Resumen.  En este texto reflexiono sobre este aspecto relacional descubierto por Freud y que contiene un elemento bidireccional importante: todos transferimos y reaccionamos a esa transferencia por lo que se genera una mutualidad transferencial que siempre hay que tener en cuenta.

Palabras clave: transferencia, contratransferencia, bidireccionalidad,grupo.

Introducción

 

Entre las muchas palabras que aparecieron el día pasado, esta (la de transferencia) me pareció que bien podía ser el eje que vertebrara este artículo. Comencé a escribirlo hace unos días, pero esas cosas que tiene la peculiar metodología que me caracteriza, hizo que, tras escribir un buen fragmento, este desapareciera de la pantalla sin posibilidad alguna de ser recuperado: había pulsado erróneamente la tecla de cerrar programa… y se fue. Lo que no es precisamente muy agradable. Ahora vuelvo a la carga tras haber podido descansar un poco estos días.

 

El recuerdo que me ha quedado es el de haber trabajado mucho durante aquel viernes tarde pero, sobre todo, el de haber topado con una dificultad: entender lo que os había escrito. Observé que teníais dificultades en comprender las diversas ideas que aparecían en mi escrito anterior. Esto es importante y me obliga, gracias a Dios, a replantearme en qué medida cuando escribo sigo conectado con vosotros o me conecto conmigo mismo y ya está; que es lo que suele sucederme y por eso me viene muy bien que me ayudéis a tocar el suelo. Cuando nos enfrascamos en una tarea que tiene ese punto de apasionante corremos el riesgo de acabar tan dentro del frasco (enfrascarse debe de tener este significado, digo yo) que acabamos aislados del destinatario de nuestro esfuerzo. Y esto, que me sucede con una cierta frecuencia, bien puede pasaros a vosotros.

 

La idea de “Espais familiars” (nombre que sigue llamándome la atención) puede ser buena, claro, pero si no la conectamos realmente con las necesidades que deseáis cubrir puede acabar enfrascada en sí misma; es decir, la idea puede quedar aislada de la realidad en la que estamos y alejada, consecuentemente, de las necesidades de los padres. Y algo semejante es lo que sucedió: mis más o menos acertadas elaboraciones del día pasado, aun siendo legibles por todos, no lo fueron en cuanto a su comprensión. Y esto, más allá de la distancia que media entre nosotros por edad y experiencia, es un problema que debo ayudar a resolver.

Transferencia

 

La palabra transferencia viene del latín ferre, que significa llevar. El prefijo trans- indica “a través”, en el sentido de desplazamiento, por lo que apareció el vocablo translatus, que proviene de transferre. Este “llevar a través de” o más exactamente “desplazar” o “trasladar”, adquiere en nuestro idioma las formas “trasladar” y “traslación” allá por el año 1220. Posteriormente aparecen los términos transferir, transferencia y trasferible hacia el 1335. Esto nos permite entender un poco más el significado actual de este término que, si lo concretamos en nuestro campo de trabajo, adquiere unas connotaciones muy importantes.

 

Seguramente os preguntaréis el porqué de mi insistencia en buscar el origen de nuestros vocablos. Mirad, tuve una profesora de Psicolingüística que un día, como aquel que no dice nada, dijo en clase: “pensamos en griego, hablamos en latín” (y yo añado, en árabe). Dicho así, como de pasada, parece que es casi como una tontería, una idea que no va a ningún lugar. Pero si lo pensamos con un poco de detenimiento veremos que esa frase encierra un bagaje muy rico. Nosotros hablamos el lenguaje de nuestros padres, quienes, a su vez, lo adquirieron de los suyos y así se forma una cadena que nos ancla, que nos vincula a nuestras raíces más profundas. Los significados que acompañan a cada palabra que pronunciamos no nacen de la nada: proceden de lo que en su momento dio origen a un término que fue evolucionando con los años, las influencias de otras formas de pensar y de hacer, y que configuran lo que hoy es nuestro idioma y nuestra lengua. Y cada idioma y cada lengua organizan nuestra forma de concebir el mundo, de entenderlo, de estructurar las cosas que vivimos y experimentamos. Y al hablar vamos trasladando, ofreciendo esa forma de ver el mundo a los demás que, a su vez, lo van asimilando y transmitiendo a su entorno más cercano. Esta transmisión no es necesariamente consciente ya que se vehiculiza mediante el lenguaje. De ahí mi empeño y mi deseo de trasladaros al origen de las palabras que utilizamos, en concreto al de la palabra transferencia. Ese traslado, ese trans- o tras- del que habla esta palabra de marras ¿qué traslado es?

 

Todos sabemos lo que es una transferencia bancaria. El dinero que está en la cuenta A se traslada a la cuenta B. Este traslado, el bancario, tiene un costo determinado que el banco nos suele cobrar. Es decir, trasladar dinero de A a B no es algo gratuito, tiene un costo. Y no se hace por placer sino porque necesitamos que en B haya esa cantidad que trasladamos.

 

En algunas películas policíacas oímos la palabra transferencia: por lo general, hace alusión a si ha habido traslado de material susceptible de ser analizado de un sujeto a otro, de un sujeto a un objeto o de un objeto a un sujeto. Es decir, ese traslado de material susceptible de ser analizado o que puede incluso haber perjudicado el análisis de las pistas policíacas, tiene sus repercusiones.

 

Ahora bien, ¿qué es transferencia en términos psicológicos? Cuando Freud descubre que Ana O., una de las pacientes más famosas del iniciador del psicoanálisis, tenía un trato con él que no se correspondía con la realidad de la relación clínica y asistencial que mantenían, comenzó a preguntarse qué era lo que estaba sucediendo ahí. Podía interpretarse como enamoramiento o como admiración excesiva por su figura, pero esta forma de entender el trato no acababa de convencerle ya que, si partía de la idea de que las personas nos constituimos por la acción de los padres y las consecuencias de las relaciones habidas con ellos, lo que veía no acababa de encajar con lo que se podría entender como admiración o enamoramiento. Desde la hipótesis del trauma se podría considerar si se había producido alguna situación entre ella y sus progenitores; pero, claro, el tema de buscar una situación necesariamente dolorosa, quizá no nos saca del tema. Pronto descubrió que lo que le pasaba a Ana O. era que trasladaba la relación que había tenido con su padre a la relación que tenía con él. A eso le llamó transferencia.

 

Es decir, la transferencia es establecer una relación con una persona en el aquí y ahora de la vida cotidiana que guarda y tiene las mismas características que la relación que existió con una persona significativa del pasado. Y esto se realiza sin que uno se de cuenta. Es decir, es un hecho, una conducta inconsciente. Pero ¿es solo una conducta? Pues no, no es solo una conducta, aunque evidentemente viene bajo la forma de conducta, bajo la manera de comportarnos ante alguien o una situación. No es solo una conducta ya que en realidad está constituida por una forma de comportarse que, a su vez, viene condicionada por los afectos, los significados, las emociones y las fantasías que se construyeron en torno a esa o esas personas significativas. ¿Cómo se forma eso?

Bidireccionalidad de las relaciones

 

Hemos hablado en más de una ocasión de que los niños se forman a través de las relaciones que se establecen con sus padres y otras personas significativas. Todos nosotros hemos tenido padres, hermanos, tíos, abuelos y hasta otras figuras en las que también podemos incluir a la muchacha que venía a cuidarnos o aquella canguro que fue especial para nosotros. Todas estas personas, y fundamentalmente aquellas que son las que afectivamente han estado y están en contacto directo con el niño, forman el Plexo familiar y son las que determinan su manera de ser. Cierto es que también él influye en el comportamiento de ellos, por lo que las relaciones que se dan tienen siempre una bidireccionalidad que hay que tener presente. De esta forma unos nos hacemos a los otros permanentemente, pero muy especialmente en las primeras etapas de la vida.

 

A través de estas relaciones se va constituyendo como un esquema relacional cuya base está fundamentada en las relaciones significativas y, por lo tanto, todas las relaciones que establecemos en nuestra vida vienen determinadas por esa base inicial. Es decir, todos, absolutamente todos los humanos, transferimos el mismo esquema relacional que se coció en nuestra tierna infancia y sobre cuya base se han ido instalando otros subesquemas que siempre se han acabado articulando con el primero. Dicho de otra manera: no es posible dejar de transferir. Eso significa que cuando uno se relaciona con otra persona en esta relación siempre aparecen elementos que están directamente ligados enlazados vinculados con aquellas primeras estructuras relacionales que se cocieron hace tiempo. Pero como cada persona reactiva fragmentos parciales de aquel esquema primitivo, cada relación es diferente; aunque todas ellas tienen el mismo patrón. Y cuanto más intensa, cuanto más significativa sea la relación que mantenemos ahora, más se intensifican los esquemas referenciales anteriores, que son con los que siempre andamos en nuestro devenir. Es decir, la relación que mantengo con la panadera a la que solo veo una vez a la semana contiene, en principio, menos elementos referenciales que los que tengo con las personas a las que quiero o con las que trabajo.

 

Y eso tiene un costo, como el bancario: lo que carga esa relación nueva que se constituye sobre las relaciones que tuve es que me va a costar ver a la persona o situación actual tal y como realmente es, ya que la relación que mantengo viene teñida de los afectos, significados, valores y comportamientos que ya se tejieron en aquel entonces con otras personas; por lo que la persona actual es vista como una reproducción defectuosa de personas significativas del pasado y no tal y como es realmente.

 

Tiene también otro costo: dado que todos transferimos, todos reaccionamos a esa “imposición de forma de ser” que proviene de la forma en cómo el otro se relaciona con nosotros. A esa reacción la llamamos contratransferencia. Es decir, en un grupo o en una relación de a dos, lo transferido por uno y por otro y lo contratransferido forman una espesa telaraña de la que nacen no pocas dificultades relacionales. Dado que estamos hablando de lo que sucede en el vaivén de una relación, igual es mejor denominar situación transferencial a ese engranaje de elementos transferenciales mutuos y dejar la palabra transferencia para uso exclusivo de lo que sería una relación entre dos personas.

Volviendo a los “Espais familiars”

 

En estos lugares os encontráis con padres que vienen con sus hijos para compartir con vosotros y con otros padres su propia experiencia de paternidad. Pero como son espacios de relación habrá que pensar que esos padres transfieren algo no solo sobre el propio espacio familiar, sino con los profesionales, que sois vosotros. Y también con los demás padres. Es decir, los Espais familiars no dejan de ser lugares de transferencia. Lugares en los que los padres buscan una relación con el centro, con el grupo y con los demás padres que tiene unas características similares (por no decir idénticas) a las de su forma de relacionarse desde pequeños con sus figuras significativas, con las personas de su plexo familiar. Pero no solamente ellos, ya que también vosotros, como personas que sois, transferís lo correspondiente sobre ellos, sobre el propio centro e incluso sobre la idea de Espais familiars. Con lo que aquí os he dicho, tenemos ya un tema complicado porque si, como decía no hace muchas líneas atrás, esto tiene un costo, este también se deposita en las relaciones que establecemos con los padres, con el centro, con la idea, etc. Entonces, me diréis con lógica, ¿qué valor tiene todo eso si no podemos desgajarnos de esa especie de repetición? Mucha.

 

De entrada, saber que eso está ahí nos puede permitir algo de lo que se cuela en la relación y nos impide ver la realidad ante la que estamos todos, padres y educadores. Por ejemplo, si observamos que unos padres tienen una forma determinada de relacionarse con el centro, podremos pensar cuánto hay de esta relación en la que se establece con su hijo. Y podremos pensar cuánto hay de eso que sea una reactivación de las relaciones con sus figuras significativas. Y podremos pensar sobre cómo activan en nosotros determinadas respuestas. Y podremos seguir pensando en cómo nos relacionamos con ellos, con el centro en el que trabajamos, con las personas con las que estamos y hasta con la propia idea de centro.

Pero esto ya es harina de otro costal.