muy similares respuestas ante el otro que las que se activaron el primer día del curso. Ese reencuentro es pues complicado.

 

Creo que hay otro aspecto que lo complica. Cuando un paciente ha establecido una buena relación con nosotros (y viceversa), esa buena relación alimenta el reino de lo idealizado. El paciente considera que ese profesional es muy bueno, tiene unas características que lo colocan en posición muy favorable e, incluso, la relación que se estableció parece quedar embriagada de vibraciones positivas. Y esto creo que es similar a lo que le sucede al profesional respecto al paciente. No tanto quizás respecto al centro o institución en la que trabaja puesto que por lo general ya ha ido quedando en una posición bastante desfavorable y, entonces, lo de la idealización no se instala ahí. En cualquier caso lo contrario, lo que hace más difícil el retorno al puesto de trabajo ya que éste ha quedado muy desfavorecido.

 

Ahora bien, quedando más o menos claro que la imagen del trabajo, o de los compañeros o de los pacientes ha sufrido una modificación (idealizada o depauperada), la cuestión complicada es qué pasa ahora. Y podría ser que hiciéramos real aquello de que “segundas partes nunca fueron buenas”. ¿por qué?

 

Creo que para ello deberíamos pensar en los procesos de desidealización. ¿Cómo tolero que la foto con la que me había quedado no se corresponde con la que veo? Porque, claro, si cuando abro el ropero y voy a ponerme los pantalones de trabajo observo que durante el verano he engordado cuando mi idea era casi la contraria, ¿qué sucede entonces? Cierto que puedo ponerme a régimen, o ir a la tienda y reponer el ropero; pero esto es costoso y complicado. ¿Sucederá lo mismo a nivel mental? Quizás. Pero en este caso no puedo ir a una tienda a reponer mis imágenes de los demás o la mía propia, ni sé muy bien cuál sería el equivalente a ponerme a régimen. Quizás lo que tenga que hacer es eliminar grasas mentales, reconstruir la imagen real de quien tengo delante y de las relaciones que tengo con los demás y abandonar el empeño en considerar que lo de antes valía mucho. Y esto de lo que hablo parece aludir a los procesos de duelo a los que social e individualmente no estamos muy hachos ni muy dispuestos.

Las expectativas y exigencias

 

Hay posiblemente otro aspecto. Me imagino que a todos nosotros nos ha pasado: llegado el mes de septiembre (antes era en octubre; ahora estamos empeñados en acortar estos períodos de relajo) y cuando nos dirigíamos al colegio, una de las primeras ideas era que este año iba a ser diferente. Íbamos a hacer los deberes todos los días. No emborronaríamos las hojas con manchas de tinta e, incluso, la letra iba a ser legible. Y esto está bien, claro. No en vano, ponernos expectativas, ponernos como metas que de alguna manera nos motiven parece ser un buen recurso. Lo que sucede es que, a los pocos días aparecía un manchón de tinta, o se nos olvidaba el apuntar lo que teníamos que hacer, o… y constatábamos, una vez más, que eso no dependía tanto de nosotros cuanto de muchas otras circunstancias. Y aceptar, tolerar que nuestras expectativas son más el producto de nuestro deseo que de la realidad, o constatar que sencillamente éramos así, sin más, no solía ser fácil. Y tampoco al entorno que siempre parece estar ojo avizor para recordarnos que debemos mejorar nuestras prestaciones y nuestras obligaciones.

 

Estos deseos que nos empujan a esperar de las cosas, de las situaciones y de las personas bastante más de lo que nos dan por un lado mantienen una presión por alcanzar u obtener algo más o mejor de lo que tenemos. Y eso, aparentemente, es bueno o razonable. Y en cierta manera posibilita unos niveles de goce y placer mayores. Pero esto va parejo muchas veces a la demanda de que eso venga de por sí, sin ningún tipo de esfuerzo por parte de uno y, cuando constatamos que obtenerlo precisa de una cantidad de energía mayor entonces aparece un cierto malestar. Es como la constatación, de nuevo, de que nada se nos regala, que es cierto aquello de que “quien no llora no mama”. Pero esta misma constatación nos coloca en la tesitura de tener que ser sensibles a esta demanda ya que debemos (los demás nos lo recuerdan) controlar nuestra exigencia porque ésta puede acabar siendo tiranía.

 

Finalmente, en esta dificultad del reencuentro creo percibir otro elemento. Corresponde a aquello de “a quien madruga, Dios le ayuda” que es como recordarnos que no debemos sucumbir a la pereza. Levantarnos, ponernos en marcha y coger el ritmo que requiere nuestra tarea, que requieren nuestras relaciones con los demás, representa un esfuerzo añadido que contrasta con el que nos habíamos acostumbrado a ofrecer en época veraniega o de descanso. Poner no sólo la musculatura a tono sino y sobre todo, la musculatura neuronal supone un esfuerzo que cansa y enfada. Y como eso no lo hacemos sólo por el placer de hacerlo sino por exigencias que provienen de nuestras responsabilidades, de nuestra convivencia, es decir, vienen de fuera de nosotros, la reacción a ello está servida: “si lo hago es porque me obligan” es una forma de decir que la presión viene de fuera y frente a ello, reaccionamos.

 

En resumen, que tanto la pérdida de la rutina y la recuperación de los lazos que teníamos con nuestros compañeros, la constatación de que siempre aparece una cierta idealización de lo que tuvimos y reconocerlo y aceptarlo es complicado, las expectativas y las exigencias que ponemos en las tareas cada vez que regresamos de ese período de asueto relajado, y la constatación de que nada nos viene regalado y que tenemos que esforzarnos para conseguir el pan de cada día, estas cosas parecen estar en la base de las dificultades del reencuentro.

 

Hasta el día 9 de septiembre.

 

Dr. Sunyer