100)¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL COMPARTIR LAS COSAS DESDE OTRA PERSPECTIVA?

100) Entiendo. De hecho, tras su intervención se notó un silencio que interrumpí en cuanto pude y creo que hice bien. Tuve la sensación de que se habían quedado petrificados. No me extrañó, porque lo que contó este hombre era como para salir corriendo. Fue una reacción diferente a la que apareció el primer día cuando aquella señora contó lo de su pena por la muerte de su marido. Pero, ¿por qué es tan difícil compartir las cosas desde otra perspectiva? ¿Qué necesidad debería tener para exponer tanto material en tan poco tiempo y con tanta intensidad?

 

Mira, Lola, hiciste bien en retomar la situación de forma pareja a como lo hiciste cuando lo de la señora. Son momentos diferentes porque siendo dos intervenciones espontáneas, en aquella ocasión el grupo no se había constituido y ahora sí; por lo que esta aportación de información y de sentimientos no parece respetar el tempo de un grupo que desconoce. Entre ellos ya tienen una noción de quienes son y ahora esta persona no deja de ser un inmigrante, un extraño que se incorpora al grupo. Y lo hace en un momento en el que posiblemente el grupo ya comience a entrar en una fase intermedia. En este terreno hay dos elementos que conviene diferenciar: uno es la postura del conductor y el otro es lo que representa para el grupo la aportación de este paciente. La actitud o postura que toma el conductor juega un papel muy importante, considerando que en ella hay todo lo que en él se concita. Desde el grupoanálisis, el conductor debe poder facilitar la comunicación, ver qué representa esto que está sucediendo en el contexto del grupo y del marco en el que éste se sitúa, y posibilitar una mayor comprensión por parte de cada paciente y del grupo de todo ello. Pero dentro del «conductor» también hay una persona, con sus opiniones, ideas, sensaciones, sentimientos, prejuicios…, esto forma parte también de lo que va incluido en cada una de nuestras intervenciones. Cuando veas que el grupo se paraliza, una de las cosas a preguntarte es cuánto de esta parálisis tiene que ver también contigo y con la institución en la que el grupo se desarrolla. Si ves que algo tuyo, por ejemplo una reacción ante un hecho que actuó como elemento paralizador, trata de ver qué fue, para poder salir de esta posición utilizando ese fenómeno como desbloqueador. Si, además, es algo que sucede en el marco en el que trabajas, pregúntate qué traducción tiene en el tratamiento de estas personas y en tu desarrollo profesional. Si tiene que ver sólo con el grupo, la salida directa es preguntarles qué les pasó. Y si crees que el componente se sitúa en esa persona, también podrías decir algo como «¡qué susto me ha dado con tantos dramas juntos! Me imagino que este susto también lo tiene encima y no sabe cómo sacarlo». Y ahí también estás tu.

 

Por otro lado, piensa que las personas que constituyen este grupo se encuentran todavía en una situación en la que los niveles de despersonalización, de desestructuración, de indiferenciación se alteran notablemente. La clave está en que el conductor conduzca. El conductor del grupo se debe a él, es su principal servidor, está ahí para ayudar a las personas que lo constituís. Pero ese conductor también eres tu. De ahí que no sea conveniente que te muestres excesivamente pasiva. En mi experiencia he podido observar un error frecuente y que se corresponde a una lectura y traslación de lo que es una sesión individual a la del grupo: no actuar, no interferir con la creencia y convencimiento de que ya será el grupo el que acarree con tal decisión. Creo que actuar así es una forma de rehuir responsabilidades y colocárselas en quienes todavía no están en condiciones de hacerse cargo de ellas.

 

Dado que eres un miembro del grupo, podríamos pensar que cualquiera que sea  tu intervención está contenida en el conjunto de respuestas que el grupo tiene en su retortero. Otra cosa es si debes aportarla tú o no, si debes esperar a que sea otro el que lo haga; posiblemente es conveniente que quien intervenga sea el conductor porque el grupo en estos momentos, aunque ya constituido, todavía no ha podido hacerse con las ansiedades que provienen de los miedos a la pérdida de la identidad. La idea ya ha sido expuesta en numerosos momentos de esta entrevista. Además, ahora hay un miembro del grupo que está asustado y asusta. Posiblemente para averiguar la fortaleza de los demás. Es como cuando subes una escalera empinada: te agarras de la barandilla para ir más tranquila. Estas comprobaciones aparecen ocasionalmente a lo largo de toda la experiencia grupal: antes de pasar a otro nivel de trabajo tácitamente se constatara la fortaleza del grupo y la de sus componentes. Él no conoce el grupo, y por lo tanto precisa asegurarse de la capacidad de contención y de cuáles son las reacciones. Y para ello, realiza una aportación compleja y cargada de elementos afectivos que le afectan y afectan al grupo.

 

A veces también se percibe una demanda secreta por parte de quienes acogen a alguien para saber si es «suficientemente sufridor» como para estar en el grupo. Algo así como las novatadas en algunos grupos e instituciones. Si pasa la prueba, se le acepta. Vamos como que no se lo ponen especialmente fácil. Estamos en un momento relativamente inicial y el significado no es el mismo del que tendría si tal aportación se realizase unos meses después; por lo que tu presencia ha de ser suficientemente clara como para que los miembros del grupo sientan confianza en el trabajo que se realiza. No dudo que esta persona tenga motivos personales suficientes como para expresar todos estos miedos y, dado que pedimos que hablemos de cualquier cosa que nos afecte para poder ir comprendiendo y conociéndonos mejor, tendremos que pensar que ésa es su tarjeta de visita; pero posiblemente sea una forma habitual de relación —eso lo irás sabiendo— y tendrá su significado. ¿Es una forma de pedir ayuda, o de dañar y salir dañado?

 

¿Qué provoca esta personas con su angustia? Te lo dice el grupo: genera silencio. Pero no tanto un silencio reflexivo sino de susto, de paralización y quizás de algo más. ¿Qué hacemos con eso? Lo más probable es que te miren y piensen en cómo actúas ante ello ya que ofreces un abanico de elementos con los que se pueden identificar. No olvides que eres una persona como ellas. ¿Te asusta, te invade, te provoca enfado, o tan sólo recibes esta información y esta tarjeta como una muestra de su sufrimiento? ¿Cómo articulas los sentimientos positivos o amorosos hacia un paciente o un grupo, y aquellos que justamente están más cargados de lo contrario, de cosas como el odio hacia él o ellos? Por eso, ahora tendrías que tener presente lo que hemos comentado de la función materna del conductor.

 

Este tipo de ideas tiene varios objetivos no fácilmente reconocibles. ¿Asusta mi susto? Este podría ser uno de ellos: ver en qué medida reaccionas como conductora. Si así fuere nos encontramos ante una investigación que el grupo, tácitamente, realiza sobre ti y tu capacidad de contenerlos. ¿Te asusta lo que sientes ante el grupo o algunas situaciones que se plantean? Comunicar algo de lo que te genera —es decir, aportar algo de lo contratransferencial— permite comunicar no una idea que contrarresta las de ese paciente, sino compartir una emoción activada por lo que dijo. Y eso es muy importante. Recuerda que en un momento hablábamos de los procesos de identificación. Identificar la emoción que te generó, permite que otros también lo puedan compartir. Esto es una fuente de información para todos y para esta persona que descubre, quizás por primera vez, lo que genera en el otro. Al saber que esto genera tal sentimiento, permites que se busquen sistemas de contención de la ansiedad, entienda lo que el otro siente, y ver la conexión entre lo que uno dice, hace o expresa, y los demás.

 

Te recuerdo que todos estos elementos surgen de la actividad terapéutica, no de una conductora ajena a la situación. Y puesto que nacen a partir de las relaciones grupales, cada uno va a poder colegir que eso también sucede en otras situaciones, que en otros escenarios también se activan sentimientos y pensar sobre las consecuencias de ello. En algunos momentos la capacidad de poner cara de póker puede ser, estratégicamente operativa. Pero se requiere que toda tu capacidad de elaboración rinda al máximo para poder discernir qué respuesta das en cada momento en función de lo que percibas en los demás y de quien expone los hechos, aceptando además que hay un aspecto de modelaje de actitudes y conductas, identificación mediante, a la que no podemos renunciar. Y poniendo cara de póker también se transmite una imagen para ser copiada.

 

Las relaciones entre las personas pasan siempre por momentos de evaluación de la capacidad de contención, de mantenimiento de la identidad individual y colectiva: se busca valorar la fortaleza de las fronteras psíquicas y su delimitación. ¿De qué se puede y no se puede hablar? ¿Cómo expreso lo que siento? ¿Cómo reaccionarán los demás? Son dudas importantes y las personas que están ahí contigo, pueden sentir que no tienen la capacidad de sostener tales comentarios. Tu aportación contratransferencial —que seguramente no está alejada de las contratransferencias de los demás— les reasegura en sus propias fronteras mentales. Si el conductor no da señales de que lo que le pasa es parejo a lo que les sucede, es fácil que concluyan que ellos están mal; cuando no lo están. Simplemente sienten lo mismo que sientes tu —o muy parecido— y eso no es fragilidad, sino todo lo contrario. ¿Podrías reflexionar en voz alta sobre el susto que puede haber producido y sobre las ganas que podemos tener los demás de abandonar el proyecto grupal cuando se encuentra ante tales informaciones? Seguramente entenderás que muchas veces el ser humano abandona por el susto. Que hay quien se asusta mucho y desea tirar la toalla.

 

En momentos en los que el grupo se siente frágil, emergen ideas como «y qué pinto ahí» y «quién soy yo para tener esta experiencia, esto es demasiado grande para mí». Son ideas que cuestionan la capacidad contenedora de cada uno y la identidad personal; son ideas de corte depresivo. ¿Tienes en mente alguna situación social en la que esto sea visible? Por ejemplo, la masacre del 11-M, hace unos pocos años. Creo que todos podemos entender el abanico de respuestas que emergieron en aquellos días. Que ante aquello muchos se escapasen tratando no sólo de salvar sus vidas sino de alejarse de ahí porque no se sentían capacitados para afrontar aquello. Son situaciones en las que uno pierde los puntos de referencia, y ante los que se precisa mucha entereza de ánimo para poder ayudar y convertir la tendencia a huir en la de acudir y echar un cable. Otros, en cambio, convierten ese susto en rabia, odio, y atacan a lo que pudo generar todo aquello. La sensación de pequeñez, de invalidez, es una de las que más activan reacciones viscerales cargadas de sentimientos destructivos hacia los demás, hacia el foco, real o supuesto, que originó tamaño susto. Otros, en fin, pueden poner su enfado y rabia al servicio del grupo y tratar de seguir pensando y poner los sentimientos al servicio de la razón.

 

Aquí, la Función verbal trata de incorporar la misión del miedo: los humanos nos asustamos y asustamos a los demás como sistema con el que mantenernos a raya, para paralizar nuestros procesos de evolución porque éstos representan cambios que en ocasiones, más allá de los beneficios que pueden conllevar, suponen el abandono de largos períodos de nuestra vida anquilosados en ventajas secundarias: la de nuestra patología.