Resumen. En este escrito abordo la cuestión de la identidad, la que uno cree que desaparece al establecer nuevas relaciones con personas que nunca había visto antes. También indico brevemente algunas de las respuestas que tenemos individual y colectivamente frente a la fantasía de pérdida de identidad. Luego introduzco los mecanismos de proyección, identificación e identificación proyectiva.

Palabras clave: Identidad, mitificación, interdependencias vinculantes, identificación, proyección, identificación proyectiva, grupo.

Prólogo

 

El día pasado habíamos vuelto al aula del primer día y seguíamos sin saber muy bien ni quiénes éramos ni cuántos íbamos a ser. Comenzamos hablando de las influencias de los demás y del entorno, de cómo es uno y luego, la conversación derivó a fenómenos que tenían que ver con las migraciones; de ahí pasamos a temas más gordos como pueden ser el de los idiomas, las exigencias de los entornos sobre uno, a cómo nos vamos integrando o no en ellos… temas de gran calado a mi modo de ver. Quizás en algo influí porque me expreso normalmente en español que es como percibo que fluyen más mis ideas; y soy más espontáneo. Todas estas ideas son de gran calibre porque atañen a algo aparentemente tan importante como la identidad. Pero, ¿qué es eso?

Identidad

 

El pensamiento romántico que de alguna forma comienza a señorear a principios del S. XIX y de forma más plena en el XX nos lleva a considerar la identidad como algo muy fundamental. La creencia es que hay algo puro en un momento de la vida individual y colectiva que determina ese núcleo inmutable sobre el que se van colocando cosas pero que no le influyen ni determinan. Y eso lo colocamos tanto en personas como en colectivos humanos. Es algo como de la pureza del espíritu, del individuo o del grupo en estado virginal. Podríamos pensar en un estado paradisíaco. En la cultura cristiana hablamos del Paraíso terrenal. Un mito, claro. Hablamos de la identidad individual, la familiar, la de una sociedad, pueblo… y el sostenimiento de ese ente inmutable nos lleva en ocasiones a guerras y a destrucción.

 

A ese sentimiento de permanencia a un estado idealizado se le suele llamar identidad; si bien la realidad cambiante obliga a replantearla y desplazarla hacia la de la sensación de que a lo largo de nuestra existencia desarrollamos algo que nos es propio y que nos define. Sin embargo no hay tal cosa “propia” y menos, tal cosa estática. El desarrollo conlleva la aceptación de cambios constantes en nuestra manera de ser, sentir, pensar y actuar. Ahora bien, como no somos, sentimos, pensamos y actuamos de forma autónoma sino de manera vinculada a los demás, es decir, no somos entes aislados que conservan una cosa propia, la idea de identidad queda muy articulada con los vínculos que hemos establecido con los demás, cómo estos vínculos nos condicionan y nos constituyen de una determinada manera.

 

Cuando uno se ve inmerso en un colectivo como puede ser un grupo, todos estos vínculos se cuestionan una y otra vez. Uno se de cuenta de que no sabe mucho del otro y viceversa. Cuando uno no se siente reconocido a través del vínculo que el otro tiene con él emerge la idea de pérdida de aspectos de la identidad. Es como si constatara que el otro no me constituye tal como otros “otros” me han constituido. Cuando una persona se incorpora a un grupo de desconocidos hay muchos aspectos de la identidad que quedan cuestionados, puestos en entredicho. Y en cierta manera, parte de las dificultades del estar entre los demás guarda relación con la lucha entre seguir siendo lo que creo que soy o ser lo que percibo que se pide de mí.

Dos bicicletas o un tándem

 

Dos personas pueden ser pareja o no. Que sean pareja parece que conlleva algo más que el ser simplemente dos. De hecho hay muchas parejas que viven juntas pero que realmente no viven como pareja, sino como dos personas que conviven bajo el mismo techo. Y que incluso pueden tener, por decirlo llanamente, derecho a roce. Pero claro, eso no es necesariamente una pareja en el sentido que le quiero dar (más allá de que cada quien le dará el significado que le quiera dar).

 

Me gustan las bicicletas, de siempre. Siempre me ha parecido uno de los grandes inventos de la historia reciente. Paseando un verano con mi mujer por Amsterdam (esos viajes veraniegos en los que tratas de desconectar de los ruidos para estar con quien quieres) me sorprendió ver la cantidad de tándems que había. Uno incluso tenía cabida para 12 personas. Y vinéndolo pensé, ¿una pareja, son dos bicicletas o un tándem? Dos bicicletas tiene muchas ventajas y principalmente que cada una va por la parte del sendero que le apetece, e incluso, puede hacer un atajo o detenerse un momento. Un tándem no; pero la ventaja es que aquí los esfuerzos van en una misma dirección. Prefiero tándem.

¿Qué considero que debería haber entre estas dos personas para que se puedan considerar pareja?

El cuestionamiento de los vínculos

 

Al decir “cuestionamiento de los vínculos” me refiero a que muchas de las pautas habituales de relación con las que vamos por la vida, no siempre sirven para las relaciones nuevas; y menos las de un grupo. Al no servir, el individuo se siente mal porque tiene que volver a diseñar, revalorar o desarrollar nuevas fórmulas de relación que, por lo general, cuestionan las anteriores. Y este cuestionamiento atañe a un montón de elementos que son precisamente, los que constituyen estas pautas de relación.

 

¿Por qué se cuestionan los vínculos? Hay una serie de fenómenos que se dan siempre en las relaciones interpersonales. Unos tienen que ver con los mecanismos que desarrollamos para amortiguar la ansiedad que nos despierta la relación con el otro. Otros tienen que ver con las propias estructuras relacionales. Si nos centramos en éstas, hay un fenómeno universal que hace que aquella estructura relacional con la que me constituí y desarrollé en el seno del grupo familiar y que posteriormente fui completando con figuras de referencia, se reproduzca automáticamente cada vez que establezco una nueva relación. Esto tiene mucho que ver no solo con las leyes de la percepción sino con los hábitos y pautas aprendidas.

 

Por ejemplo, si uno dibuja una línea de puntos: ……………….., tenemos tendencia a verla como tal más que a ver los espacios intermedios de esos mismos puntos. Esta tendencia guarda relación con las leyes de la percepción. A veces nos pasa con la lectura: uno tiende a leer y a entender lo que ya previamente ha considerado que pone un texto; aunque esto le lleve a errores garrafales. Hay muchas figuras y juegos que nos permiten ver cómo tenemos tendencia natural a leer o a interpretar las cosas a partir de esquemas adquiridos o innatos. En buena medida son formas de ahorro de energía ya que al ver una serie de líneas nuestro organismo organiza previamente la percepción y así se ahorra tener que reinventarse o rediseñar esa percepción que le huele a conocida. Pues bien, lo mismo le sucede con las relaciones entre las personas. Tenemos unos esquemas (muchos, muchos) adquiridos desde nuestra más tierna infancia que nos permiten adaptarnos más fácilmente a las exigencias del guión. Y en buena medida es la responsable de eso que llamamos transferencia.

 

Estar entre gente que no conocemos genera un incremento de la tensión interna con la ansiedad consiguiente; si podemos aplicar los mismos esquemas con los que hemos aprendido a estar con otra gente, y eso nos funciona, fantástico: nos ahorra la energía (el esfuerzo) de acoplarnos. Cuando con unas personas se hacen grupos de “habilidades sociales” se enseñan esas pautas mínimas de relación mediante las que el paciente se entrena y eso le facilita un poco establecer nuevas amistades. El único problema es que las personas no somos ni robots ni podemos utilizar siempre las mismas pautas de relación. Personas y situaciones nuevas exigen pautas relacionales nuevas.

 

Una de las formas que tenemos de establecer relaciones con los demás es utilizar esquemas del pasado, esquemas de relaciones con personas muy significativas en aquel entonces y que ahora, ante una nueva persona significativa nos permiten restablecer. A ese fenómeno le llamamos transferencia. Es decir, cuando iniciamos una relación siempre lo hacemos a partir de las experiencias afectivas y relacionales que hemos ido teniendo. Estas experiencias tratan de reproducir en la nueva situación el esquema con el que nos formamos. Por ejemplo, al relacionarme con un chico, puedo colocar en esta relación aspectos de mi relación con mi propio padre y hermanos. Estas características se instalan en esta relación a partir de detalles tan insignificantes como el color de los ojos, o un gesto que hace con las manos, el tono de voz que utiliza…; es decir, a partir de aquellos rasgos que le permiten identificar elementos comunes se va desarrollando una relación con ese chico que facilita que entre él y uno se establezca una relación que es casi una calcomanía de la que pudo tener con su padre o hermanos. Pero junto a los elementos que podríamos llamar mecánicos, conductuales o aprendidos, se le añaden los significados que acompañaron a aquella relación. Eso complica la relación actual ya que la persona con la que se está ahora no es ni su padre, ni su hermano o hermana…

 

Cuando estoy en un grupo, no sólo se activan las estructuras relacionales que cada uno ha ido constituyendo en particular con personas en concreto, sino con los dúos, tríos, y otras combinaciones de personas que constituyen ese grupo, y con el grupo como totalidad. Con lo que nos encontramos ante una situación muy compleja y que, a pesar de los intentos constantes de que se actualicen aquellas relaciones que tuve, eso nunca puede ser así ya que el ahora es diferente al entonces. Eso exige una nueva y compleja revisión de las pautas relacionales y de los significados asociados.

Reacciones frente al temor de pérdida de identidad

 

De entrada hay que decir que la identidad nunca se pierde. Otra cosa es que en situaciones muy, pero muy extremas de violencia, terrorismo, guerra, se busque torturar a alguien con el fin de borrar totalmente su historia, su pasado, su lengua, sus creencias. Pero esto son situaciones extremas. En situaciones normales, la identidad no se pierde; si se va modificando porque los humanos, todos, somos seres vivos en constante y continua modificación. Estas modificaciones, si son lentas, acompasadas al paso de los años, no generan malestar; en cambio cuando son bruscas (el paro, la migración) pueden incrementar los temores de pérdida de identidad. Eso sucede también cuando nos incorporamos a un grupo.

 

Al incorporarse a un grupo (sobre todo si éste ya existe), debe realizar un esfuerzo adaptativo. Cuando a través de este esfuerzo uno constata que los demás no le devuelven la misma respuesta que la que le devolvían aquellas personas, grupos, combinaciones de personas de antaño, lo que experimenta es una pérdida del sentido de su identidad. Es decir, siente una pérdida de aquellas cosas que a le daban la sensación de ser él mismo. Y eso es porque las nuevas personas que tiene ante sus ojos no dejan de cuestionarle todas y cada una de los infinitos aspectos con los que está constituido. Eso supone una terrible fantasía de pérdida de identidad y reacciono en consecuencia.

 

¿Cómo? Mitificando aspectos de mí mismo, de mi pasado, de mis puntos de referencia, como un recurso para garantizarme la supervivencia de eso que llamo identidad personal. Lo mismo sucede a nivel de grupos, de familias, de pueblos… Al mitificar el pasado, al mitificar lugares, recuerdos, experiencias del entonces, más allá de que en esta mitificación uno tiende a reescribirlo de forma que pueda mitificarse con más facilidad, lo que hace es paralizar el paso del tiempo, añorar lo que perdió y no acoplarse a la nueva situación en la que se encuentra.

 

En la situación grupal todos, conductor incluido, sentimos lo mismo. El conductor tiene la ventaja que al ser un sentimiento que ya ha experimentado varias veces, se asusta algo menos que los demás; pero poco más. Y este temor a la pérdida de la identidad nos lleva a funcionar de forma algo anómala para mantener la fantasía de que uno sigue siendo el que fue. Y esa identidad la podemos poner no sólo en banderas o en el idioma que utilizamos, sino en lo que nos pasa, en lo que nos hace sufrir, en nuestros aspectos laborales, profesionales, económicos, religiosos… Es decir, mitificamos, cargamos estos componentes de un IVA, ponemos un Impuesto de Valor Añadido, que lejos de facilitar la comunicación la dificulta. E incluso modificamos eso que mitificamos para hacerlo más bonito, más agradable y por lo tanto, poder justificar ante los demás ese retorno a lo que se fue.

Situación transferencia

 

Cuando el otro nos propone una relación determinada por esos lazos que previamente ya tiene establecidos, cuando el otro mediante la transferencia nos ubica en un punto determinado de su propio mapa relacional, reaccionamos. Reaccionamos porque sentimos que a se nos coloca en un lugar en el que no nos sentimos cómodos. Lo más probable es porque esas reubicaciones en las que nos vemos metidos activen otras del pasado ante las que también reaccionábamos así. O simplemente porque nos sentimos incómodos en esta posición. La reacción que nace de tal imposición es la que denominamos contratransferencia. Contra, porque nace como reacción contraria a la pretensión inconsciente del otro.

 

Entonces lo que sucede en el grupo es algo más complejo ya que todos transferimos y todos contratransferimos sobre los demás, lo que nos lleva no tanto a considerar la transferencia y contratransferencia como fenómenos concretos sino que nos conduce es a pensar más en la situación transferencial. Situación, porque en realidad es un estado relacional que se da en el grupo entre todos y todo.

Mecanismos de defensa

 

Señalaba antes que entre los fenómenos que se dan en las relaciones interpersonales había dos componentes, uno era el transferencial y el otro era el de los mecanismos de defensa. Como bien sabéis, los mecanismos de defensa tienen como objetivo amortiguar o paliar la ansiedad que se nos despierta ante una situación determinada. Y, como no hay sitio suficiente para hablar de todos ellos, me ceñiré a tres: la identificación, la proyección y la identificación proyectiva.

 

Por identificación entendemos aquel mecanismo por el que nos hacemos semejantes al otro mediante el proceso de hacer propio aquellas características del otro, su significado y carga afectiva que nos resultan altamente significativas y valorables. Dicho de otra manera, nos identificamos, por ejemplo, con el gesto de mi profesor que para uno tuvo un alto nivel significativo. Y eso lo hacemos porque al hacerlo nuestro sentimos que algo del otro ya es propio y nos hemos transformados un poco en él. Si habéis visto la película El cisne negro, hay un momento en el que la protagonista roba unos objetos de la que fue en su momento el cisne negro ya que cree que al hacerlos suyos, eso le facilitará alcanzar el nivel que ansía. Eso es, materializar la identificación. Cuando se le pide a Guardiola un autógrafo, ese autógrafo tiene un valor particular para uno: tiene algo del otro en su agenda o libro de autógrafos. O en el balón, da igual. Al hacerse igual al otro se mantiene la fantasía de que alguna de sus propiedades pasan a ser de uno. A los enamorados les pasa: uno guarda aquella cosa que es de ella no solo por el recuerdo sino por el elemento mágico que le atribuimos al objeto.

 

Por proyección entendemos el proceso mediante el que adjudico, atribuyo al otro aquellas cosas que uno no puede aceptar como propias. Se las adjudica con toda la carga simbólica, afectiva y representativa que tienen esas cosas. Por ejemplo, en las parejas, en los matrimonios, no es difícil que se den situaciones en las que uno le reprocha al otro determinadas cosas. Ese reproche en realidad es un señalar cosas que al primero le parecen intolerables para uno mismo. Evidentemente que el otro, el reprochado, algo debe tener para facilitar la proyección ya que de lo contrario no se puede dar. Pero posiblemente (suele ser así), el tamaño de lo reprochado es bastante superior a lo que realmente tiene el otro para recibir tal reproche. Los niños en ocasiones dicen “mierda para tu boca” cuando tratan de expulsar lo que el otro les indica: es decir, lo que me dices es mierda y por lo tanto quédatela. Mediante este mecanismo marcamos distancias, nos separamos del otro. El fenómeno se ve con frecuencia en situaciones de circulación: la culpa la tuvo el otro.

 

Con estos dos mecanismos paliamos la ansiedad que sentimos al vernos diferentes o semejantes. Pero, ¿qué pasa cuando los dos fenómenos van parejos? Aparece la identificación proyectiva. Por tal lo que realizo es una operación mental por la que tras adjudicar lo negativo que no puedo tolerar en mí al otro (proyecto), me identifico con lo proyectado (Identificación), por lo que la vivencia se me torna intolerable. En estas circunstancias la intensidad de la reacción afectiva que emerge es muy alta, altísima. En la película del Cisne Negro ya comentada, la protagonista (Cisne blanco) no puede tolerar lo que el Cisne Negro le muestra o representa y, en muchas situaciones de la película, la agrede. Esa agresión representa la respuesta ante la imposibilidad de asumir que ella, el cisne blanco, también tiene cosas de cisne negro.

 

Pues bien, todos estos fenómenos afectan a la identidad. Y especialmente en un grupo ya que ante nuestros ojos se nos hacen visibles cosas que cuestionan constantemente nuestra identidad personal. Trátese de un grupo diseñado para atender a determinados pacientes, trátese del grupo representado por un Consistorio que no puede tolerar aspectos que determinados pacientes, (usuarios, como os gusta llamarlos) les muestran con su queja y sufrimiento. Incluso hasta el propio término usuario. AL llamarlos así, eliminamos de un plumazo algo que está en la base de todos aquellos a los que atendéis: la base del tremendo sufrimiento con el que acuden a pedir ayuda. Porque, por si no lo tenemos en mente, paciente no viene de tener paciencia, sino de padecer. Paciente es el que padece. Usuario es el que usa de, cliente es el que compra algo.

 

Y os voy a dejar porque ya es muy tarde y me toca retirarme.

 

Espero que disculpéis el retraso en estas líneas. Hasta dentro de unas pocas horas.

 

Dr. Sunyer

 

Los comentarios se refieren a las sesiones que he realizado con los profesionales que han acudido al curso que organizó la Diputación de Barcelona.