Resumen. En este texto me introduzco en dos mecanismos muy básicos: el de la idealización y la proyección. Eso me permite mencionar dos aspectos de nuestras estructura, el ideal del Yo y el Yo ideal. Posteriormente paso a describir la proyección y la unión entre la proyección y la identificación que da lugar a la identificación proyectiva, para concluir con la idea del grupo como espacio de elaboración de los aspectos psíquicos.

Palabras clave: Idealización, proyección, ideal del Yo, Yo ideal, proyección, identificación proyectiva, espacio mental, grupo

Introducción

 

En un escrito anterior hablé de las idealizaciones. Os decía que era un proceso mental que utilizamos normalmente y como procedimiento para paliar las ansiedades del estar en grupo. El proceso era sencillo: atribuimos a una persona (cosa, situación, idea…) una serie de valores que para nosotros son “ideales” y creemos que esa persona los posee. Y por ello la admiramos y aplaudimos. Y como todos la admiramos (si bien cada uno la admira por una razón que no necesariamente tiene que coincidir con la mía), los miembros de ese grupo nos sentimos “hermanados”, miembros de un mismo grupo. Eso crea uno de los lazos que constituyen lo que llamo interdependencias vinculantes.

Unos mecanismos de comunicación: idealización, proyección

 

Hay una serie de mecanismos mentales, automáticos, naturales (si bien hay un componente de aprendizaje) mediante los que buscamos rebajar los niveles de ansiedad que se sienten constantemente. Uno de ellos era la identificación por la que adoptábamos aspectos que nos parecían interesantes o ricos y que ya describí en otro de mis textos. Otro es el de la idealización.

 

Todos admiramos a alguien, o a muchas personas. Por su forma de ser, por la manera cómo nos parece que dominan las relaciones, por su capacidad laboral, por sus habilidades como técnicos o artistas… hay miles de elementos por los que admiramos a quienes nos rodean. Pero hay casos en los que esa admiración se torna idealización. Es un caso extremo, ¿verdad? Pero frecuente. Por ejemplo, podemos admirar a un futbolista, o a un cantante, o a un líder político o a un artista. Cuando los vemos nos quedamos fascinados. En algunos casos hay quien se vuelve loco por conseguir un autógrafo, una prenda… algo de la persona admirada porque… porque creemos que posee unos dones, unas características que los hace como dioses. ¿Cómo podemos entenderlo? ¿Cómo es posible que una persona normal consiga que le sigan cientos o miles y hasta millones de personas? Lo vemos en la política nacional pero también en la internacional.

 

Por lo que sabemos para idealizar a alguien precisamos considerar que posee unos dones, unas características que para nosotros son ideales. Es decir, son valoraciones que hacemos de una persona o una cosa a partir de poner en ellos aspectos que a nosotros nos parecen ideales. Y mediante esta operación mental establecemos un vínculo, un lazo con el otro. Y en tanto que esas creencias, esas atribuciones puedan permanecer en esa fantástica posición el idealizado está sobre un pedestal. En lo alto del mismo. Además, ¿sabéis que hay un par de componentes en nuestra estructura psíquica que le van que ni pintado a la figura que idealizamos? Sí, dos. Uno de estos componentes es lo que se denomina Yo ideal. Ese aspecto es el que reúne un conjunto de pensamientos, fantasías y demás que son las que, en el caso de poseerlos, seríamos ese ser que todo lo puede, todo lo sabe, todo lo consigue… en fin, que seríamos la repanocha. El otro componente (y no os liéis) es el Ideal del Yo. Ahí se reúnen todas las fantasías que giran en torno a lo que creemos que debemos ser, a lo que debemos aspirar, a lo que si nos preguntaran ¿cuál es su meta?, contestaríamos. Este componente tiene mucho de lo que nuestro entorno cercano nos señala como el objetivo o lo que deberíamos ser. Pues bien, ese ser al que idealizamos reúne los componentes del Yo ideal y del Ideal del Yo.

 

Ahora bien, sabéis que mi empeño (uno de mis empeños) está en recordar que todo es recíproco, que el ser individual no existe como tal sino siempre en relación a los demás. Por lo que ese sujeto idealizado (en el caso de que sea una persona) también se encuentra atenazado por sus seguidores. ¡Esta es la gran trampa! Con lo que el vínculo queda establecido. Es más, hay muchos que les preguntan a los demás, ¿cómo queréis que sea? Y entonces son lo que las masas les dicen que tienen que ser. Duro, ¿verdad?

 

Estos lazos (y muchos otros similares) como es fácil comprender atenazan muchas relaciones. En particular las que se establecen en el seno familiar. Si trasladamos esta noción a los espacios profesionales en los que desarrolláis vuestra tarea asistencial, las expectativas que los padres colocan en la idea de la paternidad, maternidad, van emparejadas con las idealizaciones que colocan en el hijo. Y las que colocan en la relación materno-filial, paterno-filial, y de la propia pareja (por no añadir y complicar el cuadro las que provienen del contexto familiar en el que están insertas). Es más, vosotros podéis ser esas figuras idealizadas, lo que os da un poder que hay que saber manejar en beneficio de todos, de los niños, de sus padres y de vosotros mismos.

La proyección

 

La proyección es otro proceso mental mediante el que atribuyo al otro aquellas cosas, aquellas características, pensamientos, acciones, sentimientos…, que no puedo aceptar tenerlas yo. Por ejemplo, si no puedo considerar que soy una persona avariciosa, esa avaricia la veré con una facilidad asombrosa en el otro. Evidentemente el otro puede poseer algo de esa característica ya que, por definición todos los seres humanos somos igualitos y poseemos todas las características habidas y por haber. Pero el problema no está en que lo tenga esta persona sino que se lo atribuyo excluyéndome de ser poseedor de tal atributo. Es un mecanismo absolutamente extendido y, como el resto de los mecanismos, adquirido a través de las relaciones que he ido desarrollando en mi propio grupo familiar. Y si mediante el mecanismo de la identificación me asemejaba al otro, con éste me diferencio. Se suele ver con facilidad cuando dos personas no pueden hablar entre sí ya que pinponean la una con la otra de forma constante. Los parlamentos y cámaras de diputados son un buen ejemplo; como lo son muchos “debates” que se pueden ver en la televisión. Cada uno escupe al otro lo que quiere, con lo que en vez de diálogo lo que hay es una especie de contienda a ver quien tiene más razón que el otro… Y aquí aparece una nueva modalidad. ¿Recordáis lo que significaba el mecanismo de identificación, verdad? El proceso por el que aspectos del otro los hago míos, ¿de acuerdo? Pues bien, ¿qué pasa si el de identificación se une al de proyección?

La identificación proyectiva

 

Imaginad que una persona a la que llamaremos Sofía, no tolera ser puntillosa, vamos, que no lo es. Es más, ni puede reconocer una mínima porción de esta característica. Por mucho que haya quien le diga que lo es, ella dice que no, que no es nada puntillosa e incluso se enfada cuando se lo insinúan. Un día se encuentra con una amiga que le pone muy nerviosa cuando habla con ella; vamos, ¡que no puede!. ¿Por qué? Porque esa amiga pregunta mucho, le gusta saber de los detalles de cada cosas… vamos que es puntillosa también. Y Sofía no puede con ella ya que es tan puntillosa que cada vez que le hace un comentario no lo tolera. ¿Qué le estará pasando a Sofía? Ella ve la característica puntillosa de su amiga. Pero no la tolera porque al ser una característica con la que se identifica (sin darse cuenta, claro), no lo puede tolerar y, en consecuencia, no tolera a su amiga.

 

Aquí el mecanismo mental es fácil de entender. Sofía proyecta (atribuye, coloca) la característica puntillosa en su amiga que, independientemente de lo que Sofia le atribuya hay algo en ella que si lo es. Lo que sucedió es que una vez atribuida esta característica a su amiga, Sofia se identifica con este aspecto puntilloso, y como le resulta inaceptable en ella, arremete contra su amiga. Si Sofía tolerara su característica puntillosa, no reaccionaría con las de su amiga. La clave, a mi modo de ver, está en esta reacción.

El grupo espacio mental de elaboración de aspectos psíquicos

 

El grupo, como ya he indicado, se convierte en esta matriz de relaciones que se establecen con personas que están dispuestas a ponerse a pensar entre todas en las cosas que les pasan. Este es el espacio que deseáis crear. Y en este espacio, al hablar, darle vueltas a algunas de nuestras cosas, al ver cómo reacciono ante cada una de ellas, poder entender al otro y a su forma de ser y reaccionar, etc., mediante todo esto lo que hacemos en el grupo es “cocinarlo”. Y al cocinarlo, al ir hablando de estas cosas y de nosotros mismos, todos y cada uno de nosotros, va pudiendo encajar mejor, revisar sus propias características e integrarlas de otra forma: de una forma que ya no duelen, ya son aceptadas por nosotros y por los demás. Eso es lo que llamamos espacio mental de elaboración de aspectos psíquicos.