11)¿QUÉ SIGNIFICA TERAPÉUTICO?

11) Hace un momento has comentado que “se había complicado la idea de psicoterapia”. Cierto es que en el mundo en el que nos movemos se habla de Grupo de Psicoterapia, o de Terapia, o Psicoterapia de grupo, por lo que, quizás, habría que ir abordando otros términos que aparecen unidos con el primero; en este sentido, ¿qué significa Terapéutico?

 

Con esta pregunta seguimos moviéndonos en el campo de los significados. Si uno está atento a lo que la gente suele querer decir con este término, por lo general hace alusión a que “es curativo”, pero con la idea de “sanador”. Sin embargo no es precisamente la idea primigenia. El término significa “que es servicial, que ayuda o que se cuida de alguien”, algo que tiene esa cualidad. Es decir, alude a una cualidad que se añade a la relación existente. En este sentido la idea de que “es curativo” seguramente guarda relación con que es algo que “ayuda a la cura”. Ahora bien, como en definitiva se trata de una relación, ésta transita por momentos muy diversos y con limitaciones importantes. Esto introduce en la idea terapéutica una dualidad compleja: por un lado cuidamos, ayudamos, pero en este mismo acto acaecen hechos que nos dejan un poco insatisfechos, con una cierta sensación de impotencia. Y a este hecho se le añade la idea más o menos mágica de sanar, con lo que una y otra entran en tensión. Pero hay otro aspecto que debemos recoger. Cuando A ayuda a B, B también ayuda a A. Hay una dualidad o bidireccionalidad en la actitud de ayuda. Uno ayuda y el otro se deja ayudar; pero ese dejarse ayudar es una forma de ayudar a quien ayuda. Es decir, la ayuda que da A queda siempre modelada por la ayuda que se deja dar B, generándose una relación en la que queda incrustada el elemento antiayuda. Esa dramática situación diluye a A y a B en una unidad que es diferente a la suma de A y de B, y que sería el grupo. Siendo dos, son uno. O más de uno, claro.

 

Quizás, antes de introducirnos ahí me gustaría explicarte el esquema que suelo tener presente. En el terreno de las intervenciones asistenciales de tipo psicológico – psiquiátrico creo que hay una diferenciación. Por un lado lo que denominamos terapias, que es un área de intervención en que me parece estar más cerca de la palabra curación que de la de sanar. Creo que estas terapias son absolutamente necesarias en el campo de las intervenciones dirigidas a paliar mediante diversos procedimientos, el sufrimiento de la persona que acude en busca de tratamiento. Por otro lado, está lo que se denominan psicoterapias, área de intervención estrechamente emparentada con la anterior pero cuyo objetivo se centra en la salud de la persona. Es decir, busca una restauración completa del sujeto dentro de las limitaciones que éste tiene. Entre ambos valles existen numerosos puentes que posibilitan que un inicio terapéutico acabe siendo psicoterapéutico y viceversa.
La palabra terapia proviene del término griego “θεραπευω” que significa ser “servidor de, estar al servicio de, servir a alguien, cuidar, tener cuidado de”. Alude a la persona que acompaña a alguien, que camina con él acompañándolo y sirviéndolo. Y “θεραπεπιχοω” es un adjetivo griego que indica precisamente esto, que acompaña y es servicial, y que pasa al latín bajo la forma Terapéutica-òrum, tratado de medicina. Es el que acompaña a alguien con el fin de proporcionarle esa ayuda que precisa. O aquello que se le da a alguien con tal pretensión. Y en realidad, la palabra curar, (de curare) alude a cuidar, no a sanar.

En Postel J., y Quétel C., (1987) podemos ver, Lola, cómo estos autores, recogiendo una fragmento que alude al tratamiento de la manía según los metodistas (Celio Aureliano, C. Cron., I, 155 s.), nos aportan una idea de lo que debiera ser cuidar que ya existía en aquel entonces. En el texto que traen, Celio Aureliano señala que “(…) igualmente hay que encomendar a los sirvientes que les corrijan los errores, prestándoles benévola atención. Es decir, hay que evitar que, por dar su asentimiento a todo lo que dice, aumenten la manía del enfermo al confirmar todas sus elucubraciones; pero también hay que evitar que vayan al otro extremo, y que por oponerse a todo agraven el acceso de la enfermedad, y dejar aclarado que unas veces cediendo y tratando de convencerlo, deben hacerle algunas concesiones; en tanto que otras veces, mediante insinuaciones, deberán corregir sus ilusiones, al mostrarles la verdad “(Postel y Quétel, 1987: 23). La idea de “cuidar” vuelve a aparecer, de forma mucho más elaborada en 1791 en la exposición de La philosophie de la Folie de Daquin en la que preconiza: “Quiero, por último, que el médico se acerque con esta filosofía amable y consoladora que parece conseguir algo sin actuar y que, sin querer primero considerar al enfermo como enemigo, se pone antes bien a acariciarlo, valga la expresión, como amigo y a asegurarse de que las fuerzas vitales, que constituyen precisamente lo que llamamos naturaleza, sean por sí solas suficientes como algunos ligeros auxilios, para destruir las causas que parecen querer extinguir el principio de la vida” (Postel J., y Quétel C., 1987: 122). Es decir, hay un elemento de “amigo, compañero” en la actitud que el profesional debe mostrar hacia el paciente y que formará parte del conjunto de elementos que intervienen en lo “terapéutico” según te contaré más adelante. Introduce, pues, la idea de que aparece una relación biunívoca; si bien en un principio parece que va más de A a B que en dirección opuesta o recíproca, ¿no?.
¿No te resulta interesante, Lola, esa idea de acompañamiento? Porque la posición del que ayuda lo sitúa en una cierta igualdad, o incluso, una cierta actitud de prestar atención más que la de imposición de una ayuda o cuidado; lo que no está reñido con intervenir en cuanto haya peligro para el paciente. En este sentido, recuerdo que hace muchos años, cuando tenía más disponibilidad temporal y física para adentrarme por el Pirineo, me encontraba con parajes que se denominaban “hospital de” y que en realidad eran viejos caserones ya abandonados, medio derruidos. Investigué en su momento y descubrí algo que posiblemente todo el mundo sabe pero que desconocía: eran lugares en los que los viajeros reposaban del viaje. Lugares de reposo. Lugares en los que recibían hospitalidad. Esta idea siempre me ha gustado: lugar de reposo.

Me parecen sugerentes ambas ideas: la de cuidar y la de dar hospitalidad. Pero esto hace referencia a lo físico. ¿Y lo psíquico? Porque si somos cuidadores de quien acude a nuestras consultas quiere decir que nuestra función fundamental no es la de “sanar” entendida ésta como la de causar la salud , que no tenga enfermedad, sino de cuidarlo (curar) con el fin de que pueda recuperarse de su dolencia. Si en esta atención podemos suministrarle algo, un medicamento que le alivie, unas palabras que le den sosiego, un gesto que le tranquilice, una proximidad que le aliente, entonces estamos cuidando. Si además de darle todo eso, facilitamos el desarrollo de capacidades que le permitan afrontar situaciones cotidianas, el de habilidades para poder sentirse más a gusto con su cuerpo, consigo mismo y con los demás o de las capacidades expresivas y creativas, entonces, estamos ofreciendo terapia. Y es que el paciente no es como un vehículo que va al taller para que lo reparen. Es alguien como nosotros que pasa por unas circunstancias (en muchas ocasiones similares a las nuestras) y que, como no puede más, viene para que le echemos un cable. O al menos así debiera ser. Ahora bien, hay algo más. Este cuidar también supone, creo yo, disponer de una actitud de suficiente sinceridad como para poder hablar honestamente de las cosas que le suceden. Es decir, no se trata de tener una actitud meliflua o afectada o almibarada, sino de mostrar que quien le acompaña también le considera como sujeto capacitado para adquirir y desarrollar determinadas habilidades, para modificar comportamientos que dañan y le dañan, y para sentirse más dueño de sí mismo.

Cuando me pongo a pensar sobre este aspecto no puedo evitar acordarme de Winnicott, D. W. Varias son las obras de este pediatra y psicoanalista que me han enriquecido y aportado numerosas enseñanzas, y de ellas recuerdo dos ideas fundamentales. Creo, como verás, que exponértelas aquí, Lola, no desmerece la línea general de las preguntas de este texto. Una de ellas es la de “adaptación sensible y activa”. Esta idea aparece, por ejemplo, en un trabajo de 1952, y en él se dice que “la salud mental es el producto de un cuidado continuo que permite la continuidad del crecimiento emocional personal.”(1981:302). Cierto que ahí nos habla del niño pero también de la madre y, sobre todo, de esta relación de adaptación continua a las necesidades del bebé. Fijaros que ahí ya hay semillas de un planteamiento relacional. Ahora bien, no se trata de un cuidado que no incorpore la frustración; antes lo contrario, la posibilita. Es justamente este aspecto el que determina la adaptación sensible y activa, ya que posibilita que el bebé vaya pudiendo desarrollar progresivamente sus capacidades de superación de los elementos de la realidad sabiéndose apoyado, sostenido por su madre. En algún momento podremos pensar en qué consiste esa adaptación sensible y activa. Ahí hay una interesante pauta.

En otro texto, Winnicott (1979) nos habla de la relación del analista. Dice: “(…) descubrí que el paciente necesitaba fases de regresión a la dependencia, pues proporcionaban a la experiencia el efecto total de la adaptación a las necesidades que en rigor se basa en la capacidad del analista (la madre) para identificarse con el paciente (su bebé) como para permitir que el paciente viva y se relacione sin necesidad de los mecanismos de identificación proyectiva e introyectivos” (1979:177) (el subrayado es mío). Esa adaptación a las necesidades que en su momento dará pie a la noción “Winnicottiana” de madre suficientemente buena (1979:27), es algo que asocio fácilmente con la idea terapéutica. La noción de regresión aquí tiene un punto operativo: uno necesita ir un poco hacia atrás como para poder tomar carrera y superar determinadas barreras y obstáculos. Es lo que hace la madre suficientemente buena cuando posibilita estos momentos para que su hijo progrese; sólo para esto. Quizás una de las cosas que más me impacta de Winnicott es algo que he constatado a lo largo de mi carrera profesional: la adaptación a las necesidades del otro no es lo mismo que tratar de eliminar sus pecas o defectos. Esa adaptación es una actitud activa que posibilita el desarrollo; pero porque se cree en él. Y esta experiencia incluye, creo, que el otro (el niño, el adulto, la pareja, el miembro del grupo) utilice sus mecanismos de Identificación proyectiva e introyectiva porque son las formas que tiene de tratar de colocar y contaminar al profesional (o al otro) de eso que le lleva a sufrir. Cuando la madre, el profesional, el grupo, son capaces de tomarlo como una necesidad, elaborarla y devolverla de forma más integrada, le están ayudando, le están posibilitando su desarrollo. A eso me refería antes.

Otro autor de referencia importante para mí, J. García Badaracco , comentaba que los profesionales debemos dar “bocaditos de salud mental”. La idea siempre me ha gustado. No está alejada de la de terapia. Nuestras intervenciones actúan como bocaditos de salud mental, de forma que el otro se alimenta de ideas, actitudes, pensamientos, en ocasiones sensaciones y afectos, que le son útiles para poder seguir pensando en su propia vida.

 

Para mí el término tiene una connotación básica de acompañar. El hombre es un ser que, a pesar de nacer en y vivir en el grupo, está o se siente profundamente solo. Esta soledad, esta dificultad de poder sentirse conectado con el otro de forma íntima, sólo deja de estar presente en determinadas ocasiones, en aquellas en las que comprende el sentido de amar, cuando ama y se siente amado. Pero esto que tiene fuertes componentes de tipo moral, no sólo es una cuestión filosófica. Y la experiencia amorosa, de plena unión con el otro, se da en contadas y muy limitadas ocasiones. En otras, podemos creer estar muy próximos, próximos, cercanos…, rodeados de técnicas que posibilitan estar en contacto inmediato, instantáneo, con cualquier persona del mundo; pero curiosamente luego somos incapaces de hablar con quienes tenemos más cerca. Y así, poco a poco, cada vez mas alejados de nuestros congéneres, vamos entrando en procesos de progresivo aislamiento, eso sí, rodeados de grandes “sistemas de comunicación” . Las tendencias de nuestra supuestamente adelantada cultura parece que nos llevan a niveles de individualismo cada vez más marcados y, por lo tanto, de soledad. Sentimiento que no se puede separar excesivamente de las ansias de poder, de asegurarse de alguna forma que se va a tener al otro ahí, más o menos sometido, pero ahí. El poder, esa fuerza gravitatorio-psicológica, es la que inevitablemente mostramos a cada latido de nuestro corazón y mediante la que colocamos y nos colocamos en relación al otro como forma de tapar la insoportable sensación de soledad. Y quien más sólo está es el que lo expresa a través de su patología. Toda patología, Lola, no es más que el grito desesperado de quien se siente profundamente solo sin haber alcanzado la individualización; aunque también el gesto de impotencia ante un poder posiblemente mal empleado. Por esto, lo principal es el acompañamiento. Acompañar a quien, solo, se siente solo. Acompañar, para crear una nueva oportunidad de comprender los mecanismos de poder que se han ido utilizando en contra del propio grupo al que está vinculado y contra sí mismo condenándolo a niveles de gran soledad que no le han posibilitado un proceso de individualización creativa, no traumática para él y para su grupo de pertenencia. Y en esto, nosotros los profesionales, hacemos lo que podemos, aceptando, como a mí me enseñaron hace ya tiempo, a tolerar la frustración de nuestras propias limitaciones. Nuestro poder, en definitiva Lola, no es tan grande.

 

Hoy quisiera resaltar la idea de acompañamiento terapéutico. Deben ser cosas de la edad, claro, pero cada vez veo más necesario el desarrollo de ese aspecto. Y el acompañamiento no es solo estar junto al enfermo, claro. Es ese estar que hace que el paciente sienta que está acompañado, que se está por él y no “por que toca” o “por que me pagan”. En esta sociedad cada vez más fragmentada y solitaria (por muchos movimientos solidarios que podamos tener con los que están más alejados y móviles que nos comuniquen), los profesionales del acompañamiento son los que restauran el vínculo de apego perdido por razones varias. Esa forma de estar con el otro de manera que el lazo entre acompañante y acompañado adquiera matices de relación materno filial. El poder del acompañante al servicio del poder del acompañado.